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Índice

La fuerza del débil

Prólogo

I. De un alegre combate

II. De la unicidad del hombre

III. Del sufrimiento o el arte de izar las velas

IV. Del cuerpo

V. Lo que deforma

VI. Mi semejante que me quiere distinto

VII. El oficio de ser hombre

Sobre el autor

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Prólogo

Uno no nace hombre, se hace.

Erasmo de Rotterdam, Obras escogidas

Me gustaría unir mi voz, mis preguntas, a las del autor del Elogio de la locura, buscar a tientas y hacer una visita —sin preocuparme por la exhaustividad y al albur de las necesidades— a los filósofos que nos precedieron para tomar de ellos, aquí y allá, algunas herramientas. ¿Por qué? La exigencia de lo cotidiano obliga a utilizarlo todo para arriesgarse a la singularidad, asumir un lugar en el mundo, salvar la piel. ¿Risible proyecto? ¿Locura pretenciosa? Tal vez. Mi condición me lleva, sin embargo, a armarme. Reveses de la suerte, fracasos, dificultades con las que uno va a construir una vida, todo invita a recoger el implacable desafío: uno no nace hombre, se hace…

Soy un discapacitado. Andares bamboleantes, voz vacilante; hasta mis gestos más ínfimos son los abruptos movimientos de un director de orquesta cómico y sin ritmo: este es el retrato del tullido.

En esta búsqueda, la experiencia de la marginalidad puede abrir alguna singular puerta a nuestra condición. Salir al encuentro del débil para forjar un estado de espíritu capaz de asumir la totalidad de la existencia, esa es la intuición fundamental y azarosa de este periplo, deseemos que juguetón.

Última precisión: cuando empleo la palabra «hombre», incluyo evidentemente… a la mujer.