Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2010 Teresa Carpenter. Todos los derechos reservados.
FUERTES EMOCIONES, N.º 2365 - noviembre 2010
Título original: Sheriff Needs a Nanny
Publicada originalmente por Mills & Boon
®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9266-7
Editor responsable: Luis Pugni


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CAPÍTULO 1

–ALLÁ vamos –murmuró Nicole Rhodes al detenerse ante la puerta de la casa. Bajó la mirada hacia su camiseta azul oscura, sus pantalones caqui y sus sandalias blancas. Esperaba tener el aspecto sereno y profesional adecuado.

Dos adjetivos que no le interesaban demasiado. Prefería experimentar la vida.

A pesar de todo, y dado que era su primera entrevista de trabajo en cinco años, necesitaba toda la seguridad posible en sí misma. Malditos recortes presupuestarios… Ella era uno de los miles de maestros que habían tenido que ponerse a buscar trabajos alternativos.

Sonrió y llamó a la puerta.

Necesitaba un trabajo y un lugar en que alojarse cuanto antes. Aquel trabajo de niñera podía resolver ambas cosas, y además así podría permanecer cerca de su hermana Amanda, que estaba embarazada.

La puerta se abrió y Nicole se encontró ante un hombre semidesnudo. Oh, oh…

Su temperatura interior subió mientras contemplaba unos poderosos abdominales, unos fuertes pectorales cubiertos de vello oscuro y una cabeza oculta en una camiseta a medio quitar.

–Hola, Russ –una profunda voz surgió del interior de la camiseta–. Gracias por haber venido tan rápido.

He estado recogiendo antes de que llegara la niñera. Sólo tengo diez minutos para tomar una rápida ducha.

Antes de que Nicole pudiera responder, la camiseta terminó su viaje, dejando al descubierto un revuelto pelo castaño.

Los ojos verdes del sheriff Trace Oliver manifestaron una sucesión de emociones cuando vio a Nicole. Sorpresa, enfado y, finalmente, resignación.

–Supongo que es mucho esperar que seas la hermana mayor de Russ y hayas venido a ayudar, ¿no?

Nicole negó con la cabeza y su larga melena negra se balanceó tras ella. Sonrió mientras hacía lo posible por ignorar todos aquellos músculos a la vez que extendía su mano.

–Nikki Rhodes, posible niñera –se presentó.

–Llega temprano –dijo Trace en tono seco a la vez que estrechaba su mano.

Siempre optimista, Nicole decidió que aquel comentario era una observación más que una reprimenda.

–Sí. Se supone que llegar antes es un rasgo admirable.

Bajó la mirada hacia la mano del hombre, que aún sostenía la suya.

–No siempre –respondió él con una mueca a la vez que señalaba sus pantalones cortos y su torso desnudo.

Nicole carraspeó mientras lo miraba.

–Lo tendré en cuenta para el futuro –señaló con un gesto de la cabeza su coche, aparcado ante la casa–. ¿Quiere que espere fuera mientras se ducha?

–No hace falta –Trace dio un paso atrás y tiró de Nicole hacia el interior–. Pase, por favor –frunció el ceño al fijarse en que aún sostenía la mano de Nicole en la suya. La retiró bruscamente.

Nikki lo siguió. Al contemplar el austero interior de la casa, se preguntó qué habría tenido que recoger. Apenas había objetos que ordenar y el mobiliario, moderno, de líneas estilizadas y tonos azules y grises, era más bien escaso. Nada sugería que allí viviera un bebé. De hecho, la casa tenía cierto aire castrense.

Una mirada le bastó para deducir que aquel hombre necesitaba sentir que lo controlaba todo. Pero ella ya había experimentado aquello, había vivido con ello y no tenía deseos de repetir la experiencia. Segundo motivo por el que debería dar por concluida aquella entrevista de inmediato.

Pero la situación de su hermana Amanda, a la que el médico había recomendado el máximo descanso posible, le hizo permanecer donde estaba.

–Siéntese –dijo Trace Oliver–. Voy por una camisa limpia. «Sí, por favor», pensó Nicole. Más valía que cubriera aquella tonificada y tentadora piel.

–Me temo que estás metida en un lío –murmuró para sí mientras él desaparecía en una de las habitaciones.

Pero no debía ver de aquel modo a su posible jefe. Lo decía en su contrato con la agencia y además necesitaba el trabajo. Había renunciado a su apartamento hacía tres meses y se había trasladado a vivir con su hermana mientras su cuñado estaba fuera, navegando. Su intención era ahorrar para dar la entrada de un piso. El momento había parecido perfecto. Podía hacer compañía a su hermana y ayudarla a prepararse para su primer bebé. Cuando éste y su marido llegaran, se trasladaría de nuevo.

Pero se pronto se había quedado sin trabajo y su cuñado se había presentado dos semanas antes de lo previsto. A pesar de ello, su hermana había insistido en que siguiera con ellos hasta que encontrara un trabajo.

Tenía buenos credenciales, de manera que no le preocupaba mucho la perspectiva, pero aquélla era la única oferta de trabajo que había encontrado en Paradise Pines y quería seguir cerca de su hermana hasta que tuviera el bebé.

Pero había otros motivos para su renuencia a alejarse de allí. Desde el día que inició sus estudios universitarios y descubrió un sentido de la libertad que nunca había conocido en su casa, se juró vivir la vida, no ocultarse de ella.

A pesar de todo, necesitaba protegerse. Tendía a entregar su corazón con demasiada facilidad. Era uno de los motivos por los que había elegido trabajar con niños pequeños. Necesitaban su afecto para desarrollarse y reaccionaban con total sinceridad. Podía confiarles su voluble corazón.

Pero el sheriff Oliver no tenía aspecto de saber lo que era la volubilidad. Se notaba que era todo pulcritud, control y programación. Seguro que dos de sus palabras favoritas eran «organización» y «disciplina». Los bebés eran caóticos e impredecibles. Las estructuras y la disciplina eran importantes, pero también lo eran la creatividad y la flexibilidad.

Si aceptaba aquel trabajo sólo preveía conflictos y desacuerdos en el futuro, porque sabía que lucharía por lo que fuera más conveniente para el bebé. Tal vez incluso con más insistencia de la necesaria, porque ya había pasado por aquella situación.

El sheriff Oliver regresó vestido con unos vaqueros azules y una camisa verde que sentaba de maravilla a sus ojos. Ojos con una mirada más distante, como su expresión.

Se había puesto en guardia, algo que hacía con tal facilidad que Nicole supo que aquél era el rostro que habitualmente enseñaba al mundo.

–La agencia me dijo que es maestra de niños de infantil –dijo Trace mientras ocupaba un sillón frente al sofá en que estaba Nicole–. Supongo que sabe que en este trabajo tendría que residir aquí, ¿no?

–Sí. Soy una de las víctimas de un reciente recorte de presupuestos estatales –Nicole se encogió de hombros, pretendiendo que aquello no era más que un pequeño contratiempo–. Pero antes fui niñera; ese trabajo me ayudó a pagarme los estudios.

–¿Trabajaba y estudiaba?

–Me ocupaba de los niños de día y acudía a clases nocturnas. Los Henderson sabían que estaba estudiando y respetaban mis horarios. La cosa funcionó.

–¿Qué edad tenían los niños que cuidaba?

–Dos y cuatro cuando empecé.

Trace bajó la mirada hacia el currículum de Nicole, que tenía ante sí.

–Estuvo con ellos un par de años y medio. ¿Por qué lo dejó?

–Mis padres murieron en un accidente –Nicole ya casi podía decir aquello sin que se le hiciera un nudo en la garganta–. Mi hermana me necesitaba. Estaba acabando sus estudios en el instituto. Me tomé un semestre libre para ocuparme de los asuntos de mis padres y para ocuparme de mi hermana hasta su graduación.

–Debió ser duro –la aspereza del sheriff hizo recordar a Nicole que había perdido a su esposa hacía poco más de un año.

–Nos teníamos la una a la otra, lo que supuso una ayuda –a pesar de todo, aquél fue el año más duro de la vida de Nicole.

Trace carraspeó.

–Entonces, ¿nunca se ha ocupado de un bebé?

–Nunca me he ocupado de un niño de trece meses, pero estoy segura de que podré arreglármelas. Tengo un master en Desarrollo Infantil y me encantan los niños. De hecho, mi hermana está embarazada y en seis meses seré tía por primera vez.

La expresión de Trace no se inmutó ante la mención de un cercano nacimiento. La mayoría de las personas habrían mostrado alguna clase de reconocimiento. Aquello hizo que Nicole se preguntara sobre la relación entre el sheriff y su hijo y por qué se había hecho cargo de él tan recientemente.

Sabía a través de la agencia que era viudo, que el bebé había sobrevivido al accidente que acabó con la vida de su madre y que la suegra de Trace se había hecho cargo de él hasta hacía una semana.

–¿Y qué es lo que le sucede? ¿Por qué no se ha hecho con la custodia de su bebé hasta ahora? –preguntó abiertamente.

Trace alzó una de sus oscuras cejas ante la franqueza de Nicole.

Ella sonrió y encogió un hombro.

–Creo en la comunicación sin trabas. La vida es más sencilla así –siguió sonriendo y esperó. Que la demandara si quería. Quería saber, y hacía tiempo que sabía que preguntar era la mejor forma de conseguirlo.

–Siempre he tenido la custodia –contestó Trace al cabo de un momento–. Mis suegros me han echado una mano mientras buscaba una nueva casa.

¿Y le había llevado trece meses conseguirlo? Nicole no expresó en alto aquel pensamiento. Obviamente, había algo más detrás que un simple traslado.

–Supongo que fue un consuelo para sus suegros tener a su nieto cerca mientras asumían la muerte de su hija.

Trace se apoyó contra el respaldo del sofá y cruzó los brazos sobre su fuerte pecho. Miró a Nicole con recelo.

–La mayoría de la gente asume que me estaba aprovechando de mis suegros, aunque eso no es asunto suyo.

Por su actitud defensiva, Nikki adivinó que la «mayoría de la gente» no estaba totalmente equivocada. Pero también había percibido en su tono un matiz de orgullo herido. Cinco años como profesora le habían enseñado a leer a las personas, fueran pequeñas, grandes o medianas. Para un hombre como aquél, que hacía del deber una forma de vida, una sombra de duda sobre su honor no sería bienvenida.

–Por supuesto –dijo–. La muerte nunca es fácil para una familia, pero, según mi experiencia, después de que una abuela se hace cargo de un bebé hacen falta una bomba y una palanca para quitárselo.

El sheriff Oliver frunció el ceño.

Nikki se mordió el labio. Su hermana no dejaba de advertirle de que algunas personas no apreciaban su franqueza crónica.

–¿Mi comentario no ha sido lo suficientemente delicado?

Trace echó la cabeza atrás y rompió a reír, algo que no hacía muy a menudo. Se pasó una mano por el rostro mientras trataba de recuperar el control.

–Es muy perspicaz –fue todo lo que dijo.

De hecho, la verdad residía entre lo que pensaba la gente y la necesidad de una palanca. Pero lo cierto era que Trace agradecía un poco de sinceridad y franqueza. La empatía era más difícil de aceptar. Por el tono de Nicole cuando había hablado de sus padres, no dudaba de que aún lloraba su pérdida.

–No sea demasiado duro consigo mismo –dijo Nicole–. No debe ser fácil encajar las rutinas de un bebé con las ocupaciones de un sheriff.

–Entonces no era sheriff. Cambié de profesión hace seis meses. Antes era detective de homicidios y estaba destinado a un equipo operativo multinacional.

–Suena importante.

–Lo era. Y, efectivamente, no resultaba fácil compaginar esa actividad con ocuparse de un recién nacido. Mi suegra se ofreció a cuidar de Carmichael y yo se lo agradecí. Pero hace una semana sufrió un derrame cerebral y mi suegro se trasladó a Michigan con ella, donde tienen familia que puede ayudar a cuidarla. Ahora estoy solo con mi hijo.

Incómodo, Trace se movió en su asiento. No sabía por qué sentía la necesidad de explicar a aquella mujer cosas que no había compartido con nadie.

Tal vez le resultaba fácil hablar con ella por la comprensión que veía en sus inteligentes ojos ambarinos,

o tal vez era su sinceridad lo que lo impulsaba a hablar. Fuera lo que fuese, tenía que parar.

–¿Carmichael? –dijo Nicole–. Pensaba que el niño se llamaba Michael.

–No. Es Carmichael. Un nombre familiar por parte de mi suegra.

–Oh. La agencia tiene anotado Michael en la ficha.

–En ese caso se han equivocado. Lo llamamos Carmichael desde que nació –Trace odiaba aquel nombre, pero lo aceptó por hacer feliz a su esposa. Probablemente lo habrían abreviado si hubiera seguido viva. Pero había muerto–. Su madre eligió el nombre.

–La continuidad es una buena tradición familiar –replicó Nicole, que tuvo que hacer un esfuerzo para mantener un tono neutro.

–Pero no le gusta, ¿verdad? –Trace sabía que no debería probarla después de su evidente intento por mostrarse cortés, pero no pudo contenerse.

Nicole dudó un momento. Finalmente, su tacto cedió ante su refrescante franqueza.

–Es demasiado nombre para un bebé. Tienen que aprender a caminar antes de correr, y no es un proceso meramente físico. Sus pequeñas psiques necesitan desarrollarse y crecer como sus cuerpos.

Tanta pasión por su hijo y ni siquiera lo conocía todavía, pensó Trace. Justo lo que un padre querría de una niñera.

–Pero cuídese de que sea la culpabilidad la que guíe sus decisiones –añadió Nicole.

Aquellas palabras fueron como un puñetazo en el estómago de Trace.

–¿A qué se refiere? –preguntó.

–Se llama la culpabilidad del superviviente y hace que personas racionales tomen decisiones irracionales. Conviene ser consciente de ello. Considera que está honrando a su esposa porque ella no puede estar aquí para criar a Carmichael. Pero lo que ella querría realmente sería que amara a su hijo y lo criara de la mejor forma posible.

–¿Amar al niño, honrar a la madre?

–Sí. Es así de sencillo.

–Puede que su vida haya sido sencilla, señorita Rhodes, pero usted no sabe nada de la mía –al notar la aspereza con que estaba hablando, Trace respiró profundamente. Pero necesitaba ser claro respecto a aquello–. Lo importante aquí es Carmichael. No trate de psicoanalizarme.

–Por supuesto –Nicole se mordió el labio–. Lo siento. Sólo trataba de ayudar.

–Si algo he aprendido desde que soy padre es que ya no hay nada sencillo. La vida se ha convertido en una complicación tras otra.

Nicole asintió.

–Las familias son complicadas. Lo que hace que funcionen es el amor.

Trace pensó que, si aquello era cierto, estaba metido en un buen lío. Pero no quiso pensar en sus carencias emocionales.

–Pensaba que no trabajaba con bebés.

–No trabajo con bebés, pero cuando llegan a infantil los niños aún están aprendiendo y creciendo –Nicole se movió en su asiento y a continuación cambió radicalmente de tema–: Tengo entendido que la semana anterior han pasado por aquí otras dos niñeras. ¿Qué problema había con ellas?

–¿Por qué lo quiere saber?

–Me ayudaría a comprender qué está buscando exactamente.

–Supongo que eso tiene sentido –respondió Trace a la vez que asentía–. A la primera no le convenían los horarios y la otra dejó claro que las cosas se harían a su manera o no se harían. Decidí que no las hiciera.

–Bien hecho.

La expresión de aprobación de Nicole hizo que Trace se sintiera diez centímetros más alto. Era una mujer bonita, de rasgos equilibrados y labios carnosos, pero lo que hacía que resultara realmente atractiva era su vivacidad. Aquella mujer vivía la vida; se notaba en su perpetua sonrisa y en sus asombrosos ojos color ámbar.

–Desafortunadamente –añadió Nicole–, muchos padres quieren precisamente lo contrario. Es casi como si, en lugar de participantes, quisieran ser visitantes en la vida de sus hijos –su tono expresó con claridad lo que pensaba de aquella clase de padres.

Debía ser bonito vivir en su mundo de ensueño, pensó Trace, pero él conocía la verdad.

–Trabajo para imponer la ley, señorita Rhodes, y le aseguro que a veces los padres causan menos daño a sus hijos con su ausencia que con su presencia.

–Tiene razón, por supuesto, pero no es a eso a lo que me refiero.

–Sé a qué se refiere. He sido un visitante en la vida de mi hijo durante más de un año. Pero eso ha acabado. Ahora soy responsable de él y seré yo quien decida lo que más le conviene.

Y el trabajo no iba a hacerse nunca a base de charlar con una maestra de niños, por muy franca y vivaz que fuera.

¿Sería la niñera adecuada para él?

En apariencia era demasiado joven, demasiado cualificada y carecía de la experiencia necesaria. No hacía falta un título para cambiar pañales, pero sí hacía falta alguien que hubiera estado con bebés y conociera la diferencia entre una fiebre debida a la salida de los dientes y otra debida a una enfermedad.

Por otro lado, se trataba de un trabajo, y el recorte en los presupuestos estatales había hecho que muchos profesores estuvieran buscando empleo.

–Señorita Rhodes…

–Llámeme Nikki, por favor –interrumpió Nicole.

–Señorita Rhodes –insistió Trace. Era mejor así. Era preferible mantener todo a un nivel profesional–. ¿Cuándo puede empezar?

CAPÍTULO 2

–¿CUÁNDO puede empezar? –Trace acababa de hablar cuando su móvil empezó a sonar a la vez que se escuchaba un grito procedente del pasillo. Tomó su móvil–. Lo siento. Tengo que contestar. ¿Le importa ir a echar un vistazo al bebé?

–Claro que no –Nikki se puso en pie. ¡Había conseguido el trabajo! No le atraía la idea de trabajar para un obseso del control, pero así podría estar cerca de Amanda, y eso era lo que contaba. Ya estaba deseando decírselo a su hermana–. ¿En qué habitación está?

–La última puerta a la derecha.

El niño ya había dejado de llorar, lo que sorprendió a Nicole. Según su experiencia, cuando lo que quería un bebé era atención, el llanto arreciaba.

Abrió la puerta del dormitorio y se asomó al interior. En la habitación sólo había una cuna y un cambiador de roble. Las paredes eran blancas, las sábanas y mantas de color azul oscuro. No había juguetes a la vista.

Un bebé de pelo castaño y expresión seria se hallaba sentado en la cuna.

El corazón de Nikki se encogió. No había visto un niño tan triste en su vida. Pobrecillo. Debía echar de menos a su abuela.

–Hola, Carmichael –saludó con suavidad mientras se acercaba a la cuna–. Soy Nikki.

Apoyó los brazos en el borde de la cuna y sonrió, dispuesta a charlar un momento antes de sacarlo.

–Carmichael es mucho nombre para un bebé como tú, pero estoy segura de que darás la talla –alargó una mano y tocó con un dedo la punta de la nariz del niño–. Entretanto, a mí me parece que de momento te va más Mickey.

Los labios del bebé se curvaron en una pequeña sonrisa.

–¿Te gusta eso? ¿Te gusta el nombre Mickey? A mí también –volvió a tocar juguetonamente la nariz del bebé–. ¿Eres admirador del ratón? Sin duda traería un poco de animación a tu dormitorio.

El niño utilizó las barras de la barandilla para ponerse en pie. Luego volvió a mostrarse tímido y miró a Nikki con cautela. Ella no dejó de sonreír para demostrarle que no tenía nada que temer.

Su paciencia fue recompensada cuando el niño le tocó repentinamente la nariz. –Oh, oh –Nikki simuló haberse asustado–. Me has tocado la nariz.

El pequeño sonrió y volvió a tocársela.

–Conque esas tenemos…

Nikki volvió a tocar la nariz del niño, que en aquella ocasión rió abiertamente.

Nikki experimentó una sensación de triunfo. ¡Le había hecho reír! El pobre niño necesitaba alegría en su vida, sobre todo con un padre dispuesto a controlar cada uno de sus movimientos. Si la localización no hiciera de aquél el trabajo perfecto, sentiría la tentación de no aceptarlo. No le hacía ilusión la idea de trabajar para un hombre tan controlador como parecía serlo el sheriff.

Mickey alzó los brazos para que lo tomara en brazos y Nikki sintió que se derretía. Aquél era otro motivo para quedarse.

Alzó al niño en brazos. El pequeño le rodeó el cuello con el brazo y apoyó la cabeza en su hombro. La emoción atenazó la garganta de Nikki. No había sensación en el mundo parecida a tener un confiado bebé entre los brazos.

Al volverse vio a Trace en el umbral de la puerta. Por la emoción que cruzó un instante por su rostro, supo que había escuchado la risa de Mickey.

–Le gustas –dijo Trace sin acercarse–. Bien. La llamada era de comisaría. Ha habido un accidente y tengo que irme. ¿Puede empezar a trabajar ahora mismo? He intentado ponerme en contacto con Russ de nuevo, pero no responde, así que necesito una canguro.

–Puedo quedarme. ¿Cuánto tardará?

–No sé. Puede que me retrase.

–De acuerdo. Llamaré a mi hermana para avisarla.

Trace asintió secamente.

–De acuerdo. Voy a cambiarme y luego le enseño dónde está todo.

–Yo voy a cambiar a Mick… a Carmichael. Nos vemos ahora en el cuarto de estar.

Trace asintió de nuevo y se fue.

Nikki dejó a Mickey en el cambiador. El niño permaneció totalmente inmóvil, mirándola. Su apatía hizo que el corazón de Nikki se encogiera.

Charló con él mientras lo limpiaba. El niño parecía escucharla, pero no mostró ninguna reacción.