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CLEMENCIA A LAS ESTRELLAS

Justificación - Las leyes secretas - Idearium Futurismo

AGUSTINA GONZÁLEZ

Clemencia a las estrellas

Primera edición, 2019,

de los originales Justificación, Las leyes secretas, Idearium Futurismo,

publicados en 1927, 1928 y 1916, respectivamente

Diseño de portada:

© Sandra Delgado

© Editorial Ménades, 2019

www.menadeseditorial.com

ISBN: 978-84-120204-9-6

PRÓLOGO

Prodigiosa zapatera

Quienes la trataron la recuerdan colocando cuidadosamente sus manuscritos, editados y encuadernados por ella misma, en el escaparate de la zapatería familiar de la calle Mesones de Granada para ponerlos a la venta junto a hormas, botines, alpargatas y suelas. Vestida de hombre, paseando tranquila por las calles o entrando, ¡sola!, en los cafés y restaurantes, descubriéndose el pecho ante los fascistas contra los que se manifestó para que impactaran mejor las balas, o hablando de unas teorías que muchos consideraban excéntricas, inaceptables o, cuanto menos, extrañas viniendo de una mujer. «¡Ahí va la zapatera, la chiflada!». Asombra, todavía, el silencio y el olvido que se cernieron tras su asesinato sobre una personalidad tan impactante y distinta a todas. Pese a que su leyenda sigue formando parte de la mitología de una ciudad que en tiempos de Lorca alcanzó sus cimas de intensidad y desgarro, ni siquiera un final tan trágico como el del propio Federico ni el hecho de que el poeta se inspirara en ella para escribir La zapatera prodigiosa sirvieron para incluirla en la nómina de genios de una generación cuya condena fue adelantarse décadas (o siglos) en su filosofía de vida y sus métodos.

Agustina nació en la ciudad de La Alhambra el 4 de abril de 1891. Lectora voraz, inquieta y preocupada por el mundo que la rodea, desde niña confía encontrar en los libros las respuestas a las preguntas que la acechan y por eso acude a ellos: «Siendo jovencita, leía con avidez todos los libros que llegaban a mis manos; leía con el noble afán de encontrar solución a tantos y tantos problemas que yo con mi limitada inteligencia no podía resolver (…). Contemplando el espectáculo social, la desigualdad que nos diferencia a unos seres de otros, encontraba un problema indescifrable». Después de cursar sus estudios primarios en el Real Colegio de Santo Domingo de Granada, donde demostró también un inusitado interés por la astronomía y las ciencias, su familia (la paterna sobre todo, tras la muerte del padre de Agustina) valoró en asamblea si la adolescente podía o no leer cuanto deseaba, seguramente sospechando ya, o temiendo, que la chica despuntara intelectual y preguntona. La resolución fue favorable en parte, porque pese a que no se le prohibió del todo la lectura, sí se la sometió a una vigilancia estricta que causó en Agustina periodos de ansiedad y nerviosismo de los que intentaba escapar disfrazándose con las ropas de sus hermanos para caminar libre por las calles.

Las consecuencias al ser descubierta no se hicieron esperar: junto con el diagnóstico de histeria llegaron las primeras críticas generalizadas, puesto que la respuesta a una mujer independiente en un entorno tan asfixiante como el de un pueblo pequeño previo a la Guerra Civil no puede ser más que la burla y el insulto. Su actitud carismática, inteligente y contestataria suponía un desafío intolerable a unos detractores para cuyas aspiraciones de igualdad, cultura y progreso solo podían deberse a una razón: el desequilibrio mental de quien las propugnaba, más aún tratándose de una mujer. Y siendo escritora en ciernes como ya era, Agustina aprovechó sus circunstancias desfavorables para extraer de ellas la inspiración y escribir años más tarde un ensayo, Justificación, donde expondría, ni más ni menos, que la locura que a ella le achacaban afectaba en realidad a los demás, a quienes tenían tal estrechez de miras que no eran capaces de distinguir las ideas que hacen avanzar a la humanidad. Si una sociedad intransigente y cerril le exige justificarse, esta es la única manera en que lo hará una mujer que ya ha escapado para siempre del molde de sumisión y obediencia prefabricado para ella: «La locura social consiste en que el señalado como loco está cuerdo, y que la sociedad en que vive no lo comprende y por lo mismo lo juzga mal (…). Esta locura padecen contadas personas y se manifiesta en el error de los otros. Y esta locura la vengo yo padeciendo veintitrés años (…). Son veintitrés años de sufrir impertinencias, que creo es una condena que ya merece el indulto general (…). La principal característica de esta locura es que la alucinación, los trastornos y el malestar los padece la sociedad, no el sujeto. El sujeto padece el desprecio de la sociedad y las burlas de los menos piadosos».

Una natural predisposición a la curiosidad por las cosas del mundo le lleva a seguir leyendo a escondidas de sus hermanos, a interesarse por las ciencias, por la religión, por los debates políticos… La joven Agustina divaga, imagina, se recrea, rememora amoríos y cortejos de adolescencia, sueña con un futuro que nunca podrá ver. Juega con los roles de género y los tergiversa, se atreve a desafiarlos, a comprobar hasta qué punto nos condicionan y nos determinan: se viste de hombre para poder salir de noche a las calles, en busca de los duendes y las brujas que los cuentos de su infancia le han prometido que habitan la madrugada, y para su asombro presencia cómo sus amigas, sin reconocerla, sienten miedo cuando se acerca a ellas. Una desencantada adolescente volverá a casa sin haber sido testigo de lo sobrenatural y sin sospechar aún que los monstruos, cuando lleguen para romper los cristales de su zapatería, lo harán a plena luz y sin ocultar sus rostros ni sus galones.

Justificación (1927) es una obra pegada a la realidad, que todavía no ha ascendido a las altas esferas de opúsculos posteriores. Siguiendo la corriente de sus pensamientos a lo largo de los breves capítulos que componen la obra descubrimos a una mujer honesta, fiel a sí misma, de una lucidez tan transparente que en ocasiones limita incluso con la ingenuidad, enemiga de la mentira y la hipocresía, austera, filántropa, sincera y valiente hasta las últimas consecuencias. Las críticas no hicieron sino endurecerla, reforzarla en sus convicciones tan puras como sencillas: permanecer leal y constante a los propios ideales, que serán los correctos mientras no atenten contra nadie ni promuevan mal ni odio. Porque, al leerla lo descubrimos, el suyo no era tanto rabioso activismo o deseo de contrariar como mera expresión de un sentido común que no veía razón para mantener oculto. Por qué callar si podemos mejorar el mundo, desde las ideas más locas o las más pequeñas, por qué pasar por esta vida sin hacer nada ni decir nada. Es lo que impulsaba a hablar a Agustina, es esa comezón ante lo injusto asumido, lo absurdo normalizado, lo que no la permitía guardar silencio. Y escribía, dando cuenta de todo esto. Con frases rápidas y un discurso ágil nos refiere las anécdotas cotidianas y las experiencias vitales de donde extrae sus reflexiones más profundas para transmitirnos la inmediatez de su pensamiento. Es siempre la vida diaria y sus preocupaciones más cercanas a ella el sustrato primario de sus teorías y soluciones: las habladurías de los vecinos, el coste de la vivienda, la pertenencia a la clase obrera, el reparto igualitario de la riqueza, la defensa de la infancia (los niños como únicos seres puros, los más cercanos a la esfera espiritual), las prohibiciones y convenciones de la vida adulta, el elogio a los esfuerzos que levantan y hacen avanzar a pueblos y países, la concepción panteísta de la religión que hace habitar a Dios, como Espíritu Supremo, en todas las cosas y además lo identifica con la conciencia individual que mora en el corazón de todos los seres humanos para guiarles por el buen camino… Y, por encima de todo, una actitud estoica y un desprecio hacia las vanas fortunas y las efímeras riquezas del mundo, que, al igual que nuestros seres queridos, solo nos pertenecen en esta vida por un tiempo limitado.

Natural humanista y socialista convencida, defensora de una acción política social que buscara únicamente el bien común por encima de intereses personales («De fantasear con el pensamiento, lo que se debe desear es el bien de todo y de todos»), desarrolló también sus tesis de desarme mundial e imposición de un comunismo utópico, entendido como bienestar de todos sin perjuicio de nadie, a través del amor y el conocimiento, nunca por la fuerza ni haciendo de él excusa para la tiranía de los bárbaros. Detractora del anarquismo y del descrédito de los políticos, causa originaria de su caída y de la falta de fe del pueblo en ellos, achacaba problemas como el separatismo y la ineficacia política a la laxitud burocrática, al desapego ciudadano y, sobre todo, al desinterés de los gobernantes por los gobernados a quienes ellos mismos representan: «Una vez desacreditados los políticos, se encuentran incapacitados para gobernar (…). A ver si se enteran los obreros que los hombres que les representen tienen que ser inmaculados y de que los gobernantes, una vez elegidos por el pueblo, son menos que el pueblo que los eligió: no los endioséis porque se llenan de soberbia y empiezan a cometer errores en perjuicio de ellos mismos y en perjuicio de todos (…). En España carecemos de criterio político; por la poca atención que los ciudadanos españoles ponen en defender sus derechos y el poco interés en elegir sus administradores. Luego vienen las lamentaciones cuando no tiene el asunto remedio: es cobardía lamentarse de los atropellos de un derecho que no se ha sabido defender».

Junto con todo ello, el feminismo es enarbolado como una de las banderas más necesarias en la construcción de un país futuro en el que la plena igualdad laboral y de derechos entre hombres y mujeres ha de ser una ventaja de la que el propio país extraiga beneficio para su buen desarrollo. La apelación directa a los hombres (padres, maridos, hermanos) en el apoyo a la causa feminista es especialmente llamativa: «Todos los trabajos a que se dedica el hombre honrado puede ejercerlos la mujer, sin menoscabo de su honestidad (…). Es imposible que la mujer, en una hora determinada, improvise un oficio, ni una carrera; para librar a la mujer de esta imprevisión y peligro social, es necesario que el padre de familia se preocupe a su debido tiempo; de poner a sus hijas en condiciones ventajosas lo mismo que se preocupa de los hijos varones. No digo con mayor interés que a ellos, porque tengo muy adentrado el sentimiento de igualdad; pero por lo menos con la misma solicitud que presta en crearles a los hijos varones, un modo independiente de subsistir para lo que ataña a ganarse el sustento. Ningún padre quiere que su hijo sea deshonesto ni ladrón; pues lo mismo debe querer para su hija, lógicamente pensando (…). Creo es buena hora de que el hombre labore por la causa feminista. Comprendo perfectamente que el hombre, por incomprensión, no simpatice con el feminismo; pero los más beneficiados son los hombres (…). ¿Por qué más de media humanidad femenina ha de vivir a expensas de los recursos y del trabajo de la otra escasa mitad de humanidad masculina? (...). ¿No pensará el hombre con desesperación en la injusticia social que se comete con la mujer?».

Con relación a las opresiones sufridas por la mera condición de mujeres destaca también el fragmento en el que Agustina explica, con irónica resignación, el acoso callejero al que se veía sometida cada vez que le apetecía salir a dar un paseo, y las opiniones de lo más diversas que estaba obligada a escuchar de sus vecinos. Loca, hermosa o mamarracha eran solo algunos de los calificativos: «… de seguir no acabaría nunca. A cada paso una opinión distinta. Chicos y grandes, pobres y ricos, se encontraban con derecho a expresar lo que sentían a mi paso por las calles y plazas. Todos pensábais de mí en alta voz, yo en cambio pensaba de vosotros sin proferir palabra. ¿Quién tenía más razón?». Poco han cambiado algunas cosas desde el siglo pasado.

Por esta época, finales de los años veinte, Agustina conoció a Federico García Lorca, quien, como ya hemos dicho, se inspiró en ella para trazar los rasgos de la rebelde protagonista de su obra teatral. También resultó determinante para ella el personaje de la hija menor de La casa de Bernarda Alba: Adela era un nombre que utilizaba para firmar algunos de sus escritos y con el que se hacía llamar a menudo. Los dos escritores granadinos, Federico y Agustina, compartirían no solo inquietudes culturales y modo de pensar, sino también final trágico.

La vocación política de Agustina le llevó a fundar el Partido Entero Humanista para las elecciones de 1933, en las que también se presentó María Lejárraga por la circunscripción de Granada. En la bandera blanca del Partido Entero Humanista solo ondeaban dos palabras bordadas: «Alimento y Paz», y los puntos principales de su Reglamento Ideario del Entero Humanista Internacional tenían por meta objetivos tan elevados como eliminar las fronteras, acuñar una moneda universal, crear el Palacio de Todos para dar alojamiento a los pobres y desposeídos, erradicar el hambre en el mundo o legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, algo absolutamente revolucionario para la época, que en nuestro país se consiguió recientemente pero que fue Agustina la primera política en proponerlo. Después de presentar su programa, dirigido a todo tipo de público interesado pero especialmente a «humanistas, socialistas, sindicalistas, comunistas y libertarios», y conseguir el aval de varios diputados socialistas, el partido de Agustina González consiguió un total de 15 votos: 9 en la capital y 6 en los pueblos.

Ya en Las leyes secretas (1928), su obra más espiritual y apegada a los principios del panteísmo y la masonería, trató con absoluta naturalidad el tema del amor con independencia del sexo de las personas que lo experimentan: «Si ves por primera vez a una persona y la amas, porque el amor parece que nace espontáneamente, este amor es antiguo, este amor no nació espontáneamente aunque lo parezca; esa persona te perteneció en otra reencarnación y fue un pariente tuyo muy allegado. La ves y te agrada, hablas con ella tres veces y ya le cuentas tus secretos, tus deseos, tus pesares, y ella te consuela, y te corresponde del mismo modo; ambos espíritus se halagan por la atracción magnética, se reconocen como amigos y se agradecen los sacrificios pasados en la existencia anterior; ahora que las materias son completamente extrañas, los espíritus se reconocen (…); en realidad ese amor que parece nacido espontáneamente es muy antiguo». Como consecuencia de esto, los espíritus pueden enamorarse sin necesidad de atender a los sexos de sus respectivos cuerpos. Agustina se adelantó décadas, un siglo, a la defensa y aceptación de las uniones homosexuales y del amor entre personas del mismo sexo. En realidad lo que subyace en los capítulos dedicados al tema es una innovadora reflexión sobre el sexo y el género para los parámetros de la época y lo que podríamos llamar un tímido acercamiento a la consideración de la transexualidad: Agustina afirmará que es el cuerpo humano, la materia imperfecta, el que tiene sexo, pero no así el espíritu, que ha de adaptarse a la envoltura material que le ha tocado en suerte, pero sí puede tener ciertas inclinaciones hacia el sexo masculino o femenino que sean causa de desajuste entre él y el cuerpo que habita. Tiremos un poco más del hilo y encontraremos perfectamente desarrollada la desintegración actual del binarismo, el rechazo del determinismo biológico y genital y, sí, el hecho de que hay niños que tienen vagina y niñas que tienen pene.

Las leyes secretas son las leyes que condicionan el destino de los seres humanos, comparables al karma o al premio o castigo merecido por nuestra actitud en vidas pasadas. Nuestras circunstancias presentes dependen, por tanto, de según nos hayamos comportado en anteriores existencias. Una especie de Talión supraterrenal determina si lo bueno o lo malo que nos sucede en esta vida es consecuencia de nuestras buenas o malas acciones pasadas, por las que hemos de rendir cuentas en sucesivas reencarnaciones. «Las leyes secretas son muchas; aunque todas estén comprendidas en la ley natural racional, la ley de Dios, gobernador supremo del universo. La ley inflexible o del Talión, llamada en la religión india ley del karma; la ley de las compensaciones, y otras muchas leyes justas que existen, son todas ellas una misma, derivadas de la ley de la acción; esta ley es la que nos castiga severamente, recompensando nuestras buenas acciones o castigando inflexiblemente nuestras malas acciones (…). En la época en que yo desconocía estas leyes secretas que con diferentes nombres son una misma, también desconocía la evolución de nuestras múltiples existencias. ¿De dónde venimos y a dónde vamos?, era una de mis preocupaciones. Hasta conocer la teoría de las reencarnaciones, no hallé la clave del ir y venir de nuestros espíritus a la vida material; las transmigraciones de nuestro espíritu de existencia terrestre a existencia espiritual, a la vida material. Aunque había oído a muchas personas, que todo se acaba con la muerte, sin embargo, yo no me resignaba a creer que el espíritu nuestro, en su naturaleza inmortal y eterno, podía quedar en una sola existencia. Preferí seguir investigando». Agustina lee, busca, se instruye en los libros sagrados y en las distintas religiones, da respuestas no exentas de humor y de ironía a las grandes preguntas de los filósofos clásicos. En su insistente rastreo de las huellas de Dios echa mano incluso de la sabiduría hinduísta y abraza los principios del yoga, siendo, con toda seguridad, de las primeras españolas en recomendar la práctica de sus ejercicios para alcanzar la paz de espíritu... No es extraño que los católicos más cerriles se escandalizaran al verla y escucharla. Pese a todo, el resultado de esta investigación no es otro que la intuición de que las leyes del universo y del espíritu existen, y resultan inaprensibles a la vez que fascinantes: «Yo creo que existe todo lo que veo y pienso, y muchas otras cosas que ni mi pensamiento ni el vuestro alcanzan, porque no podemos de momento descifrar; pero que existen».

Las leyes universales se cobran su particular venganza en todos los casos, especialmente en los de aquellos hombres que han maltratado a mujeres y en siguientes vidas han de verse como tales para conocer sus padecimientos: «¿De qué manera mejor que siendo en la siguiente reencarnación mujer, pagará el hombre el daño que infiera a las mujeres? (…). Si eres hombre y menosprecias a las mujeres, después serás en otra existencia mujer y te menospreciarán». Y es tan grande el ansia de justicia en Agustina que incluso ante situaciones tan terribles y miserables como la de los niños pobres de un hospicio, su imaginación inventa deudas pasadas que puedan justificarlas para, al menos, poder soportarlas.

De igual modo, es el inmenso apego a la vida lo que late detrás de estas curiosas teorías de Agustina, el rechazo y la incomprensión de alguien vital y entusiasta a que todo termine definitivamente con la muerte: «Cuando el espíritu rechaza la materia sobreviene la muerte, o sea la desintegración; pero ni un átomo de nuestra materia se pierde, solamente se transforma. La materia y el espíritu son eternos (…). No importa el tiempo, tenemos delante la eternidad; no importa que perdamos el recuerdo del pasado, nuestros delitos están dibujados en el éter en donde están escritas nuestras obras, traducido y fiscalizado por el juez de los muertos, que es justo y equitativo. Obra bien y no temas, no importa que el mundo no te comprenda».

A lo largo de todos los capítulos de Las leyes secretas se hace especialmente intensa esta imprecación al lector para hacer el bien, ya no solo por el interés del prójimo sino también por el de uno mismo, para no lamentar represalias venideras. Y junto a este poderoso llamamiento, la intencionalidad universal en la emisión y la recepción del mensaje: «Leed el libro que tenéis en vuestras manos con buena voluntad de comprenderlo y lo comprenderéis, pues yo al escribir procuro ir al conocimiento de todos y al alma de todos los lectores», y una concatenación de grandes consejos finales que no deberíamos olvidar nunca: «Procura conocerte a ti mismo, porque dentro de ti hay grandes secretos que puedes desentrañar por medio de tu razón o sentido (…). Hazte fuerte, sobreponiéndote a lo que te domine; no te dejes arrastrar por las pasiones, porque ellas te llevarán (…) a la turbación del conocimiento. Procura siempre dar buen ejemplo. Tu mal ejemplo arrastrará a otros a seguirte y aumentarás las cadenas que oprimen la humanidad. Rompe las cadenas que te ligan y, ya libre, ayudarás a tus semejantes. No te dejes arrastrar por la mayoría, pues casi todas las mayorías son malas (…); obra con reflexión puesto que eres un ser libre, y es en ti potestativo el obrar bien o mal; procura tu bien y el de todos tus semejantes».

Agustina González escribió también dos obras de teatro: la comedia Cuando la vida calla, y el drama Los prisioneros del espacio. Completa su corpus literario el breve ensayo Idearium Futurista (1916), que ofrecemos compilado en este volumen en último lugar. La impresión de que quizá se trata del texto más lúdico es solo inicial: bajo su apariencia desenfadada y frívola se hace visible un noble propósito, el de educar a las masas mediante un sistema de abecedario reducido que resulte más fácil para el aprendizaje de la lectura y la escritura. Además de esta simplificación ortográfica con la que la autora se adelantó casi un siglo al lenguaje de los móviles («eskribo más bien para el siglo bentiuno ke para mil nuebesientos diesisiete»), Agustina aprovechó para tratar también temas que hoy continúan vigentes, como la necesidad de respetar y conocer todas las religiones por igual para evitar enfrentamientos o los peligros del fanatismo. El mensaje antibelicista sobrevuela la totalidad del texto, al igual que un optimismo fundamentado en la idea de que, si bien los cambios nunca se ponen en práctica con rapidez, el tiempo los va colocando en su sitio sin pausa y con determinación: «La umanidad kamina asia la perfeksión. Ai ke ganar por la persuasión (…), i no kon la espada sino por la persuasión ke es la berdadera konkista».

Recuerda esta plena confianza en la razón y en su lenta pero segura efectividad a aquella frase de Unamuno dirigida a los mismos que quisieron encargarse de su destrucción: «Venceréis, pero no convenceréis». Todos conocemos las monstruosidades cometidas por el fascismo, pero después de leer los escritos de Agustina y de vislumbrar su mente preclara se intensifican aún más nuestra indignación y odio hacia sus verdugos. «El que es intransigente ni conoce la vida, ni conoce a sus semejantes», escribió. Precursora de las viviendas de protección oficial, de los huertos comunitarios, de la escritura abreviada que utilizamos hoy en nuestros mensajes de texto o de las uniones homosexuales, era una verdadera adelantada a su tiempo. Ella misma reconoció su carácter de pionera, y las dificultades a las que todo precursor se debe enfrentar: «Mi trabajo me ha costado, pero ahora me ven pasar y se callan. En las luchas vence siempre el más fuerte y sobre todo el que sabe esperar. El tiempo deja caer las cosas en su sitio. Ahora las señoritas estudian, pintan, escriben, trabajan, salen solas y no está mal visto. Yo, que siempre he roto filas, no me negaréis que en muchas de estas causas he hecho el Cristo».

Agustina hacía preguntas. Llamaba a la acción. Tocaba temas incómodos. No se callaba. Molestaba. Y precisamente esta personalidad tan transgresora, tan intolerable en la España de la Guerra Civil, fue la causa de que el franquismo la apuntara con su dedo de hierro para asesinarla.

Tras el golpe de Estado de 1936, la zapatera fue primero encarcelada y después trasladada al pueblo de Víznar y fusilada allí, igual que Lorca, junto a otras dos mujeres, aunque se desconoce la fecha exacta de la ejecución. Sus verdugos, escoria entre la escoria que no podrían aspirar jamás a alcanzar la altura de sus suelas y cuyos nombres omitimos porque ellos sí merecen el olvido y el desprecio de los siglos, se jactaron del asesinato de ambos genios: «Yo he sido uno de los que hemos sacado a García Lorca de la casa de los Rosales. Es que estábamos hartos ya de maricones en Granada. A él, por maricón, y a la zapatera, por puta y por lesbiana». Y no acabó allí la infamia: en 1939, un teatrillo judicial la condenaría, por pertenencia a la masonería y por simpatizar con los partidos de izquierdas, a pagar una multa de 8.000 pesetas (unos 50 euros de los de ahora, la moneda universal sobre la que ella misma teorizó) que tuvieron que pagar sus familiares.

Dicen que, en el momento de su muerte, enfrentada ya a los fusiles del pelotón colocado en línea, se negó a solicitar el perdón de Dios y alzando sus ojos al cielo pidió, en cambio, clemencia a las estrellas. La masa hizo de nuevo mofa desde su ignorancia, puesto que muy pocos sabían entonces de la pasión de Agustina por la astronomía, una afición que la llevó incluso a pensar que en una vida anterior debió de ser su oficio el de astrónoma. Su súplica a las estrellas, frías, de una madrugada que contemplaba indiferentes a los que iban a ser fusilados resultó ser el último de todos sus escándalos. Pero ya mucho antes, y esto tampoco eran capaces de entenderlo los ignorantes, había formulado su convicción de que Dios habita todo cuanto existe y vemos en el universo, las estrellas incluidas, y meses antes también había dejado por escrito las palabras proféticas de su martirio: «Soy materia disciplinada y dispuesta al sacrificio. ¡Lástima que los tiempos no me permitan el sacrificio absoluto por alguna causa que beneficiara a la sociedad! Mas yo estoy alerta y puede que algún día haga algo de provecho para todos». Su muerte fue en vano, pero no así sus palabras.

En Las leyes secretas leemos que los espíritus de los fallecidos vagan entre nosotros un tiempo, perdidos y desamparados, unidos todavía al amor que sentían y sienten por sus familiares y amigos más cercanos, negándose a abandonarles. Hay espíritus a los que hemos conocido en vidas pasadas y por eso los amamos en esta vida o nos caen simpáticos, o espíritus que nos son antipáticos puesto que les guardamos un resentimiento antiguo. Estamos destinados a encontrarnos y separarnos en infinitas vidas. Agustina, quizá, camina hoy entre nosotros bajo otra materia, bajo otra carne, o quizá simplemente es la materia de sus palabras la que permanece intacta, y seguimos por eso escuchando su voz o reconociéndola después de tanto tiempo. Imaginemos por un momento a esa Agustina adolescente, caminando por las calles adoquinadas de su Granada, envuelta en la ancha capa de su hermano y evitando la luz de los faroles, bajo la presencia siempre poderosa de La Alhambra en la parte más alta de la noche: «Las brujas que encontré en aquella inolvidable noche fueron las estrellas del cielo, por las que siento admiración profunda; son las que me hablan con más elocuencia del más allá de la muerte y las que me suelen inspirar mis mejores pensamientos (…). Las estrellas son las únicas que suelen inspirarme cuando en la soledad del campo, en noche clara, me dedico a la contemplación de ellas; en la elocuencia del silencio, con sus centelleos, desmienten mis pensamientos si abismada pienso en la tiranía y crueldad de los hombres».

Crítica con el servilismo a los ricos, con la ignorancia y la soberbia, con los que estudian carreras pero no tienen conocimientos vitales ni inteligencia emocional, con los que desprecian a las clases inferiores, con la avaricia de los banqueros y la ineptitud de los políticos, dignificó a obreros y campesinos, se burló de señoritos ricos de vida holgazana y resuelta, ideó numerosos métodos para mejorar la vida diaria en las ciudades, demostró una imaginación y creatividad que el fascismo segó de raíz. Pero sus asesinos, por mucho que se empeñaron, no consiguieron callar su voz, que hoy compartimos, ni enterrar sus ideas. Aquí están, recopiladas por primera vez, para que no vuelvan a caer jamás en ese negro abismo desde donde las estrellas continúan observándonos dispuestas a ofrecernos, frías e indiferentes, olvido o clemencia.

CLEMENCIA A LAS ESTRELLAS

Justificación - Las leyes secretas - Idearium Futurismo