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PRIMERA EDICIÓN
Enero 2019

Editado por Aguja Literaria
Valdepeñas 752
Las Condes - Santiago - Chile
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ISBN: 9789566039143

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Nº inscripción: 298.982
Alicia Medina Flores
Lo que habita en mí

Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático

TAPAS
Imagen de Portada: Carla León Tapia
Diseño de Tapas: Josefina Gaete Silva






Dedico este libro a mis padres.
Siento que me están abrazando.






LO QUE HABITA EN MÍ

Alicia Medina Flores

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AGRADECIMIENTOS


Escribir es un laberinto difícil de transitar, un cruel significante, una llaga en el centro de las manos, un clóset con nuestras mejores y peores tenidas.

El encuentro en este andar con amigos hace el recorrido más liviano; por eso, mis gracias son para una mujer y compañera de taller con quien, desde ambos lados de la mesa, miércoles tras miércoles, hemos compartido el quiebre que llevan las hojas escritas. Vayan mis sinceros agradecimientos para la escritora Carla León Tapia.

También para mi editor y amigo, el escritor Alfredo Gaete Briseño, quien, durante nueve años, ya sea en presencia, a través de la pantalla del computador o junto al teléfono, siempre que ha sido necesario, ha acogido mi obra con palabras sinceras y directas.

Además, quiero reconocer el apoyo que he recibido de mi casa editora, la agencia Aguja Literaria, siempre dispuesta a facilitar la publicación y promoción de cada uno de mis libros.

Por último, a la Revista Cultura del Cementerio Metropolitano que, a través de treinta y seis números trimestrales, me ha permitido dar a conocer los textos allí publicados, cuya recopilación comparto en las siguientes páginas.


Humano, demasiado humano


Hay temas que llaman y obligan, como ojos que deslumbran y bocas que enmudecen; también hombres que merecen dos pasadas de lista, dos llamados de atención, dos oídos para hallar los sonidos del mundo y de la existencia, eso es lo que produce en mí el nombre de este filósofo, este pensador, Nietzsche, cuando por curiosidad y porfía lo convertí en un inmenso desafío, transformándolo en una gran meta. En el silencio de la noche lo hago mío, cuando la incertidumbre arrecia, donde la impetuosidad blasfema y la soledad aúlla al no saber qué hacer con esta intranquilidad que la vida y el quehacer provocan.
Llegué a él ante el imponente e íntimo título de su libro “Humano, Demasiado Humano”, obra conformada por varios capítulos dedicados a la moral, la religión, la filosofía, el arte y la cultura de su época. La visión descarnada de sus ojos cuando cuestiona, el coraje que inventa al asegurar que Dios ha muerto, desatan en mí, en mi juicio, un enjambre, un gigantesco huracán, un incendio imperceptible que fue arrasando con todo lo que mi mente ha almacenado década tras década (un gran escalofrío baja por la espalda cuando recuerdo las lecturas y cada línea incrustada entre ceja y ceja), donde las incertezas y añoranzas parecieran reales, lo que somos y lo que representamos. Lo poco que nos esforzamos ante la gran inteligencia de la que somos poseedores hace pensar y tratar de alcanzar un punto donde situarnos sobre todo y todos, intentar entender por qué muchas veces nos sentimos excluidos cuando no concordamos con lo que las reglas nos plantean, pero creo que esa premisa es la que nos hace únicos, la que nos arroja el término humano, poseedores de un aroma único, de una esencia única.
Me tienta y desafía, empuja esta calma con la que me rodeo a veces; incita, también descifra. Ese es el término con el que me congracio al transcurrir los días: descifro.

Ecce Homo, cómo se llega a ser lo que se es


Con cierto temor, después de miles de vueltas en mitad de la noche a medio desnudar, me atrevo. Sí, me atrevo a tomarle entre mis manos; mirarle de frente sin sentir pánico; percibir cómo se acrecienta el agrado, el placer por desmenuzarle y ver cómo caen por entre los dedos las potentes conjeturas, afirmaciones y contradicciones que penetran por los ojos desclavando cuanta oración permanecía quieta en aquel altar que el temor edifica, apoderándose luego de nuestras cuerdas vocales, hasta caer de bruces en aquel cuarto oscuro que desde hace mucho me observa mudo.
Con él, en cuerpo y alma, quemando la punta de los dedos, inicio un vuelo hacia el desconcierto y la ignorancia, sobre la creencia y los cientos de padrenuestros que agónicos silban desde la infancia, sabiendo que arraso con inusitada violencia las banderolas que coléricas flamean en mi conciencia desde hace tanto.
Digo que me atrevo, pues pasó mucho tiempo en que lo observaba desde lejos, en los escaparates, su gran vitrina. Inalcanzable, poderoso, incitándome misterioso con un guiño de ojos que pertenecen a un rostro que el tiempo degustó hace mucho.
 Este libro tiene, partiendo por su título, la cualidad de encerrarnos en un cuarto en el que solo nos encontramos él y nuestro silencio. Nietzsche posee la facultad y la agilidad de descender por instantes con humildad a esta habitación para hablarnos con voz cansada y explicar cómo se gestaron los elementos que conforman sus otras obras.
El título “Ecce Homo” tiene la particularidad de tomarnos de la mano y apretujar contra el pecho los millones de aprehensiones e incertidumbres que corroen segundo a segundo nuestra existencia. Plantea, sin desparpajo y a molestia de muchos, sus ideas sobre las flaquezas y pobrezas con que solemos vestirnos o nos visten desde nuestro nacimiento. Da una tremenda disertación sobre la inteligencia; es más, se posiciona sobre el resto desmereciendo a grandes mentes de su tiempo. Resulta tremendamente pedante la postura con que se presenta al mundo, cómo se enaltece ante inteligencias reconocidas en su tiempo. En fin, es un pensador y filósofo desconcertante, abrumador, desquiciante. Mas, dentro de todo lo antipático que pueda resultar íntimamente, tiene una riqueza personal en sus posturas que producen, en uno como ser humano, la toma de consciencia que pueda lograr al ser y sentir nuestra grandeza, sobre todo, cuando alcanzamos consciencia de lo libres que somos, cuando llegamos a comprender nuestra importancia y sentir la piel que cargamos, los huesos que conforman nuestro ser, y, sobre todo, oír la voz que nos mueve. En fin, es un autor que nos abofetea de madrugada cuando aún estamos remolones entre las sábanas; es el que nos permite observar los dedos de nuestros pies y ver lo hermosos que son al posarlos sobre la tierra y sentir cómo su tibieza se apropia de nuestro cuerpo.

Lo bueno queda


Con años, soledades y abandonos como ropajes sobre sus restos, intento hablar o agregar una simple mirada desde el cuarto rojo de este pecho, como gesto de los que amamos y gozamos cuando el día nos golpea el cristal y se reinicia la vida.
Hablar de Rodolfo Enrique Facundo Cabral es traer al hoy, donde debiera estar, a la persona, al hombre de voz profunda en sonido como en contenido. Su vida, las letras de sus composiciones, golpearán por largo tiempo. Llegó a este mundo con un cuaderno bajo el brazo un 22 de mayo de 1937, desde ahí su vida jugó a ser una encrucijada con el día a día; según sus palabras: “Facundo nació en un puerto argentino y desde que aprendió a andar no se detuvo jamás”. Llegó con su voz y las manos como herramientas potentísimas, un rosario con cuentas que hablaban de cómo llenaría su vida. La libertad y la igualdad estarían constantemente punzando su pecho, no alzaría bandera partidista, excepto la de su Argentina.
La imagen materna es decidora en la vida la Facundo Cabral, en sus frases y pensamientos la describe así: “Cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor es un soldado menos. Tengo esto y mucho más, lo aprendí de mi madre, se llamaba Sara, la elegí como madre por la misma razón por la que Dios la eligió como hija. Nunca pudo aprender nada, puesto que cada vez que estaba por aprender, llegaba la felicidad y la distraía. Nunca usó agenda porque hacía lo que amaba y eso se lo recordaba el corazón. Se dedicó a vivir y no le quedó tiempo para otra cosa”.
Facundo dejó su casa a los siete años. Su madre lo acompañó a la estación y, cuando subía al tren, le dijo: “Este es el segundo y último regalo que puedo hacerte, el primero fue darte la vida y el segundo la libertad de vivirla”.
El 9 de julio de 2011 falleció asesinado, se dice que por equivocación. ¿La muerte se equívoca? Creo que en este caso lo hizo rotundamente, se llevó uno de esos discursos que acá, en cada metro cuadrado que tenemos, hace falta oír.
Aquí, la letra de una de sus hermosas canciones:

SIN TU LATIDO

Hay algunos que dicen
que todos los caminos llevan a Roma
y es verdad porque el mío
me lleva cada noche al hueco que te nombra.

Y le hablo y le suelto
una sonrisa, una blasfemia y dos derrotas;
luego apago tus ojos
y duermo con tu nombre besando mi boca.

Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo,
sin tu latido.

Que el final de esta historia
enésima autobiografía de un fracaso
no te sirva de ejemplo,
hay quien afirma que el amor es un milagro.

Que no hay que no cure,
pero tampoco bien que dure cien años
eso casi lo salva,
lo malo son las noches que mojan mi mano.

Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo,
sin tu latido.

Aunque todo ya es nada,
sé por qué te escondes y huyes de mi encuentro.
 

Una plácida noche de concierto


Tengo que sentarme y cerrar los ojos para no olvidar lo vivido anoche. Escapa de este diccionario humano con el que cuentan las páginas de mi piel y mi cuerpo. Los que estuvieron en mi sueño (miro a todos lados para que así haya sido), seguramente aún estarán colgados de aquellos pentagramas mágicos, de aquellas cuerdas vocales preciosas, maravillosas, que posee un ser humano tan cálido como el señor Plácido Domingo. Las horas fueron notas, los latidos letras en todos los idiomas, las miradas todos los escenarios posibles, los que uno quisiera, deseara, imaginara. ¿Vale la pena hablar de sus orígenes si lo que importa traspasa el tiempo? Estuvo anoche para todos y para nosotros. Vino desde el antes, desde siempre, por el aire, la tierra, los cielos. Vino a saciar la sed del alma y sones como estos son los únicos que la calman.
José Plácido Domingo Embil nació en Madrid el 21 de enero de 1941. Es cantante lírico (tenor y barítono) y director de orquesta. En 1949 su familia se trasladó a Ciudad de México, donde inició lecciones de piano para luego ingresar a la Escuela Nacional de Artes y al Conservatorio Nacional. Comenzó como barítono, teniendo participación en un sinnúmero de obras, entre las que destacan Rigoletto, La traviata, Otelo, Tosca, Turandot y Carmen.
Gran filántropo, ha ayudado a necesitados en diversas partes del mundo, también en catástrofes naturales. En marzo del 2008, fue elegido como el más grande tenor de todos los tiempos.
La ópera, invento, creación, estremecimiento, vino envejecido para cuerpos sensibles y bocas sabias, regalo que convive entre nosotros dispuesto a que lo descubran en el instante menos pensado. Historia, escenarios de todas las historias entre las manos y su garganta cuyas alas son la voz, vuelan y provocan vuelos inimaginados, convirtiéndonos en frágiles ecos con respiros a veces pausados, casi dormidos.

Música

Cambia lo superficial
cambia también lo profundo
cambia el modo de pensar
cambia todo en este mundo.

Cambia el rumbo el caminante
aunque esto le cauce daño
y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño.

Cambia, todo cambia
cambia, todo cambia…

Fragmento de la canción “Cambia, todo cambia” del músico y cantante Julio Numhauser, chileno, fundador del grupo Quilapayún.

Hoy, entrada la tarde, la emoción obliga. Me siento obediente, conmovida y plácida, cual gata remolona y apasionada. Es más, tuve que comenzar pidiendo permiso a la historia y tomar esa bella estrofa con la que comienzo este texto, pues leer y analizar su contenido fue el impulso que me llevó a delinear con este pincel lo vivido días atrás y no, no puedo dejar de aplaudir lo escrito al comienzo. ¡Qué letra! ¡Qué verdad tan grande!
Música, la bella música. Elemento mágico, genialidad de combinar sonidos de la voz humana con instrumentos musicales. Potentes, nos permiten volar, cambiar, sentir y no sentir; invisibles elementos que movilizan sin importar la edad, los segmentos sociales ni los sexos, en el día a día de los seres humanos.
Quiero nombrar, como pequeño homenaje, a mi padre y a mi madre. A él, que aún me acompaña y ha amado los tangos desde que tengo uso de razón; a un antiguo conjunto argentino de música folclórica, los Charchaleros: “Angélica, cuando te nombro / me viene a la memoria…”. Y a mi madre que me mira desde lejos. Amaba la música en general, su debilidad era la clásica. Desconcertante, sin tener grandes estudios, cuando encendía la radio reconocía por oído a Maller, Mozart y a su preferido, Beethoven. Los escuchaba, con ellos bordaba y soñaba; son mis acordes de esta gran canción llamada vida.
Podemos cortarnos el cabello, darle distintas formas; sobre el rostro aplicar colores que nos identifiquen, enfundarnos ropas, pero solo hay algo interno, profundo, que llevamos y nos permite abrirnos ante lo que nos estremece; podría ser la pintura, el cine, un libro, una obra de teatro, una guitarra eléctrica, pero en este caso hablo de la música, de toda y de la única.
Hablo de una mágica e incomparable. Una que estremece, de voces, violines, oboes, chelos y contrabajos, pianos y en el centro ellas, las voces, sopranos y barítonos, regalo de unas maravillosas cuerdas vocales. Hablo de la ópera, de una en especial: la bella Madame Butterfly, de Giacomo Puccini, presentada en el Teatro Municipal de Santiago días atrás.