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Juan Zorrilla de San Martín

Tabaré

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9007-869-3.

ISBN ebook: 978-84-9007-567-8.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 13

La vida 13

La obra 13

Dedicatoria 15

Introducción 19

I 19

II 20

III 21

Libro primero
Canto primero 27

I 27

II 27

III 29

IV 30

V 31

VI 33

VII 34

VIII 35

IX 35

Canto segundo 37

I 37

II 37

III 38

IV 39

V 40

VI 41

VII 42

VIII 43

IX 43

X 45

XI 46

Libro segundo
Canto primero 47

I 47

II 48

III 52

IV 54

V 56

VI 57

VII 59

Canto segundo 63

I 63

II 64

III 64

IV 67

V 69

VI 71

VII 72

VIII 72

IX 73

X 73

XI 75

Canto tercero 77

I 77

II 79

III 80

IV 81

V 86

VI 86

Canto cuarto 89

I 89

II 89

III 90

IV 91

V 91

VI 94

VII 96

VIII 98

Canto quinto 101

I 101

II 103

III 104

IV 106

V 107

Canto sexto 111

I 111

II 112

III 112

IV 116

V 119

VI 120

Libro tercero
Canto primero 123

I 123

II 123

III 127

IV 129

V 132

VI 132

VII 133

Canto segundo 135

I 135

II 136

III 138

IV 138

V 139

VI 140

VII 141

VIII 142

IX 143

X 143

XI 144

XII 145

XIII 147

XIV 147

XV 148

XVI 149

XVII 151

XVIII 155

XIX 155

XX 156

XXI 156

Canto tercero 159

I 159

II 160

III 162

IV 163

V 165

VI 166

VII 167

VIII 168

IX 169

X 170

Canto cuarto 173

I 173

II 174

III 175

IV 176

V 177

VI 179

VII 180

VIII 181

IX 181

X 182

XI 183

XII 184

XIII 186

XIV 187

Canto quinto 193

I 193

II 193

III 195

IV 196

V 198

VI 198

VII 199

VIII 201

Canto sexto 203

I 203

II 204

III 205

IV 205

V 208

VI 209

VII 209

VIII 210

IX 210

X 212

XI 212

XII 213

Índice alfabético de algunas voces indígenas
empleadas en el texto 217

Libros a la carta 231

Brevísima presentación

La vida

Juan Zorrilla de San Martín (Montevideo, 28 de diciembre de 1855-3 de noviembre de 1931). Uruguay.

Nació en Montevideo el 28 de diciembre de 1855. Era hijo del español Juan Manuel Zorrilla de San Martín y de la uruguaya Alejandrina del Pozo y Aragón. Su madre murió cuando el poeta tenía apenas un año y medio de vida.

En 1865 matriculó en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, Argentina. Entre 1867 y 1872 estudió en el Colegio de los Padres Bayoneses, en Montevideo. Entre 1874 y 1877 terminó su licenciatura en Letras y Ciencias Políticas en el Colegio de los Padres Jesuitas de Santiago de Chile. Por entonces colaboró en la La estrella de Chile y publicó Notas de un himno. En Chile fue influido por José Zorrilla, José de Espronceda y sobre todo, Gustavo Adolfo Bécquer.

En 1907 el gobierno uruguayo le encargó la escritura de un ensayo histórico sobre José Gervasio Artigas, para aportar datos a los artistas que se presentasen en un concurso de creación de una escultura de Artigas. Dicho ensayo fue editado en 1910 y se tituló La epopeya de Artigas.

Zorrilla de San Martín se casó con Elvira Blanco Sienra. Tras la muerte de ésta, se casó con su cuñada, Concepción Blanco Sienra.

La obra

Tabaré es un poema épico de Juan Zorrilla de San Martín, publicado en 1888. Es considerado la epopeya nacional del Uruguay, y tiene 4.736 versos divididos en seis cantos. El poema relata el idilio del indio Tabaré y la española Blanca y tiene como fondo la guerra entre castellanos y charrúas en Uruguay a finales del siglo XVI.

La presente edición está basada en la de: Montevideo, Barreiro y Ramos, 1888.

Dedicatoria

A mi esposa Elvira Blanco de Zorrilla.

Te dedico TABARÉ... ¿Y qué he de hacer?

Si fuera a esperar la época en que podré o no producir algo digno de ti, tendría que renunciar a la satisfacción de escribir tu nombre, que me es tan querido, al frente de una de mis obras.

Te lo dedico, pues; a ti, la inspiradora de aquellos mis primeros cantos de amor que aun me parece escuchar a la distancia, como una serenata que acaba de pasar por mi lado, y cuyos acordes lejanos se desvanecen en una queja llena de melancolía.

Viejo ya, aunque sin canas, quizá sin muchos años, siento llegar hasta mí, fundidas en un solo acorde, las últimas notas de aquellos cantos de adolescente y las primeras risas de nuestros hijos. Hay algo de todo eso en la inspiración, que ha dado vida, mas o menos efímera, a este poema: hay, por consiguiente mucho que es tuyo; tu espíritu y el mío palpitan identificados en él.

Sin duda por eso he mirado a Tabaré con predilección; tú lo sabes pues ha sido tu rival durante muchas de esas pocas horas que el trabajo incesante o las preocupaciones de mi agitada vida me han dejado libre, y que hubieran sido tuyas y de nuestros hijos si no me las hubiera reclamado con derecho el pobre indio, soñada personificación de una estirpe muerta que, cuando menos, tiene derecho a nuestra compasión.

¡Cuántas veces, aunque no muy de grado, ahuyentaste de mi mesa de labor, a nuestra querida y bulliciosa caterva para hacer silencio en torno de la cura de mi charrúa!

Quiero devolverte esas horas dedicándote la obra a que ellas fueron consagradas. Lee una que otra vez a nuestros hijos algunas de las estrofas de este pedazo de historia de nuestra patria, de esta su hermosa patria uruguaya, que con tanto tesón les enseñamos a amar después de Dios.

Si ellos llegaron a advertir que esta página íntima está echada en el destierro, recuérdales, pues tú lo sabes, que no debe culparse de ello a la patria, y enseñarles a preferir siempre el sufrimiento, que tú has sobrellevado conmigo, al abandono de su misión moral en la tierra.

No sin algún pesar me separo de Tabaré para darlo al público. Él ha sido mi compañero inseparable y bueno durante estos últimos años de tantas amarguras para mi espíritu y, lo que es peor, de tantas desgracias para nuestro país. Pero va a tus manos, y esto hace menos sensible la despedida.

Que tú quieres también un poco a mi indio, que tú lo mirarás con menos indiferencia de lo que él acaso merece, me lo demuestra el hecho de haber tú sentido una antipatía y una repulsión invencibles, hacia don Gonzalo de Orgaz porque lo hirió de muerte en el bosque. Si a ti se te hubiera dado a elegir el desenlace de mi poema, yo bien sé cuál hubieras elegido.

¡No podía ser!

No: tu idea era imposible. Blanca (tu raza, nuestra raza) ha quedado viva sobre el cadáver del charrúa.

Pero, en cambio, las últimas notas que escucharás en mi poema son los lamentos de la española y la oración del monje; la voz de nuestra raza y el acento de nuestra fe: la caridad cristiana y la misericordia eterna.

El poeta no puede decir mentiras por más dulces que ellas sean.

¿Te ríes?

Pues no te lo digo en broma. El arte es la verdad, la alta verdad inoculada en la ficción como un soplo vivificante y eterno: de ahí que la verdad, lo real en el arte, no esté en la forma, como lo eterno en el hombre no está en el cuerpo.

Y la prueba de ello la tienes en que la alta verdad, la excelsa realidad del pensamiento alma de la creación artística, ha inmortalizado y conducido triunfantes a través de los siglos, obras de formas diversas y hasta radicalmente opuestas, formas que recorren un diapasón tan extenso como el que media (te citaré dos obras que tú conoces) entre La Tempestad, de Shakespeare y el Quijote de Cervantes.

¿El arte contribuye poderosamente a la felicidad y al mejoramiento sociales; sabes por qué?

¿Será porque copia o reproduce lo que existe materialmente, lo que todo el mundo ve y toca, y porque consigue despertar en el hombre las mismas impresiones que las escenas reales despiertan en él?

Todo lo contrario.

El arte contribuye al mejoramiento social, porque por medio de el, el común de las gentes participa de la visión de los hombres excepcionales, y se eleva y ennoblece en la contemplación de aquello cuya existencia no conocería si el poeta no lo dijera: levanta la frente: sube conmigo a las regiones de la belleza: la atmósfera es pura porque acaba de atravesar la tempestad del genio que como las tempestades de la tierra purifica el ambiente.

En una palabra: el arte no es otra cosa que la reproducción sensible de la vida, ideal.

Y la vida única de la inteligencia es la verdad, como la única vida de la voluntad es el bien.

De ahí que la única fuente de belleza artística, sea el pensamiento en que el bien se difunde y la verdad esplende: de ahí que, como antes te decía, el poeta no pudo decir mentiras.

Yo debía, pues, decir la verdad en Tabaré: inocularla en el organismo literario que amasaba con el limo de nuestra tierra virgen y hermosa.

No extrañes que haya elegido una verdad llena de inmensa tristeza: las que más aprietan el corazón son las que más eficazmente lo exprimen, las que lo hacen verter su jugó más íntimo.

El de mi alma va en Tabaré: Por eso te lo ofrezco en una fecha que nos es querida.1

Buenos Aires, 19 de agosto de 1886


1 Después de escrita esta página que respeto hasta en sus incorrecciones, y antes de darla a la prensa, mi esposa ha muerto... He bendecido la voluntad de Dios que me la dio y me la quitó; he ofrecido a Dios, como holocausto propiciatorio, los pedazos de mi corazón que Él destrozó. Con la absoluta evidencia de la fe, solo veo en el dolor el mundo de las divinas misericordias.

Sea.

Introducción

I

Levantaré la losa de una tumba;

E internándome en ella,

Encenderé en el fondo el pensamiento

Que alumbrará la soledad inmensa.

Dadme la lira, y vamos: la de hierro,

La más pesada y negra;

Esa, la de apoyarse en las rodillas,

Y sostenerse con la mano trémula,

Mientras azota el viento temeroso

Que silba en las tormentas,

Y, al golpe del granizo restallando,

Sus acordes difunde en las tinieblas;

La de cantar sentado entre las ruinas

Como el ave agorera;

La que arrojada al fondo del abismo,

Del fondo del abismo nos contesta.

Al desgranarse las potentes notas

De sus heridas cuerdas,

Despertarán los ecos que han dormido

Sueño de siglos en la oscura huesa;

Y formarán la estrofa que revele

Lo que la muerte piensa;

Resurrección de voces extinguidas,

Extraño acorde que en mi mente suena.

II

Vosotros, los que amáis los imposibles,

Los que vivís la vida de la idea;

Los que sabéis de ignotas muchedumbres.

Que los espacios infinitos pueblan,

Y de esos seres que entran en las almas

Y mensajes oscuros les revelan,

Desabrochan las flores en el campo,

Y encienden en el cielo las estrellas;

Los que escucháis quejidos y palabras

En el triste rumor de la hoja seca,

Y algo más que la idea del invierno

Próximo y frío a vuestra mente llega,

Al mirar que los vientos otoñales

Los árboles desnudan, y los dejan

Ateridos, inmóviles, deformes,

Como esqueletos de hermosuras muertas;

Seguidme hasta saber de esas historias

Que el mar y el cielo y el dolor nos cuentan;

Que narran el ombú de nuestras lomas,

El verde canelón de las riberas,

La palma centenaria, el camalote,

El ñandubay, los talas y las ceibas:

La historia de la sangre de un desierto,

La triste historia de una raza muerta.

Y vosotros aun más, bardos amigos,

Trovadores galanos de mi tierra,

Vírgenes de mi patria y de mi raza

Que templáis el, laúd de los poetas;

Seguidme juntos a escuchar las notas

De una elegía que en la patria nuestra

El bosque entona cuando queda solo,

Y todo duerme entre sus ramas quietas;

Crecen laureles, hijos de la noche,

Que esperan liras para asirse a ellas,

Allá en la oscuridad en que aun palpita

El grito del desierto y de la selva.

III

¿Extraña y negra noche? ¿Dónde vamos?

¿Es cielo esto o tierra?

¿Es lo de arriba? ¿Lo de abajo? Es lo hondo,

Sin relación, ni espacio, ni barreras.

Sumersión del espíritu en lo oscuro,

Reino de las quimeras,

En que no sabe el pensamiento humano

Si desciende, o asciende, o se despeña,

El caos de la mente que pujante

La inspiración ordena;

Los elementos vagos y dispersos

Que amasa el genio y en la forma encierra.

Notas, palabras, llantos, alaridos.

Plegarias, anatemas.

Formas que pasan, puntos luminosos,

Gérmenes de imposibles existencias:

Vidas absurdas en eterna busca

De cuerpos que no se encuentran,

Días y noches en estrecho abrazo,

Que espacio y tiempo en que vivir esperan;

Líneas fosforescentes y fugaces,

Y que en los ojos quedan

Como estrofas de un himno bosquejado,

O gérmenes de auroras o de estrellas;

Colores que se enfunden y repelen

En inquietud eterna,

Ansias de luz, primeras vibraciones

Que no hayan ritmo, no dan lumbre, y cesan;

Tipos que hubieran sido y no fueron

Y que aún el ser esperan,

Informes creaciones, que se mueven

Con una vida extraña e incompleta.

Proyectos, modelados por el tiempo,

De razas intermedias;

Principios sutilísimos que oscilan

Entre la forma errante y la materia;

Voces que llaman, que interrogan siempre

Sin encontrar respuesta;

Palabras de un idioma indefinible

Que no han hablado las humanas lenguas;

Acordes que, al brotar, rompen el arpa,

Y en los aires revientan

Estridentes, sin ritmo, como notas

De mil puntos dispersos que se encuentran,

Y se abrazan en vano sin fundirse,

Y hasta esa misma repulsión ingénita

Forma armonía, pero rara, absurda,

Música indescriptible, pero inmensa;

Rumor de silenciosas muchedumbres,

Tumultos que se alejan...

Todo se agita en ronda atropellada,

En esta oscuridad que nos rodea;

Todo asalta en tropel al pensamiento,

Que en su seno penetra

A hacer inteligente lo confuso,

A enfrentar lo que huye y se rebela;

A consagrar el ritmo y el sonido

La dulce unión eterna,

La del color y el alma con la línea

De la palabra virgen con la idea.

Todo brota en tropel, al levantarse

La poderosa piedra,

Como bandada de aves que chirriando

Brota del fondo de profunda cueva;

Nube con vida que, cobrando forma

Variables y quiméricas,

Se contrae, se alarga y se revuelve

Por sí misma empujada en las tinieblas.

Allí cuajó en mí mente, obedeciendo

A una atracción secreta

Y entre risas y llantos, y alaridos,

Se alzó la sombra de la raza muerta;

De aquella raza que pasó desnuda

Y errante por mi tierra,

Como el eco de un ruego no escuchado

Que, camino del cielo, el viento lleva.

Tipo soñado, sobre el haz surgido

De la infinita niebla;

En sueño de una noche sin aurora,

Flor que una tumba alimentó en sus grietas;

Cuando veo tu imagen impalpable

Encarnar nuestra América,

Y fundirse en la estrofa transparente,

Darle su vida, y palpitar en ella;

Cuando creo formar el desposorio

De tu ignorada esencia

Con esa forma virgen, que los genios

Para su amor o su dolor encuentran;

Cuando creo infundirte, con mi vida,

El ser de la epopeya

Y legarte a mi patria y a mi gloria

Grande como mi amor y mi impotencia;

El más hábil contacto de las formas

Desvanece tu huella,

Como el contacto de la luz, se apaga

El brillo sin color de las luciérnagas.

Pero te vi. Flotabas en lo oscuro,

Como un jirón de niebla;

Afluían a ti, buscando vida,

Como a su centro acuden las moléculas.

Líneas, colores, notas de un acorde

Disperso, que frenéticas

Se buscaban en ti; palpitaciones

Que en ti buscaban corazón y arterias;

Miradas que luchaban en tus ojos

Por imprimir su huella,

Y lágrimas y anhelos esperanzas

Que en tu alma reclamaban existencia:

Todo lo de la raza: lo inaudito,

Lo que el tiempo dispersa,

Y no cabe en la forma limitada,

Y hace estallar la estrofa que lo encierra.

Ha quedado en mi espíritu tu sombra,

Como en los ojos quedan

Los puntos negros de contornos ígneos

Que deja en ellos una lumbre intensa...

Ah! no, no pasarán, como la nube

Que el agua inmóvil en su faz refleja;

Como esos sueños de la medianoche

Que en la mañana ya no se recuerdan:

Yo te ofrezco, oh ensueño de mis días!

La vida de mis cantos, que en la tierra

Vivirán más que yo... ¡Palpita y anda,

Forma imposible de la estirpe muerta!