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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 461 - marzo 2019

 

© 2010 Nicola Marsh

¿Dinero o amor?

Título original: Deserted Island, Dreamy Ex!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2010 Shirley Kawa-Jump, Llc

Si el zapato me vale…

Título original: If the Red Slipper Fits...

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2010 Barbara Wallace

Amor sin condición

Título original: The Cinderella Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-967-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

¿Dinero o amor?

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si el zapato me vale…

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Amor sin condición

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Náufragos: consejo de supervivencia nº 1

Vuestro pasado está a sólo una llamada de distancia

 

KRISTI Wilde tomó la rosa de tonalidad rubor, la hizo girar bajo su nariz, cerró los ojos y aspiró la fragancia sutil.

Se dijo que debería llamar a Lars para darle las gracias, pero… Abrió los ojos, posó la vista en la trillada tarjeta que probablemente le había enviado a innumerables mujeres y tiró la rosa envuelta en celofán a la papelera.

El único motivo por el que había aceptado una cita con el mejor modelo masculino de Sidney era para obtener de primera mano el tan celebrado golpe de una empresa rival de conseguir como cliente a la Agencia de Modelos Annabelle.

El hecho de que Lars midiera un metro noventa, tuviera un cuerpo fibroso y bronceado y fuera físicamente maravilloso sólo había sido un incentivo añadido.

Entrar en Guillaume de la mano con un hombre como Lars había sido un estímulo para el ego. Pero eso era lo más excitante que iba a ser la noche.

Lars era atractivo, pero su personalidad podría hacer dormir a todo un grupo de niños hiperactivos. Mientras ella había observado a la oposición, disfrutado de una fabulosa cena francesa y sentido las deliciosas burbujas de un champán caro, Lars no había parado de hablar de sí mismo… una y otra vez…

Ella había fingido interés, ofreciendo el aire del bombón embelesado y adecuadamente impresionado que no perdía palabra de lo que oía. Se hallaba en una fase de su vida en la que haría cualquier cosa por un ascenso. Descartando la pasarela, que era exactamente lo que él había tenido en mente en cuanto habían salido del ascensor al final de la velada.

La rosa podía representar una disculpa. Aunque teniendo en cuenta su arrogante seguridad de que la próxima vez sucumbiría a sus encantos, probablemente estaba protegiendo sus apuestas.

Con la nariz fruncida, empujó la papelera con sus sandalias de color fucsia de Christian Louboutin y le echó un vistazo a su calendario online.

Apenas disponía de tiempo para tomarse un café con leche de soja antes de dirigirse al Sidney Cricket Ground para una promoción de fútbol.

Recogió el bolso y abrió la puerta a tiempo de ver a su jefa entrar en la habitación con sus zapatos Jimmy Choo con tacones de diez centímetros y envuelta en un terciopelo de color ébano como si fuera la capa de una bruja, dejando una estela de Chanel nº 5 a su paso.

–Hola, Ros, en este momento iba a…

–No vas a ninguna parte.

Rosana agitó un fajo de papeles bajo su nariz y señaló su escritorio.

–Siéntate. Escucha.

Kristi puso los ojos en blanco.

–Que te hagas la jefa ya no me impresiona tanto después de verte bailar el tango con aquel camarero medio desnudo en la fiesta de Navidad del año pasado. Y de aquel incidente con el boy en Shay…

–Basta.

A pesar de ser una mujer de negocios, el orgullo que sentía Rosanna por su lado salvaje despertaba el cariño de sus compañeros de trabajo. Kristi no podía imaginarse hablando con otra jefa como lo hacía con Ros.

–Échale un vistazo a esto.

Los ojos pintados de Rosanna centellearon con picardía al entregarle un fajo de documentos y juntar las manos en cuanto se los quitó de encima.

Kristi no había visto a su jefa tan entusiasmada desde que Endorse This le había arrebatado un cliente importante a un competidor ante las propias narices de la otra agencia.

–Vas a agradecérmelo.

Rosanna comenzó a caminar, agitando las manos y musitando tal como hacía en una sesión de intercambio de ideas con su equipo de Relaciones Públicas.

Con curiosidad estudió el primer documento y su confusión fue en aumento en vez de decrecer.

–¿De qué va este documental de reality show? –sonaba interesante, siempre que alguien quisiera estar varada en una isla durante una semana con un desconocido–. ¿Vamos a hacerles la campaña de relaciones públicas?

Rosanna movió la cabeza, agitando unos bucles de color magenta.

–No. Algo mejor.

Kristi pasó una páginas hasta llegar a un formulario.

–¿Estás pensando en apuntarte?

Rosanna esbozó la sonrisa diabólica de una leona a punto de saltar sobre una gacela indefensa.

–Yo no.

–Entonces, ¿qué…? –al ver la sonrisa más amplia de Rosanna lo comprendió–. Oh, no, no lo has hecho, ¿verdad?

Rosanna se sentó en el borde del escritorio y estudió con atención sus garras bien cuidadas y pintadas de color mora.

–Introduje tus datos para la participante femenina –indicó el folleto y señaló la letra pequeña–. Te han elegido. Solos tú y algún semental ardiente en una isla desierta durante siete días y siete largas, ardientes y gloriosas noches. Estupendo, ¿verdad?

Sobraban las palabras que describieran lo que su jefa acababa de hacer.

Y estupendo no figuraba entre ellas.

Soltó el formulario como si fuera radioactivo y lo empujó con el pie antes de calmarse con respiraciones hondas. Podía ser tolerante, pero no tenía sentido crisparse hasta el punto de desear estrangular a su jefa.

–Quiero que te vuelvas una superviviente durante una semana.

Se dijo que debía tratarse de una broma, de una de esas pruebas extrañas que espontáneamente y al azar le ponía a sus empleados para comprobar la lealtad que le profesaban.

Apretando la mano con tanta fuerza que el documento crujió, dejó los papeles sobre la mesa al tiempo que se afanaba en desarrollar un argumento coherente para convencer a su jefa de que era imposible que hiciera eso.

Sólo había una manera de que atendiera a razones: apelar a su lado empresarial.

–Suena interesante, pero en este momento estoy agobiada de trabajo. No puedo dejarlo y marcharme una semana.

Rosanna se levantó de la mesa como si no hubiera hablado y chasqueó los dedos.

–¿Conoces a Elliott J. Barnaby, el productor más famoso de la ciudad?

Kristi asintió con cautela mientras la otra alzaba un folleto y lo agitaba bajo su nariz.

–Va a hacer un documental basado en el fenómeno del reality show que está dando la vuelta al mundo. Dos personas trasladadas a una isla, con recursos limitados, durante una semana.

–Suena como una bomba.

Rosanna soslayó el sarcasmo.

–El premio es de cien de los grandes.

–¿Qué? –Kristi trató de leer por encima del hombro de su jefa–. No me mencionaste esa parte.

–¿No? Quizá no llegué a hacerlo por el entusiasmo abrumador que mostraste y todo eso.

Kristi sacó la lengua mientras leía a toda velocidad los detalles de los premios.

Cien de los grandes. Mucho dinero. Y si estaba lo bastante loca como para seguir adelante con el ridículo plan de su jefa, sabía exactamente qué haría con él.

Durante un momento, recordó la cena que había tenido la noche anterior con su hermana Meg.

El destartalado cuchitril de apartamento que tenía en las afueras de Sidney, con el sonido atronador de la pareja que se peleaba en la puerta contigua entremezclado con las amenazas de bandas rivales procedentes de la calle. Los muebles deshilachados, el montón de facturas sin pagar en la encimera de la cocina, la falta de alimentos en la nevera.

Y Prue, la adorable sobrina de siete años, la única persona que en esos tiempos conseguía sacarle una sonrisa a su extenuada mamá.

Después de todo lo que había pasado, Meg aún vivía momentos duros, pero seguía sin aceptar un céntimo. Si el dinero que su orgullosa hermana se negaba a aceptar no procediera de sus ahorros, ¿marcaría alguna diferencia?

–Un premio suculento, ¿eh?

A Kristi no le gusto el destello maníaco que apareció en la mirada astuta de Rosanna. Cada vez que pasaba eso, significaba que había un cliente en potencia, alguien cuya promoción añadiría otra pluma en el creciente tope de Endorse This.

Mientras intentaba desterrar de la mente el recuerdo del apartamento de Meg y de las enjutas mejillas de su sobrina, Kristi le devolvió el folleto.

–Desde luego, el dinero es goloso, pero no como para encerrarte con un desconocido durante una semana y que toda esa experiencia desastrosa sea grabada.

Rosanna apretó los labios de silicona y su mirada decidida no aceptó discusión alguna.

–La semana pasada recibí una llamada del Canal Nueve. Están poniéndose en contacto con empresas de relaciones públicas para un nuevo reality show en una isla, dijeron que sería un Supervivientes con una ligera variante. Por eso te apunté a ti. ¡Si lo haces, estaremos en la cumbre!

¡No, no, no!

Al lado del brillo en los ojos de Rosanna que le había puesto los pelos de punta, la sonrisa enfermizamente dulce de una bruja que le ofrecía a Hansel y Gretel un enorme trozo de pan de jengibre no fue nada.

–Y, por supuesto, tú llevarás toda la cuenta.

–Eso no es justo –soltó, deseando haber mantenido la boca cerrada al ver que la sonrisa de Rosanna se desvanecía.

–¿Qué parte? ¿La parte en la que ayudas a Endorse This a conseguir el cliente más grande de este año? ¿O la parte en la que prácticamente te aseguras un ascenso gracias a ello? Sin contar con la oportunidad de ganar cien de los grandes, por supuesto.

Le lanzó a su jefa una mirada mortífera que surtió poco efecto.

No tenía elección.

Debía hacer lo que le pedía.

Si el ascenso no era incentivo suficiente, sí lo era la oportunidad de ganar cien de los grandes. Meg se merecía más, mucho más. Su dulce, ingenua y resistente hermana merecía que todos los sueños se le hicieran realidad después de lo que había pasado.

Forzando una sonrisa entusiasta, que a medias era una mueca, se encogió de hombros.

–De acuerdo, lo haré.

–Estupendo. En unas horas tienes una reunión con el productor. Al terminar, dame los detalles –le entregó el folleto y miró la hora–. Llamaré al Canal Nueve y les comunicaré las últimas noticias.

Mientras Rosanna se contoneaba hacia la salida, Kristi supo que había tomado la decisión acertada, a pesar de haberse visto obligada a ello.

Había trabajado duramente durante los últimos seis meses, desesperada por conseguir un ascenso, y lograr que el Canal Nueve fuera cliente de ellos, lanzaría su carrera hacia el firmamento.

En cuanto al dinero del premio, haría lo que hiciera falta para ganarlo. Meg se merecía hasta el último céntimo.

El ascenso y el premio; razones cuerdas y lógicas para pasar por eso. Pero, ¿una semana en una isla con un desconocido? ¿Podría ser peor?

Mientras ojeaba los papeles, Rosanna se detuvo en la puerta y alzó un dedo.

–¿Te he mencionado que estarás sola en la isla con Jared Malone?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Náufragos: consejo de supervivencia nº 2

Asegúrate de programar tu mini fusión nuclear cuando estés fuera de las cámaras

 

JARED entró en Icebergs, en la parte norte de Bondi, y se dirigió a la mesa habitual de Elliott, enfrente y en el centro del ventanal que daba a la playa más famosa de Sidney.

Junto al expreso doble de su predecible amigo, esperaba su zumo de mango.

Al acercarse a la mesa, Elliott alzó la vista de una pila de papeles, plegó sus gafas de montura metálica, las dejó junto al café y miró su reloj de pulsera.

–Me alegro de que al fin pudieras llegar.

Jared se encogió de hombros y señaló su rodilla coja.

–La sesión de rehabilitación se prolongó más de lo esperado –experimentó el habitual pinchazo de dolor al sentarse–. Los ligamentos han sanado bien después de la operación, pero la inflamación persistente tiene desconcertados a los médicos.

Elliott frunció el ceño.

–Estás viendo a los mejores, ¿verdad?

Jared puso los ojos en blanco.

–Sí, mamá.

–Tonterías.

–Las tonterías que van a conseguirte otro de esos premios de cine que tanto anhelas –Jared señaló los papeles que tenía delante–. A ver si lo adivino. Los habituales descargos de responsabilidad de que cualquier cosa que haga o diga en la televisión no serán de tu responsabilidad.

–Algo por el estilo –tomó el documento superior y lo deslizó por la mesa–. Esto es lo básico.

Jared apenas miró la letra impresa, ya que había oído demasiadas veces por boca de Elliott las virtudes del documental que iba a realizar.

Estar abandonado en una isla con una desconocida durante una semana era lo último que le apetecía hacer, pero si así convencía a los niños discapacitados de Sidney de que el centro recreativo Activate era el lugar para ellos, lo haría.

Había pasado gran parte de su vida bajo los focos, con su carrera y vida privada bajo escrutinio como carnaza para los paparazzi. Lo había odiado. Era hora de darle un buen uso a tanta intrusión, empezando por una semana de publicidad gratuita que el dinero no podría comprar.

Los premiados documentales de Elliott eran vistos por millones de personas y sus temas de vanguardia estaban en boca de todos, en las universidades, en las calles… todo el mundo hablaba de los asuntos que tocaba Elliott.

Con un horario de prime time, los anuncios costarían una fortuna, de modo que cuando Elliott le había propuesto el trato, no había dudado en aceptarlo. Preferiría gastar mil millones en el centro y en equipo que en publicidad.

Millones de personas verían el centro en la televisión, oirían hablar de lo que ofrecía y, con suerte, difundirían el mensaje. Con eso contaba.

Era una situación beneficiosa para ambos. Elliott conseguía a un ex profesional del tenis para su documental; él obtenía una publicidad impagable para exponerle al país entero el centro recreativo juvenil que iba a fundar.

–Bien, ¿quién es la dama afortunada?

Elliott miró hacia la puerta con las cejas enarcadas.

–Aquí viene. Siempre has sido un tipo de suerte.

Jared se volvió, curioso por ver con quién estaría abandonado en la isla. No es que le importara. Durante años había tenido una intensa vida social en el circuito tenístico y podía fingir con los mejores. Era fácil.

Pero cuando se encontró con un par de inusuales ojos azules del color del océano azul de Bondi un día despejado, atravesado por esa mirada acusadora, supo que pasar una semana en una isla desierta con Kristi Wilde en absoluto sería fácil.

 

 

–Me ocuparé de ti más tarde –musitó Jared a un confuso Elliott mientras Kristi avanzaba hacia ellos sobre unos tacones altísimos.

Siempre había sentido predilección por los zapatos, casi tanto como él había sentido predilección por ella.

–Me alegro de verte…

–¿Estabas al tanto de esto?

Aunque le había cortado la introducción, no tenía esperanza de evitar su beso, y cuando su inclinó para besarle la mejilla, la familiaridad de esa fragancia dulce y aromática lo golpeó con la potencia de un servicio de Nadal, seguido con celeridad por un caudal de recuerdos.

La euforia de ascender el Harbour Bridge eclipsada por una risueña y exuberante Kristi cayendo en sus brazos, y más tarde aquella noche en su cama.

Largas y ardientes noches estivales que se prolongaban sobre mariscadas en Doyles en la Bahía Watson, para luego acurrucarse en un taxi acuático de regreso a su casa mientras se afanaba por mantener el tenue autocontrol que le quedaba.

Y lo mejor de todo, la relación pausada, tranquila y llena de diversión que habían compartido.

Hasta que ella empezó a exigir y él huyó.

Con buen motivo. Su posición en la clasificación de tenistas había empezado a dispararse en aquella época, y no le había quedado más remedido que compensar a las personas que habían invertido tiempo en él. Jamás había querido ser un aprovechado, alguien que daba por sentado su derecho de nacimiento; como sus padres.

Era irónico que lo que había empezado como un ejercicio de niñera, un lugar donde los esnobs Malone podían olvidarse de su hijo único durante unas horas al día, se había convertido en una carrera lucrativa llena de fama, fortuna y más mujeres que las que cualquier chico sabría hacer con ellas.

Extrañamente, sólo una mujer había llegado a estar lo bastante cerca como para ver al verdadero Jared, el tipo que se exhibía detrás de la sonrisa despreocupada.

Y la estaba mirando a la cara.

Así como su carrera no había sido el único motivo para marcharse, verla ahí en ese instante, tan vivaz y hermosa, le recordó cuánto había abandonado alejándose de ella.

Kristi se retiró con un movimiento altivo de la cabeza que podría haber funcionado si él no hubiera visto la expresión suave en las comisuras de sus labios y el destello de reconocimiento en sus ojos.

–Y bien, ¿estabas al tanto?

Apoyando una mano en su cintura para guiarla a una silla, negó con un movimiento de la cabeza.

–Justo un segundo antes de que entraras, acababa de enterarme de la identidad de mi cómplice en este fiasco.

–Ésa es la palabra apropiada. Fiasco.

Él sonrió ante el consenso vehemente al tiempo que Elliott extendía la mano.

–Encantado de conocerte. Me llamo Elliott J. Barnaby, productor de Náufragos. Me complace tenerte a bordo.

–Eso es lo que debemos discutir.

Llamando a un camarero con un gesto de la mano, pidió una botella de agua mineral con gas y lima antes de erguir los hombros en una postura combativa que a Jared le resultaba tan familiar como el gesto con que ladeaba su cabeza.

–Antes de empezar esta discusión, permitidme que deje unas cosas claras. Primera, me encuentro aquí por obligación. Dos, lo hago por el dinero –alzó un dedo y señaló a Jared–. Tres, será mejor que la isla resulte lo bastante grande para los dos, porque preferiría volver a nado al continente antes que estar enjaulada contigo una semana.

Elliott los observaba por turnos con curiosidad manifiesta.

–¿Os conocéis?

–¿Es que su señoría no te lo contó? –respondió, girando la cabeza hacia él.

–Nos conocemos –intervino Jared con calma, bien consciente de que más tarde Elliott querría saber la profundidad de dicho conocimiento–. Somos viejos amigos –Kristi contuvo un bufido mientras él le guiñaba un ojo–. Volver a familiarizarnos el uno con el otro va a ser muy divertido.

–Sí, como someterse a una endodoncia –musitó con mirada hostil.

Al aceptar el trato, a Jared no le había importado especialmente con quién iba a estar aislado una semana.

Sin embargo, en ese momento la idea de batallar con la insolente y desvergonzada Kristi durante siete días le animó considerablemente la mañana.

Luchando por ocultar una sonrisa, cruzó los brazos y miró a Elliott.

–¿El que nos conozcamos no debería ser un problema?

El otro movió la cabeza.

–Todo lo contrario, debería generar una interacción interesante. El fin del documental es exponer la realidad que hay detrás de la televisión de los reality shows. Cómo habléis, reaccionéis y choquéis cuando estéis confinados una semana sin otras actividades sociales debería convertirse en un buen material –hizo una pausa y frunció el ceño–. ¿Viejos amigos? ¿Significa eso que llegasteis a vivir juntos algún tiempo?

–¡Diablos, no!

El destello de dolor en los memorables ojos de Kristi hizo que Jared maldijera para sus adentros el exabrupto de su negativa, pero al siguiente instante ella alzó el mentón, lo miró con arrogancia e hizo que dudara si no había imaginado la primera expresión.

–Cohabitar con un niño no es la idea que tengo yo de diversión –manifestó con ojos entrecerrados.

Quería que él respondiera, que entrara en la refriega, que lanzara algunas pullas. Podía seguir esperando. Ya dispondrían de tiempo más que suficiente para eso. Siete días completos. Solos. Sin más diversión que el otro. Interesante.

Ajeno a la tensión que hervía entre ellos, Elliott se frotó las manos.

–Bien. Porque eso habría cambiado el statu quo. De esta manera, vuestras reacciones serán más auténticas –sacó una carpeta llena de documentos del montón que tenía delante y la deslizó por la mesa hacia Kristi–. Soy consciente de que tu jefa planteó tu nombre para esto, de modo que necesitas leer todos los puntos legales, firmar los formularios donde se indica y empezaremos por ahí.

Ella asintió, abrió la carpeta, aceptó la pluma que le ofreció Elliott y comenzó a leer mientras se daba golpecitos en el labio con el capuchón. Un labio que Jared recordaba demasiado bien; por su plenitud, su suavidad, su calor intenso al fundírsele en la boca…

Que ella tuviera que leer los documentos le brindó tiempo para estudiarla de verdad. Cuando la conoció, había sido una vivaz y bonita joven de veintiún años, con el cabello rubio e indómito, una figura más plena y un vestuario ecléctico. Siempre había sido hermosa por naturaleza y así como su nariz podía ser levemente más grande que lo habitual, le añadía carácter a un rostro dominado por la belleza.

En ese momento, con el maquillaje perfecto, el cabello lacio peinado a la perfección, el cuerpo trabajado a la perfección y el perfecto traje rosa de marca, lo fascinaba más que nunca.

Le gustaba desarreglada y a rebosar de vida, y así como su nueva imagen podía ser toda profesional y controlada, estaría dispuesto a arriesgarse a conjeturar que la antigua Kristi no andaría muy lejos de esa superficie.

–Todo parece en orden –firmó varios documentos y, con un suspiro, se los devolvió a Elliott–. ¿Todo lo que necesito saber está aquí?

Elliott asintió.

–¿Sabes algo sobre Náufragos?

Ella negó con un gesto de la cabeza.

–Mi insistente jefa no entró en detalles.

Jared acercó la mano a la boca y su sonoro susurro de conspiración resultó exagerado.

–Ahora que te has incorporado al proyecto. Elliott te soltará la perorata de una hora que me soltó a mí.

Éste se mostró más que encantado de explayarse en su tema favorito.

–Así como básicamente es una competición por el dinero del premio, que irá a parar al participante que acabe los desafíos y reciba los mayores votos en su sitio de Internet, quiero que este documental sea una declaración social sobre nuestras costumbres televisivas y el modo en que interconectamos en la red en la actualidad.

A pesar de que el corazón se le hundió ante las condiciones impuestas para ganar el premio, siempre había sido una negada para los deportes y bajo ningún concepto podría batir a Jared en las apuestas de popularidad en la Red, Elliott continuó:

–En este momento hay un exceso de programas realistas en la televisión. De cocina, de citas, de canto, de baile, de compañeros de casa; de lo que se te ocurra, hay un reality show que lo está emitiendo. Quiero que Náufragos sea más que eso. Quiero que muestre la interacción de dos personas sin distracciones sociales, sin interferencias directas, sin la fanfarria ni los jueces, y comprobar cómo se llevan. Quiero una retroalimentación sincera.

Ella asintió y señaló la carpeta.

–¿Ahí es donde entran las actualizaciones diarias en el blog y en Twitter?

–Mmm. Le proporcionaré al público acceso inmediato a vuestros sentimientos inmediatos, crearé expectación para cuando emita el documental una semana después de vuestro retorno. Eso hará que se convierta en una visión más interesante.

–¿De modo que se nos grabará a todas horas?

Elliott juntó los dedos como un titiritero ansioso de empezar a mover sus hilos.

–No, las cámaras se activan por el movimiento, y sólo estarán situadas en ciertas partes de la isla. Si queréis intimidad o un descanso, existen zonas designadas para ello.

Su alivio resultó palpable y Jared se preguntó qué podía causar tanta desesperación para llevarla a embarcarse en eso. Sí, había mencionado el dinero, pero éste jamás había sido una motivación para ella, así que debía haber algo más. Aunque habían transcurrido ocho años. ¿Realmente la conocía bien?

Para él era diferente. Los últimos siete años su vida había sido organizada para el consumo público; lo que comía, adónde iba, qué coche conducía… todo se hallaba abierto a interpretación.

Había aprendió a aislarse, a soslayar la intrusión, y en ese momento la usaba para su provecho y poder abrir el centro recreativo.

Pero, ¿qué obtenía ella aparte de la oportunidad de ganar dinero?

–Me alegra saberlo –Jared se inclinó hacia ella–. Por si sientes el impulso de aprovecharte de mí, puedes hacerlo fuera de las cámaras.

–En tus sueños, Malone.

–Ha habido muchos de ese estilo, Wilde.

Para su deleite, la vio ruborizarse, bajar la vista a sus dedos nerviosos antes de retirarlos de la mesa y ocultarlos en el regazo. Le dio cinco segundos para recuperarse y, como si ésa fuera la cuña, Kristi alzó la vista con expresión segura y desafiante.

–¿De verdad quieres hacer esto ahí? –murmuró, agradecido cuando Elliott giró la cabeza hacia los aseos y se marchó deprisa.

–¿Hacer qué?

Lo estimulaba como ninguna otra mujer que hubiera conocido y la idea de pasar una semana volviendo a conocerla lo ponía tan nervioso como los prolegómenos de un torneo de Grand Slam.

–Ya lo sabes –se inclinó hacia su espacio personal y no le sorprendió que ella no reculara ni un milímetro–. Tú y yo. Así. Tal como estuvimos en el pasado.

–Cuidado, que en cualquier momento te pones a cantar.

–¿Te sientes sentimental?

–En absoluto. Tendría que importarme para querer tomar el camino de los recuerdos.

–¿Y adónde quieres ir a parar?

Ella se encogió de hombros y se estudió la manicura de las manos alargando los brazos.

–Que no quiero.

Él rió, se reclinó en el asiento y apoyó un brazo en el respaldo, con los dedos en tentadora proximidad del hombro de ella.

–Siempre se te dio muy mal mentir.

–No estoy…

–Te delata un pequeño tic justo aquí –con un contacto fugaz señaló con la yema del dedo milímetros por encima del labio superior–. Es infalible.

Ella se quedó quieta y la expresión rebelde fue sustituida por un destello de temor antes de parpadear y desterrar cualquier atisbo de vulnerabilidad con un movimiento de las pestañas.

–Veo que sigues engañándote a ti mismo. Debe de ser por todos los golpes recibidos en la cabeza con las pelotas de tenis.

–Jamás fallo.

–No es lo que yo he visto.

–Ah, es agradable comprobar que has estado siguiendo mi carrera.

–Difícil esquivarla cuando tu cara ansiosa de publicidad aparece pegada por todas partes –en su expresión se asomó la curiosidad–. ¿Por eso has aceptado esto? ¿Como publicidad para tu vuelta?

–No pienso volver.

En el último año había esquivado innumerables preguntas de los medios, había tomado su decisión y había programado una rueda de prensa. Y así como hacía meses que se había reconciliado con esa decisión, la idea de dejar atrás su carrera, de darle la espalda al talento que lo había salvado, lo molestaba.

El tenis había sido su escapatoria, su meta, su salvación… todo en uno. Así como al principio le había molestado que sus narcisistas padres lo dejaran en el club de tenis, allí no tardó en encontrar una soledad que rara vez hallaba en alguna parte.

Había sido bueno, muy bueno, y al poco tiempo la atención de los entrenadores, de los buscadores de talento, lo había impulsado a afanarse más, desarrollando su habilidad con una determinación implacable.

Había tenido un objetivo. Largarse de Melbourne, lejos de sus padres y de sus disputas, de su afición a la bebida y de la insana fascinación que sentían por sí mismos.

Había funcionado. El tenis lo había salvado.

Y así como se resignaba a dejarlo atrás, una pequeña parte de él se asustaba, de hecho, se quedaba petrificada, ante la idea de soltar lo único que había llevado normalidad a su vida.

–¿Te retiras?

–Ése es el plan.

Miró su reloj de pulsera y deseó que Elliott reapareciera.

–¿Por qué?

Su mirada penetrante lo atravesó como cada vez que se mostraba evasivo.

Se inclinó de hombros, volvió a reclinarse y metió las manos en los bolsillos para evitar seguir arreglando los cubiertos y delatar su forzada postura de indiferencia.

–Tengo la rodilla fastidiada.

Ella entrecerró los ojos en un claro gesto de que no se tragaba la excusa.

–Tengo entendido que te la operaron. Es algo muy común en los atletas. Así que, ¿cuál es el verdadero motivo?

Necesitaba darle algo o jamás dejaría el tema. Sabía lo insistente que podía ser. Era inagotable cuando despertaban su curiosidad y bajo ningún concepto pensaba ponerse a discutir con ella las verdaderas causas por las que dejaba el tenis.

–El ansia ha desaparecido. Soy demasiado viejo para mantener el hambre de los jóvenes.

–¿Cuántos años tienes… treinta?

–Treinta y uno.

–Pero seguro que algún campeón de tenis jugó hasta más allá…

–¡Déjalo! –lamentó el exabrupto en el instante en que la palabra salió de su boca, ya que vio que su curiosidad se había avivado más en vez de apaciguarse. Se frotó el mentón y añadió–: Voy a echarlo de menos, pero hay otras cosas que quiero hacer con mi vida, así que no empieces a sentir pena por mí.

–¿Quién ha dicho algo de sentir pena por ti? –que relajara los labios apretados contradijo su respuesta–. Serías el último hombre en despertar pena con tu estilo de vida de jet set, tus casas en Florida, Montecarlo y Sidney. Tu colección de coches de lujo. Tu…

–Lees demasiados tabloides –musitó, reconociendo la ironía de que él mismo estuviera dispuesto a capitalizar el irritante escrutinio al que los paparazzi sometían su vida para lanzar el perfil del centro recreativo a la estratosfera.

–Forma parte de mi trabajo.

Jared rió.

–Tonterías. Solía encantarte hojear esas revistas de cotilleos por la simple diversión que te proporcionaba.

–Te repito que sólo era investigación.

Logró esbozar una sonrisa tensa y él pensó en lo agradable que era todo eso: los recuerdos compartidos, la familiaridad. Conocía los defectos de ella, Kristi los suyos y así como esa intimidad en una ocasión lo había impulsado a huir, en ese momento le resultaba extrañamente fascinante.

–Necesitamos reunirnos antes de salir hacia la isla Lorikeet.

La sonrisa de ella dio pie a la cautela.

–¿Por qué?

–Por los viejos tiempos –se inclinó hacia ella–. ¿Seguro que no quieres repasar nuestra historia delante de las cámaras?

Ella bebió un sorbo de agua mineral y lo miró por encima del borde del vaso.

–Lo único que sucederá delante de las cámaras es que fingiré que me caes bien.

Él apoyó una mano sobre su antebrazo, complacido al sentir que se ponía rígida, y murmuró:

–¿Seguro que tendrás que fingir? Porque recuerdo un tiempo en que…

–De acuerdo, de acuerdo, me gustaste.

Apartó el brazo con brusquedad, pero no antes de que él viera el destello receptivo que oscureció a zafiro el color de sus ojos.

–Fue una fase de la primera época de mis veinte años –añadió Kristi– que murió junto con la pasión que me inspiraban las mallas.

Sin retroceder ni un ápice, Jared acercó la silla.

–¿No te has enterado? Vuelven las mallas.

–Pero tú no.

La expresión aturdida de ella le mostró cuánto le importaba todavía, a pesar de las protestas de lo contrario.

–Quiero decir conmigo. No en tu carrera. Lo siento. Maldición…

–Está bien.

La incomodidad de ella, así como extraña, resultaba reconfortante.

–Bueno, ¿qué dices acerca de que quedemos antes de irnos a la isla?

Kristi suspiró.

–Supongo que tiene sentido.

–¿A las ocho, esta noche?

–Perfecto. ¿Dónde?

Sin estar dispuesto aún a divulgar todos sus secretos, respondió:

–Ya lo descubrirás.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Náufragos: consejo de supervivencia nº 3

Mete todos tus problemas en tu vieja mochila; pero no olvides llevar protección… por las dudas

 

–ME DEBES un helado por hacerme esperar en el coche.

Kristi tomó el brazo de Meg y la apartó del escaparate de Icebergs.

–No estabas en el coche. Dabas un paseo por la playa.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque te vi estirando el cuello para vernos a Jared y a mí.

–No estiraba el cuello. Intentaba ponerme de puntillas –Meg movió la cabeza disgustada–. Ni así pude ver nada –al acercarse al puesto de helados, sonrió–. Bueno, ¿sigue siendo tan maravilloso en la vida real como en todas esas atractivas fotos de los periódicos?

–Mejor –reconoció Kristi a regañadientes, con la cabeza aún hecha un torbellino por el impacto de los veinte minutos en la embriagadora compañía de Jared y el cuerpo hormigueándole por el reconocimiento.

No había esperado una percepción tan instantánea de lo que una vez habían compartido ni que los recuerdos la bombardearan con tal intensidad.

Cada vez que la había tocado, había recordado con lento y exquisito detalle cómo en el pasado había manipulado su cuerpo con habilidad y destreza, haciendo que el calor fluyera con fuerza y velocidad por cada centímetro de ella.

–Podría estrangular a Ros por ponerme en semejante situación.

–¿Y qué situación es ésa? ¿Náufraga en una isla con Jared? ¿O quizá de vuelta en los brazos de…?

Kristi le lanzó a su hermana una mirada con los párpados entrecerrados.

–Si Ros no me hubiera tentado con el ascenso, jamás habría aceptado algo así.

–¿Ni siquiera por la oportunidad de ganar cien de los grandes?

–Ni siquiera por eso.

Una mentira, pero no quería que Meg intuyera a qué dedicaría el dinero del premio. Su hermana pequeña odiaba la lástima, y odiaba aún más la caridad.

Cuando el canalla y miserable novio huyó al oír la noticia del embarazo, no bastó con que le arrebatara a Meg la autoestima, la confianza en sí misma y las esperanzas y sueños de un matrimonio maravilloso como el que habían tenido sus padres.

No, esa alimaña también tuvo que llevarse hasta el último céntimo de su dinero, dejando a Meg viviendo en un agujero de un dormitorio en el centro de un barrio desfavorecido en Sidney, haciéndose cargo de las facturas por la boda cancelada y matándose en dos trabajos para ahorrar dinero suficiente con el fin de tomarse unos meses libres una vez que naciera el bebé.

La vida apestaba para su pragmática hermana y así como Meg fingía optimismo por el bien de la adorable y pequeña Prue, no podía esconder las ojeras oscuras de fatiga ni las miradas de suspicacia que lanzaba si algún chico se acercaba demasiado.

Confiar en el chico equivocado había destrozado sus sueños, su vivacidad, su esperanza de un futuro brillante, y Kristi haría cualquier cosa, incluso estar varada en una isla con su ex durante una semana, para devolver la chispa a los ojos de su hermana.

–¿Qué vas a hacer con el dinero si ganas?

–Ya lo descubrirás.

Deteniéndose ante el puesto de helados, pidió dos cucuruchos completos mientras su mirada se desviaba de nuevo al Icebergs.

Acababa de dejar allí a Jared, todo él bronceado, tonificado, un metro noventa de estrella del tenis en su apogeo. Siempre había sido sexy con ese bronceado que solían exhibir muchos australianos, pero el joven al que había deseado no podía compararse con el mayor y maduro Jared.

Años de jugar al sol habían añadido líneas de carácter a su cara atractiva y risueñas alrededor de los ojos. Aunque eso no era de extrañar ya que siempre había tenido tendencia a la risa.

Nada lo había desconcertado; rara vez se mostraba serio. Por desgracia, eso incluía mantener una relación seria, resultado de lo cual había sido que la dejara para ir a centrarse en su preciada carrera.

Por ese entonces se había encontrado en la cúspide, justificando su elección ganando Wimbledon, el Abierto de Francia y dos veces el Abierto de Estados Unidos. El Abierto de Australia había sido el único torneo en eludir al gran Jared Malone durante los primeros años de su ilustre carrera, algo que siempre había despertado la curiosidad de Kristi.

Las fotos de él con alguna bomba rubia o una morena exuberante del brazo explicaban con claridad las tempranas eliminaciones de Australia y apretó los dientes ante el hecho de que le hubiera importado.

Ya no.

Había visto las pruebas de lo que podía provocar elegir al hombre erróneo con quien pasar la vida y, teniendo en cuenta que Jared había huido en vez de construir un futuro con ella, eso le había demostrado que no era el hombre para ella.

–El helado se te está derritiendo.

Parpadeando, Kristi pagó, le entregó a Meg su cucurucho y fue hacia la arena.

–¿Te vas a meter ahí con esos zapatos? –Meg señaló sus Louboutin predilectos de un rosa intenso y tacones vertiginosos–. Cielos, volver a engancharte con el tenista ha debido de sacudirte de verdad.

–No voy a «engancharme» con nadie, sólo voy a sentarme en el muro y a descansar antes de volver al trabajo.

Meg lamió su helado sin perder su expresión suspicaz.

–Vosotros dos solíais salir juntos. Hay motivo para que exista una alta probabilidad de que os volváis a enganchar en esa isla desierta.

–Cállate y cómete el helado.

Permanecieron en un silencio amigable mientras el sol y la brisa marina arrastraban recuerdos de otros días en que habían hecho lo mismo, unidas en su dolor por la muerte prematura de sus padres.

Así como éstos las habían dejado económicamente sin un céntimo, podían darles las gracias por la proximidad familiar que les habían legado y que siempre había sido lo más importante, por encima de cualquier otra cosa.

–¿Qué piensas de verdad sobre todo esto, Meg?

Mordiendo el último trozo de cucurucho, Meg alzó la cara hacia el sol.

–¿La verdad? Nunca has olvidado al tenista.

–Tonterías. ¡He estado prometida dos veces!

Meg se irguió y se tocó el dedo anular.

–Pero no estás casada. Es interesante.

Indignada, Kristi tiró lo que quedaba de su helado en una papelera próxima y cruzó los brazos.

–¿De modo que tomé decisiones equivocadas? Mejor que lo descubriera antes de entrar en la iglesia.

Meg alzó las manos.

–No conseguirás ninguna discusión de mí sobre ese tema. Mira la farsa en la que se convirtió mi breve compromiso.

Una sombra cruzó el rostro de su hermana y Kristi maldijo para sus adentros su falta de tacto.

–Olvida que pregunté…

Meg hizo el típico gesto de cremallera sobre sus labios antes de proseguir:

–Pero Avery y Burton eran chicos decentes y tú parecías feliz. Sin embargo, cuanto más se acercaba la fecha de la boda en ambas ocasiones, más distante emocionalmente te volvías tú. ¿Por qué?

Porque cada vez había ido en pos de un sueño que había tenido desde niña: el sueño de la boda perfecta.

El vestido, las flores, la recepción… podía imaginarlo todo con tanta claridad que había guardado fotos en un cuaderno de recortes.

A quien no podía ver era al novio… descartando la foto de revista de Jared que Meg había pegado allí como una broma en el tiempo en que habían estado saliendo.

En última instancia, Avery y Burton no habían encajado.

Durante meses después de romper los compromisos se había sentido culpable, sabiendo que nunca debería haber dejado que esas relaciones llegaran tan lejos, pero necesitada de aferrarse a su sueño, de sentirse segura y amada después de que el mundo que había conocido hubiera cambiado.

Su familia había hecho que se sintiera protegida y al perder aquello, había buscado dicha seguridad en otra parte. Sólo deseaba no haber herido a Avery y a Barton en el proceso.

–Tú sabes por qué no seguiste adelante con esas bodas. Podría serte positivo reconocerlo.

Sabía lo que insinuaba Meg; después de Jared, ningún hombre había cumplido las expectativas.

Pero así como había contemplado ese razonamiento después de cada ruptura, había terminado por descartarlo. Lo de Jared había sido tanto tiempo atrás, y él jamás había tenido en mente la posibilidad de una relación plena y menos de por vida, aparte de que nunca había encajado en su escenario de felicidad eterna.

«Mentirosa. Recuerda el día en que te encontró con el vestido de novia de tu compañera de habitación mientras ella estaba de luna de miel. El día en que bromeaste con que pronto os llegaría el turno a vosotros».

No sólo lo había imaginado como el novio perfecto, sino que casi lo había creído durante los seis meses en que habían salido juntos.

Hasta que la dejó y se largó sin mirar atrás.

–Supongo que cuanto más se acercaba la fecha de ambas bodas, más me daba cuenta de que Avery y Barton en realidad no me conocían. Sí, compartíamos intereses similares, nos movíamos en círculos sociales similares, teníamos objetivos similares, pero era, simplemente, demasiado… demasiado…

–Trillado.

–Perfecto… –movió la cabeza y la confusión familiar le nubló el cerebro al tratar de analizar las causas para cancelar esas ansiadas bodas– pero sin serlo. Era como si tuviera esa visión de lo que quería y me afanaba al máximo en hacer que encajara. ¿Tiene algún sentido lo que digo?

–Mmmm –Meg hizo una pausa y miró en dirección a Icebergs–. Bien, ¿dónde encaja el tenista en tu idea de la perfección?

–Malone dista mucho de ser perfecto –pero la imagen de su sonrisa sexy, de la expresión burlona de sus ojos brillantes, del cuerpo duro, le invadió la mente para provocarla y burlarse de ella.

–Necesitas hacerlo –cuando Kristi abrió la boca para responder, Meg alzó un dedo–. No sólo por el ascenso o la posibilidad de ganar todo ese dinero. Sino por la oportunidad de enfrentarte al tenista y finalmente ponerle fin.

La negativa instantánea de afirmar que le habían puesto fin hacía ocho años murió en sus labios.

La había visto con aquel vestido, había renunciado a los planes de cena que tenían y, a partir de aquel momento, había evitado sus llamadas. Salvo para llamarla él mismo desde el aeropuerto antes de subir a un avión que lo llevaría a Florida.

Meg tenía razón. Así como el ascenso y el dinero del premio eran grandes incentivos para pasar una semana con Jared a solas en una isla, poner fin a todo el pasado juntos era el factor decisivo.

Se puso de pie y le dedicó a su hermana una sonrisa irónica.

–Recuérdame que jamás vuelva a pedirte consejo.

–No lo hagas si no quieres oír la verdad.

Eso era lo que más la asustaba. Al enfrentarse a Jared, ¿terminaría por averiguar la verdad acerca de lo que realmente había salido mal tantos años atrás?

 

 

Elliott pidió otro expreso doble, volvió a ponerse las gafas de montura metálica y miró por encima de ellas.

–¿Qué hay entre Kristi Wilde y tú? Jamás te oí mencionarla.

Jared descartó la curiosidad de Elliott con un movimiento displicente de la mano.

–Historia antigua.

–Una historia que tengo la impresión que necesito conocer antes de que pongamos en marcha este proyecto. Entre vosotros surgieron suficientes chispas como para quemar estos papeles –tocó los documentos que tenía delante–, y no quiero que nada amenace con hacer naufragar este documental antes de que suelte las amarras. Así que, ¿cuál es la historia?

–La conocí cuando vine por primera vez a Sidney. Salimos juntos unos meses y nos divertimos antes de que yo tuviera que irme al campamento de entrenamiento en Florida. Eso es todo.

–Suena muy sencillo y poco complicado.

–Lo es –se bebió un vaso de agua antes de sentirse tentado de contarle el resto.

El modo en que no se parecía en nada a ninguna de las mujeres que se movían en su círculo social de Melbourne. Su falta de fingimiento, de afectación, de malicia. El modo en que solía mirarlo, con risa, calidez y auténtica admiración en los ojos. El modo en que lo hacía sentir, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo y careciera de la responsabilidad de tener que estar a la altura de las expectaciones que colgaban de su cuello como una losa.