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Directora de la serie: Elena Hernández Sandoica

Perry Anderson

1989, el año que cambió el mundo

Los orígenes del orden internacional después de la Guerra Fría

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Hay fechas en la Historia en las que los acontecimientos se aceleran, momentos que recogen la trayectoria de las décadas pasadas para convertirse en su epítome a la vez que aportan las grandes líneas directrices del futuro inmediato.

El año1989 es, sin duda, una de estas fechas: en Paraguay, la eterna dictadura de Stroessner llegaba a su fin, mientras que unos kilómetros más al oeste, en Chile, la oposición democrática vencía en las elecciones libres a una dictadura no menos emblemática, la de Augusto Pinochet. En Asia el régimen de los ayatolás enterraba aquel año a su líder, Jomeini, mientras que el gigante chino, todavía subestimado económica y políticamente, ofrecía su lado más oscuro en la matanza de estudiantes de Tiananmen.

Pero fue sobre todo la caída del Muro de Berlín en noviembre lo que, simbólicamente, inició el final de los regímenes comunistas de Europa central y oriental y abrió las puertas a la desintegración de la Unión Soviética dos años más tarde. El fin del orden internacional consagrado en Yalta cincuenta años atrás daba paso a una nueva realidad, más abierta –también más confusa–, donde la indiscutible primacía norteamericana debería conjugarse con una serie de potencias emergentes.

Apenas pasadas dos décadas desde aquel año que cambió el mundo, esta magnífica monografía analiza cómo lo sucedido entonces dio origen al nacimiento de un nuevo orden internacional.

Ricardo Martín de la Guardia es catedrático de Historia contemporánea de la Universidad de Valladolid, donde dirige el Instituto Universitario de Estudios Europeos. Entre sus últimas publicaciones destacan Chechenia, el infierno caucásico. Historia de un conflicto inacabado (2012, con Rodrigo González Martín) y La Europa báltica (2010, con Guillermo Á. Pérez Sánchez).

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Introducción

Hay fechas en la historia en las que los acontecimientos se aceleran, momentos que recogen la trayectoria de las décadas pasadas para convertirse en su epítome a la vez que aportan las grandes líneas directrices del futuro inmediato. El año de 1989 es, sin duda, una de estas fechas. La caída del Muro de Berlín en noviembre, que simbólicamente inició el final de los regímenes comunistas de Europa central y oriental y abrió también las puertas, aunque de manera indirecta, a la desintegración de la Unión Soviética, fue además el año en que, en la otra parte del mundo, llegó a su fin una dictadura casi tan larga como las comunistas, la de Stroessner en Paraguay, a la vez que unos kilómetros más al oeste, en Chile, la oposición democrática vencía en las elecciones libres a una dictadura no menos emblemática, la de Augusto Pinochet. En Asia, el régimen de los ayatolás enterraba aquel año a su líder, Jomeini, pero lo que para muchos analistas supondría una cierta flexibilización de la teocracia iraní daría lugar precisamente a lo contrario: a que la opinión pública internacional se familiarizase con el fundamentalismo islámico de raíz chiita. Por su parte, el gigante chino, todavía subestimado económica y políticamente, ofrecía su lado más oscuro en la matanza de estudiantes de Tiananmen, mientras en el continente africano los rescoldos del largo y penoso proceso de descolonización ardían todavía en Namibia: el territorio de lo que había sido África del Sudoeste era abandonado por las fuerzas militares del régimen racista de Pretoria, que al año siguiente, obligado por la presión internacional, liberaría de la prisión a Nelson Mandela, otro de los iconos del siglo que se cerraba.

Entre la caída del Muro en noviembre de 1989 y la desaparición de la Unión Soviética en diciembre de 1991 se diluyó irremediablemente el orden internacional consagrado en Yalta hacía ya cincuenta años, dando paso a una nueva realidad más abierta, pero también más confusa, donde la indiscutible primacía norteamericana debía conjugarse con una serie de potencias emergentes. Una vez clausurado el conflicto de bloques, las organizaciones internacionales en general y la ONU en particular parecían estar en condiciones de velar por la paz en el mundo y luchar contra las desigualdades más flagrantes para garantizar el respeto universal de los derechos humanos. Sin embargo, detrás del esquema de confrontación de la Guerra Fría, excesivamente simplista, existía una realidad más compleja, forjada también durante aquel periodo y que ahora irrumpía con fuerza. Cientos de millones de personas sufrían el fracaso de planes y proyectos de modernización socioeconómica cuya virtualidad había sido en demasiadas ocasiones servir antes a los intereses de las grandes potencias que generar riqueza y estabilidad social. De esta forma viejos y nuevos conflictos se desgranaron por todo el mundo augurando una etapa no menos traumática que la precedente. Ni la ONU ni las grandes potencias, comenzando por Estados Unidos, fueron capaces de generar un clima de estabilidad que permitiera albergar a medio plazo esperanzas de una situación más pacífica y próspera.

Apenas pasadas dos décadas desde aquel año que cambió el mundo, presentamos al público una reflexión sobre la trascendencia de esta fecha y sobre cómo sus repercusiones condicionaron el nacimiento de un nuevo orden internacional. Se trata, por tanto, no de un análisis exhaustivo de cada uno de los aspectos que aborda, sino de una monografía de contenido histórico que pone sobre la mesa cómo lo sucedido en aquel año y en sus inmediaciones forjó un escenario cuyas consecuencias todavía se dejan sentir en nuestros días.