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Jens Lüdtke y Christian Schmitt (eds.)

Historia del léxico español

Enfoques y aplicaciones

LINGÜÍSTICA IBEROAMERICANA

Vol. 21

DIRECTORES:

Concepción Company Company

María Teresa Fuentes Morán

Eberhard Gärtner

Emma Martinell

Hiroto Ueda

Reinhold Werner

Gerd Wotjak

Historia del léxico español Enfoques y aplicaciones

HOMENAJE A BODO MÜLLER

Estudios editados por Jens Lüdtke y Christian Schmitt

Iberoamericana • Vervuert • 2004

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ISBN 84-8489-120-8 (Iberoamericana)

ISBN 3-89354-791-6 (Vervuert)

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Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

ÍNDICE

Prólogo

Fernando González Ollé

Observaciones filológicas al códice emilianense 46 (Glosario Turza), con algunas de sus aportaciones a la historia lingüística española

Franz Lebsanft

Historia de las ideas, historia de las palabras, antropología lingüística. Imaginación y fantasía en las Siete Partidas y otros textos medievales españoles

Bodo Müller

Aspectos del léxico medieval desde la perspectiva del Diccionario del español medieval (DEM)

Eva-Maria Güida

Indio e indiano en el español anterior a 1400

Barbara von Gemmingen

Consideraciones filológicas acerca de un léxico específico medieval: el Arte Cisoria de Enrique de Villena (1423)

Rolf Eberenz

En torno al léxico fundamental del siglo XV: sobre algunos campos verbales

Christian Schmitt

La importancia de las gramáticas latinas para la historia del léxico español: la Ars grammatica de Andreas Guterrius Cesarianus (1485)

Bernhard Helzle-Drehwald

El gitanismo en el argot español

Yvonne Stork

La historia del léxico hispánico y la noción de economía

Horst Geckeler (†)

Convergencias europeas en el léxico español

André Thibault y Martin-Dietrich Gleßgen

Primera aproximación al tratamiento lexicográfico de los galicismos del español

Andreas Wesch

La expresión de la noción ‘devenir’ en español

Pedro Vega

Descripción léxica del término coste de producción

Volker Noll

El origen de esp. criollo, port. crioulo

Waltraud Weidenbusch

Denominaciones en el reino natural en crónicas del siglo XVI

Jens Lüdtke

Las perspectivas etnolingüísticas en el léxico novohispano del siglo XVI

Luis Fernando Lara

Culturas nacionales y léxico contemporáneo del español

Bibliografía de diccionarios, córpora y manuales

PRÓLOGO

La presencia del homenajeado en esta obra puede sorprender, pero esto no es nuestra intención ni muchísimo menos. Los editores de esta sección de las Jornadas de la Asociación Alemana de Hispanistas, organizadas por los hispanistas de la Universidad de Leipzig y celebradas del 6 al 11 de marzo de 2001, han querido hacer, desde mucho tiempo atrás, una obra en común con la participación del Profesor Bodo Müller, director del Diccionario del español medieval (DEM) que se va publicando desde 1986. El resultado no es un homenaje tradicional, sino una serie de estudios sobre el léxico español al que Bodo Müller se ha dedicado desde hace más de veinte años.

Nuestra sección pretendió reunir planteamientos y resultados de la investigación histórica del léxico español desde las primeras documentaciones del idioma hasta la expansión a América. Cada contribución desarrolla un aspecto distinto de la historia proporcionando una imagen polifacética del objeto de nuestros estudios.

No debe sorprender que tantos de los colaboradores de este volumen se dediquen con particular ahínco al análisis de nuevas fuentes documentales. Todavía distamos mucho de haber aprovechado todas las fuentes idóneas del español de España, sin mencionar lo poco que sabemos de la historia del léxico hispanoamericano, a pesar de los numerosos volúmenes de léxicos hispanoamericanos de Peter Boyd-Bowman y la larga serie de estudios dedicados al tema.

La presente obra comienza con una disquisición filológica del primer glosario de la lengua española. Fernando González Ollé avanza en la interpretación del códice emilianense, conservado en la Real Academia de la Historia de Madrid, que procede del Monasterio de San Millán de la Cogolla, designado como Glosario Turza por sus editores. Para poder aprovechar este glosario, es imprescindible someter las entradas a un análisis filológico riguroso en el que González Ollé se muestra muy ingenioso al averiguar las deformaciones de algunas voces. En este sentido comenta incorrecciones ortográficas antes de pasar a las observaciones fonéticas y etimológicas (sobre todo acerca de droga) y sobre los datos léxicos.

A diferencia de trabajos centrados en un aspecto particular, Franz Lebsanft parte de una semántica “lingüística“ y otra “enciclopédica” o semántica “de las cosas” a la vez. La segunda, actualmente más cultivada que la primera, se concibe como semántica cognitiva o como semántica pragmática. En cuanto a la semántica cognitiva (hay quienes prefieren “cognoscitiva”), las palabras estudiadas pertenecen al lenguaje especializado de la filosofía medieval. Es interesante comprobar que la semántica cognitiva tiene afinidades con los lenguajes especializados. Empleando el análisis discursivo (o textual), lingüístico y enciclopédico Lebsanft aboga por un estudio integral del léxico español. Está consciente de que necesariamente el estudio histórico se basa en los textos y en el trabajo filológico.

Bodo Müller ofrece un panorama de posibles estudios basados en el Diccionario del español medieval: un enorme aumento de primeras documentaciones de voces y acepciones, de voces documentadas por primera vez en determinados autores como Gonzalo de Berceo que deberán transformar los estudios lexicológicos del español medieval, tanto en cuanto al enriquecimiento como a las pérdidas. Es particularmente notable la documentación del léxico del siglo XIV. Sin una base fidedigna como ésta es imposible seguir el desarrollo del vocabulario español posterior, se trate del español peninsular o del americano. Cuando el DEM esté publicado, estamos seguros de que va a cambiar en muchos aspectos el estudio histórico del léxico español.

Eva-Maria Güida, colaboradora y redactora del DEM de Bodo Müller, aprovecha los materiales de este diccionario en su análisis de indio e indiano anteriores a 1400. La documentación del DEM permite descubrir la primera atestiguación de indiano e indio en el Libro de Alexandre, contrariamente a lo que se comprueba en los diccionarios hasta ahora. Eva-Maria Güida discute las acepciones y los usos de estos etnónimos en la literatura medieval especializada, muy diferente de la que se encuentra durante la colonia.

Bienvenidos son igualmente los trabajos sobre el tan importante siglo XV que más que el siglo XIV manifiesta cambios tan profundos como para localizar el paso del español antiguo al moderno en este siglo. La comparación de los estudios del léxico medieval con el léxico actual en el mundo hispánico patentiza la carencia de estudios del léxico entre finales del siglo XV y la actualidad. Ni siquiera disponemos de diccionarios del uso de todos los países hispánicos, y hasta cierto punto incluso se desconoce el léxico usual en las regiones de España. En la actualidad, se compara el léxico diferencial de los distintos países hispanoamericanos con el léxico peninsular codificado en el diccionario de la RAE que, por su parte, no es la codificación del léxico usual en España. En cuanto al estudio histórico, se proyectan las diferencias actuales en el pasado, buscando el origen de las diferencias. Por eso, la lexicología histórica no ha adelantado tanto como debería. Hace falta documentar el léxico usual en todo el dominio lingüístico español para justificar el desarrollo desde la implantación de la lengua en tierras americanas hasta la época contemporánea.

Hay textos que sorprenden como fuentes lexicográficas. Uno de éstos es el Arte Cisoria de Enrique de Villena (1423), único en su género, que analiza Barbara von Gemmingen. El tratado se escribe en el contexto del contacto lingüístico entre catalán, aragonés y castellano en la corte catalano-aragonesa y que se manifiesta en préstamos tomados de varias lenguas (latín, catalán, francés), permitiéndole a la autora antedatar muchas voces, estudiar el léxico de los modales cortesanos en la mesa y caracterizar en sus líneas generales el léxico contenido en el Arte Cisoria.

Rolf Eberenz dedica un nutrido estudio al léxico fundamental durante el siglo XV. Según lo que demuestra Bodo Müller (en este volumen), se había perdido el 19.2% del vocabulario en el siglo XIV y el 10.1% en el siglo XV. Por otra parte aumenta la producción de textos en el siglo XV. La transformación es, pues, muy considerable en este siglo. Rolf Eberenz estudia la sustitución de algunos verbos de alta frecuencia y la motivación de esta sustitución, que es la búsqueda de un lenguaje más elaborado como, por ejemplo, abundar, fincar, membrar, catar, departir, fallecer, tañer etc. y sus sustitutos.

Christian Schmitt propone el aprovechamiento de gramáticas latinas para la lexicografía histórica de la lengua española, tomando como ejemplo la gramática de Andreas Guterrius Cesarianus (1485). Resulta que numerosas voces españolas se documentan por primera vez en esta gramática, que las definiciones semánticas difieren en muchos casos de aquellas documentadas en el diccionario etimológico de Corominas/Pascual y que las informaciones sobre el uso o sobre la pragmática completan las indicaciones sociológicas e históricas de los diccionarios españoles del Renacimiento. En suma: se trata de un texto de gran interés para los inicios de la lexicografía del español moderno.

Bernhard Helzle-Drehwald propone un trabajo etimológico sobre los gitanismos y las palabras agitanadas del español peninsular. El autor da un resumen de los resultados de su tesis doctoral, con la intención de presentar el estado de la cuestión sobre este tema. Considerada como variedad, la lengua gitana de España es una variedad residual que por eso mismo ha llamado poco la atención a los lingüistas, mientras que hoy en día este tipo de estudios despierta un vivo interés.

Un aspecto metodológico, el concepto de “economía”, está en el centro de la contribución de Yvonne Stork. La autora considera que no se toma en la debida cuenta el concepto de economía en el estudio de la historia del léxico español, a pesar de que muchos autores hablan de simplificación del léxico en el paso del latín al protorromance y al español medieval. Yvonne Stork ve en la simplificación y la regularidad del léxico español el obrar del principio de economía.

Horst Geckeler estudia el léxico convergente de las lenguas europeas, tomando como muestras las lenguas española, francesa, italiana, inglesa y alemana, considerando los llamados eurolatinismos, eurohelenismos, eurogalicismos, euroanglicismos y euroangloamericanismos que se presentan según el orden cronológico de la mayor influencia. Explica de esta manera la estable convergencia del léxico de las lenguas europeas.

André Thibault y Martin-Dietrich Gleßgen están proyectando una obra de conjunto de los galicismos del español que realizará André Thibault en un diccionario histórico, crítico y filológico, con la participación de Martin-Dietrich Gleßgen en cuanto a los galicismos hispanoamericanos. La contribución da una síntesis de las fuentes para un diccionario de galicismos que son en su mayoría diccionarios de tipo bastante variados. El estudio de los galicismos americanos va a ser difícil, debido a la extensión geográfica del continente americano, la difusión diferente de los galicismos en los varios países y los escasos estudios sobre el tema.

Raras veces se combinan el estudio teórico, sincrónico y diacrónico. Andreas Wesch analiza los verbos de cambio documentados desde el Siglo de Oro hasta la actualidad en una perspectiva designativa que hace posible la comparación y la aplicación didáctica, localizando las expresiones del devenir entre dos polos, la participación activa máxima o agente y ninguna participación activa o paciente, llamadas “expresiones fientivas“ (este último término está derivado del lat. fieri “devenir“). Estas expresiones se construyen mediante un verbo de cópula + adjetivo, sustantivo o pronombre que diferencian a las lenguas iberorrománicas de otras lenguas. El autor compara asimismo el español con el francés y el italiano.

Un aspecto de la terminología económica es el tema de la comparación que da Pedro Vega de coste de producción y el término alemán Herstellungskosten. Los lenguajes especializados están elaborados de manera insuficiente. Pedro Vega pretende dar una contribución a un diccionario del lenguaje económico-mercantil para el que estudia la fijación gradual de un grupo de términos afines, pero bien diferenciados.

Volker Noll supone que el origen de esp. criollo se encuentra en el port. crioulo. La argumentación probabilística de Noll se apoya en criterios fonéticos y semánticos para probar que esp. criollo es un lusismo brasileño.

Jens Lüdtke opina que hasta cierto punto es posible asumir la perspectiva del hablante español que entra en contacto con el Nuevo Mundo. La condición previa es tomar en cuenta el mundo discursivo de los textos que revelan varias perspectivas y comparaciones implícitas con todo lo que conocieron los españoles en las etapas cronológicas de la expansión. De todo esto resulta una variación lingüística que, continuando hasta la actualidad, elimina, sin embargo, los elementos más populares, entre ellos los indigenismos.

Waltraud Weidenbusch trata de la motivación de las denominaciones de animales y plantas en el español colonial, haciendo una selección de las fuentes más adecuadas y estudiando la distribución regional de las voces, su variación diatópica y diastrática. Es consciente del problema de si este vocabulario forma parte de la lengua común o si son vocabularios especializados. Las denominaciones tienen tanto un origen indígena como español, en muchos casos existen dos significantes que se distinguen según diferentes variedades de la misma región.

En un sentido se podría empezar la lectura de esta obra con el artículo de Luis Fernando Lara. En efecto, cuando se habla de la historia del léxico español se presupone el léxico del español como cosa documentada y sabida. Nada más lejos de la verdad. Se deducirá del planteamiento de Lara que el léxico del español se podría enfocar desde muchas perspectivas nacionales, una de ellas sería la del español peninsular. Pero no por eso es conocido el uso actual del español peninsular. Lara aboga por el estudio completo del español en 21 países, sin excluir los diccionarios de regionalismos, pero rechaza la comparación unilateral del español de un país con el español de España.

No pocos ponentes presuponen como conocidos los diccionarios y manuales que citan sólo por sus siglas o mencionando sus autores. Nos ha parecido útil agrupar las indicaciones bibliográficas completas de estos diccionarios, incluyendo a los menos manejados, así como de los manuales y los córpora citados en una lista aparte que cierra esta obra bajo el título: «Bibliografía de diccionarios, córpora y manuales».

Finalmente, agradecemos a Isabel Eisenmann y Christa Heim el haber cuidado esta edición, con la colaboración de Stephanie Bachmann, Maja Fröhlich y Andreas Ogrinz, y al editor de Iberoamericana Klaus Dieter Vervuert su acogida de estos estudios desde las Jornadas de Leipzig en su casa editora.

OBSERVACIONES FILOLÓGICAS AL CÓDICE EMILIANENSE 46 (GLOSARIO TURZA), CON ALGUNAS DE SUS APORTACIONES A LA HISTORIA LINGÜÍSTICA ESPAÑOLA

Fernando González Ollé

Universidad de Navarra

Dem Lexikographen Prof. Dr. Bodo Müller als
Ausdruck meiner Bewunderung und Freundschaft.

1. Colocado el texto de las Glosas Emilianenses y de las Glosas Silenses al frente de un estudio sobre la época inicial de la lengua española, no representaría hoy el mismo alcance efectivo ni el mismo valor simbólico que tenía esta disposición cuando en 1926 Menéndez Pidal reprodujo ambos documentos a la cabeza de la primera edición de su obra Orígenes del español.

Exámenes, de carácter codicológico y paleográfico, con preferencia al análisis lingüístico, que todavía pueden considerarse recientes —la bibliografía crece abundante en torno a esta cuestión—, han retrasado, con amplio asentimiento, la datación de las citadas glosas hasta el siglo XI y aun el parecer de algunos críticos las sitúa a finales de él. Para ocupar el puesto historiográfico de aquéllas no resulta necesario recurrir a documentación de distinta naturaleza, sino de la misma que las glosas, es decir, perteneciente al ámbito lexicográfico, incluso con mayor propiedad formal que ellas.

El puesto que, de modo tradicional, hasta al presente, ha venido atribuyéndoseles, no sólo puede, sino que debe otorgarse, al menos por ahora, a un códice de la Real Academia de la Historia, nº. 46, publicado por primera vez en 1997 por los hermanos García Turza (1997a). El manuscrito, terminado de escribir, según indica su colofón, el 13 de junio del año 964, “se adelanta en más de un siglo a las venerables glosas de la Cogolla y en varios lustros a la nodicia de kesos (980), procedente del monasterio leonés de Rozuela” (García Turza 1998: 955).

A la obvia razón cronológica de prioridad se suman otras dos circunstancias de sensible alcance a favor de la causa apuntada. El códice 46 procede indudablemente, a juzgar por sus características codicológicas y paleográficas, del Monasterio de San Millán de la Cogolla, y la principal pieza en él contenida, un abundante glosario, se utilizó en la tarea de insertar algunos sectores de las Glosas Emilianenses y Silenses. Para Vivancos (1996: 91) sin excluir otras posibilidades, “su dependencia del glosario latino RAH, cód. 46 […], nos inclina más a pensar que se basan en él, romanceando formas latinas previas o copiándolas simplemente cuando resultan meridianas”.

Antes de entrar en una más detenida caracterización del mencionado códice, para pasar luego al estudio de algunas de las muchas novedades que brinda a la historia de la lengua española, me parece oportuno presentar, de manera ahora inevitablemente muy esquemática, la situación o tendencias actuales de la investigación sobre la tipología documental hasta aquí mencionada.

2. Las glosas a los documentos medievales, en general, se entendieron inicialmente, tanto si adoptaban la correspondencia latín-latín o latín-romance, como creación de un copista o de un lector con el fin de facilitar la comprensión de determinadas palabras (en ocasiones, su función sintáctica) a otros lectores sucesivos del mismo texto. Para una más completa ayuda interpretativa, luego se formaron los glosarios. Cada uno de ellos suponía la recopilación, más o menos extensa y homogénea, mejor o peor ordenada, de glosas procedentes de muy diversos manuscritos. Naturalmente, también se fundían o refundían, a su vez, las propias recopilaciones previas. Sin descartar la posible composición original de algunos, por lo general, en este caso, de carácter temático.

Durante bastante tiempo, el estudio de los glosarios se ha manifestado más atento a la procedencia de las glosas constituyentes que a los efectos de su aplicación. El interés hacia ellos se ha incrementado a partir de haberse podido probar con certeza, en casos bien precisos, que también cumplían otra función: los glosarios monolingües latinos habían estado asimismo destinados a procurar la mejora y el enriquecimiento léxico de determinadas obras, es decir, a sustituir palabras usuales por otras tenidas como más correctas, cultas, efectistas, etc. o, simplemente, inusitadas y aun obscuras, que escapaban a los conocimientos estilísticos de los usuarios. Así procedieron algunos escritores, con el propósito de realzar su vocabulario (Díaz y Díaz 1978: 10)1. Claro está que textos afectados por esta tarea de artificial embellecimiento, en principio insospechada o desconocida, han provocado a veces juicios erróneos en cuanto a su caracterización e incluso cronología. De ahí, uno de los motivos del interés actual suscitado por los glosarios, como piedra de toque para descubrir supuestas o posibles manipulaciones causantes de errores en la apreciación actual de un texto.

3. Aquí quiero destacar un aspecto diverso de los glosarios, porque, sin duda, es el primordial para el estudio no sólo del léxico, sino de otros niveles de la lengua española. En términos absolutos, los glosarios constituyen por sí mismos una fuente de primera magnitud para la investigación de los orígenes del español. Me atengo a la autorizada opinión de los hermanos García Turza (1998: 944), quienes proponen como alternativa a las glosas, “los denominados comúnmente glosarios, tipología codicológica de contenido lexical que no recibe en la actualidad la atención que merece, y que ofrece a la investigación un sinfín de aspectos de interés”. Con su publicación reseñada al principio y una constelación de estudios (varios han sido ya citados) en torno a ella han validado su recién copiada declaración y han dejado abierto un amplio campo de investigación, al que me propongo acceder aquí en unos limitados puntos.

4. El glosario contenido en el ms. 46 de la Real Academia de la Historia (que en adelante, por razones de concisión y claridad, designaré como Glosario Turza, abreviado, GlT, ante la anonimia mantenida por sus editores), guarda, según éstos, unos 20.000 artículos con unas 100.000 acepciones, extensión que lo destaca entre los latino-latinos altomedievales. “Es el resultado de la agrupación y posterior alfabetización de varios glosarios”, a la vez que, “sin ningún género de dudas, el modelo” de varios glosarios silenses. Si la corrección formal, sin enmiendas ni añadidos, apunta a que el códice es copia de otro, “por las características grafofonéticas del texto es evidente que gran parte de éste se realizó en algún momento a partir de una recitación, bien desde una lectura al dictado o bien desde una lectura individualizada en voz alta […]. En cualquier caso, la copia presenta innumerables e indudables elementos orales, que reflejan hábitos fonológicos romances, de lectores o de escribas”.

El GlT constituye “un repertorio riquísimo de voces que nos informan sobre todo tipo de temas”. Muchas no figuran en el Corpus Glossariorum Latinorum ni en el Thesaurus Linguae Latinae. La abundancia y naturaleza de los artículos contenidos en el glosario sugiere a sus editores (García Turza 1997b: 173) que la denominación de diccionario enciclopédico resultaría más adecuada. En efecto, si prevalecen los términos del léxico común, propios de la vida cotidiana, también abundan otros específicos de Religión, Mitología, Artes liberales, Derecho, Geografía remota, Culturas antiguas, etc.

A propósito del extenso acervo de conocimientos reflejados en el GlT recuerdan cómo en La Rioja confluyen influencias castellanoleonesas, navarras, mozárabes y, a través de Al-Andalus, orientales, más las aportadas por la corriente multiforme del Camino de Santiago. De su relación con éste constituye una magnífica prueba que, a mediados del siglo x, un obispo aquitano encargase en San Martín de Albelda copia de un tratado compuesto por San Ildefonso de Toledo.

El códice incluye otras piezas de importancia e interés inferiores respecto de la descrita. Entre ellas, un breve fragmento con algunas “expresiones germánicas de origen ‘quizá’ renano o bávaro”; unas cuantas palabras escritas con caracteres griegos; etc.

5. No faltan referencias históricas e indicios arqueológicos para suponer la presencia de un tipo de vida cenobítica o, al menos, eremítica, en San Millán desde la época visigoda, sin haberse visto interrumpida por la conquista árabe. El que no exista noticia de su fundación, a diferencia de lo que ocurre con los monasterios próximos de Albelda y de Nájera, como tampoco de que se hubiese restaurado solemnemente el culto con la reconquista navarra en el año 923, son otros claros argumentos favorables a la antigüedad, remota, y continuación comunitaria de San Millán.

En este mismo sentido apunta su actividad intelectual. El códice emilianense más temprano es del año 933; de 946, la copia de las Etimologías de San Isidoro realizada por Jimeno; y desde los inmediatos años posteriores se incrementa la producción de códices. Según Olarte (2000: 98), del siglo X se conservan, al menos, 36 códices procedentes de San Millán de la Cogolla, dato que le convierte probablemente en el monasterio más activo de España.

Dicha actividad obliga a suponer la existencia, desde tiempo muy atrás (Olarte cree que puede remontarse al siglo VII), de un escritorio, pues éste exigía una notable complejidad de actividades y dependencias anejas, impensables para una comunidad nueva, la cual se hubiera visto obligada a dedicar todos sus esfuerzos al levantamiento material del monasterio y a la ordenación de su entorno natural.

6. Señalé al comienzo la utilización del GlT por las Glosas Emilianenses y Silenses, según la opinión de Vivancos, si bien no ofrece ninguna prueba específica. Sus editores recogen tal parecer, pero señalan la necesidad de nuevas investigaciones sobre ese punto. Por el contrario, muestran (García Turza 1998: 957) de manera cierta que el glosario “fue indudablemente consultado por un lector emilianense del último tercio del siglo X para resolver las dudas que le planteaban numerosas voces del manuscrito RAH núm. 13”. Del mismo modo aseguran que dos glosarios silenses de los siglos XI y XII, copiados en San Millán, proceden del GlT.

La letra de éste es “visigótica redonda o sentada, regular, de trazo muy cuidado y bien apoyada sobre el renglón”2.

7. El GlT es una pieza heterogénea, como podía presumirse por la diversidad de sus fuentes. El recopilador no parece haber hecho nada para evitar esa condición. Antes bien, las numerosas incongruencias y contradicciones que, como se irá viendo, ofrece, bastarían para considerarlo así. Aunque por razones prácticas de su análisis y de la correspondiente exposición de sus resultados suela aparecer aquí tratado unitariamente, siempre habrá que proceder con cautela ante afirmaciones de carácter general, pues los datos para alcanzarlas pueden proceder de cronologías alejadas y de regiones asimismo distantes e independientes.

La técnica lexicográfica del GlT ha merecido un riguroso y pormenorizado examen a cargo de sus editores. Por mi parte, me propongo presentar un breve muestrario de observaciones textuales, que estimo de utilidad práctica para el historiador de la lengua española, pues le revelarán con cuánta cautela ha de proceder en numerosas ocasiones si pretende aprovecharse válidamente de esta fuente.

En efecto, la comprensión de numerosos artículos del glosario no resulta, por varios motivos, fácil ni segura; al menos, de hecho, yo no la he alcanzado siempre. Aunque la situación resulte paradójica, para utilizar el GlT como instrumento filológico, previamente hay que someterlo, como enseguida se comprobará, a una depuración igualmente filológica.

8. Antes referiré que no faltan glosas puramente gramaticales, para indicar el género, el número u otras características flexivas del encabezamiento: Dies secundum artis regulam femenini generis est, 45r24.- Crocum et neutro et masculino genere, 37r51.- Ent silaba futuri est; unt vero presentis, sicut facient, faciunt, 53r29.- Este imperantis modus est temporis presenti pluraliter dictus, 55v3.- Estote similiter de futurum, 55v4.- Greculus diminutivus, 71v28. Etc.

Pero son escasas las que responden a una intención correctiva: Figulus fictor figulina, non figlina, 64r3.- Forceps fabri que corrupte forcipes dicuntur, 65v25. Etc. En esta línea, se produce algún caso expreso de ultracorrección: Sauricem soricem, antiqui sic dicebant, 138r46.

9. Las incorrecciones (orto)gráficas se extienden a lo largo de toda la obra, tanto en las entradas como en las definiciones3. A veces, su presencia descon-cierta, pero la enmienda, la comprensión, alcanza a lograrse, según los casos, por la observación atenta capaz de descubrir el dislate, por el cotejo entre los dos constituyentes de cada artículo, por la comparación de un artículo con otro, etc.

Algunas muestras4: Auruspices qui habes [aues] inspiciunt, 16r45. De modo similar: Salue habe [aue], 37r8 se facilita con: Salue aue, 137r36. En el artículo: Lucar [‘impuesto sobre bosques’] uectigal uel egrotatjo que fiebat in lucis, 95v59, por egrotatjo habrá de entenderse erogatio y suponer un descuido gráfico más que tan torpe confusión léxica de parónimos. Leralis arando mortalis, 93v9, sería incomprensible sin conocer otro artículo: Letalis arundo [‘caña’] mortifera sagitta, 93v9.

La adición, supresión, lectura equivocada de una letra, fusión de palabras, etc., son frecuentes errores de mayor o menor dificultad: Leibitum [libitum] voluptarium, 92v60.- Vadit ayt [it], 159r25.- Torcular laus [lacus] calcaturium, 155v42.- Stultus solidus [stolidus], 147v5. Tanto en el artículo: Singillatim uiritini [uiritim], 143r20, como en: Tiberiana hostia [ostia] coloma [colonia] ad os Tiberis posita, 154v28, y quizá también en: Nimia [probablemente moenia ‘muralla’, pero, a veces, ‘ciudad’] ciuitas, 129r54, los trazos verticales de las letras m, n, i, se han disgregado o se han unido indebidamente, con el resultado de haber originado otras distintas.

Para la definición de: Vabra calida [callida], 159r1, vafer calidus [callidus], 159r38, la enmienda se justifica no sólo por la presencia del sinónimo en la entrada del artículo, sino por la presencia, incluso inmediata, de vafer callidus, 159r36, y de vafer astutus, 159r37.- Prontus [pontus] pelagus, 125v29, es corrección sugerida merced a la glosa, al igual que en: Futura [sutura] sectura, 68v15, de modo similar a como en el caso de: Tus ponten [potens o pollens] magna uel genus pigmenti, 158v27, la enmienda parece exigida por el adjetivo de la definición. La aparente identificación entre: Titubat uacillat, 155v52, y titubat significat, 155r53, artículos consecutivos, según se ve, creo que debe descartarse y leer como titulat el segundo encabezamiento.

El artículo: Stilo ligneo sod exacuto, 146v19, exige para su inteligencia modificar la segmentación de sod exacuto en sodex acuto, y enmendar sodex por sudes ‘palo puntiagudo’ (César, Virgilio). Como también resultaría inexplicable: Insigne ouiles [nobiles], 85v33, si a continuación no figurara: Insignem nouilem, clarum, egregium, mirauile, altum. Carbasus genus ligni [lini] unde uela fiunt, 23r37, se entiende gracias a: Carpasu lini genus, linteum grossum, 23v32.

10. En varios artículos, definido y definición resultan, sorprendentemente, según el común entender, antónimos: Latet patet, 92r36.- Radice ima montis, 129v24. Entre ellos, algunos muestran resaltada la antonimia por la comparación con artículos próximos: Expers alienus ab aliqua rem, ignarus, incognitus, inpatiens, 59r4, seguido de: Expers sciens, euigilans, uel qui est extra pegritiam.

Tras: Mares uiri masculini, 99r2, con exacta y aun hipercaracterizada definición, resulta difícil de admitir la validez de: Mares hic mulieres, 99r4, pese a la indicación deíctica contextualizadora (hic). Sí parece haber sido observada, de modo expreso y bien notorio, la incongruencia en: Rammus rubus, 130r7, ante rammus rubus non est, sed spinarum genus…, 130r9, sabido que, en efecto, rubus significa ‘espino’.

Todos o varios de los casos examinados a lo largo del presente apartado quizá no sean imputables a una radical ignorancia. Cabría suponer que la palabra glosada se haya extraído torpemente de un contexto en el cual y mediante el cual sí se justificaba la definición con que en el glosario figura acompañada.

11. Algunos rasgos semánticos o connotaciones históricas de que participan ambos términos, parecen autorizar interpretaciones como las siguientes: Exilia [Scila] errorum marinos, 57v69. Un caso semejante: Stig [Stigia, la laguna mitológica] uorago, 146v9. Otros, de ámbitos muy distantes de los anteriores y entre sí: Siloa [Siloe, la piscina evangélica] stagnum.- Pinus [Poenus] Anifal [Hannibal], 117r18.

Man quid man, 98v37, y manna quid est hoc, 99r28, no incurren ciertamente en ningún error, pero desconciertan por el hecho de reproducir, tras una insólita entrada, desde el punto de vista de su presumible adscripción latina, el estilo directo de una perícopa de Éxodo, 16, 15: Dixerunt ad invicem: Manhu? Quod significat: Quid est hoc (en los versículos siguientes, man), omitido el verbo dicendi del texto glosado. Para el artículo: Manna sacrificium in Regum, 98v36, parece haberse errado la fuente que cabía esperar, conclusión a la que llego tras haber acertado, según creo, a interpretar Regum como el bíblico Liber Regum, pues en ella no se encuentra la acepción consignada, sino sólo en Baruch, 1, 10: Facite manna et offerte.

Únicamente con la consulta de S. Isidoro, Etym., IX, 2, 19: Labaim, a quo Liby, qui quondam Phuthaei vocabantur, acierto a entender: Labam nunc Libites, quondam Futei, 90v4.

Otras veces, los errores pueden descubrirse con menos esfuerzo, dada su escasa entidad, especialmente en los nombres propios, para los cuales en ocasiones ni siquiera figuran datos identificadores por sí mismos: Infingenia [Iphigenia] soror, 77r18 y 81v35, glosa sólo válida en un texto que mencione al personaje trágico Orestes, con independencia de las posibles causas (etimología popular, posterior resonancia nasal en la segunda sílaba, etc.) que hayan ocasionado la deformación. Temp silua, 153r1, la entrada léxica debe de corresponder Tempe ‘valle de Tesalia’ (Horacio, Virgilio) y, supongo que, por antonomasia, ‘valle deleitoso’. Terra mauorcia Marta [Marti] dicata, 153v41, corrección sugerida y, sin duda, justificada por el adjetivo precedente.

En el artículo: Quousque, 129v5, que incluye una famosa frase de Cicerón, figura Cantilena (esta última palabra, como sustantivo común, tiene entrada propia. Valga recordar que su primera documentación romance se encuentra en un autor riojano, Gonzalo de Berceo, muy vinculado a San Millán) por el nombre del patricio romano Catilina.

12. Podría sorprender, en principio, por estimarse innecesaria, una glosa tal como: Filii nati, liueri, 64r11, y, por el mismo motivo, fratres germani, 66r61. Sin embargo, su finalidad puede ser muy distinta. El primer caso admite ser incluido en el tipo de glosas, antes aludido (§ 2), recopiladas para enriquecer el léxico. El segundo puede corresponder a una región, como gran parte de Iberorromania, en que la palabra clásica acabó siendo sustituida por la utilizada para la glosa.

En Liberi filii, 94r34, era mayor la necesidad de la glosa, a causa de la falta de continuidad histórica experimentada por la palabra inicial. Cito dos testimo-nios más de la sinonimia que cabría denominar glossa ornans: Ostes [hostes] perduelles, 109r40, y pacem placauilitatem, 109v5.

13. El recurso a las fuentes —tarea ingente, que habrá de apurarse—, del cual ya me he valido varias veces, creo que con éxito, permite entender algunas definiciones, en apariencia incongruentes y desconcertantes, o, una vez más, corregir errores. Es el caso, por ejemplo, de: Messis populus siue consumatio seculi, 101r47. La primera equivalencia (populus) está vinculada a Mateo, 9, 36-7: Videns autem turbas […], dicit discipulis suis: Messis quidem multa, desvelada la metáfora messis por populus; la segunda (consumatio), radicalmente diferente, también de Mateo, 13, 39: Messis vero, consummatio saeculi, declarada la parábola de su pasaje. Después, ya queda obvia la interpretación de otro artículo: Messores autem angeli sunt, 101r49, copia literal de la continuación del citado versículo.

Mayor dificultad me supuso: Luteres [utres] in Regnorum, conchae uel cantari aquarii, 97r4, tanto por desconocimiento del lema como por la interpretación gramatical de Regnorum. Sólo al suponer que Regnorum estaba por Regum y referirse entonces el encabezamiento a uno de los Liber Regum bíblicos, comprobé la existencia de utres (1 Reyes [1 Samuel], 25, 18, y 2 Reyes [2 Samuel], 16, 1). Se revelaba así la exactitud de la definición, tras desenmascarar en el significante la prótesis de l- (en la cual cabría descubrir una falsa aglutinación con alguna flexión, evolucionada, de ILLE) y anaptixis de -e-, que lo hacían irreconocible en una inmediata lectura.

Claro que en varios de los testimonios vistos y en otros, no infrecuentes, especialmente entre los que luego examinaré, podrá caber la duda, más o menos razonable, dada la existencia efectiva del significante o del significa-do supuesto erróneo, de que no proceda confirmarlo como tal y sí el reconocimiento de un cambio efectivo.

14. Uno de los casos límite, en su aceptación como error gráfico o como reflejo de la evolución fonética, es lesia paradisum, 93v17. Eliza, elexa, procedentes de ECCLESIA, originan, en composición, numerosos topónimos vascos (Elizalde, Elizondo, etc., y el repetidísimo Elejalde). Más evolucionado, por aféresis de e-, lo atestiguan con seguridad Lizaran y Liçagorria (así en Navarra, 1027, 1280, 1366, etc., hoy Lazagurria. Topónimos con parecido significante se vinculan a liza(r) ‘fresno’). Claro que todavía hay que salvar un obstáculo, la congruencia de la definición5. Para salvarla, bastaría entender ecclesia con el significado metafórico aquí atribuido, que apenas he visto atestiguado6, aunque no estimo arriesgado creer que se le haya atribuido en más de una ocasión. Sobre la interpretación de este artículo se cierne otra dificultad, provocada por el inmediatamente anterior, que se presenta así: Lesiua paradisum, cuya entrada no acierto a identificar.

No ignoro que cabe juzgar temeraria mi propuesta. Con todo, dejo constancia de ella, porque me parece preferible, conocidas las circunstancias textuales del GlT, correr el riesgo de la invalidación (véase el apartado siguiente) antes que exponerse a la ocultación y pérdida de una posible aportación léxica.

15. El uso del GlT amenaza, en ocasiones, con verdaderas trampas. Por ogro (no documentado hasta el Diccionario de Terreros, h. 1750, con la sola acepción de ‘monstruo fabuloso… que devora los muchachos’) se entiende hoy en español un personaje folclórico, más que mítico, de feroz catadura, con cuya mención se asusta a los niños advirtiéndoles de que vendrá para llevárselos a su cueva. De ahí que en la literatura dedicada a ellos (o en la que figuran) es donde con mayor frecuencia se encuentra ogro. Para el DRAE, por vez primera, 1884, ‘gigante que, según las mitologías y consejas de los pueblos del Norte de Europa, se alimentaba de carne humana’ y fig. ‘persona insociable o de mal carácter’. La etimología de ogro resulta muy incierta. Corominas no deja claro su pensamiento acerca de si atribuirle origen francés, ogre (así lo acepta el DRAE), forma en que se inclina a ver “el nombre antiguo de los húngaros, Ogur”, según la propuesta de Meyer-Lübke (REW), no obstante que tampoco en francés se haya encontrado una solución satisfactoria. Pero la preferencia de los principales diccionarios respecto a ogre (documentado desde fines del siglo XIII, de uso —cabe estimar— más frecuente que en español, coincidentes en sus acepciones) va hacia el latín HORCUS (esp. huerco ‘infierno o personaje mítico que lo representa’), rechazado por Corominas. En el hipotético estadio *orc habría sufrido la influencia de bougre ‘bribón’. Faltan términos correspondientes en otras lenguas románicas.

Conocida, someramente, la historia de esta palabra, opino que merece la pena cualquier intento etimológico con una mínima garantía de verosimilitud.

El GlT parece ofrecer esa oportunidad merced a su artículo: Aucrus cupidus uel qui suas res non utitur, 15r2. Aunque estos significados se presentan distantes de los propios de ogro, no estimo que el hecho implique una grave dificultad, vista la permanente condición peyorativa de la palabra, que se aplica siempre a un ser de naturaleza odiosa. Un estudio folclórico —ahora no tiene cabida— del personaje, quizá aclararía cómo se fueron perfilando sus notas peculiares (desconozco por qué, desde su admisión, el DRAE lo sitúa en el Norte europeo). En cuanto a la sonorización de -c- precedida de wau, véase lo que digo más adelante a propósito de DRAUCA > droga.

Aunque no resulte evidente la propuesta etimológica, en el estado de la cuestión podría admitirse, al menos, como una hipótesis. Sin embargo, el examen filológico del texto que le sirve de base, irremisiblemente echa por tierra la suposición. En un glosario leidense (Goetz IV, 1889–1923: 311), siglos VIII-IX, figura esta anotación: Auarus cupidus, qui suas res non utitur, que muestra la perfecta correspondencia entre el encabezamiento y la glosa, la cual, a su vez, se vincula a la del GlT. En éste se lee exactamente aucrus, según me indican los editores. Pero no cabe dudar de que el copista cometió el error de interpretar la segunda a de la palabra por c.

16. Con la precedente ejemplificación he querido mostrar, según anticipé, que el GlT es un texto heterogéneo, lleno de dificultades, no siempre, al menos para mí, resueltas. Pero, sobre todo, compuesto con materiales inseguros, debido a los abundantes errores que encierran significantes y significados, tanto en las entradas como en las definiciones.

Algunas observaciones más. Las palabras definidas no constituyen, por lo general verdaderos lemas, pues no se presentan ajustadas a ningún tipo de convención lexicográfica. Las definiciones suelen adoptar la categoría morfológica de la entrada, cuando, como es frecuente, consisten en una enumeración de sinónimos. He aquí unas muestras: abacta inuoluta; abarcet peribet; abdicat derogat, detrait; abdicare repellere, refutare; abdita abscondita; abditum absconditum; abdixi destiti; abe gaude; abstemios sobrios; abrogandas euertendas; accierat conuocaberat; acciti uocati; adflictis rebus perditis; adunco acuto; aedibus domibus; etc.

No pocas veces se indica, si no es latina (raras las indicaciones del tipo: in latinum), la procedencia de una palabra comentada: grecum nomen, greco sermone, ebreo, tusca lingua, syriaco sermone, lingua gallica, etc., como asimismo su connotación adstrática: vulgo, vulgi dicunt, rustice, rustici uocant, etc. Menos frecuentes, tampoco faltan indicaciones históricas: veteres nominarunt, antiqui sic dicebant, etc.

17. En cuanto a la adscripción idiomática del GlT, también impera la variedad. Los editores perciben en ella latín deformado, latín medieval hispano, protorromance hispánico, romance latinizado, romance. El latín, imperfectamente dominado, se impregna “de elementos propios de la lengua oral […] en armonía total o casi total con el sistema fónico del romance hablado. O quizá algunas veces a la inversa, las soluciones ya abiertamente romances presentan un pertinaz revestimiento latinizante” (García Turza 1997a: 156).

El anterior aserto queda justificado de modo rotundo mediante un amplio elenco, sin pretensiones exhaustivas, de los diversos fenómenos observados. Extraigo de él unas mínimas muestras:

Inflexión por yod: mantilia/mantelia, purgaturium/purgatorium, scurpionis/ scorpionis.

Monoptongación: lotus/lautus.

Vocalización: syntauma/syntagma

Sonorización de consonantes sordas iniciales: bannum/pannum, gansat/cansat, uasciculum/fasciculum.

Sonorización de consonantes sordas iniciales ante líquida: grangentes/cragentes.

Sonorización de consonantes sordas intervocálicas: rauere/rapere, barridus/ barritus, belligosa/bellicosa, elebans/elephans.

Sonorización de consonantes sordas tras sonante: carbassim/carpasim, lacerdus/lacertum, mandica/mantica, nauargus/nauarcus.

Pérdida de consonantes sonoras intervocálicas: trepiat/trepidat, crealis/ credalis, nuaturius/nugatorius.

Prescindo de ejemplificar las ultracorrecciones (“cambios inversos”, dicen, con mayor prudencia, los editores) de los fenómenos expuestos, que con ellas quedan confirmados, como igualmente los cambios esporádicos (metátesis, asimilación, etc.) y las contaminaciones léxicas. Los autores documentan asimismo numerosas construcciones latinas romanceadas y destacan, con excelente tino, una serie de palabras que estiman, en diverso grado, de especial interés léxico.

Tras estos datos e informaciones, entro a examinar algunas aportaciones que desde el glosario pueden hacerse a la historia de la lengua española.

18. En el artículo: Zizania lolium, id est, drauca siue mala terra [probable enmienda: herua], destaco drauca, palabra que no he logrado documentar en otros textos de procedencia española (con esto no quiero decir que el recién copiado lo sea). Le atribuyo importancia, porque, en principio, podría resultar válida como étimo de droga7 (se atestigua en español sólo a fines del siglo XV). En el caso presente, la correspondencia de significados se establece con máxima facilidad, si bien se ha producido una amplificación del inicial a toda una especie de plantas, a productos con ellas elaborados, etc., y, ya en época reciente, se ha restringido en la lengua común a las sustancias con efectos narcóticos, alucinógenos, etc.

La etimología de droga se presenta muy complicada, no precisamente por falta de documentación ni de estudios, sino, al contrario, por la presencia de multitud de palabras pertenecientes con seguridad a la misma familia léxica, más otras que pudieran relacionarse con ella, dispersas por lenguas románicas, germánicas y varias del ámbito perimediterráneo. Buena muestra del estado de la investigación son las 5 apretadas columnas que Corominas le dedica en su diccionario (mantenido en la 2a ed., 1980, el mismo texto de la 1a, 1954; con práctico abandono de cualquier solución, como luego precisaré, en su diccionario catalán, 1982), para sólo concluir que “parece proceder del norte, probablemente de Francia; el origen último es incierto”.

A su presencia en catalán, francés e italiano (siempre con -o- y con -g-), a lo largo del siglo XV, se anticipa el inglés drogges (hoy, drug), 1327, en un texto latino al que se atribuye origen francés. Baist sugirió con oportunos datos, que en ambas lenguas puede proceder del holandés y del bajo alemán. Pero él mismo, a la vista de la historia comercial (el tráfico de drogas fue principalmente mediterráneo), propuso derivar el italiano droga del bajo latín DROGIA, término farmacéutico, procedente del griego. La falta de documentación para varias fases de la hipótesis de Baist, tan acorde con los hechos históricos, motivó que ya Wartburg la descartara. Como también descarta Corominas el origen iránico, a partir de DAROG, DARU ‘hierba (medicinal)’, ‘medicina’, por no encontrarse su huella en turco, árabe ni griego, los presumibles intermediarios hacia occidente. Corominas rechaza asimismo algunas propuestas formuladas desde el árabe, por dificultades fonéticas y semánticas.

Ante esta situación sin salida, elabora, con declarada cautela, una propuesta innovadora. A la vista, en muy diferentes lenguas, de evoluciones semánticas tales como ‘mala calidad’, ‘embuste’, ‘trampa’, ‘deuda’, ‘bribón’, ‘engañar’, etc., en palabras de esta familia o aparentemente relacionadas con ella, Corominas invierte la dirección en que solían explicarse, es decir, desde ‘gusto desagradable de las drogas’. El origen estaría en el significado ‘malo’, que en todas las lenguas célticas se expresa a partir de la base DRUKO-, con formas tales como droug, drouk, drog, etc.: “del bretón o del galés se habría propagado por Francia e Inglaterra, tomando el sentido de ‘droga’ en los puertos occidentales de estos países, centro mundial del tráfico de drogas”. Corominas reconoce la falta de documentación para su propuesta, pero olvida, además una previa afirmación suya, que parece contradecir la recién expuesta: el tráfico de drogas “se practicaba sobre todo y casi únicamente por el Mediterráneo y no por el Báltico o el Mar del Norte”.

En su diccionario etimológico catalán, Corominas declara su radical escepticismo ante cualquier explicación etimológica de esta palabra8XX