Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Leanne Banks. Todos los derechos reservados.

EL ÚLTIMO DESEO, Nº 1952 - septiembre 2012

Título original: The Princess and the Outlaw

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0816-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

QUÉ está haciendo él aquí?

Phillipa se estaba preguntando lo mismo. Su hermana Tina se inclinó hacia su otra hermana, Bridget, y le dijo con desdén:

—Zach dice que colabora con importantes donaciones. Al parecer todo el mundo lo adora.

—Es evidente que no lo conocen —dijo Bridget, dándole un codazo a Phillipa—. ¿Por qué tendremos que encontrárnoslo en todas partes? —siseó.

—Tal vez sea el diablo y pueda estar en varios sitios al mismo tiempo —respondió Tina.

En eso Phillipa casi estaba de acuerdo con sus hermanas: Nic parecía tener algún poder oscuro, pero no el de la ubicuidad, sino el de la extraña atracción que ejercía sobre ella. Había intentado convencerlo de que debían ir más despacio, pero Nic había hecho oídos sordos. Lo había evitado durante las últimas tres semanas, y había estado segura de que ir a visitar a sus hermanas en Texas le daría un poco más de tiempo.

Nunca habría esperado encontrárselo en una fiesta benéfica, pensó mientras Nic se dirigía hacia el estrado para recoger un premio a su labor filantrópica.

De pronto fue como si el enorme salón estuviese encogiendo y le faltase el aire. Sintió una punzada de pánico en el pecho. Tenía que salir de allí. Al notar que sus hermanas estaban mirándola con curiosidad tragó saliva y les dijo:

—Disculpadme; no me encuentro bien. Voy a salir fuera.

Bridget se ofreció a acompañarla, pero Phillipa alzó una mano y le aseguró que no era necesario.

—Volveré enseguida.

Se dirigió hacia la salida con la cabeza baja y pegándose a la pared en vez de cruzar por entre las mesas para no atraer la atención de la gente.

Cuando por fin estuvo fuera cerró la puerta con cuidado para que no hiciera ruido, dio unos pasos más para alejarse, y se apoyó en la pared, agradeciendo el frescor de esta contra la piel desnuda de su espalda. Sus hermanas no habían exagerado al decirle que el calor del verano en Texas era un infierno.

Inspiró profundamente varias veces, tratando de calmar su mente y los latidos de su corazón. ¿Cómo podía haberse metido en aquello?

Eran seis hermanos, de los que ella era la quinta, y había hecho todo lo posible por mantener un perfil bajo, lo cual no le había resultado difícil gracias a que no tenía una personalidad tan fuerte como sus hermanos.

Detestaba ser una princesa, tener que hacer constantes apariciones públicas y tener que lidiar con los medios. Por naturaleza siempre había sido introvertida; nunca le habían gustado los actos sociales, odiaba posar ante las cámaras y tenía poca paciencia para el esfuerzo que costaba conseguir que tuviese un aspecto presentable. Por eso había buscado refugio en el estudio, pero ahora que sus dos hermanas mayores se habían casado se temía que tendría que cargar con buena parte de sus deberes reales.

—Vaya, vaya, vaya… —dijo de pronto una voz familiar, que hizo que sus ojos se abrieran de golpe—. ¡Si es la princesa desaparecida, Su Alteza Phillipa de Chantaine!

Phillipa se giró, y cuando sus ojos se encontraron con los ojos negros de Nic Lafitte se le cortó el aliento.

—No sabía que estarías aquí —murmuró.

Los labios de él se arquearon en una media sonrisa.

—¿Por qué será que no me sorprende? —se preguntó él, pasándole un brazo por los hombros—. Pero ha sido una suerte que hayamos coincidido, porque tenemos asuntos pendientes y vas a venirte conmigo. Haré que traigan mi coche.

El corazón de Phillipa palpitó con fuerza.

—No puedo. Mis hermanas están esperando que vuelva ahí dentro, y llamarán a la policía si ven que no regreso.

—No sería la primera vez que tu familia intenta buscarme problemas con la justicia.

Nic miró a su alrededor antes de tirar de ella y echar a andar por el pasillo.

—¿Dónde me llevas? —le preguntó ella—. Esto es una locura. Tengo que volver a mi mesa. Necesito…

Antes de que pudiera terminar la frase Nic empujó la puerta del guardarropa y la arrastró dentro. La llevó hasta el fondo de la pequeña habitación, y la agarró suave pero firmemente por los hombros.

—Dime qué necesitas, Pippa. Qué es lo que quieres de verdad —le preguntó con esa voz profunda y sexy que siempre lograba desarmarla.

La mente de la joven se vio asaltada de pronto por el recuerdo de los momentos robados que habían compartido: la vez que habían ido a nadar al mar por la noche, la tarde que habían pasado en su yate, el paseo que habían dado por el otro extremo de la isla… Ese día había aprendido muchísimas cosas sobre él, y Nic había hecho que le resultase fácil hablarle de sí misma. A pesar de la disputa entre sus familias, nunca se había sentido tan atraída por un hombre en toda su vida.

Nic bajó la cabeza, sosteniéndole la mirada hasta que sus labios tomaron los de ella. Aquel besó desató un torbellino de emociones encontradas en su interior. La hacía sentirse a la vez viva y fuera de control.

—Esto es una locura —susurró echándose hacia atrás—. Nunca funcionará, ya te lo he dicho.

—¿Por qué no? —quiso saber él—. Si yo te deseo y tú me deseas a mí… ¿qué más puede importar?

Pippa se mordió el labio e hizo un esfuerzo por mantener la cordura. Varios miembros de su familia habían ocasionado un montón de problemas a la Casa Real al dejarse llevar por sus emociones. No quería ser la causante de más problemas.

—El deseo es un sentimiento pasajero; hay cosas más importantes.

—Si eso es cierto, ¿por qué has respondido a mi beso? ¿Y por qué sigues aquí conmigo?

A Pippa le pareció oír un ruido en el pasillo.

—Viene alguien —siseó nerviosa—. No deben encontrarnos juntos aquí den…

Justo en ese momento se abrió la puerta, y aparecieron tras ella Bridget y Tina, visiblemente irritadas. Pippa contrajo el rostro.

—Apártate de nuestra hermana —le ordenó Bridget a Nic.

—Eso tendrá que decirlo ella —replicó él.

—Estás utilizándola —lo acusó Tina—. La quieres solo para limpiar la mancha de tu apellido.

—No todo el mundo considera detestable mi apellido; algunos incluso lo respetan —dijo Nic.

—¡Respeto comprado con dinero! —se mofó Tina—. Deja tranquila a Pippa. Nunca serás lo bastante bueno para ella. Si tuvieras un mínimo de compasión, al menos protegerías su reputación marchándote ahora mismo.

Nic apretó la mandíbula.

—Me iré, pero Phillipa será quien decida sobre el futuro de nuestra relación —se volvió para mirar a la joven, que estaba pálida—. Llámame cuando reúnas el valor suficiente para hacerlo. El destino volverá a unirnos —le dijo. Y se marchó.

Capítulo 1

Siete meses después

Pippa había decidido empezar a salir a correr por las mañanas para hacer un poco de ejercicio. O eso era lo que le había dicho al jefe de su equipo de escoltas. No podía engañarse a sí misma; huía de los recuerdos. Los recuerdos del único hombre al que amaba y que jamás podría tener.

«Basta», se ordenó mirando la playa vacía frente a ella, con las olas del mar azul desparramándose sobre la blanca arena.

Al mediodía habría bastante más gente, pero a esa hora, las seis de la mañana, tenía la playa solo para ella. Pensó en ponerse a escuchar música con su smartphone, porque normalmente le servía para acallar sus pensamientos, pero ese día necesitaba algo de paz. Quizá el ruido de las olas la ayudase, se dijo, y empezó a correr.

A lo lejos divisó una figura caminando. Debería mostrarse sociable y saludar con la mano a aquella persona. Era de la realeza, y una de las máximas de su familia era que jamás debían mostrarse altaneros. Cuando se acercó vio que era una mujer con el cabello corto y blanco y constitución delicada.

Pippa la saludó con un asentimiento de cabeza.

—Buenos días.

La mujer apartó la vista y dio un traspié.

Curiosa, Pippa vaciló, preguntándose si debería pararse a hablar con ella. Quizá solo quería estar sola, igual que ella. Al verla dar otro traspié, sin embargo, se preocupó.

—Perdone, ¿puedo ayudarla? —le preguntó acercándose.

La mujer sacudió la cabeza.

—No necesito nada, gracias. Esto es tan bonito…

Su voz cantarina que contrastaba con las arrugas de su rostro y su aspecto frágil. Había algo en ella que le resultaba familiar, pero no estaba segura de qué era. La mujer volvió a dar un traspié y la preocupación de Pippa aumentó. ¿Se encontraría mal?

—Sí, es una playa preciosa. ¿Está segura de que no necesita ayuda? Podría acompañarla hasta… bueno, de donde venga usted. ¿Quiere un poco de agua? —inquirió tendiéndole la botella.

La mujer contrajo el rostro.

—No, por favor no me haga volver. Por favor, no… —murmuró, y de repente se desplomó frente a ella.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Pippa alarmada, agachándose junto a la mujer.

Ese era uno de esos momentos en los que le habría venido bien que uno de sus escoltas estuviera cerca. Rodeó a la mujer con los brazos y la levantó, sorprendiéndose de lo poco que pesaba. Miró a su alrededor, tiró de ella hacia un pequeño grupo de palmeras y la sentó en la arena con la espalda apoyada en el tronco de una de ellas.

Frenética, sacudió a la mujer.

—Señora… Por favor… —se echó un poco de agua en la mano y le dio unas palmaditas a la mujer en la cara—. Por favor, vuelva en sí…

Aterrada de que la mujer pudiera estar muriéndose, se sacó el teléfono móvil del bolsillo. Era evidente que necesitaba atención médica urgente. Justo cuando estaba a punto de llamar al jefe de su grupo de escoltas la mujer parpadeó y abrió los ojos, unos ojos sorprendentes e hipnotizadores. Pippa contuvo el aliento.

—¿Se encuentra bien? Por favor, tome unos sorbos de agua; hace mucho calor. Por eso se habrá desmayado. Llamaré para pedir ayuda y…

—No —la interrumpió la mujer con una fuerza que sorprendió a Pippa—. Por favor, no lo haga —murmuró, antes de empezar a sollozar.

A Pippa se le encogió el corazón al verla llorar.

—Pero tiene que dejar que la ayude.

—Solo quiero una cosa —dijo la mujer mirándola a los ojos—. Quiero morir en Chantaine.

Un gemido ahogado escapó de los labios de Pippa, que acababa de darse cuenta de algo. Sus ojos eran como los de Nic. Los rasgos de él eran más recios, más masculinos, pero sus ojos eran los de su madre.

—Amelie… —susurró—. Usted es Amelie Lafitte.

La mujer asintió vacilante.

—¿Cómo lo sabe?

—Conozco a su hijo Nic.

También sabía que Amelie estaba en la fase final del cáncer que la estaba matando; le quedaba poco tiempo.

Amelie apartó la vista.

—Solo quería dar un paseo por la playa. Estoy segura de que le habrá fastidiado que haya abandonado el yate sin decirle nada.

—Lo llamaré.

—Si hace eso, ya no me dejará volver a hacer nada divertido —protestó Amelie con un mohín—. Es un agonías, siempre preocupándose por todo.

A Pippa le maravillaba lo rápido que Amelie había recobrado su espíritu peleón. Sin embargo, tenía que llamar a Nic, se dijo mientras empezaba a marcar su número. Lo había borrado hacía meses de la agenda del teléfono, pero cada uno de los dígitos estaba impreso en su memoria.

Minutos después, un Mercedes negro se detenía con un chirrido de neumáticos en el arcén de la carretera que discurría paralela a la playa.

Pippa reconoció de inmediato al hombre con gafas de sol que se bajó de él: era Nic. Mientras se acercaba a ellas sintió que los nervios afloraban a su estómago y que el corazón le palpitaba con fuerza.

—Hola, cariño —lo saludó Amelie cuando llegó junto a ellas—. Sé que no hago más que darte la lata, pero es que me desperté temprano y no pude resistir la tentación de venir a dar un paseo por la playa.

—Te habría acompañado con mucho gusto —le dijo Nic, antes de volverse hacia Pippa—. Gracias por llamarme, y perdona por las molestias; la llevaré de vuelta al yate —se giró de nuevo hacia su madre—. Papá estaba preocupadísimo; he tenido que retenerlo para que no fuera detrás de ti.

—Tu padre no puede ir a ningún lado con las muletas y el pie roto. El médico dijo que pasarán más de diez semanas antes de que pueda apoyarlo —replicó Amelie. Luego ladeó la cabeza, como pensativa, y añadió—. ¿Sabes qué me apetece un montón? Tomar unos crepes. Solía haber una cafetería a las afueras de la ciudad donde los hacían riquísimos.

—Bebe’s, en la calle Oleander —dijo Pippa—. Todavía sigue allí.

—¡Oh! —exclamó Amelie uniendo las manos—. Pues entonces debemos ir. Podemos llevarle uno a tu padre cuando volvamos —le dijo a Nic. Se volvió hacia Pippa—. Y usted tiene que venir también.

Pippa parpadeó y le lanzó una mirada a Nic.

—Madre, ¿no sabes quién es? —le preguntó, tendiéndole la mano para ayudarla a ponerse de pie.

Cuando se hubo levantado, Amelie se quedó mirando a Pippa y frunció el ceño.

—Me resulta vagamente familiar, pero no… —puso unos ojos como platos—. ¡Cielos, es usted una Devereaux!, ¿verdad? Tiene los ojos y la barbilla de los Devereaux. La cosa puede ponerse peliaguda…

—Pues sí, un poco —dijo Nic con sarcasmo—, pero dejemos que sea ella quien decida: ¿queréis venir a tomar crepes con nosotros, Alteza?

A Pippa no le pasó desapercibido el desafío implícito en las palabras de Nic. La verdad era que no quería que la fotografiasen con su madre y con él. Decir que eso podría causar problemas sería decir poco.

—No pasa nada —dijo Nic antes de que pudiera contestar—. Gracias por cuidar de mi madre. Hasta…

—Os acompaño —respondió Pippa con impulsividad—. A menos que quieras retirarme la invitación —añadió, en el mismo tono desafiante que él.

Nic se quedó quieto un instante y ladeó la cabeza, como si lo hubiese pillado con la guardia baja, algo poco habitual en él, pensó Pippa regodeándose.

—Por supuesto que no. ¿Quieres venir en mi coche, con nosotros?

—Te lo agradezco, pero no. Iré en mi coche y nos reuniremos allí dentro de quince minutos —contestó Pippa antes de volverse hacia Amelie—. Nos vemos luego. Quédese con la botella y siga bebiendo; le irá bien.

—Gracias, querida. ¿Verdad que es un encanto? —le dijo Amelie a su hijo—. Se preocupa tanto como tú.

—Sí, un encanto —asintió Nic con sequedad.

Quince minutos después, mientras se ponía una gorra de béisbol y unas gafas de sol, Pippa se preguntó si había perdido la cabeza por haber accedido a tomar crepes como Nic y su madre. Podía imaginarse la cara de espanto que pondrían los asesores de la Casa Real si se enterasen. Salir a correr por la playa a las seis de la mañana era una cosa, pero dejarse ver en un establecimiento público con Amelie y Nic Laffite era algo muy distinto.

Sin embargo, al recordar la actitud desafiante de Nic apretó los labios. Ya no podía echarse atrás. Se bajó del coche y rogó por que nadie la reconociera.

Al menos el no tomar parte en actos oficiales tan a menudo como sus hermanos jugaba a su favor. Su pelo, en cambio, era inconfundible: castaño, ondulado, y con tendencia a encrespársele. Confiaba en que la gorra y el habérselo recogido con una coleta bastase para ocultarlo.

Tan pronto como entró en el establecimiento vio a Amelie, que la vio también y levantó la mano para saludarla. Nic, que estaba sentado frente a ella, giró la cabeza y a Pippa le irritó ver que parecía sorprendido de que hubiera acudido.

Fue hasta el reservado que ocupaban, y tomó asiento también.

—No sé qué elegir —le dijo Amelie con una sonrisa, levantando la carta—. Me tomaría uno de cada.

Pippa sonrió también y tomó la carta que tenía frente a sí. Desde luego la variedad de crepes era abrumadora.

—¿Qué te apetece, Amelie? —le preguntó.

—Pues algo dulce, con frutas… Y con chocolate también.

La camarera se acercó a su mesa.

Bonjour. ¿Les tomo nota? ¿Qué tomarán de beber?, ¿café?

—Sí, para mí un café con leche —dijo Amelie.

—Un té —dijo Pippa.

—Pues para mí que sea café, solo —dijo Nic.

—¿Y qué crepes quieren que les traiga?

—Yo quiero un crepe de albaricoque, otro de crema de chocolate con avellanas, otro de fresas con nata y otro con crema de plátano —pidió Amelie.

—Mamá, si te comes todo lo que has pedido, te pondrás enferma —le dijo Nic.

—No me lo voy a comer todo; solo un pedacito de cada crepe, para probarlos —replicó ella—. Señorita, tráiganos también un par de cajitas de esas para llevar —le pidió a la camarera—. Le llevaremos a tu padre lo que sobre —le dijo a Nic.

—Yo tomaré un crepe Suzette —dijo Pippa.

—Para mí solo el café —pidió él.

—De acuerdo —murmuró la camarera mientras acababa de tomar nota. Cuando levantó la cabeza se quedó mirando a Pippa un buen rato, como dudando—. Perdóneme, pero es que su rostro me resulta familiar…

Un escalofrío recorrió la espalda de Pippa, que contuvo el aliento. «Por favor, por favor, que no me haya reconocido…».

—¿No presentará un telediario o algo así, no?

El profundo alivio que experimentó Pippa casi la hizo sentirse mareada. Sacudió la cabeza y sonrió.

—No, solo soy una estudiante de universidad.

La camarera se sonrojó.

—Lo siento. Enseguida les traeré lo que han pedido.

Cuando la chica se hubo marchado, Pippa notó que Nic y su madre estaban mirándola. Amelie suspiró, se encogió de hombros, y esbozó una sonrisa encantadora. Con esa sonrisa de niña, la esbelta figura y esos ojos enormes y expresivos, podría haber pasado por la gemela de Audrey Hepburn a pesar del cabello blanco.

—Es maravilloso volver a estar aquí; es mágico. Huele tan bien… Debería haber venido antes. Pero da igual: hoy pienso resarcirme. Verás cuando los pruebe tu madre; le van a encantar. Mi pobre Paul… ¡está tan dolorido con su pie roto…!

Lo había dicho como si ella no tuviera dolores. A Pippa le maravilló esa determinación de disfrutar de cada momento mientras aún viviese, y se le hizo un nudo en la garganta al mirar a Nic y ver que había apretado la mandíbula, como si estuviese haciendo un esfuerzo por reprimir sus emociones.

—He oído que cuando uno se fractura el pie la recuperación puede ser bastante lenta y pesada —comentó.

—Paul desde luego lo está llevando fatal —dijo Amelie—. Detesta tener que guardar reposo y no poder hacer lo que quiere. Es una cosa de familia, ¿verdad, cariño? —añadió mirando a Nic—. Pero ya basta de hablar de nosotros —dijo volviendo la cabeza hacia Pippa—. Háblame de ti, de tus intereses, de tu vida. A lo largo de estos años he leído algún que otro artículo en la prensa sobre tu familia, y debo confesar que siempre he sentido curiosidad por tus hermanos y tú. Estoy segura de que vuestro padre, Edward, debía de estar muy orgulloso de vosotros.

Pippa se quedó callada un instante. La verdad era que su padre no les había prestado demasiada atención. A quien más tiempo le había dedicado había sido a su hermano Stefan, el primogénito, porque sería su heredero, pero desde luego se había aprovechado bien de todos ellos, cargándoles con los actos oficiales para poder irse a navegar en su yate con alguna de sus amantes.

—Siempre he sido un poco un ratón de biblioteca. Estoy haciendo un doctorado en Genealogía. Mi tesis versa sobre la epidemiología de nuestro país: las enfermedades que se presentan en la población, con qué frecuencia, las posibles causas genéticas…

—Me parece un tema fascinante —dijo Amelie—. ¿Y has descubierto algo interesante?

—Bueno, como en muchos países nuestra gente es más susceptible de padecer unas enfermedades que otras. Algunas se remontan siglos atrás con la llegada de distintos grupos de inmigrantes, o la introducción de nuevos alimentos en el país, o cambios en el entorno. Por ejemplo, la enfermedad neurológica de la que murió mi padre se remonta varias generaciones de su familia materna.

Amelie asintió.

—Me pregunto si… —comenzó a decir, pero justo en ese momento volvió la camarera, y exclamó con una sonrisa—: ¡Ah, aquí están nuestros crepes!

Nic aprovechó para pedirle a la camarera un par de cajas para llevarse lo que sobrara.

Tal y como había dicho, Amelie solo tomó un poco de cada uno de los que había pedido, pero saboreó cada bocado, cerrando los ojos con un «¡Ummm!».

—Me siento tentada de tomar un poco más, pero sé que sería un error —murmuró. Se inclinó hacia Pippa y poniendo su mano sobre la de ella le dijo—. Quiero que sepas una cosa: aunque no me casé con tu padre, quería lo mejor para él. Espero que tuviese una vida feliz.

Pippa no estaba segura de cómo responder a las palabras de Amelie. El idilio de Amelie con su padre había ocupado todas las portadas de la prensa del corazón. Antes de subir al trono el entonces príncipe Edward se había enamorado de la joven Amelie y ella, fascinada por su condición real, se había dejado cortejar. Sin embargo, poco después había conocido a Paul Lafitte, un apuesto americano, y se había enamorado perdidamente de él. Los antepasados de los Lafitte habían sido piratas, y en aquello había algo de romántico que otorgaba a los apuestos hombres de la familia un atractivo irresistible.

Cuando Amelie había tratado de romper su compromiso, su padre se había negado. Paul había intervenido, y se había armado una buena. Por lo que le habían contado, su padre se había sentido humillado, y Pippa tenía la sensación de que después de aquello no había vuelto a enamorarse de verdad.

—Yo creo que disfrutó de la vida —dijo finalmente—. Le encantaba el mar, y navegar, y durante los últimos años de su vida se dio el gusto de hacerlo tan a menudo como quiso.

Amelie le dio un par de palmaditas en la mano.

—Me alegra oír eso —murmuró—. Si me disculpáis, tengo que ir un momento al servicio —dijo poniéndose de pie.

Nic se levantó también.

—¿Necesitas que te acompañe?

—No, cariño; quédate charlando con Pippa y trata de convencerla para que coma algo. Apenas ha tomado dos bocados de su crepe —añadió antes de alejarse.

—¿Está bien? —le preguntó Pippa cuando se hubo sentado.

Nic se encogió de hombros.

—Tiene momentos buenos, en los que el cáncer le da un respiro, y otros no tan buenos. Sabe que le queda poco tiempo y está dispuesta a aprovecharlo al máximo. El único problema es que parece que se hubiera convertido en una niña de ocho años. Se ha vuelto impulsiva, desaparece sin decirle nada a nadie… Y ahora que mi padre se ha roto el pie tengo que estar todo el día detrás de ella.

Pippa, a quien se le había hecho un nudo de emoción en la garganta, tragó saliva.

—Imagino que debe de ser difícil —dijo mientras empezaba a guardar las sobras en las cajas de cartón—. Por un lado querrás darle todo lo que quiera, y por el otro no querrás que se canse ni que se ponga peor. Antes, en la playa, me dijo que… —se mordió el labio—, me dijo que quiere morir en Chantaine.

—Eso va a ser difícil teniendo en cuenta que a mi padre no se le permite poner aquí un pie.

Pippa se mordió el labio de nuevo.

—Lo había olvidado. Pero después de tantos años no creo que…

Él dejó escapar una risa amarga.

—Después de todos estos años tu familia todavía odia a la mía. No pienso correr el riesgo de que acabe en prisión.

—Es una ley estúpida —murmuró ella.

Nic se encogió de hombros otra vez.

—Me sabe mal que mi madre no pueda hacer realidad todos sus sueños antes de abandonar este mundo, pero voy a hacer lo que esté en mi mano para que se cumplan tantos como sea posible —concluyó levantándose al ver que ya volvía su madre.

Amelie lo miró y suspiró.