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Escribanías
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110-B: 1671-1672, José de Andrade
111-B:1672, Fernando Aguado de Páramo
112 B: 1672-1676, Andrés de Landaeta
113 B: 1673, Fernando Aguado de Páramo
114 B: 1673, Andrés de Landaeta
115 B: 1674, Juan Rangel de Mendoza
116 B: 1674, Fernando Aguado de Páramo
117 B: 1675, íd.
118 B: 1675, Juan Rangel de Mendoz
119 B: 1675, íd.
120 B: 1675, íd.
121 B: 1676, íd.
122 B: 1676, Francisco Araujo de Figueroa
123 B: 1677, Bernabé de Meza
124 B: 1677, Juan Rangel de Mendoza
125 B: 1677, Francisco Araujo de Figueroa
129B: 1677-1680, Andrés de Landaeta
126B: 1678, Juan Rangel de Mendoza
127B: 1678, Francisco Araujo de Figueroa
128B: 1678, Bernabé de Meza
130 B: 1678, íd.
131 B: 1679, Juan Rangel de Mendoza
132 B: 1679, Francisco Araujo de Figueroa
133 B: 1680, Juan Rangel de Mendoza
134 B: 1680-1682, Francisco Araujo de Figueroa
135 B: 1681, Juan Rangel de Mendoza
136 B: 1681-1689, Francisco Araujo de Figueroa
137 B: 1682, Juan Rangel de Mendoza
138 B: 1683, Vicente Ferrer
139 B: 1683, Juan Rangel de Mendoza
140 B: 1684, Vicente Ferrer
141 B: 1684, Francisco Araujo de Figueroa
142 B: 1684, Juan Rangel de Mendoza
143 B: 1684, Vicente Ferrer
Colonia, Diversos
T. 1
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T. 2
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Colonia, Real Hacienda, Libros de cargo y data, Caracas
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Archivo de la Academia de la Historia, Caracas
Secciones: Civiles, Criminales, Judiciales
Archivo Arquidiocesano de Caracas
Sección: Judiciales
Legajo 13 j: 1682-1689
Leg. 14 j: 1689-1690
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Imagen capturada por el autor en internet.
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El hipotexto que constituirá el eje de esta parte de nuestro estudio, o sea, la referencia de fray Pedro Aguado a la rebelión del negro Miguel, se inspiró posiblemente en las informaciones recogidas por su correligionario fray Antonio Medrano, sin que lo sepamos de un modo taxativo. Pero no se puede descartar que el franciscano, o sus émulos, tuvieran conocimiento de las relaciones escritas por varios motivos a las autoridades locales o metropolitanas por los responsables de la represión del movimiento contestatario. Quedan pocas huellas de los sucesos en la documentación depositada en los archivos y en particular en el Archivo de la Nación de Madrid o en el Archivo General de Indias, de Sevilla, como señala Guillermo Morón en el estudio preliminar a su edición de la Recopilación Historial de Venezuela, remitiendo en particular a los apuntes sacados de este depositario por el hermano Nectario María.
El primer documento pertenece al Archivo Histórico Nacional de Madrid. Se trata de una muy corta relación, anónima y sin fecha, escrita en 1555 o 1556 al parecer de su editor Antonio Arellano Moreno. El texto evoca de una manera rapidísima la evolución de Venezuela desde el gobierno de los Belzares hasta la rebelión del negro Miguel. En la región de El Tocuyo –no se precisan las condiciones– se alzaron 250 negros que huyeron a la Nueva Segovia. Eligieron a un rey, siendo su propósito matar a los cristianos y casarse con sus esposas. Vino socorro de El Tocuyo
y aquel día que llegaron los cristianos luego en la noche dieron en el pueblo los negros con lanzas y mataron cinco o seis cristianos y un clérigo, y los cristianos mataron mucha cantidad de negros ; y por la mañana vino Diego de Losada con 40 hombres y halló que los negros que se habían escapado aquella noche que estaban en una fiesta, y fue tras ellos con la gente que traía, y con la más gente que tomó del pueblo, y fue donde ellos estaban y los mataron a todos salvo a las negras1.
Como se ve, no se demoró el autor en las circunstancias del acontecimiento que, sin embargo, ocupa una parte no desdeñable del texto. Le impresionaría el suceso resumido con gran fidelidad, como veremos luego. Lo único que no se encuentra en los textos posteriores es la referencia a la fiesta, manifestación de la alegría de los fugitivos inconscientes de lo que les estaba esperando.
Otro documento, mucho más detallado, corresponde a un informe presentado a la Corona por la ciudad de la Nueva Segovia (o más bien “Segovia” en el texto) a petición de su procurador general Cristóbal Gómez, redactado en 26 de noviembre de 1561, siendo Diego de Montes teniente de gobernador de la ciudad y el licenciado Pablo Collado gobernador de Venezuela. Se titula “Información de la ciudad de Segovia” y pertenece al legajo 221 de la sección de Santo Domingo del Archivo General de Indias2. Su finalidad es exponer la pésima situación de la ciudad, situada al noreste de la cordillera de Mérida. Remonta el informe hasta su fundación en la orilla del río Buría3 por Juan de Villegas, teniente de gobernador de Venezuela, quien salió de El Tocuyo, sito entre la cordillera y el pueblo fundado más tarde. Le acompañaron “muchos hombres honrados de los más antiguos de la gobernación” que descubrieron las minas de oro cuya explotación se enfrentó con la hostilidad de los naturales “belicosos” de la comarca. Desde el principio hasta la fecha fue necesario asegurar la protección del real contra sus expediciones que mataron a varios españoles y a muchos trabajadores, indios sometidos o esclavos negros. Lo malsano de la tierra obligó a los vecinos, después de la muerte de buen número de ellos y de sus servidores indígenas, a elegir otro sitio para edificar un nuevo asiento, nombrado Barquisimeto4, lo cual acarreó grandes pérdidas. Los testigos, escogidos entre los primeros pobladores, confirmaron el delicado estado en que se encontraba la ciudad. Según Diego de Escorcha, quien participó de la fundación del primer pueblo y del descubrimiento de las minas, con la mudanza “perdieron los vecinos todo lo que tenían edificado”. Este y otros, como Juan de la Torre, Diego de Herrera o Juan de Zamora, formaron parte de la compañía que intentaba pacificar la comarca y proteger el asiento de minas. Asegura el segundo que “a la continua es menester gente de guarda a cuya causa los vecinos pasan mucho trabajo y costas”. Corrobora sus dichos el tercero afirmando que “es menester sienpre que aya gente de guarniçion en las dichas minas a costa de los dichos vecinos”. La existencia de los esclavos negros padecería de tales condiciones: no sólo las exigencias de sus amos se harían más apremiantes y las condiciones de vida serían muy difíciles de aguantar, para cubrir los gastos, sino que incluso corrían el riesgo de perder la vida en manos de los indios indómitos para satisfacer la sed de lucro de los vecinos.
Los mismos testigos suministran en el informe unos datos en cuanto a la rebelión de los negros, suscitada en parte, a nuestro parecer, por las circunstancias arriba evocadas. Según el método clásico en semejante documento, las preguntas hechas a los testigos exponen la situación que habían de confirmar o no.
El alzamiento de los negros, que alcanzaban el número de ochenta, se produjo cuando todavía no se había acabado el pueblo5. Su propósito, según el informe, era “matar y destruyr todos los vecinos de la gobernación”. O sea, que, de tener éxito su empresa, los esclavos habrían intentado generalizar el alzamiento6. Con este propósito eligieron a un rey a quien se sometieron. Al llegar a las minas, procedentes del real, hirieron a un español (“un cristiano”) y mataron a un negro que intentó avisar a los amos. No se tuvo noticia de otro español, a quien también habrían matado. Frente a la agresión no les quedó otra solución que la huida al pueblo a los pocos españoles que permanecían en el asiento.
Unos diez días después de estos primeros hechos –el lapso de tiempo hace patente la indecisión de los vecinos o su incapacidad de reaccionar–, los rebeldes asaltaron la ciudad de noche, quemando algunos bohíos, edificios cubiertos de paja. Durante la pelea hirieron al centinela y a un clérigo y mataron a un vecino. Los españoles consiguieron ahuyentar a los insurrectos, matando o prendiendo a siete u ocho de ellos. Los negros tuvieron el tiempo de hacerse fuertes en los montes7 antes de que, unos ocho o diez días después, una expedición les desbaratase luego de acabar con su rey.
Al levantarse los negros, Gerónimo Alama se hallaba en el real de las minas. Le hirieron los esclavos y, durante el ataque del pueblo, recibió otra herida en su defensa. Diego de Escorcha estuvo presente en la expedición de represión: “…se halló en matar al negro rrey”, aunque no se demora en evocar su actuación. También participó de ella Juan de la Torre, quien insistió en las pérdidas de los españoles: “sabe que los vecinos desta çibdad perdieron harto en aquel alçamiento en negros que les mataron y otras cosas de sus haciendas”. Diego de Herrera se contentó con decir que se halló “en desbaratarlos”.
Al fin y al cabo, el informe, siendo su propósito más amplio, se limitó a generalidades. Pasemos ahora a otro documento, algo más prolijo por necesitar su autor valorizar sus servicios para solicitar algún premio de la Corona. Se trata de la “Relación de servicios del capitán Diego Hernández de Serpa”8. El extracto que nos interesa viene a continuación en el cuadro comparativo.
Informa primero sobre la identidad y los hechos del capitán Diego Fernández de Serpa. Partió de España en 1524 para el Nuevo Mundo. Al escribir su probanza, ya llevaba cuarenta años en las Indias. Se quedó siete años en las islas de Santo Domingo y de Margarita. En la de Cubagua prestó su ayuda contra los piratas franceses y los indios caribes antes de seguir al gobernador Diego de Ordaz en el descubrimiento del río Marañón y del río Via Pari. En el Nuevo Reino de Granada, se dirigió hacia Venezuela, donde participó de los sucesos evocados en estas líneas. Luego, en 1568, ajustó capitulación con el rey Felipe II para la conquista y la población de las provincias de Guyana y Caura, futura gobernación de Nueva Andalucía. Obtuvo el puesto de gobernador y de capitán general por tres vidas con un salario de cuatro mil ducados anuales procedentes de los frutos de la tierra. Se le concedió también el título de adelantado y pasaría a ser alguacil mayor con motivo de la creación de la primera Real Audiencia. Gozaría del privilegio de reservarse para él y sus descendientes 30 leguas cuadradas con los indios que la poblaran9. Las instrucciones impartidas en 15 de mayo de 1568 le dieron el permiso de llevar en cuatro navíos a 400 hombres de guerra y 100 labradores. Unos días más tarde, o sea, el 27 de mayo, obtuvo licencia para llevar a la provincia de Nueva Andalucía a 500 esclavos negros10. Y de esclavos, algo sabía como veremos ahora, volviendo a la probanza.
Encontrándose con su gente en el puerto de Maracapana, en la costa de Venezuela, decidió dirigirse hacia El Tocuyo, fundado por Juan de Villegas y distante 200 leguas. Acompañado por 70 hombres, emprendió el camino con los caballos y las armas necesarias, llevando también mucho ganado. Los hombres sufrieron no pocos trabajos y se perdió gran cantidad de caballos y yeguas. Llegado a destino, contribuyó a la “pacificación” de la tierra, reduciendo a obediencia a los naturales, por la cual gastó gran cantidad de oro y de ganado. Hecho esto, emprendió de nuevo el camino con su gente para fundar otra ciudad. Así se descubrieron las “muy ricas minas de oro” que llamaron de San Pedro, lo cual justificó la creación de la Nueva Segovia. La Relación pasa por alto la mudanza a Barquisimeto, llegando muy pronto al levantamiento de los esclavos de las minas de San Pedro.
De creerle, Diego Fernández no dejaba de animar a sus hombres a instalarse en el nuevo pueblo, dada la riqueza de las minas, situadas a siete leguas de la ciudad, donde trabajaban 200 esclavos negros11. Vivían en un real con tan sólo unos 15 o 20 españoles, entre los cuales se encontraba el capitán Fernández.
Un lunes, al dirigirse a las minas, 150 de ellos volvieron al real para agredirlo. Enterándose de su rebelión –no se sabe de qué manera–, y de la elección por los insurrectos del negro Miguel como capitán, Fernández decidió poner manos a la obra. Reunió a los pocos españoles y al clérigo del real, les repartió las armas que halló, y después de mandar avisos a la ciudad, se dirigió hacia los rebeldes. Éstos recibieron a los españoles con tan “gran ímpetu” que se dieron a la fuga. Rodeado por cuatro criados, Fernández se defendió con ánimo. Herido, uno de sus compañeros cayó en sus brazos donde los negros le acabaron con una lanzada. El relato, evocando las proezas del capitán, adopta un tono épico digno de las novelas de caballería:
y estando con ese coraje el dicho diego hernandez peleando como valeroso capitan y esforçado y fatigado de los golpes que avia reçibido despues de auer durado el conbate la mayor parte del dia y no pudiendo los dichos negros sujuzgar ni matar al dicho diego hernandez y visto que les hazia gran daño se le rretiraron…
No renunciaron por ello a su propósito, y prendieron fuego al real después de saquearlo. Habrían matado a algunos españoles y a los indios que se habían quedado en él, de no llegar Fernández a tiempo. Consiguió salvarles la vida y llevarles a la ciudad.
Pocos días después, de noche, los insurrectos atacaron Nueva Segovia, donde entraron hasta la plaza, quemando casas, con la ayuda de “un escuadron de indios naturales”12. Otra vez la Relación hace hincapié en el comportamiento heroico del capitán, que contribuyó no poco a la derrota de los esclavos, los cuales se vieron obligados a huir. Fernández prendió a muchos de ellos y persiguió a los otros por media legua hasta desbaratarlos. Los indios de la comarca acabaron a los que consiguieron escapar.
El énfasis de la evocación pasa por alto muchas de las circunstancias expuestas por las crónicas contempladas a continuación, haciendo caso omiso, por ejemplo, de la intervención de los tocuyanos y del capitán Losada, del ataque del palenque de los rebeldes y de la muerte del rey Miguel:
…en lo qual el dicho hernandez liberto a aquella gouernaçion que la tirania destos negros y anaconas [los indios sometidos] no la destruyesen y asolasen y siruio en ello y en lo demas que esta dicho a su magestad con su persona y hazienda sin que fasta agora aya sido galardonado.
Además de la Relación, se encuentra en el AGI la probanza de Diego Fernández13, que no examinaremos detalladamente por ser muy parecidas las preguntas hechas a los testigos al texto de la Relación. Nos contentaremos con citar las preguntas VI, VII y VIII:
VI-Yten si saben que labrandose las dichas minas de san pedro con mas de dozientos negros esclauos sucedio que los dichos esclauos se rrebelaron sobre los mineros y soldados y jente del dicho capitan diego hernandez que a la sazon se hallo en las dichas minas el qual con los pocos mineros y jente que alli tenia peleo con los dichos esclavos que avian quemado el rreal de las minas donde auia mas de quarenta casas.
VII-Yten si saben que sino fuera por el dicho capitan diego hernandez que rresistio la furia de los negros con quatro criados suyos no dexaran los negros hombre de las minas biuo porque estando en el conbate huyeron todos y el dicho capitan los rrecoj(i)o a todos y los truxo a la cibdad.
VIII-Yten si saben que despues de lo suso dicho los dichos esclauos vinieron sobre la dicha cibdad de segouia a media noche y truxeron consigo vn esquadron de indios naturales los quales entraron echando fuego a la cibdad y ganaron la plaça y la iglesia y mataron al vicario della el qual se llamaua toribio rruiz y a otro vezino de la dicha cibdad que se dezia christoval lopez y el dicho capitan acudio contra ellos en fauor de la cibdad y con la jente della y los desbarato y prendio muchos dellos y siguio el alcance de los que huyeron en lo qual el dicho capitan fue en mucha parte y todo para fauorecer a la dicha cibdad y vecinos della.
Presentan sin embargo las preguntas algunas referencias que no aparecen en la Relación. Así, nos enteramos de que el real de minas constaba de 40 casas y durante el enfrentamiento en la Nueva Segovia mataron los esclavos al vicario Toribio Ruiz y a Cristóbal López. Uno de los testigos suministró una información que no carece de interés para nuestro propósito: “…y por caudillo dellos se levanto vn negro biafara que se nombraua e nombro el rrei miguel…”. De modo que, si tenemos en cuenta el calificativo “biafara”, sería oriundo Miguel de una tribu de los ríos de Guinea, más precisamente de la Guinea Bissau actual. Otro aludió al hecho de que los indios alistados en la tropa de Miguel se tiñeron la cara: “…entonces vido este testigo que vinieron con los dichos negros muchos naturales indios de la comarca embixados con las caras negras como los negros…”. Los cronistas posteriores no se olvidarían de este detalle.
Al fin y al cabo, la documentación archivística más antigua disponible o no se demora en el asunto, pese a su gravedad, o lo utiliza, entre otras referencias, para valorizar la actitud de los jefes de la represión o la situación posterior de Barquisimeto.
En lo que concierne a la biografía del poeta Pedro de la Cadena, remitimos al estudio preliminar redactado por el historiador Pablo Ojer para la edición que hizo con Efraín Subero del poema épico14. Conoció el autor a Diego Fernández de la Serpa en la ciudad minera de Nueva Zamora, en el Ecuador actual, donde fungía como tesorero de la Real Hacienda. El capitán le escogió en 1564 como testigo para su relación de servicios. Se valió el tesorero de las informaciones recogidas así como, de un modo lógico, de las que obtendría oralmente para escribir Los actos y hazañas valerosas del capitán Diego Hernández de Serpa15. La obra, que no se distingue por su gran valor poético, se refiere a los hechos del capitán desde 1528 en Cubagua hasta la muerte del tirano Lope de Aguirre en 1561. Consagra dos actos, el XV y el XVI, a la rebelión de los esclavos de las minas de Buría.
La inspiración poética no alejó al autor de los datos suministrados por la Relación de servicios presentada por Diego Fernández. Los adoptó fielmente, tomando prestadas incluso gran número de expresiones, como lo demuestra el cuadro comparativo que viene más abajo. Tan sólo se notarán algunas exageraciones acerca del comportamiento de los españoles dirigidos por Diego Fernández:
Mas como el capitán Diego Hernández
allase ante sus ojos el estrago,
él con algunos de esta ciudad propia
dan en los enemigos con tal fuerza,
y trábase el conbate tan sangriento,
que a fuerça de su ánimo e destresa
vinieron a rrendir los enemigos
e achar negros e indios de su pueblo.
En este poema, ni una palabra sobre Miguel, a quien evoca sin embargo la Relación, aunque muy brevemente; o sobre el capitán Losada, que, es verdad, no aparece en la Relación. Al fin y al cabo, en las dos obras, el héroe había de ser Diego Fernández de Serpa, su único inspirador. Obviamente, la obra de Pedro de la Cadena se destaca más por su clara finalidad turiferaria que por su dimensión épica.
En su crónica rimada, Elegías de varones ilustres de Indias (primera parte publicada en 1589)16, Juan de Castellanos, cura de Tunja, pone en escena el combate entre los españoles y el rey Miguel con un enfoque literario.
Antes de ingresar en las órdenes sagradas, Juan de Castellanos había vivido durante una temporada en Santo Domingo y pasado al Nuevo Reino de Granada, donde actuó al lado de los conquistadores cuyas proezas canta en su obra. En su dedicatoria a Felipe II, declaró: “Propuse cantar en versos castellanos la variedad y muchedumbre de cosas acontecidas en las islas y costa del mar del norte destas Indias occidentales, donde yo he gastado lo más y mejor de mi vida…”.
Debió de conocer pues a varios de estos conquistadores de la actual Venezuela, cuyos nombres vienen bajo su pluma, como Diego de Vallejo, Diego de Ortega, Luis de Narváez, Damián de Barrios, Juan de Salamanca, Antillano, Pedro de Miranda, Mosquera y Juan Jiménez. No deja lugar a dudas en cuanto a su motivación, o sea, la de descubrir minas de oro. Lleguemos al momento en que, después de enfrentamientos con los indios, volvieron a su pueblo los vecinos de El Tocuyo17 donde poseían ganados. Buscaron un camino para ir a venderlos en el Nuevo Reino, y con el dinero compraron esclavos negros para sus minas. Damián de Barrios se instaló en 1552 en Las Noaras, cerca del río Buría18, donde encontró bastante oro. Y se abandonó el primer pueblo de la Nueva Segovia para fundar otro en tierra más sana19, o sea, en Barquisimeto.
Sin explayarse en las circunstancias, el poeta pasa a la represión del levantamiento de 150 negros, “gente feroz, bien puesta y arriscada” que se habían refugiado en la sierra donde, en una “áspera quebrada”, “hicieron una fuerte palizada”, o sea, un palenque. Si damos al calificativo “feroz” el sentido de la palabra latina ferox (‘intrépido, impetuoso, atrevido’), la visión suministrada por Castellanos no se diferencia de los tópicos tan trillados como llevados que corrían acerca de los cimarrones. En cuanto a la palizada del palenque, la harían los fugitivos a imitación de lo que solían hacer sus antepasados en África o de lo que practicaban ciertos pueblos de indios de la comarca. La descripción es de las más escuetas, por no relacionarse con el tema épico. El hábitat, dentro de la palizada, se parecería mutatis mutandis al muy rudimentario de Barquisimeto, tal como lo describe la relación de 1579:
…dijeron que las casas son hechas a manera de unos pajares, que se hacen en España en algunas partes, donde se encierra la paja para los ganados. Las paredes de las dichas casas están rodeadas de horconcetes de nueve o diez pies de altura fuera de la tierra, y luego la cercan con cañas atadas con un bexuco que se halla en mucha cantidad en la tierra, y que se cría por los montes. Sobre estos horcones se ponen unas soleras […] Pónense dos horcones en medio de la casa, y allí ponen una viga por cumbrera, y traen unas varas a trecho, de pie y medio la una vara de la otra, y después que (está) toda la casa llena de estas varas, se pone toda ella de cañas (a) cinco dedos unas de otras; y esto va atado con este bejuco que es a manera de atadura, a manera de bimbre, hendida, y después de hecho todo esto, se trae gran cantidad de paja larga y así se cubre que no se moja20.
Los cronistas posteriores no se demoraron más. Fray Pedro Simón habla de “casas fuertes” y José de Oviedo y Baños se refiere a “fuertes palizadas y trincheras”.
Volviendo al texto de Castellanos, los cimarrones sumieron en un gran temor a los pocos y aislados españoles de la comarca, quienes esperaban su acometida. Eligieron como rey a Miguel, “negro valiente”, criollo de San Juan de Puerto Rico, procedencia que conocería quizá el autor por haber vivido en la isla21. Nombraron también a un lugarteniente. Merced a la llegada de gente del Nuevo Reino, con el propósito de comprar ganado, como Pedro Rodríguez, que vino de Salamanca “con gente para guerra nada manca”, se pudo organizar la represión de la rebelión.
Treinta hombres, con Diego de Losada y Diego García de Paredes, se pusieron en busca de los negros fugitivos, por ásperos caminos y despeñaderos. Diego de la Fuente tomó la delantera, valiéndose como guía de un negro hecho preso. Éste le llevó a un río cerca del cual se erguía el palenque, en un ancón de la quebrada, protegido por una palizada por la parte de la tierra y por una tajada por la parte del arroyo. Dos puertas daban acceso a la ciudadela. Vieron los españoles a unas negras que estaban lavando ropa en la playa, pero no pudieron coger a los cimarrones por sorpresa. Los centinelas desde sus atalayas, al sentir su presencia, dieron el grito de alarma: “¡Arma, arma, que los barbudos vienen!”.
Diego García y Pedro Rodríguez encabezaron el ataque. Al ver a Miguel (“que de león es un trasunto”) entre los negros salidos a la defensa, los españoles le gritaron que se rindiese, a lo cual contestó con altivez que tenía “buenas manos / para derramar sangre de cristianos”, valiéndose de los almocafres2223