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DE MENTES Y DEMENTES

 

DE MENTES Y DEMENTES

El lado oscuro de la psique

 

 

© Los autores, 2013

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ISBN: 978-

Maquetación: Palabra de apache

Diseño de cubierta: © Eugenia Champalanne-Hello! Communication & Design

Ilustración de cubierta: © José Manuel Martínez Pérez, escultor

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PRESENTACIÓN

Desde que se supo que el cerebro humano era el responsable de ordenar al cuerpo y a sus órganos lo que debían hacer —y no el corazón—, este sofisticado miembro ha sido estudiado con esmero, con verdadero interés y curiosidad. Quizá, al hacerlo, el hombre deseaba encontrar el secreto de la vida; sí, aquello que diferencia a un cuerpo inerte de uno con vida —eso que algunos llaman alma—. O dar con el lugar exacto que desborda el sentimiento de melancolía, de tristeza, de supervivencia, el instinto asesino, la locura… Preguntas sin respuestas nos asaltan: ¿quién es normal y quién es anormal?, ¿por qué las personas padecen problemas mentales?, ¿en qué región del cerebro se alojan?, ¿cómo un placer se convierte en vicio?, ¿cómo podríamos curar una mente enferma?, ¿cómo se propagan los rasgos culturales de una mente a otra, de generación en generación?, ¿por qué la manera en que utilizamos el lenguaje define nuestra concepción del mundo, y cada herramienta lingüística que utilizamos nos otorga una actitud ante la vida?

Todas estas preguntas trataron de resolverse en cada uno de los textos que aquí se presentan, muestra del fisgoneo morboso que a todos nos ataca con respecto a estos temas. Y es que cuanto más revisamos más nos sorprende la complejidad de la mente y lo retorcido que se puede volver un pensamiento o una acción. Los trastornos mentales, por ejemplo, tienen un símil con el horóscopo: existe uno para cada persona sin excepción —ya lo verás en estas páginas, querido lector—, y las parafilias son tan variadas como dispares son las maneras de pensar y de ver el mundo; uno podría sorprenderse con los gustos tan específicos y peculiares que puede llegar a tener el hombre —o como diría Baltasar Gracián: «en cuestión de gustos no hay disputas».

La mente tiene ese lado oscuro, como el de la luna, que nunca vemos, pero existe, está latente, nos intriga, nos atormenta, nos fascina y nos provoca temor. Pero no todo en la balanza de la mente se inclina hacia un punto u otro; entre la «normalidad» y la enfermedad absoluta existen una serie de delicadas etapas, como los grises entre el negro y el blanco. Esta edición, que se prevé que resulte muy esclarecedora en muchos temas, también nos deja una espinita clavada en otros tantos: somos un conjunto de factores biológicos, sociales y de contexto que son tan disímiles entre persona y persona que jamás darán un mismo resultado: las psicopatías, los desórdenes de personalidad…

¿Cuántos de nosotros no sentimos una lucha constante entre el deber ser y lo que el deseo nos impulsa a realizar? Sentimiento que se ve reflejado en la literatura como una visión primaria y rústica, si se desea, de lo que Freud descubriría como esferas de la conciencia. Y qué decir de los sueños: desde tiempos inmemoriales se ha deseado saber interpretarlos, porque antes de que fueran desveladas dichas esferas, las personas creían que los sueños eran ventanas a otra dimensión, al futuro quizá. Hoy sabemos que son parte de lo que nuestro inconsciente necesita liberar, pero algunos son tan vívidos que nos dejan impresionados.

Así, sin más preámbulos, queremos que tú, querido lector, descubras un poco más del lado oscuro de la mente, ese que ya intuías, porque, sin duda, en este mundo hay de mentes a dementes.

LOS EDITORES

 

PRÓLOGO

La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco.

SALVADOR DALÍ

De mentes y dementes me aprisionó desde las primeras páginas. Husmeé cada hoja con curiosidad y morbo preguntándome la razón de tal incitación, buscando el factor común que unía a tan diversos artículos en un todo congruente. A mi mente acudió, casi por asociación libre, un término en alemán: Das Unheimlich.

Este es el título de un libro que el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, publicó en 1919 y que se traduce como «lo ominoso» o «lo siniestro». Freud define lo ominoso como: «aquella variedad de lo terrorífico que remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo», y también como: «aquello que, estando destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz».

El psicoanalista utiliza los cuentos de Ernest Theodor Amadeus Hoffman para hablar del doble como la imagen inquietante por excelencia, lo que es claramente tratado en el capítulo «El otro, el mismo» de este libro. Pero De mentes y dementes se mete en otros senderos que también generan el fenómeno de lo ominoso, esa sensación de «inquietante extrañeza» que nos invade cuando algo con lo que nos hemos identificado inconscientemente y que nos pertenece en lo más íntimo —la locura— aparece ante nuestros ojos y nos perturba por su familiaridad terrorífica.

De entrada, este libro nos invita a penetrar en las grandes perturbaciones de la mente: la diferencia entre los psicóticos y los neuróticos; los diversos trastornos de la personalidad, como el trastorno esquizoide o el narcisista; las perversiones o manías más extrañas, como la amaurofilia —preferencia sexual por los ciegos— u otras conductas fetichistas. Nos divertimos al leer sobre la variedad y singularidad de síndromes, como el síndrome del Emperador, en el que encuentran justificación los padres de niños malcriados, o el síndrome de Cotard, en el que el afectado genuinamente cree estar muerto. Las lecturas nos llevan a entender cómo para llenar el vacío existencial, algunas personas se vuelven adictas al sexo o al Internet, y por qué grandes personajes han terminado con su vida por voluntad propia, como Virginia Woolf o Kurt Cobain. En fin, el texto implica toda una inmersión en el mundo de la locura y, en última instancia, en nuestra locura.

Acto seguido, De mentes y dementes nos permite fisgonear la vida de los personajes más dispares, como son los asesinos en serie, como Jack «el Destripador» o «la Mataviejitas»; o entender cómo es que los hermanos Collyere murieron enterrados en su casa por la basura que ellos mismos acumularon.

En un tercer y último desdoblamiento, el libro nos brinda estupendos escritos que analizan e informan sobre temas tan cautivadores como la interpretación de los sueños. Nos explica que el uso del no, de la ironía y del sarcasmo como formas lingüísticas desvela lo que poseemos de inconsciente.

Se trata de un viaje a los abismos de nuestras almas, de nuestros más íntimos secretos, un viaje que, una vez comenzado, es difícil abandonar. De mentes y dementes es como entrar en una habitación oscura con una vela: vamos alumbrando una esquina solo para percatarnos de todo lo que aún queda en penumbra. La mirada —cautiva, fisgona y voyerista— ha sido invitada a presenciar aquello que vive en lo más profundo de nosotros. Desvelarlo no puede más que generarnos susto, nervios y, en última instancia, una carcajada liberadora, al poder reconocernos en el espejo de la locura.

ALEXIS SCHRECK

 

EL NACIMIENTO DEL PSICOANÁLISIS

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El doctor Josef Breuer (18421925) apareció en casa de la familia Pappenheim un frío día de noviembre de 1880. Por aquel entonces, el doctor Breuer, a sus 38 años, gozaba de una estupenda reputación como científico enViena. Sin embargo, su nombre no hubiera pasado a la historia de la ciencia si no hubiera sido porque esa tarde atendería por primera vez a Anna O.

Bertha Pappenheim (1859-1936) era el verdadero nombre de Anna O.; se trataba de una atractiva y vivaz joven de 21 años que provenía de una acaudalada familia vienesa. Unos meses atrás, su padre había enfermado y Bertha había pasado algún tiempo cuidándolo a los pies de su cama. Poco después, la misma Bertha comenzó a presentar una serie de extraños síntomas, entre los que destacaban: tos nerviosa; parálisis de la pierna, del brazo derecho y, a veces, del lado izquierdo; alteraciones en los movimientos oculares, curiosas deficiencias en la visión; dificultades para sostener la cabeza; sentía asco de los alimentos e incapacidad de beber aunque tuviese una sed martirizadora. Uno de los síntomas más peculiares era su incapacidad para comprender y hablar su lengua materna, pudiendo solo expresarse, curiosamente, en inglés. Incluso cuando leía en voz alta un texto en alemán, su lengua materna, realizaba instantáneamente una traducción casi perfecta sin darse cuenta de lo que hacía, ni aun siendo advertida de ello.

Todo esto, aunado a sus estados de ausencia, su confusión y sus delirios, la hubiera condenado a la hoguera o al exorcismo unos siglos antes, pues francamente Bertha parecía estar poseída.

Por fortuna, a finales del siglo XIX, la histeria representaba ya un fenómeno de máximo interés para los científicos europeos; los doctores Jean-Martin Charcot (1825-1893) y Pierre Janet (18541947) llevaban tiempo investigando los efectos de la hipnosis en pacientes que mostraban una sintomatología similar en Francia. Sin embargo, la tendencia médica pasaba por alto o aislaba a dichas pacientes, pues la atención médica solo contribuía a fomentar y reforzar su padecimiento.

Fue una suerte que Joseph Breuer no incurriera en tal falta con Bertha; a pesar de no saber cómo ayudarle, le brindó toda su simpatía y su interés, tratándola amorosamente.

Así, con el tiempo, fue notando que en los estados de ausencia ella murmuraba palabras que parecían provenir de unos nexos en los que se ocupaba su pensamiento. No obstante, en sus momentos de alerta, Bertha no recordaba dichos nexos, por lo que su médico la hipnotizaba con el fin de inducirla a retomar estas ilaciones de ideas.

De esta manera, paulatinamente y ya sin necesidad de recursos hipnóticos, Bertha incursionó en lo que ella misma bautizó como «cura por el habla».1 Esta novedosa terapia consistía en hacer un seguimiento verbal del síntoma hasta el momento en que se produjo dicha expresión sintomática. El discurso de Bertha, poblado de fantasías y tristísimos y creativos relatos, le funcionaba como «limpieza de chimenea», tal y como ella misma lo definió en tono de broma y cuyo efecto deshollinador tuvo como consecuencia la eliminación de sus síntomas en un período de dos años.

El doctor Breuer contó con detalle todos los aspectos relativos al caso de Bertha a su gran amigo y protegido Sigmund Freud (1856-1939), quien en esos tiempos tenía apenas 24 años y se estrenaba como médico en Viena. Freud, a su vez, tuvo el caso en la cabeza durante 10 años, y llegó a comentarlo con el doctor Charcot durante el período en que se dedicó a estudiar bajo su tutela en París. A él no le interesó mucho el tema y Freud no lo retomó hasta 1892, ya de vuelta en Viena.

Breuer y Freud publicaron conjuntamente Estudios sobre la histeria en 1893, y el primer caso presentado en este escrito fue el de Anna O. Breuer y la descripción del método catártico, lo que la misma Bertha había calificado como «cura por el habla».

Resulta divertido observar que la noción de catarsis, tomada de Aristóteles, acababa de ponerse de moda otra vez en la década de 1880 gracias a una obra dedicada a la teoría aristotélica de la tragedia, cuyo autor, Jacob Bernays (1824-1881), era precisamente el tío de la futura esposa de Sigmund Freud. Utilizando este método, Freud se vio obligado a abandonar los tratamientos hipnóticos, estableciendo en su lugar el procedimiento de la asociación libre, en la que el paciente habla libremente y sin censura de aquello que va surgiendo en su conciencia durante el transcurso de la sesión.

De alguna manera, el doctor Breuer y Bertha fueron descubriendo que la causa de los múltiples síntomas de esta última era el haber cuidado de su padre enfermo, por el que profería un amor exagerado. Por solo citar un ejemplo, Bertha se dio cuenta de que la parálisis y el adormecimiento de su pierna y de su brazo derechos surgieron cuando, en una ocasión en que vigilaba angustiadamente el lecho de su padre en estado de gravedad, apoyaba el brazo derecho sobre el respaldo de la silla en la que estaba sentada. En tal momento, Bertha, entre sueño y vigilia, vio o soñó cómo una serpiente se deslizaba desde la pared hacia la cama del enfermo; trató de espantar al animal, pero el brazo se le había dormido y no se podía mover. Entonces quiso rezar, pero en su angustia no encontró palabras, hasta que por fin dio con un verso infantil en inglés y pudo seguir pensando y rezando en esa lengua. Una vez hubo recordado la causa de sus síntomas, Bertha volvió a sentir y mover sus brazos y sus piernas, y pudo hablar de nuevo en alemán.

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Sigmund Freud

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Constantino Escalante, litografía, 1861.

Había nacido el psicoanálisis, con el doctor Breuer como padre y Bertha Pappenheim como madre, pero con Sigmund Freud como partero del deseo inconsciente de la histeria. A partir de ahí, Freud seguiría trabajando en un asunto que Breuer decidió dejar por la paz, señalando a la histeria como el resultado de un trauma que permanecía inconsciente y actuaba como un cuerpo extraño, una espina en el psiquismo del paciente. Por tanto, era necesario tener conciencia del momento traumático a través del recuerdo y dar libre expresión verbal al efecto ligado a este suceso, dominando lo inconsciente al traerlo al terreno de lo consciente por medio de la catarsis. Sin embargo, posteriormente, Freud se daría cuenta de que no bastaba con recordar los sucesos, sino que era menester repetirlos en el espacio psicoanalítico, y es aquí donde otra vez recurre al caso de Anna O.

Cuenta la mitología del psicoanálisis que Breuer dejó repentinamente a Bertha a cargo de otro médico, en 1882, debido a un suceso que lo atormentó tanto que jamás pudo publicarlo: después de una breve ausencia, Breuer regresó a casa de la familia Pappenheim y encontró a Bertha con un agudo dolor en el vientre gritando que estaba dando a luz a un hijo del doctor. En ese instante, Breuer se percató de que la paciente se había involucrado de tal forma que estaba expresando sentimientos amorosos hacia él que no le correspondían, siendo el médico un hombre serio con un matrimonio estable. Aunque Breuer se desmarcó totalmente de tal hecho, Freud asumió en ese y en sus casos posteriores que los pacientes presentan hacia los analistas una neurosis de transferencia que sustituye la problemática por la que inicialmente acudieron a tratamiento.

Hasta aquí quedan señalados dos de los tres objetivos terapéuticos más ambiciosos del método psicoanalítico: el primero, recordar el o los sucesos traumáticos que precedieron a la instalación del padecimiento, y el segundo, repetir mediante la transferencia todo aquello que no puede ser recordado, pero que es puesto en práctica en la relación con el analista.2

No obstante, en 1893 nació el psicoanálisis como una disciplina científica que ayudaría a millones de personas en los años venideros. Freud nunca dejó de agradecer al doctor Breuer y a Bertha Pappenheim su valiosa contribución. Bertha se convirtió en la primera trabajadora social de Europa, consagrando su vida a los necesitados, y Breuer continuó centrado en su labor psiquiátrica, sin intenciones de retornar a las pasiones del psicoanálisis.

NOTAS

1 Talking Cure.

2 El tercer objetivo del psicoanálisis es la elaboración progresiva de lo desvelado en los dos procesos anteriores.