Cómo cambió mi vida

Las historias de los momentos dramáticos que cambiaron nuestras vidas de raíz siempre resultan emocionantes y cautivadoras. El conocido intelectual y escritor Nassim Nicholas Taleb acuñó el término “cisne negro”, que se ha vuelto popular en todo el mundo. Sin duda muchos experimentamos estos momentos trascendentales que nos obligan a reexaminar nuestras prioridades, metas e incluso nuestro camino, pero con frecuencia nuestras vidas no se ven transformadas por un único momento espectacular sino por una sucesión más bien rutinaria de esos momentos. Lo que sucede con frecuencia es que nuestras metas, sueños y ambiciones cambian gradualmente hasta que llegamos a una etapa en la que podemos ver con absoluta claridad quiénes queremos ser y qué queremos hacer.

Para mí, el primero de estos momentos transformadores ocurrió en mi primer día de escuela. Estaba por entrar al salón cuando vi a un niño pequeño que lustraba zapatos en compañía de su padre. Sin conocer las amargas realidades de la pobreza, las castas y la discriminación, le pregunté a mi maestro por qué este niño no estaba en el aula como yo. Él respondió con desinterés: “Siempre ha sido así.” Yo no podía aceptar esta respuesta y tampoco los adultos de mi familia pudieron darme una explicación satisfactoria. Un día me acerqué a ellos y le pregunté al padre por qué no mandaba a su hijo a la escuela. Para los niños de castas altas de las pequeñas ciudades de la India, provenientes de familias con ingresos modestos pero seguros, ir a la escuela era tan natural como jugar con sus amigos después de las clases. El padre miró a su hijo, me miró nuevamente y con tono lastimero me explicó que él estaba destinado a lustrar zapatos y que la escuela no era para niños como su hijo. Por primera vez en mi corta vida me di cuenta de que la realidad era distinta de las comodidades de un hogar seguro y de los juegos con los amigos. Yo entonces tenía seis años.

Aunque aún no era capaz de entender la poderosa resonancia de estos términos, me había confrontado con los conceptos de desigualdad, injusticia y antiliberalismo. De distintas formas, el encuentro con el niñito que lustraba zapatos fuera de mi escuela sembró las semillas que terminarían por determinar el rumbo de mi vida.

Fue la primera vez que encontré un enorme consuelo en el poder de la compasión. Algunos amigos y yo organizamos torneos de futbol para recaudar dinero para los niños pobres; lanzamos una iniciativa para abrir bibliotecas para ellos e hicimos todo lo que pudimos por entregarles libros gratis. Las chispeantes sonrisas de un puñado de esos niños me permitió echar un vistazo al mundo de la compasión. Por supuesto aún no era lo suficientemente mayor, ni estaba lo suficientemente enojado, como para declararme de manera abierta contra la injusticia que veía a mi alrededor. Y sin embargo, los niños pobres que trabajaban en las tiendas, las paradas de autobús, las estaciones de tren y los mercados seguían provocándome desasosiego.

Con esas preocupaciones, mi vida siguió su camino de clase media hacia una educación y un empleo seguro. Como cientos de miles de jóvenes indios, obtuve una licenciatura en ingeniería al terminar la escuela y encontré un trabajo fijo y seguro como maestro en una facultad de ingeniería. Como millones de jóvenes indios, me casé. Mi vida podría haber seguido este camino del anonimato de clase media, pero en retrospectiva puedo ver que el niñito limpiabotas fuera de mi escuela seguía atormentándome. Cuando empecé a trabajar, mi corazón y mi alma estaban asqueados por la aplastante injusticia que veía por todos lados.

Me repugnaba la actitud cruel y condescendiente de las personas de castas altas como yo que sencillamente aceptaban que los niños pobres nacen para trabajar y no para ir a la escuela y perseguir sus propios sueños. Me daba asco la apatía colectiva que veía a mi alrededor. Por entonces leí mucho y me encontré con historias desgarradoras de familias enteras que laboraban como trabajadores forzados en hornos de ladrillos, canteras y muchas fábricas. Todos estos momentos de desesperación, y una necesidad cada vez más imperante de hacer algo concreto, me llevaron a abandonar mi acomodada existencia de clase media y convertirme en lo que, según la moda de hoy, llamamos un activista por los derechos de la infancia.

La vida casi siempre nos permite elegir. Nuestro futuro está determinado por nuestras decisiones. Me alegra haber sido capaz de reunir el valor de hacer lo que hice. Los niños son la esencia de nuestra civilización; si no los tratamos bien, esta civilización está podrida. A mi humilde manera he pasado cerca de 40 años tratando de remediar esta podredumbre.

Salvemos a la infancia

Este artículo, escrito en 1990, fue el primer hito para despertar la conciencia social sobre el trabajo infantil y crear un movimiento masivo. Es una extensión de los hechos y las experiencias descritos en los volantes que se distribuyeron durante la campaña de Satyarthi para crear conciencia pública del problema en la década de 1980. En años posteriores se añadieron varios datos y se publicó en forma de folleto, del que, entre 1992 y 1999, se publicaron múltiples ediciones. Organizaciones de la sociedad civil, gobiernos y organismos internacionales como UNICEF lo tradujeron a varias lenguas y distribuyeron los ejemplares entre cientos de miles de personas. Gracias a eso, por primera vez se vio en la India el trabajo infantil como un problema crucial. La última edición del folleto se publicó en 1994 y es la que aquí se reproduce

Era de noche, en algún momento de marzo de 1982. Aún recuerdo, acongojado, las últimas palabras de Gulabo, una niña esclava de 14 años que exhaló su último suspiro en mi regazo. Había estado suplicándole desesperadamente a su madre: “Mujhe bacha le Amma!” [¡Sálvame, madre!], antes de quedarse dormida por última vez. Su cuerpo sin vida estaba consumido, pero yo todavía me siento aplastado por ese peso.

Subey, el padre de la niña, y yo la llevamos al Hospital Ram Manohar Lohia, en la capital, donde los médicos la declararon muerta y luego mandaron el cadáver a que se le hiciera la autopsia. Desconcertado por lo que había pasado, Subey no podía creer que Gulabo hubiera dejado de existir. Cuando llevamos el cuerpo al crematorio eléctrico para los rituales funerarios, Subey, que había quedado manco trabajando en un horno, inútilmente intentaba despertarla con su única mano.

La mirada glacial de Subey sigue rondando mis pensamientos. “¿Qué culpa tenía que expiar mi hija al quemar su cuerpo todos los días en la fábrica de ladrillos?” y “¿Por qué tienen que quemarla ahora de nuevo?” son preguntas suyas que siguen produciéndome escalofríos.

Gulabo había contraído la tuberculosis debido a su trabajo prolongado en un horno para fabricar ladrillos en Kurukshetra, en el estado de Haryana. Había ahí junto con ella otros 32 niños esclavos. Habíamos acudido a la Suprema Corte para conseguir la orden de que los liberaran. Cuando llegamos con el inspector al lugar, el patrón ya se los había llevado a algún escondite. Tras una desesperada búsqueda, finalmente los encontramos a medianoche, tirados al borde de la carretera bajo una fuerte lluvia. Los llevamos a nuestra oficina en Delhi. Una pregunta me resonaba en la cabeza: ¿cuántas Gulabos mueren cada día, por qué tienen que morir cada día? Esa noche no tuve respuestas.

No pretendo ser un experto en compilaciones esotéricas de los libros religiosos, pero sin duda he observado que todas las sagradas escrituras declaran categóricamente que los niños son valiosos regalos de dios o que son la encarnación misma de la divinidad. Tenemos tropecientos instrumentos legales para proteger los derechos de niñas y niños, además de las declaraciones de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos, las convenciones sobre los derechos de la infancia, todas las cuales compiten entre sí para proteger mejor el crecimiento saludable y el desarrollo general de los menores. El futuro de la humanidad está en juego porque, a pesar de todos estos libros y documentos, millones de niñas y niños, en diversos sectores de la economía, languidecen esclavizados. La gravedad del asunto debería preocuparnos.

En los países en vías de desarrollo, la pobreza y el trabajo infantil son dos cosas inseparables. Es como esa pregunta de toda la vida: ¿qué fue primero: el huevo o la gallina? La mano de obra infantil se sigue perpetuando debido a algunas ventajas a ojos de los patrones: los niños son el insumo más barato para extraer el máximo de trabajo, se cuenta con su obediencia total, no hay la amenaza de que se sindicalicen o recurran a los tribunales laborales y, sobre todo, se puede explotar su vulnerabilidad física y mental.

En conclusión, creo que la servidumbre infantil prospera gracias a seis razones principales: el predominio de algunos mitos que justifican la servidumbre o el trabajo infantil, la falta de conciencia y sensibilización social, la ausencia de voluntad política, la existencia de instrumentos legales ineficaces, la ignorancia a gran escala entre los niños condenados a la servidumbre y sus progenitores, y finalmente diversas políticas y programas de desarrollo que están en contra de la infancia. Examinémoslas una por una.

LOS MITOS

Casi todos los miembros de la sociedad sostienen que el desempleo, la pobreza, el analfabetismo y la explosión demográfica son cuatro razones fundamentales para la servidumbre o el trabajo infantil. Un análisis más detenido de estos llamados factores coadyuvantes disipará tales equívocos.

Trabajo infantil y desempleo

Tan sólo en Asia Meridional hay cerca de 80 millones de niños trabajadores, mientras que la cantidad de adultos desempleados es mucho mayor. En la India, de acuerdo con las últimas cifras, hay alrededor de 55 millones de niños trabajadores; curiosamente, esta cifra es casi igual a la de los adultos desempleados. De hecho, las cifras de niños trabajadores y adultos desempleados eran las mismas (unos 10 millones) en 1947. Esto revela que la erradicación del trabajo infantil en la India instantáneamente abrirá oportunidades laborales para más de 55 millones de adultos. Deténgase el lector a pensar en esto por unos momentos: ¿terminar con el trabajo infantil estimularía el desempleo o crearía opciones laborales para los adultos? Varios estudios exhaustivos han revelado que el trabajo infantil prolifera en comunidades donde los padres están desempleados durante unos cien días al año y, cuando tienen un empleo, reciben salarios inferiores al salario mínimo establecido por la ley. Puede inferirse fácilmente que la eliminación del trabajo infantil beneficiaría a los padres y a otros parientes adultos de esos niños.

Otra idea equivocada consiste en pensar que la pobreza es la principal causa detrás del trabajo infantil. La pobreza tiene una relación directa con la situación de desempleo de los padres y de los otros tutores legales del niño, además de ampliar la brecha entre ricos y pobres debido a los ingresos sesgados. Las utilidades rara vez se filtran hasta los niveles inferiores de la sociedad. En la actual India, 55 millones de niños trabajadores ganan alrededor de 150 millones de rupias al día, que se traducen en menos de 3 rupias por criatura. De acuerdo con un informe de Asia Labour Monitor, los niños de la India aportan más de una quinta parte del PIB del país, pero no reciben ni siquiera una quinta parte de lo que producen.

¿Cómo entonces puede eliminarse la pobreza? Con la abolición del trabajo infantil, necesariamente tendrá que emplearse a adultos, que recibirán al menos cinco o seis veces lo que los niños obtienen hoy. Además los trabajadores adultos tendrán un poder de negociación colectiva, pues el patrón ya no podrá recurrir a la barata mano de obra infantil. En segundo lugar, el reemplazo de niños por adultos en el mercado laboral aumentaría el poder adquisitivo de las familias, con lo que se elevaría su condición socioeconómica de manera global.

Trabajo infantil y mercado negro

Es un hecho comúnmente observado que el trabajo infantil es un factor primordial para el crecimiento del mercado negro. Los niños ganan entre una quinta y una décima parte del salario mínimo establecido por la ley que obtiene un trabajador adulto. Sin embargo, la contabilidad de las compañías refleja únicamente los pagos a los trabajadores adultos. Esto equivale a ahorros directos de miles de millones de rupias en el caso de las industrias grandes, como la de las alfombras, el tallado y pulido de diamantes, la fabricación de cerillos y fuegos artificiales, los telares de mano y muchas más.

Trabajo infantil y salud pública

En lo que a la salud concierne, se ha observado que cerca de 70 por ciento de los pacientes de los hospitales públicos fueron alguna vez niños trabajadores. La cifra se dispara a 80 por ciento en el caso de la tuberculosis. La exposición constante a humo, polvo, gases tóxicos, sustancias químicas y altas temperaturas afecta los pulmones, los ojos, los riñones, el hígado y otros órganos vitales de los niños. En algunas labores, como el tejido de alfombras, estar largas horas sentado en espacios estrechos afecta la médula espinal, lo que trae consigo daños cerebrales. Trabajar en sitios con poca iluminación, mal ventilados y en condiciones antihigiénicas afecta negativamente el crecimiento, la vista y otras cosas.

¿Esto qué implica? Al permitirles a los fabricantes explotar a los niños como mano de obra barata, el gobierno está heredando un ejército de personas que en los próximos años estarán enfermas e inválidas. Los niños trabajadores de hoy son prácticamente los enfermos de mañana. ¿Es ésta una estrategia con visión de futuro? La mayor parte de la asignación presupuestal del gobierno para atención médica tendrá que gastarse en millones de adultos incapacitados e inválidos en el futuro próximo. La incorporación anual promedio a la población enferma sería de entre 5 y 6 millones de adultos. ¿Es esto a lo que llaman combate a la pobreza? ¿Qué nos dice eso sobre el llamado salto económico de la India del que hablan los poderosos?

Trabajo infantil y pobreza

Otra idea equivocada imperante es que el trabajo infantil por lo menos atiende las necesidades inmediatas de una familia sumida en la pobreza o que complementa el ingreso familiar. Por ejemplo, analicemos la industria de las alfombras. Cuando lanzamos nuestra campaña contra el trabajo infantil, hace más de una década, también consideramos los efectos que tendrían en las familias pobres si se abolía. Sin embargo, los informes de la comisión investigadora convocada por la Corte Suprema de la India, el Gandhi Vidya Sansthan [Instituto Gandhiano de Estudios] en Benarés, unidos a nuestra propia experiencia sobre el terreno, disiparon todas las dudas.

En esa industria, del total de la fuerza de trabajo de 300 mil niños, 70 por ciento son migrantes y están ahí debido a la servidumbre por deudas, procedentes de Nepal y de los estados indios de Madhya Pradesh y Bihar. Sobreviven a base de la comida escasa y poco saludable que les dan sus patrones, no se les paga un sueldo y no ganan ni siquiera una bicoca. Nuestras investigaciones en varias oficinas postales en zonas rurales de los estados mencionados revelan que no se había enviado ningún giro postal a los familiares de los niños que llevaban varios años trabajando en diferentes telares. En la mayoría de los casos, la única cantidad que recibieron los padres fue el anticipo, de entre 500 y 1000 rupias, entregado por los agentes de los fabricantes de alfombras en el momento de llevarse a los niños. En los cientos de rescates que hemos realizado, nunca hemos encontrado ni siquiera una moneda de cincuenta paisas en los bolsillos de una criatura liberada.

Tampoco es justo generalizar y suponer que toda la mano de obra infantil procede de familias muy pobres. Un equipo del Instituto Nacional del Trabajo descubrió recientemente el otro lado de la moneda en la industria alfarera de Khurja, en el estado de Uttar Pradesh. Los padres, por lo general, despilfarran bebiendo y fumando la mayor parte del dinero que ganan, mientras sus hijos trabajan todo el día sin descanso. Hay una tendencia similar en muchas otras industrias, como la del latón en Moradabad, los candados en Aligarh, los hornos de ladrillos y las canteras.

Trabajo infantil y población

Una tendencia que debe hacerse notar es el alto número de hijos por pareja que predomina en los sectores de la sociedad en los que el ambiente propicia el trabajo infantil. Por lo general, esta gente está convencida de que, mientras más niños tengan, contarán con más pares de manos para el trabajo y por lo tanto un mayor ingreso. ¿Podría eso ser un aliciente para que estos padres tengan más hijos? Para ellos, los niños son instrumentos de estabilidad económica, mientras que las familias de clase media sólo tienen hijos cuando son económicamente estables. Los informes han señalado que en la última década hubo un crecimiento poblacional de 23 por ciento. Esta tasa se eleva a 30 por ciento en zonas donde abunda el trabajo infantil. La razón es evidente. Los programas gubernamentales de control de la población no pueden rendir frutos a menos que se cierren todas las vías de empleo para los niños. Tendrá que adoptarse una estrategia consciente para ofrecer educación a esos mismos sectores de la sociedad.

Trabajo infantil y analfabetismo

Hay que decir que el trabajo infantil es causa de analfabetismo y no a la inversa. Millones de niños trabajadores son analfabetas toda la vida y la nación en su conjunto hereda este mal.

La tasa promedio de deserción de la primaria es de 40 por ciento en nuestro país, mientras que, en las zonas con una alta prevalencia de mano de obra infantil, ésta se incrementa hasta 85 por ciento. Esto demuestra claramente que hay una relación causal entre analfabetismo e incidencia de la mano de obra infantil. Un rasgo angustiante adicional es que, en la mayoría de las escuelas de estas localidades, los maestros se ausentan por semanas enteras. Con engaños, los industriales y sus intermediarios consiguen que los padres manden a los niños a las fábricas. La abolición del trabajo infantil y la educación primaria universal gratuita y obligatoria son el único remedio para este mal. Nuestra estrategia tiene que seguirse corroborando con investigación intensiva y estudios a profundidad.

LA FALTA DE VOLUNTAD POLÍTICA

La cuarta causa primordial para la perpetuación de la servidumbre infantil es la ausencia total de voluntad política. Hoy día no escasean los instrumentos legales y las convenciones internacionales para proteger los derechos de los niños. Es una ironía que, si bien todos los partidos políticos están de acuerdo con que el trabajo infantil es una mancha sobre nuestra sociedad y debería limpiarse, el tema aún no figura en su agenda política ni en sus programas electorales.

Ahora me referiré a un incidente de mi infancia, cuando, como todos los demás chicos que asistían a la escuela, solía participar en las celebraciones por el Día del Niño que tenían lugar en el cumpleaños de Pandit Jawaharlal Nehru, primera persona en ocupar el cargo de primer ministro de la India. Me puse taciturno cuando vi que en el rostro del hijo del zapatero remendón no había ni el menor rastro de una sonrisa. Tenía la misma edad que yo y todo el día trabajaba incansablemente frente a la verja de mi escuela. Desde la época de Pandit Jawaharlal Nehru, ningún gobierno del Congreso Nacional Indio ha conferido ninguna prioridad a la eliminación del trabajo infantil. Sigo sin saber qué significa el apelativo cariñoso para Nehru, a saber, “chacha [tío] Nehru”. ¿Él era chacha sólo de los niños que tenían la fortuna de asistir a la escuela y usar ropa limpia? Esos niños no constituyen ni una quinta parte de la población infantil del país.

Reflexionemos sobre la historia del Bharatiya Janata Party [Partido Popular Indio] (BJP), que surgió como la segunda fuerza política del país. Durante la disputa de Ayodhya se acuñó un lema encantador: “Todos los niños pertenecen a Rama y deberían trabajar por el lugar donde él nació.” Si Ramesh, el niño que trabajaba en el dhaba (puesto callejero), o Tasleem, la niña ropavejera, o Kesav, el que tejía alfombras, son hijos de dios, entonces debería dárseles libertad, educación, alimentos, medicinas y otros servicios básicos para su adecuado desarrollo, en vez de mandarlos a una guerra en representación de Ram Janmabhoomi (lugar donde nació Rama).

Los eslóganes para proteger la cultura india y el hinduismo son estrategias engañosas. Para eso apoyan una extensa red de ramas pertenecientes a la Rashtriya Swayamsevak Sangh [Asociación de Voluntarios Nacionales] (ampliamente considerada la organización ideológica matriz del BJP) y las Saraswati Sisu Mandirs. Estos autoproclamados custodios de la cultura india harían bien en responder esta pregunta: ¿cómo es que la prole de Bharat Mata (Madre India) está conformada únicamente por 20 por ciento de las niñas y los niños de la clase media? ¿A quién pertenecen los desventurados 5.5 millones de niños trabajadores? Sin acciones concretas para el bienestar de esas criaturas, hablar de Patria y de Tierra Sagrada no significa absolutamente nada y huele a hipocresía.

De igual manera, el Janata Dal y varios otros partidos políticos trataron de proyectar el informe de la Comisión Mandal§ sobre los puestos reservados a “otras clases atrasadas”, como una panacea para la injusticia social imperante, sin tomar en cuenta el descarnado hecho de que los trabajos en el gobierno central no superan los 125 mil por año. Asimismo, otros partidos, como el Bahujan Samaj, exigen sin cesar la eliminación del “dominio brahmánico sobre las comunidades atrasadas” para conseguir el orden social justo. Vale la pena señalar que entre 75 y 80 por ciento de los niños trabajadores pertenecen a los harijan o “intocables”, a tribus y a minorías, mientras que el resto pertenecen a otras castas atrasadas. ¿No es una ironía que los partidos que se inventan eslóganes pegadizos sobre la justicia social difícilmente tengan en su agenda algo que ofrecer para la abolición de la servidumbre infantil?

En lo que respecta a los partidos de izquierda, esos “programas de reformas” no caen en el ámbito de su doctrina política. Nuestros amigos de izquierda creen que, mientras el proletariado y los agricultores no puedan ejercer el poder político, estos problemas persistirán. Curiosamente, a pesar de los sucesivos gobiernos comunistas en Bengala Occidental, ya durante un largo periodo, la magnitud de la servidumbre infantil se ha multiplicado. Podemos esperar 20 o 25 años para producir un cambio social radical, pero tratándose de los niños no podemos esperar. Su infancia dura sólo hoy; mañana está demasiado lejos. Los grilletes del trabajo infantil tienen que romperse ya.

Por lo general, todos los partidos políticos tienen equipos para atender los intereses de diversos estratos de la sociedad: el comité de las mujeres, el de esta o aquella minoría, el de los harijan, la tribal, etcétera. Por desgracia no hay una célula para niños encadenados. Para un observador con algo de criterio, es obvio que la nueva cultura política evalúa a las masas desde el punto de vista de los votos que puedan representar, y que en ese espectro la infancia no tiene cabida. En estas desafortunadas circunstancias, ¿quién prestará su voz a estos millones que no la tienen?, ¿quién romperá una lanza por ellos?

Pone de manifiesto una total ausencia de voluntad política el hecho de que a la fecha ni un solo empleador de mano de obra infantil haya tenido que rendir cuentas, a pesar de la existencia de instrumentos legales, a saber, la Ley de Abolición de la Servidumbre por Deudas (1976) y la Ley sobre Trabajo Infantil (1986), que lo prohíbe y regula. Lo trágico es que muchos gobiernos estatales ni siquiera han promulgado legislaciones pertinentes basadas en la legislación federal. En vez de eso, ocultan su fracaso a la hora de poner freno al crecimiento del trabajo infantil. Descaradamente declaran, incluso en el Parlamento, que mientras exista la pobreza no podrá eliminarse el trabajo infantil.

Viene a cuento mencionar aquí que en 1950 nuestra Constitución asumió el compromiso de “proporcionar educación gratuita y obligatoria a todos los niños de este país”. En 1993, la Suprema Corte, en su histórica sentencia sobre la tributación per cápita, hizo hincapié, de manera categórica, en que recibir una educación es el derecho fundamental de todo niño. Sin embargo, los poderes políticos siguen tratando de barrer esto bajo la alfombra. Hasta ahora no se ha hecho nada para poner en práctica esta garantía constitucional cardinal. Algo parecido ocurre en casi todos los países en desarrollo. Además, aquí el presupuesto anual que se asigna a la educación primaria se ha recortado a un deprimente 3 por ciento.

Hipocresía disfrazada de religión

La historia estaría incompleta si no presentara uno o dos ejemplos concretos del hipócrita juego político en nombre de la religión. Hace dos años, en enero de 1992, organizamos una redada en la aldea de Jagdishpur, en el distrito de Beranés, en Uttar Pradesh. Nos acompañaban el tehsildar local (funcionario de distrito), dos policías y los padres y tutores de los niños que íbamos a rescatar. Entre ellos estaba Sita Ram, de la aldea Jamua, del distrito Garhwa, en Bihar.

Los últimos dos años su hijo había estado esclavizado en una fábrica de alfombras en Beranés. Fue este padre quien nos dio la información principal sobre un agente que había embaucado a muchas familias pobres, a las que les dio anticipos de 5001 rupias y les pintó un cuadro color de rosa sobre el brillante futuro de sus vástagos en la industria de las alfombras. Armado de esa historia fraudulenta había conseguido llevarse a 13 niños.

Los padres, que en varios meses no habían recibido noticias de sus hijos ni envíos de dinero, los habían ido a buscar a la aldea de Jagdishpur, dispuestos a regresar el anticipo y conseguir así la liberación de los menores. Varios de ellos habían juntado una pequeña cantidad de dinero mediante préstamos con exorbitantes tasas de interés sólo para cubrir los costos del traslado y otros gastos incidentales. Además de que esos empeños habían sido infructuosos y los padres y tutores no consiguieron que sus hijos volvieran, los empleadores de éstos los humillaron y atacaron.

En cuanto llegamos a la aldea, se reunieron los dueños de los telares y cientos de lugareños, quienes lanzaron ataques físicos contra nuestro equipo, de los que ni siquiera los periodistas presentes se salvaron. Los oficiales de policía que nos escoltaban miraban como espectadores mudos la escena que se desarrollaba frente a ellos. A pesar de eso, conseguimos rescatar a los 13 niños de un cuarto oscuro, frío y húmedo cerca de ahí.

Por desgracia, cuando llegó el momento de grabar las declaraciones, para nuestra sorpresa Sita Ram se negó a reconocer a su propio hijo, quizá por temor de un futuro ataque de los matones del dueño del telar. El pequeño Shankar tampoco identificó a su padre. Logramos presentar en la oficina del magistrado de distrito a todos los niños rescatados gracias a esfuerzos hercúleos de nuestra parte.

Allí, los mismísimos niños y padres que habían tenido miedo de reconocerse enfrente de los dueños de los telares se echaron a llorar los unos en brazos de los otros. Sita Ram vio las manos del pequeño Shankar y notó que tenía los dedos quemados y deformes. El niño explicó que solía herirse cuando, con unos cuchillos pesados y afilados, cortaba los nudos de las alfombras. El inhumano patrón acostumbraba espolvorearles fósforo en los dedos y encenderlos para que la carne, la piel y la sangre quedaran pegadas. Este espeluznante método premedieval demuestra la crueldad supina con que trataban a estas criaturas.

Shankar es uno de los nombres de Shiva, el dios supremo de los hindúes. Hasta Rama lo veneraba. La casa de la que se rescató a nuestro pequeño Shankar pertenecía a un líder local de Bajrang Dal, organización de fundamentalistas hindúes. En los muros de su casa estaba escrito con grandes letras el lema “Todos los niños pertenecen a Rama y deberían trabajar por el lugar donde él nació.” ¿A quiénes engañan estos hipócritas: a los dioses o a sí mismos?

Otro incidente que tengo grabado en la memoria tuvo lugar en mayo de 1993. Habíamos llevado a cabo una redada en la aldea de Ausanpur, en el distrito de Allahabad, en Uttar Pradesh, donde liberamos a alrededor de 150 niños de las lejanas aldeas de Garwah, Palamau y Darbhanga, en Bihar. Para rescatarlos hubo que abrir cuartos subterráneos sin ventilación. En el proceso, la policía incluso le confiscó al dueño de la fábrica una pistola cargada.

Entre esos niños estaba Tasleem, de apenas seis o siete años. Observé que tras el rescate parecía anestesiado y no expresaba ningún sentimiento humano. No había en su semblante el menor rastro de felicidad pero tampoco de pesar. Sin embargo, bajo su rostro inexpresivo pude percibir la agonía de su pequeño corazón. Lo acerqué a mis brazos, lo estreché y traté de que hablara. Al final se vino abajo. Me contó que, una vez en que lloró por extrañar a su madre, el despiadado dueño, irritado, lo golpeó con una barra. Tras ese incidente, Tasleem dejó de expresar sus emociones.

Tras un suplicio de tres días preparando los papeles necesarios para la liberación legal de los niños, finalmente llegamos a la aldea de Tasleem. Era Eid al-Fitr, la celebración musulmana con que se pone fin al mes de ayuno del Ramadán. Su madre había dejado de lado toda clase de festejos tras descubrir que su hijo secuestrado había estado tres años esclavizado en una fábrica de alfombras. Como si no fuera suficiente desgracia, la mujer perdió la vista. Irónicamente, quien mantenía cautivo a Tasleem cuando lo rescataron era un influyente líder religioso musulmán que, según se nos informó, había participado activamente en el movimiento de Babri Masjid. Una pregunta me persigue: ¿cuánto tiempo más podremos seguir así de pasivos, contemplando cómo se sacrifica a la humanidad en el altar de la religión?

EL BURDO ESTADO DE LAS LEYES

El cuarto de los mayores obstáculos para la abolición del trabajo infantil es la ineficiencia de las leyes, pues están llenas de lagunas jurídicas y anomalías. Por ejemplo, en 1986 se promulgó una ley para prohibir el trabajo infantil y doce industrias fueron clasificadas como “peligrosas”. Es evidente que cualquiera podría emplear a cualquier niño en esas industrias simplemente declarándolo su hermano, hermana, hijo o hija.

Durante nuestras redadas, tropecientas veces hemos visto a empleadores decir que los niños que ahí trabajaban eran familiares y amigos. Hasta los niños, por miedo, apoyaban esa declaración. La industria de las alfombras, que ha esclavizado a miles de niños, todavía hoy se aprovechan del trabajo infantil para prosperar, tras la dudosa fachada de los negocios familiares. A los niños les han dado el estatus aparentemente oficial de kishore shilpi (niños artesanos).

Para burlar las leyes fabriles de la India, los empleadores mantienen sus instalaciones convenientemente dispersas en aldeas, en vez de tenerlas todas bajo un mismo techo. ¿Cómo puede permitirse que nuestros propios familiares y amigos se dediquen a un trabajo que se ha clasificado como “peligroso” y por tanto está prohibido para los niños? ¿No es esto una burla de la garantía constitucional? Lo cierto es que cualquier forma de trabajo infantil va en contra de los valores humanos; es una explotación directa de la vulnerabilidad física y mental de los niños e inhibe su crecimiento y desarrollo.

La Ley de Abolición de la Servidumbre por Deudas (1976) estipula que a un funcionario del rango de magistrado subdivisional se le conferirán poderes para tratar los problemas de la servidumbre por deudas en su zona. Es un secreto a voces que muy a menudo los políticos locales, los industriales y otros peces gordos les dictan las reglas a estos funcionarios. Por consiguiente, los delitos que tendrían que tratarse bajo la categoría de servidumbre infantil por deudas se registran como casos menos graves de trabajo infantil. Así, se permite que el delincuente se libre del castigo a pesar de sus reiteradas faltas a la ley. Por eso los culpables de infringir las leyes contra el trabajo infantil o contra la servidumbre por deudas siguen dirigiendo sus empresas con toda libertad, sin ningún temor. Por desgracia, no hay leyes que castiguen a los funcionarios negligentes en cuyas jurisdicciones impera este horrible sistema. ¿Cómo podemos buscar protección para los niños trabajadores basándonos en leyes débiles, sin dientes?

LA IGNORANCIA DE LOS PADRES

Una de las causas más obvias e inmediatas de la servidumbre infantil es la cruda ignorancia de los niños y sus padres. Su conciencia del complejo círculo vicioso de la explotación económica es mínima. El lado trágico del asunto es que no tienen idea de los efectos del trabajo infantil y de toda la serie de enfermedades mortales que a menudo lo acompañan. Esta ignorancia se perpetúa a través de un plan de medios infundado y artificioso, sobre todo a través de la radio y de la empresa de televisión pública Doordarshan, controladas por el gobierno, y que para nuestra angustia no son sino portavoces de compañías multinacionales y de la élite en el poder.

Los dos medios electrónicos más populares hacen todo lo que haga falta para obtener ingresos públicos y anunciar y promover la venta de productos, sobrepasando toda barrera de honradez y decoro, y afectando de manera irreparable las normas culturales. El problema del trabajo infantil no figura en su cosmovisión. Fuera de los excepcionales eslóganes de UNICEF, es muy raro toparse en estos medios con algún programa sobre los derechos de los niños, a pesar de que tienen la posibilidad de llegar hasta el último rincón del país. Eso es prueba de la deliberada renuncia a concientizar a los desventurados padres de niños desfavorecidos sobre los desastrosos efectos del trabajo infantil.

EL DESARROLLO ANTIINFANCIA

En la lista de factores que contribuyen a perpetuar el trabajo infantil, las políticas gubernamentales y los planes de desarrollo parciales de los países en desarrollo tienen un papel destacado. Las primeras y principales víctimas de algunos irreflexivos proyectos de desarrollo son los niños. Sus padres se ven forzados a migrar en busca de empleo y dejar sus casas, campos y bosques. ¿De verdad podemos llamarlo desarrollo cuando la gente migrante está obligada a sobrevivir en la suciedad, con el deterioro en la seguridad de la familia que esto conlleva?

Un ejemplo de esta catástrofe puede observarse en Palamu, en el estado de Bihar, donde la presa Koel-Karo representa un testimonio monumental. Debido a su construcción, entre 17 mil y 20 mil niños se vieron forzados a trabajar cuando a sus padres los desarraigaron prácticamente por completo. En el caso de la presa Sardar Sarovar, que incluye la presa Narmada, la cifra se aproxima a 40 mil.

¿Quiénes son estos innumerables niños que llevan vidas infra-humanas en los barrios pobres de las metrópolis, que temprano por la mañana recogen harapos de la basura apestosa y por la tarde venden periódicos, limpian parabrisas en los cruces de las calles y mendigan al borde del camino? No son sino las víctimas de irreflexivos planes de desarrollo.

En la actualidad, el tema que sacude la conciencia de cualquier persona sensible es cómo estos niños sobrellevan la dificultad de las cambiantes prioridades de desarrollo tras un préstamo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que a millones los hace huir para perderse en las zonas más salvajes de las ciudades y empujar a sus hijos al mercado laboral. Las primeras víctimas en la carrera por la generación de capital o en la de las tecnologías ultramodernas orientadas a generar utilidades serán invariablemente los pobres. Estas políticas también abren posibilidades para que el empleo barato y riesgoso extraiga máximos beneficios con mínimas retribuciones. ¿Quién encaja en este molde? Los hijos de la gente pobre, por supuesto. Sería una sensata declaración profética decir que sólo las ciencias sociales basadas en valores humanitarios pueden garantizar la seguridad de la infancia de nuestros niños, y no el dogma económico del libre mercado.

NUESTRA LUCHA CONTRA LA ESCLAVITUD

Valdría la pena enumerar brevemente los logros que hemos obtenido con nuestras estrategias y metodologías. En la década de 1980, cuando lanzamos una cruzada contra la servidumbre por deudas y el trabajo infantil, no sólo el gobierno y las organizaciones no gubernamentales se negaron a escucharnos, sino que hasta nuestros familiares y amigos tenían serias dudas. Con todo esto en contra, conseguimos liberar a una gran cantidad de personas sometidas a la servidumbre por deudas, entre ellas algunos niños esclavos, con la ayuda de la Suprema Corte de la India.

Con el paso del tiempo, nuestro movimiento adquirió impulso. Nuestras estrategias eran organizar sindicatos entre la desorganizada mano de obra en diversas industrias, involucrar a los medios noticiosos para que crearan conciencia masiva y presionar a las entidades gubernamentales encargadas de aplicar la ley para que tomaran rápidas medidas, entre otras. Todavía hoy seguimos este enfoque.

En aquellos días intervinimos activamente en canteras, fábricas de ladrillos, el sector agrícola y el de la construcción, las industrias de las alfombras, el vidrio y los brazaletes, etcétera. Conseguimos rescatar y liberar a más de 25 mil niños trabajadores y a unos 20 mil adultos de la esclavitud por deudas. Mantuvimos un constante seguimiento y gracias a eso obligamos a la lenta e indiferente maquinaria gubernamental de varios estados a rehabilitar a muchos de los niños liberados con ayuda de los programas financiados por el gobierno central. Creamos un modelo para la rehabilitación de niños trabajadores y adultos liberados y, si hacía falta, les dábamos la necesaria orientación vocacional y la preparación en habilidades sociales en nuestro centro Mukti Ashram. En esos días turbulentos, muchos de nuestros activistas y yo fuimos víctimas de ataques físicos brutales. Dos de nuestros colegas de mayor edad fueron asesinados.

Nuestra experiencia demostró que los niños son los más afectados por la perpetuación del horripilante sistema de servidumbre por deudas. Por este descubrimiento reconocimos la urgente necesidad de seguir luchando contra el problema de la servidumbre infantil, que prolifera en muchos sectores de la industria. Nos enteramos de que las condiciones de los niños trabajadores eran similares en la mayoría de los países de Asia Meridional. Esto nos animó a celebrar en 1989 en Delhi el Primer Seminario sobre Trabajo Infantil, donde participaron sindicatos y diversas organizaciones no gubernamentales y de derechos humanos surasiáticos, para combatir unidos esta amenaza en la región. Así, la South Asian Coalition on Child Servitude [Coalición Surasiática sobre Servidumbre Infantil] (SACCS) nació con la fuerza inicial de 60 organizaciones. Ha seguido creciendo y ahora consta de 200.

Concientización del consumidor

En los primeros años de mi labor, descubrí que en la India había miles de personas, niños entre ellas, empleadas en fábricas de alfombras regularizadas y no regularizadas. La mano de obra infantil había aumentado en proporción a la demanda de alfombras en el extranjero. Nos dimos cuenta de que era urgente despertar en los consumidores extranjeros la conciencia de la relación entre las alfombras y la esclavitud infantil.

Como el mayor mercado europeo de las alfombras era Alemania, este país fue nuestra plataforma de lanzamiento. En 1990, iniciamos una vigorosa campaña de comunicación al consumidor con el vociferante apoyo de ciertas organizaciones con ideas afines. Esto pronto se extendió al Reino Unido, Suecia, Francia y Estados Unidos. Desde el primer momento les dejamos claro a consumidores, importadores y exportadores que no pretendíamos que disminuyera la exportación de alfombras. Nuestra propuesta consistía en crear conciencia entre los compradores para que no adquirieran productos hechos por niños y garantizar que no hubiera trabajo infantil en su manufactura. Que antes de comprar debían exigir que la alfombra contara con una “etiqueta” establecida que así lo certificara.

Aquí, en la India, un extraño logro de esta campaña fue la decisión de unos 50 fabricantes de alfombras de reunirse y producirlas sin recurrir a la mano de obra infantil. Formaron una asociación de fabricantes de alfombras sin mano de obra infantil, y varios líderes de la industria se mostraron dispuestos a unirse al grupo. Nuestros empeños sinceros, apoyados por la cooperación de los propios fabricantes, algunas organizaciones internacionales y varios expertos, ayudaron a formular el sistema Rugmark para vigilar y emitir las etiquetas que señalaban que en la fabricación de las alfombras no se había empleado mano de obra infantil.

Un plan de acción similar está intentándose en la industria de las alfombras de Nepal y la industria del vestido en Bangladesh, donde prevalece la mano de obra infantil.