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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2009 Kathie DeNosky. Todos los derechos reservados.
HEREDERA INESPERADA, N.º 1762 - enero 2011
Título original: The Billionaire’s Unexpected Heir
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9726-6
Editor responsable: Luis Pugni

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Heredera inesperada

KATHIE DENOSKY

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Capítulo 1

–Hola, soy Jake Garnier, el nuevo propietario de Hickory Hills.

Heather McGwire vio por el rabillo del ojo al hombre que le ofrecía su mano pero decidió ignorarla. Sabía quién era y prefería tocar una serpiente.

Jake Garnier era la última persona a la que quería o necesitaba ver antes de la gran carrera, pero ahora que era el nuevo propietario del rancho de pura sangres que ella dirigía no había manera de evitarlo. Tendría que acostumbrarse a trabajar para él o aguantar hasta que Stormy Dancer ganase el trofeo Southern Oaks Classic y luego buscar empleo en otro sitio.

Pero le molestaba que no tuviera siquiera la decencia de recordarla. Y le dolía más de lo que hubiera imaginado.

Cuando permaneció en silencio él la miró fijamente, como si de repente hubiese recordado…

–¿Heather?

La suave voz de barítono hizo que el corazón de Heather se acelerase, recordándole que poco más de un año antes esa voz le había hecho perder la cabeza. Ahora sólo deseaba darle una bofetada por ser el mayor canalla de la tierra.

–Jake –consiguió decir, asintiendo con la cabeza.

Con los brazos apoyados sobre la cerca que rodeaba el corral de prácticas, Heather se concentró en su cronómetro mientras Dancer pasaba la marca del cuarto de milla. El mejor caballo en la carrera Southern Oaks Classic, el mejor pura sangre, estaba en forma y dispuesto a romper su propio récord.

–Vamos, Dancer, tú puedes hacerlo.

–Me dijiste que trabajabas en un rancho, pero no sabía que fuera Hickory Hills –dijo Jake entonces, más contento de verla que ella de verlo a él.

–Para tu información, soy la gerente. El nombre del rancho y dónde estaba no salió nunca en la conversación. Además, tú no estabas interesado en los detalles personales, ¿no? –le espetó Heather, con abierta hostilidad.

–Oye, no sé qué crees que te he hecho, pero…

–Ya da igual –lo interrumpió ella. No quería recordar lo tonta que había sido.

Jake se quedó callado un momento.

–A riesgo de enfadarte aún más, ¿cómo estás?

«Como si de verdad estuvieras interesado. Si quisieras, me habrías devuelto las llamadas».

Heather se encogió de hombros.

–Bien –contestó.

No le preguntó cómo estaba él porque sabía que le había ido bien desde que se separaron y, además, no le interesaban los detalles.

–¿Es el mejor caballo para la carrera? –le preguntó Jake, señalando a Dancer.

Haciendo lo imposible por ignorar al hombre que estaba a su lado, Heather se dirigió al jockey:

–Deja que corra lo que quiera, Miguel. No intentes contenerlo.

Jake carraspeó para llamar su atención.

–Imagino que ha sido un buen entrenamiento.

Sus brazos casi se rozaban y Heather sintió una pequeña descarga eléctrica por el brazo.

–Ha sido fantástico. Y ahora, si me perdonas, tengo trabajo que hacer.

En realidad, tuvo que contener el deseo de salir corriendo pero Jake llegó a su lado enseguida.

–Me gustaría que me enseñaras el rancho, si tienes tiempo.

–¿Ahora? Imagino que tendrás que deshacer la maleta.

Gracias al ama de llaves de la casa, Clara Buchanan, Heather había recibido una llamada en cuanto Jake atravesó la verja de seguridad al final del camino que llevaba a la mansión.

Pero no quería fijarse en sus anchos hombros ni en cómo la camiseta verde destacaba el ancho torso o los bíceps.

–Llevo cuatro días en el coche desde Los Ángeles y es estupendo respirar aire fresco otra vez.

–Por las mañanas siempre tenemos mucho que hacer aquí. Hay que ejercitar a los caballos y atenderlos…

Cuando llegaron a los establos, Heather entró en uno de los boxes y se dedicó a ponerle el bocado y las riendas a Silver Bullet para escapar de la turbadora presencia masculina.

–Muy bien –dijo Jake, dando un paso atrás mientras ella sacaba al animal del box–. Podemos hablar esta tarde.

Heather negó con la cabeza mientras sujetaba las riendas del animal a un clavo en la pared.

–No, no lo creo. Tengo muchísimo trabajo y, si quieres que te diga la verdad, tampoco creo que pueda hacerlo mañana.

–Busca un par de horas esta tarde entonces –el tono de Jake dejaba claro que empezaba a perder la paciencia y, por primera vez, Heather vio un brillo de irritación en sus ojos azules.

–¿Alguna cosa más, señor Garnier?

Él la miró durante unos segundos antes de negar con la cabeza.

–No, pero volveré después de comer. Y espero que puedas trabajar hasta tarde porque, además de enseñarme el rancho, quiero conocer a los empleados y echar un vistazo a las cuentas.

Mientras lo veía salir del establo Heather sintió un roce en la pierna. Era Nemo, el perro del rancho, un enorme animal de pelaje negro.

–Eso de ser un perro guardián no es lo tuyo, ¿eh? En lugar de dormir deberías estar vigilando para que no entren gusanos en el rancho.

Nemo no parecía en absoluto arrepentido mientras la miraba con ojos de adoración y movía la cola de lado a lado.

Heather dejó escapar un suspiro de frustración mientras tomaba un cepillo y empezaba a cepillar a Silver Bullet.

No sabía cómo había conseguido Jake aquel rancho, pero cuando descubrió que él era el nuevo propietario se había dicho a sí misma que no pasaría nada por volver a verlo, que podría mantener lo que hubo entre ellos quince meses antes separado de su relación profesional.

Desgraciadamente, era más fácil pensarlo que hacerlo porque el sonido de su voz llevaba el recuerdo de Jake murmurando su nombre mientras hacían el amor…

Cerrando los ojos, Heather apoyó la frente en el flanco del caballo.

Durante el último año había hecho todo lo posible para convencerse a sí misma de que Jake no era tan guapo, que su percepción de la noche que habían pasado juntos estaba nublada por la soledad y el champán. Pero ahora se daba cuenta de que estaba engañándose a sí misma.

Jake Garnier, un hombre de más de metro ochenta y cinco, era puro sex-appeal masculino y era lógico que tuviese una lista interminable de mujeres buscando su atención. Alto, moreno, guapo, de anchos hombros y delgadas caderas, tenía el físico de un atleta.

Cuando se conocieron en la subasta de caballos de Los Ángeles llevaba traje de chaqueta y corbata, pero aquel día, en vaqueros y camiseta, era la sensualidad personificada. Desde el espeso pelo negro a las suelas de sus caras zapatillas deportivas.

Suspirando pesadamente, sacó una silla del cuarto de los aperos y ensilló a Silver Bullet para llevarlo al corral de prácticas.

Por mucho que quisiera olvidar lo que había ocurrido aquella noche en Los Ángeles, en realidad no podía lamentarlo. Jake debía de ser el mejor seductor de toda la Costa Oeste, pero tenía tal encanto que resultaba irresistible.

Y se acordaba de él cada vez que miraba los ojitos azules de su hija…

Unos ojos del mismo color azul cobalto y con el mismo brillo travieso que los de Jake Garnier.

Mientras iba hacia su coche, Jake se preguntaba qué demonios acababa de ocurrir. Él no estaba acostumbrado a que una mujer lo mirase con tal frialdad y el claro desprecio de Heather no le había sentado nada bien.

Sólo había dos cosas, además de sus hermanos y su prestigioso bufete, que lo interesaran durante algún tiempo y eran los coches deportivos y las mujeres desinhibidas. Y para su inmenso placer, lo primero frecuentemente atraía a lo segundo.

Entonces, ¿por qué le importaba tanto la opinión de una sola mujer? Tal vez porque había visto un brillo de hostilidad en los ojos de Heather y eso lo había pillado por sorpresa.

Aún recordaba lo cautivadora que le pareció el día que se conocieron. Había ido a una subasta de purasangres para comprobar personalmente que la mujer a la que representaba en un amargo proceso de divorcio vendía los caballos que su marido y ella habían comprado como inversión.

Pero enseguida había perdido interés en el desfile equino y, mirando alrededor, había visto una potrilla del género humano que le pareció mucho más interesante. Y desde que se presentó, Heather le pareció la chica más encantadora que había tenido el placer de conocer.

Pasaron el resto del día y una increíble noche juntos y, durante el último año, había llegado a la conclusión de que debería haberle pedido su número de teléfono. Aunque eso era algo que no solía hacer. Una vez que le decía adiós a una mujer no volvía a mirar atrás. Jamás había tenido el menor remordimiento por no volver a ponerse en contacto con ellas.

Al menos había sido así hasta que conoció a Heather.

Pero no podía seguir enfadada con él por no haberla llamado en los últimos… ¿cuánto tiempo había pasado, quince meses? Además de que no sabía cómo ponerse en contacto con ella, era bien conocido que él no buscaba relación de ningún tipo.

En fin, no sabía cuál era el problema, pero tenía intención de descubrirlo y solventar la animosidad de Heather de una vez por todas. Si iba a dirigir el rancho que su recién encontrada abuela, Emerald Larson, había insistido en regalarle, era esencial que solucionasen el asunto cuanto antes y pudieran llevarse bien.

Mientras tanto, necesitaba deshacer la maleta y llamar al cuartel general de Emerald, S.A. para averiguar qué demonios pretendía su abuela esta vez. Emerald llevaba meses dedicándose a buscar un alma gemela para cada uno de sus nietos y no era tan ingenuo como para pensar que no estaba intentando hacer lo mismo con él.

No sabía cómo lo había hecho, pero de algún modo había descubierto que Heather y él se conocían.

Claro que iba a llevarse una desilusión si pensaba que sus tácticas iban a funcionar en aquel caso. Él no tenía la menor intención de casarse y tampoco inclinación de cambiar su Ferrari rojo por un monovolumen con sillas de seguridad para niños y pelos de perro por todas partes.

Tendría que establecer ciertas reglas tanto para Emerald como para la gerente del rancho, pensó mientras se dirigía a la entrada de la casa, donde había dejado el coche. Pero cuando estaba pulsando el botón del mando a distancia, un adolescente con vaqueros de marca, camisa ancha y visera roja colocada al revés salió de la casa.

–Hola, señor Garnier –lo saludó, bajando los escalones de dos en dos para quedar frente al coche–. ¡Madre mía, qué deportivo!

–Gracias –dijo Jake, divertido–. ¿Y tú quién eres?

–Daily –contestó él.

–¿Daily? Un nombre muy original.

–Mi padre era entrenador de caballos antes de morirse y convenció a mi madre para que me llamaran como la carrera Daily Double en Churchill Downs –le explicó el chico, mirando el Ferrari con expresión reverente–. ¡Madre mía, tengo que comprarme uno como éste cuando sea mayor!

Jake se dio cuenta de que estaba hablando consigo mismo, pero el comentario le recordó que en unas semanas cumpliría treinta y siete años. Y que seguramente a ojos de un adolescente eso era prácticamente ser un fósil.

Sonriendo, Jake sacó la maleta del coche pero Daily se la quitó de la mano.

–Lo siento, señor Garnier, pero mi abuela me ha pedido que llevara arriba sus cosas.

–¿Tú eres el nieto de la señora Buchanan?

–Sí, claro. Mi abuela está a cargo de la casa y Heather se encarga de todo lo demás –el muchacho sonrió de oreja a oreja–. Ya verá cuando conozca a Heather…

–¿Qué veré?

–Pues que para ser tan mayor está como un tren. Tenerla al lado todas las mañanas mientras limpio los establos es muy agradable.

El día que Emerald, acompañada de su estoico ayudante, Luther Freemont, le entregó la escritura del rancho le había informado que Clara Buchanan, era el ama de llaves de Hickory Hills. Pero no le había dicho que Heather fuese la gerente. Y eso reforzaba su teoría de que estaba tramando algo. ¿Por qué si no habría mencionado el nombre del ama de llaves y no el de la mujer que estaba a cargo del rancho?

–Ya conozco a Heather –le dijo. El chico no podía tener más de catorce o quince años pero, por lo visto, ya tenía buen ojo para las mujeres–. Y estoy de acuerdo, es muy guapa.

Cuando Daily abrió la puerta de la casa y dio un paso atrás, Jake entró en el vestíbulo e inmediatamente sintió que había vuelto atrás en el tiempo. Decorado con muebles que debían de ser antigüedades valiosas, casi esperaba ver a una mujer con polisón y corsé bajando por la escalera. O más bien a un coronel de Kentucky con un traje blanco y con un julepe de menta en la mano.

–Mi abuela me ha dicho que llevase su maleta al ala oeste –murmuró el chico–. Si quiere, puedo enseñarle su habitación, señor Garnier.

–Muy bien –asintió él, admirando la espectacular escalera–. Seguro que lanzarte por esta barandilla es lo más parecido a estar en un parque de atracciones.

–¡Sí, madre mía, es genial! –exclamó Daily, entusiasmado. Pero un segundo después se mordió los labios–. Claro que seguramente usted no querrá que lo haga para no arañar la madera.

–No te preocupes –Jake sacudió la cabeza–. No me preocupa que arañes la madera, lo que me preocupa es que te caigas. Es una escalera muy alta y podrías romperte la crisma.

–No se lo dirá a mi abuela, ¿verdad? Me mataría si se enterase.

Jake se apiadó del chico.

–Mientras no vuelvas a hacerlo, creo que podremos mantenerlo en secreto.

Evidentemente aliviado, Daily sonrió.

–Gracias. Usted mola, señor Garnier.

–Imagino que eso es un cumplido –murmuró Jake. Cada vez que Daily lo llamaba «señor Garnier» se sentía como un anciano–. Y ya que somos amigos, llámame Jake.

Después de un almuerzo delicioso, Jake se dirigió a los establos sin dejar de preguntarse si habría perdido su toque con las mujeres.

No había tenido tantos problemas con las mujeres en toda su vida y si las cosas no cambiaban iba a terminar con un complejo.

Emerald, por ejemplo, no respondía a sus llamadas y, a menos que estuviese muy equivocado, seguiría haciéndolo durante días. Debía de intuir que se había dado cuenta de lo que pretendía y, sin duda, quería evitar que le dijera cuatro cosas.

Pero la desaparición de la señora Buchanan después del almuerzo era un misterio. Se había mostrado amistosa cuando entró en la cocina, pero en cuanto puso el plato delante de él se disculpó a toda prisa y se alejó como si tuviera algo contagioso.

Y luego estaba la fría recepción de Heather por la mañana… su lenguaje corporal y sus miradas asesinas dejaban bien claro lo que pensaba de su presencia en el rancho. Aunque no sabía por qué.

Esperaba que fuese un poco más amistosa durante su reunión por la tarde, pero no era tan ingenuo como para hacerse ilusiones.

Jake entró en el establo y se dirigió hacia la oficina, que estaba al fondo. Y no le sorprendió que Heather no estuviera allí; dada su actitud hacia él no esperaba otra cosa. Pero no estaba preparado para que un enorme perro negro se levantase de la manta sobre la que estaba tumbado y le pusiera las patas sobre los pies a modo de saludo.

–Ah, al menos tú eres simpático –murmuró, inclinándose para acariciar su cabezota.

Irritado porque Heather había decidido ignorar su petición de que le presentase a los empleados del rancho, Jake se acercó a la zona donde estaban las yeguas.

Y la encontró inclinada sobre una de ellas, que estaba tumbada sobre la paja, y se le quedó la boca seca. Llevaba una camiseta rosa y unos vaqueros gastados que se ajustaban a su trasero a la perfección…

Cuando se irguió, un hombre mayor que debía ser peón del rancho pasó a su lado para entrar en uno de los boxes y sacar un par de guantes.

–¿Qué ocurre? –preguntó Jake, mientras Heather se ponía los guantes, que le llegaban hasta el codo.

–La cigüeña va a llegar antes que el veterinario –contestó ella, poniéndose de rodillas al lado del animal–. Quiero que sujetes su cabeza para que no intente levantarse mientras Tony y yo nos encargamos de este lado.

Jake no estaba acostumbrado a que nadie le diera órdenes, pero algo en su tono hizo que obedeciera sin rechistar.

Tony sujetaba la cola de la yegua mientras ella ayudaba al potro a salir. Cuando por fin lo consiguió, apartó rápidamente la membrana de la nariz del animal y le dio un vigoroso masaje con una toalla.

–¿Lo haces para comprobar si respira? –le preguntó Jake, asombrado.

Ella asintió con la cabeza mientras se quitaba los guantes.

–Todo ha ido bien, pero siempre hay que tener cuidado con estos potros tan valiosos –contestó, sonriendo a la débil criatura–. Puede que estemos delante del próximo ganador de la Triple Corona.

Jake se apartó cuando la yegua intentó levantarse.

–¿Tienes que hacer esto a menudo?

El móvil que llevaba en el cinturón de los vaqueros empezó a sonar en ese momento y Heather salió del box para contestar.

Jake se volvió hacia el peón.

–Por cierto, soy Jake Garnier, el nuevo propietario del rancho.

El hombre sonrió mientras le ofrecía su mano.

–Ya me lo imaginaba. Bienvenido a Hickory Hills.

–Tengo que ir a casa un momento –los interrumpió Heather–. Si tienes alguna pregunta sobre las yeguas, los horarios de entrenamiento o la rutina diaria del rancho, Tony puede contártelo todo.

–No, creo que iré contigo a la casa. Así podrás enseñarme un poco el rancho.

–No hace falta que vengas –la larga coleta de Heather se movía de lado a lado mientras negaba con la cabeza–. Sólo estaré unos minutos y no tiene sentido que vayas hasta allí para volver dentro de un rato.