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© Jacobo Cardona Echeverri

© Universidad de Antioquia, Fondo Editorial FCSH de la Facultad de Ciencias Sociales
y Humanas

ISBN: 978-958-8890-85-2

ISBN E-book: 978-958-8890-84-5

Primera edición: septiembre de 2015

Imagen de cubierta: Libélula perchada.
Gloria Mora. Técnica: Lápiz de color. Dimensiones: 20.9 x 26.7 cms. Año: 1994. Fondo “Ilustraciones Científicas”, Colección Ciencias Naturales, Museo Universitario
de la Universidad de Antioquia-MUUA
©

Coordinación editorial:
Diana Patricia Carmona Hernández

Diseño de la colección:
Neftalí Vanegas Menguán

Corrección de texto:
José Ignacio Escobar Vallejo

Diagramación:
Luisa Fernanda Bernal Bernal
Imprenta Universidad de Antioquia

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita del Fondo Editorial FCSH, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia

Fondo Editorial FCSH, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia

Calle 67 No. 53-108, Bloque 9-355

Medellín, Colombia, Suramérica

Teléfono: (574) 2195756

Correo electrónico: fondoeditorialfcsh@udea.edu.co

El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia ni desata su responsabilidad frente a terceros. El autor asume la responsabilidad por los derechos de autor y conexos.

Cardona Echeverri, Jacobo, 1978-

Historia natural de los objetos insignificantes [recurso electrónico] / Jacobo Cardona Echeverri. --

Medellín : Fondo Editorial FCSH, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia 2015.

148 páginas (tamaño 300 kb). --

(FCSH Ensayo)

ISBN 978-958-8890-84-5

1. Ensayos colombianos - Libros electrónicos 2. Antropología - Libros electrónicos I. Tít. II. Serie.

LECo864.6 cd 21 ed.

A1497974

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

  

Contenido

PRESENTACIÓN

STALKER y LA PLANCHADORA
BREVES CONSIDERACIONES SOBRE EL ARTE Y LA EXPERIENCIA ESTÉTICA DE LO COTIDIANO

Rutinas, películas, vaso al caer de la mesa

Rutinas, pinturas, la plancha sobre la mesa

Rutinas, películas, tacita al desaparecer de la mesa

LA INCÓGNITA FINAL DEL OBJETO

El objeto y el borde del precipicio cultural

Anatomía del primer objeto sobre la Tierra

Anclaje y deriva

Objeto, sujeto y acción

Sistemas de acciones

La cosa y el objeto

El vértice inaudito en la trama

LA TELA DE ARACNÉ

Entre monstruos taciturnos y mecanismos de reloj de bolsillo

Los modernos

Los sueños de Descartes

¿Exaltación tecnológica o desliz apocalíptico?

Cuarzo, coral, marmota, chopper, democracia, chip, hacha de sílex: Un itinerario metabólico

El hombre cotidiano

Las hilanderas

CARTOGRAFÍA DEL INSTANTE

La vida real y el plano secuencia

Presencia

Escena

Secuencia

EL PROGRAMA Y LA MEMORIA

El objeto insignificante: entre el museo de lo falaz y el drama de lo cotidiano

El objeto que refleja mi rostro

El desván

Los límites del programa

Más allá del punto de fuga

Vorágine de lo insalvable

Ciberespacio y hombres-máquina

El pasado de las galaxias

EPÍLOGO. EL ARTÍFICE HABITUAL

BIBLIOGRAFÍA

FILMOGRAFÍA

 

Para mis padres Consuelo y Gustavo, los artífices

 

Presentación

Esto es un ensayo. Escritura que habla de objetos, otra forma de grafía. Objetos que sirven para contar historias, para revelarnos como historia. La reflexión surge de una evidencia: la desaparición. Hablo de un mundo virtual, pero también de una instalación material constantemente modificada. Los objetos cotidianos ya no son heredados, sino desechados, olvidados, ignorados. En este trámite, aparentemente falaz, nuestros recuerdos son desplazados. Creo percibir en ese fenómeno una variante antropológica fundamental.

Intento hablar de objetos insignificantes como seres que también pueblan la Tierra, como el roble, los sueños o las montañas. Por eso este material narrativo es una mezcla de recuerdos personales, análisis antropológicos, reflexiones filosóficas, evocaciones cinematográficas, datos biológicos y aproximaciones literarias. En este sentido, la figura de Tarkovski y su cine son guías de la exposición. Las afinidades estéticas y metafísicas compartidas son evidentes: el tiempo, la memoria y el desprecio a los valores modernos.

El texto está dividido en cuatro partes, más la Introducción y un pequeño Epílogo. Cada una de estas partes funciona de forma relativamente autónoma, por lo que algunas ideas, aunque abordadas desde perspectivas distintas, se afirman de manera reiterativa. La Introducción “Stalker y La planchadora” es una breve meditación sobre el hecho estético y la vida cotidiana.

La primera parte, “La incógnita final del objeto”, presenta una reflexión acerca de la naturaleza o el carácter definitorio del objeto, por lo cual se rastrean las condiciones que generaron la relación irreductible entre el hombre y la materia.

La segunda parte, “La tela de Aracné”, compone una compleja exploración sobre el entramado reticular que sostiene y une todos los seres en el mundo. Por tanto, se hace un recorrido crítico por los fundamentos del modelo epistemológico moderno, en claro contraste con alternativas cognoscitivas que rebasan las clásicas dicotomías entre naturaleza y cultura.

La tercera parte, “Cartografía del instante”, intenta ofrecer un cuadro que refleje el devenir del hombre cotidiano como acto creativo, de carácter ficcional, del mismo orden del acoplamiento estructural de los organismos con su entorno.

La cuarta parte, “El programa y la memoria”, constituye el preámbulo para establecer un nuevo recorrido antropológico ante la singularidad técnica actual. El sistema de los objetos, programa que especifica un tipo de memoria a través de las distintas configuraciones del tiempo, es transformado por la aceleración del avance tecnológico. Esto incide en la forma que tiene el hombre de enfrentar su imagen fugaz en la ejecución del recuerdo.

Espero haber conseguido formular algunas preguntas relevantes acerca de la posición del hombre en cuanto artífice y entidad biológica que sobrelleva el peso de la conciencia. Conciliar cierto pacto con el futuro.

 

La incógnita final del objeto

La impresión que causa al verlo por primera vez es perturbadora, pero la razón de la extrañeza que ocasiona es sencilla: está fuera de lugar. Se trata del monolito prehistórico que aparece en la película de Stanley Kubrick, 2001: Odisea del espacio. El paralelepípedo rectangular de varios metros de altura enclavado en una superficie terrosa de la árida sabana africana produce el desconcierto en una horda de australopithecus. Una presencia extraña, ajena a los flujos inciertos de los elementos, que en esta parte de la historia de las especies es inconcebible. Una de las interpretaciones más aceptadas sobre este oscuro bloque ortogonal gira alrededor de la supuesta intervención de una fuerza extraterrestre que desencadenó la habilidad manual, técnica, en los antepasados del género Homo. La famosa elipsis de la película, de unos cuatro millones de años —la más larga en la historia del cine—, que separa al primate que lanza hacia el cielo un hueso convertido en herramienta, de la nave espacial que flota entre la Tierra y la luna, alberga en su inmenso poder evocador una intuición preliminar: el ser humano es lo que es gracias al artefacto. Allí está fundada su humanidad.

Una lectura nacida del estupor también nos revela otro dato esclarecedor, el objeto rompe el rigor de lo evanescente e indefinido, fija una pauta en un mundo ininteligible, evoca un origen o una tendencia: el hombre transforma su entorno con el ángulo recto, las paralelas, el círculo perfecto y los ritmos, una transcripción material que resuena con el lenguaje de las formas estables, al margen de la sinuosidad móvil, la curva transitoria o el relieve azaroso de lo dado. La geometría recta de algunos minerales o de los panales de abeja invoca el eco técnico que habrá de masificarse. La Tierra empieza a ser memorizada en cambios físicos secuenciales y acumulativos. Un simple hueso, carbono que se desintegra en el aire, como principio de todo lo nombrado. La película de Kubrick girará en torno a este misterio con un esbozo narrativo que motivará sugerentes premisas acerca de la máquina, la inteligencia artificial, la vida en otros planetas, la maleabilidad del espacio-tiempo, la invulnerabilidad humana. Una muestra de mitología científica, de relato fundacional del futuro.

El objeto y el borde del precipicio cultural

Usualmente, la filosofía ha despreciado el objeto a raíz de su carácter fugaz, corruptible y trivial. La metafísica heredada de la antigüedad, fuente del esquema de pensamiento occidental que nos hace entender las cosas por oposiciones binarias, orientó el esquema dicotómico mediante la separación radical entre la cultura y la naturaleza, el tiempo y el espacio, la razón y lo sensible, el espíritu y la materia. El objeto fue reducido, al no encajar en las reflexiones que priorizan las categorías de espíritu y tiempo, a una especie de accesorio que origina la adhesión y la fragilidad propia de lo efímero, una simple extensión funcional y prescindible. Un estorbo para el devenir del ser. El objeto, en otras palabras, sería el mal:

Lo más temible no viene de que se le ignore o se le desestime sino de que algunos han logrado volatilizarlo [...] Un sociólogo ha logrado esta sutil aniquilación: o bien considera al objeto como un Gadget (el delirio funcional y lúdico) o bien como un fetiche (la reliquia ficticia del pasado) o también como el elemento de una colección (la secuestración, la neurosis posesiva). Nunca funciona más que como un signo social: o bien expresa la ideología burguesa teatralizada o bien, actualmente, el objeto-instrumento implica la extenuación del gesto y de lo pulsional, la cultura del plástico, el modernismo organizado. Pero en los dos casos, ‘el sistema de los objetos’ expresa nuestra alienación.1

Sin embargo, a pesar de este sistemático desprestigio por parte de la filosofía y algunas disciplinas sociales, otras voces, altivas y sensatas, se levantan contra esta subordinación irrestricta a lo inmaterial. Francis Ponge, poeta de las cosas comunes, desafía la idea surgida en Atenas, explotada en Jerusalén y distribuida por Roma de que “la persona sería el lugar, cuasi divino, donde nacen las Ideas y los Sentimientos, únicas cosas dignas de consideración en este mundo”,2 y propone que el hombre “se conciba como lo que es: una cosa después de todo más material y más opaca, ligada de mejor manera al mundo”.3

Y es que, siguiendo el planteamiento de Ponge, no somos más que sustancia organizándose en entramados materiales más amplios o complejos. Lo humano es parte de una transacción continua con el mundo. Hace parte de él, lo constituye. Y el objeto, piedra angular de esa transacción o mediación, actualiza tensiones que buscan resolverse, en un proceso continuo de estabilización del ser, en niveles de unidad o identidad que resultan ser siempre transitorios y parciales.

Individuo y medio no son entidades autónomas, predeterminadas y acabadas, entre las cuales se instauran vínculos. No existen antes de un determinado tipo de relación. Son dos fases del ser: Alguien usa lentes para leer un libro. El sentido común nos dirá que los individuos Alguien, lentes y libro preexisten a la ejecución de la acción, pero si se piensa mejor, la acción no tiene ningún sentido sin los individuos, y los individuos son en tanto se relacionan. Alguien es modificado por las lentes que median la lectura de un libro, cuya singularidad dependerá de la estructura cognitiva previamente conformada de alguien y que, tras la lectura, será a su vez alterada. El proceso de intermediación es continuo y el nivel de unidad o identidad logrado siempre será incompleto.4

Nunca el ser humano ha sido algo sin el objeto y este nunca ha sido solo accesorio o emblema. La nostalgia rousseauniana trastorna el sintagma, la caída nunca tuvo lugar.5 Un primate lanza al aire un hueso convertido en herramienta y, antes de caer en la reseca sabana africana, una máquina perdida en el cosmos canta una canción infantil tal cual la recuerda.6 El objeto es resonancia natural de la conciencia humana.

Anatomía del primer objeto sobre la Tierra

Tal vez fue una piedra con la que se rompió algo, una pequeña pirámide de rocas al pie de un árbol. No sabemos nada de él, pero digamos que es un sílex con el que se elaboró una herramienta cortante. La industria africana presenta el primer catálogo lítico distinto del simple guijarro y, aunque no es fácil reconocer los primeros productos humanos debido a los sencillos modelados comparables con las texturas de fragmentos expuestos a la erosión, el sílex o cuarcita sometido a la manipulación presenta una superficie concoide, el bulbo de percusión, que es difícil de obtener por medio de la azarosa fricción de los elementos. Este sílex perdido para siempre, oscurecido por los minerales de la Tierra, hecho polvo, abrasado por la lava de una erupción, partido en dos fue, antes de desaparecer, pesado en la palma de una mano; un índice recorrió las filosas líneas, su color ocre homogéneo causó una buena impresión. Con otra piedra el sílex fue troceado y, en ese primer contacto, nacieron dos objetos: la lasca y el percutor.

El útil tiene ahora una cara inferior suave al tacto y una ondulación sólida que termina en una cortante punta. Fue transportado y replicado, estimuló gestos inéditos, sirvió de base a nuevos contactos, alrededor suyo se confeccionaron otros instrumentos, diversas maneras de hacer. Pero, ¿cómo fue posible que un animal desarrollara las destrezas pertinentes para prolongar las pautas morfológicas manifiestas en el utillaje lítico?

La hominización, entendida como proceso de corte bioestructural y funcional que transformó el linaje de primates en humanos, es parte de una red de cambios, desviaciones, fracturas y alteraciones ecológicas. En términos anatómicos está caracterizada por la paulatina liberación de la mano y la dentadura de las funciones de la locomoción y la prensión, lo cual, articulado a una organización encefálica compleja, condujo a la elaboración de los primeros instrumentos. Estas relaciones fisiológicas entre la mano y los órganos de la voz son la base de nuestra capacidad de significar el mundo:

Uno de los resultados del estudio simultáneo del hombre bajo los ángulos de la biología y de la etnología, es mostrar el carácter inseparable de la actividad motora (siendo la mano su más perfecto agente) y de la actividad verbal. No hay dos hechos típicamente humanos de los cuales uno sería la técnica y otro el lenguaje, sino un único fenómeno mental, fundado neurológicamente en territorios conexos y expresado conjuntamente por el cuerpo y los sonidos. La prodigiosa aceleración del progreso a partir del desbloqueo de los territorios prefrontales está ligada a la vez al desbordamiento del razonamiento en las operaciones técnicas y a la enfeudación de la mano al lenguaje en el simbolismo gráfico que termina en la escritura.7

La palabra y el objeto vendrían de la mano. El primer sílex troceado por una mano antropoide comprende los destellos de la conciencia técnica y simbólica, más como una operación conjunta e indiscernible que como dimensiones complementarias o como campos funcionales que ejercen simétricas retribuciones.8 La cadena de gestos que dan origen a un hacha bifacial, repertorio de golpes o cortes con diferentes niveles de intensidad ejecutados en fases discriminatorias de modelado, supone la puesta en escena primordial: la creación de un mundo que escapa a la cesación de los ritmos vitales o la corrupción y destrucción de la pauta organizativa de los elementos. El hacha bifacial, resultado del troceado del sílex, es una inscripción que no perece cuando perece su fabricante. Permanece y soporta a su creador. Más allá de las desapariciones consuetudinarias, los relevos zoomórficos y los exabruptos geológicos, el fabricante persiste. Ningún animal había logrado tan personalísima, aunque momentánea, cuota de inmortalidad: la reproducción de la memoria simbólica, ese repertorio de gestos y creencias renovadas en el objeto al margen de la memoria biológica codificada en el genoma. Los leones y las nutrias, las bacterias y los robles realizan un itinerario generacional indiferenciado y atemporal. Los seres humanos, con en el martillo y el bombillo, el sombrero y el motor, abastecen a las nuevas generaciones del fulgor mental de su etnia particular.

La pieza lítica fundacional, por tanto, no es excedente ni artificio, sino carga informacional y repercusión natural de la motricidad:

La relación zootecnológica del hombre con la materia es un caso particular de la relación del ser vivo con su medio, una relación del hombre con el medio que pasa por una materia inerte organizada, el objeto técnico. Lo singular es que la materia inerte aunque organizada en que consiste el objeto técnico evolucione ella misma en su organización: por lo tanto, ya no es simplemente una materia inerte, y sin embargo no es tampoco una materia viva. Es una materia organizada que se transforma en el tiempo como la materia viva se transforma en su interacción con el medio. Además, se convierte en el intermediario a través del cual la materia viva que es el hombre entra en relación con el medio.9

En este sentido, no puede concebirse la evolución humana como proceso biológico separado de la evolución técnica, la cual, en sí misma, debe ser abordada desde la perspectiva de la historia de la vida. Esta idea esquiva las barreras tradicionales entre lo orgánico y lo inorgánico y modifica radicalmente la concepción sobre la dinámica general de la materia y sus formas de organización.

No hay vuelta atrás. Ya en el primer sílex tallado pueden esbozarse las palabras de Pessoa: “Me precipito, después de haber caído en la trampa de allí arriba, por todo el espacio infinito, en una caída sin dirección, incesante, múltiple y vacía. Mi alma es un horizonte negro, vasto vértigo alrededor del vacío, movimiento de un océano infinito en torno de un agujero hecho en nada, y en las aguas que son más remolino que aguas flotan todas las imágenes de lo que vi y oí en el mundo —allí van casas, caras, libros, cajones, rastros de música y sílabas de voces, en un giro siniestro y sin fondo”.10

El primer objeto sobre la Tierra es, a su vez, el primer objeto insignificante, ínfimo y humilde, originario de las explosiones cósmicas y las candentes fusiones minerales. Allí se agolpan todas las imágenes. Giro siniestro y sin fondo.

Anclaje y deriva

La progresiva derivación de las técnicas y los objetos, como el proceso evolutivo de la vida, tiene sus propias reglas, pero ambos hacen parte de la misma dinámica cibernética de autorregulación. Desde la emergencia del primer objeto, este se despliega en pautas prefiguradas que rebasan, a su vez, la simple satisfacción de una necesidad biológica. Pensemos en el carácter y la diversificación estilística de un cuchillo o una punta de flecha de sílex. En primer lugar, su función responde a un determinismo mecánico, es decir, hallar la manera más óptima de lograr una serie de resultados. Esta maniobra no tiene que ver solamente con las características físicas ideales (consistencia, textura, color, peso, volumen) sino también con los materiales limitados del medio y el estadio técnico en el cual se encuentre la comunidad del fabricante. En segundo lugar, la diversidad formal también está ligada con el estilo, es decir, la libertad interpretativa de las relaciones forma-función. El objeto es grabado, pigmentado, adornado con plumas. Un perímetro simbólico se establece como reflejo de la inscripción territorial o física.

Es por esto que los cuchillos o las puntas de flecha pueden ordenarse en sistemas o conjuntos diferenciados de los que se desprende un patrón gestual, una forma particular de ejecutar una acción. Una visión. Estas acciones se ordenan a su vez por medio de prescripciones y demarcaciones. El sílex, que sirve para obtener y cortar el cuero y la carne de los animales, contribuye con el aumento de la cuota proteínica necesaria para potencializar el rendimiento físico, lo que a su vez proporciona una profunda sensación de bienestar. Con el aumento de las capacidades anatómicas se alcanza a su vez mayor eficiencia mental, se dominan una mayor cantidad de variables del entorno y se diversifica la operatividad técnica.

En consecuencia, el objeto no es solo el resultado de un procedimiento destinado a suplir una necesidad mediante el cálculo técnico, sino también la secuela de la sutil coreografía entre la materia y el gesto, y el enlace de las tramas estéticas.11

Para el filólogo Hans-Robert Jauss,12 tres conceptos fundamentales se desprenden de la experiencia estética: la poiésis o creación, que permite al hombre, mediante la producción del objeto, encontrarse en el mundo como en casa; la aisthesis o recepción, que supone la modificación o renovación propiciada por el objeto; y la catharsis o liberación, cuando se produce una acción, impelida por el objeto, al margen de su funcionalidad. Al organizar la materia en busca de un sentido, desde el mismo momento en que elaboró la primera lasca, el hombre ha dado a luz un mundo, y este mundo lo ha transformado. Somos una especie artificial por naturaleza.

En este sentido, la dimensión estética abarca tanto los objetos funcionales en términos técnicos, como los objetos rituales o afectivos, aquellos que fueron hechos para establecer vínculos figurativos con las propiedades de los elementos del entorno, como los animales, astros y plantas, y, de esa manera, intervenir y administrar un espacio trascendental. ¿Pero puede establecerse un límite claro entre las dos formas de ordenar lo real?

Muchos objetos de madera o cuero, de los cuales se han encontrado pocas pruebas debido al carácter perecedero del material con el que fueron construidos, fueron elaborados con el fin de suplir exigencias afectivas o espirituales. Estas operaciones, alternas a las realizadas con el fin de asegurar la sobrevivencia biológica, complejizan la dinámica del sistema individuo-entorno.

Las prácticas funerarias, asociadas tradicionalmente a las acciones simbólicas, se revelan como gestos de mediación con una realidad intuida que escapa al control técnico. Hace 200.000 años, época a la que se remontan los primeros entierros, ya existía la conciencia de la transformación del cuerpo y la supervivencia espiritual del individuo, lo que indica una idea hermosa, la perennidad de la identidad. Esto evidencia un sustrato simbólico anclado en lo mítico y mágico. Las exequias contribuyen a efectuar de forma adecuada el paso a la otra vida y dotan de sentido la existencia de quienes permanecen en la Tierra.

La disposición de los huesos y los restos líticos organizados alrededor en las inhumaciones13 suponen una potente carga animista y un vínculo afectivo, en términos zoológicos, difícil de concebir. Con este tipo de procedimientos mágico-religiosos, el viejo homínido, del que actualmente solo existe el homo-sapiens sapiens, bosquejaría el entramado que le posibilitaría negociar su lugar en un orden trascendental. El objeto ritual funciona, pues da soporte a lo inmaterial, el mundo de espíritus que rigen el funcionamiento secreto y último de las cosas. En otras palabras, el objeto que media en el performance ritual produce la realidad de entidades que son, a nuestros ojos occidentales, sobrenaturales.

Es precisamente en este origen común de la unidad mágica primitiva donde se define un mundo anterior a toda distinción entre objeto y sujeto:

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