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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Kathie DeNosky

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor sin tregua, n.º 2082 - enero 2016

Título original: Pregnant with the Rancher’s Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7680-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Nate Rafferty no pudo evitar sonreír al mirar hacia la enorme zona abierta de una de sus recién construidas cuadras. Cuando mencionó que quería hacer una fiesta para celebrar la compra y la reforma de Twin Oaks Ranch, las mujeres de sus hermanos decidieron que tenía que ser una fiesta temática. A él le pareció bien y les dijo a sus cuñadas que se encargaran de la fiesta.

Incluso dejó que decidieran cuál sería el tema, y se habían esforzado al máximo, convirtiendo lo que iba a ser su cuadra de heno en una casa encantada de Halloween para los niños. Los monstruos, los espantapájaros y los fantasmas no daban miedo, sino ternura, y a sus sobrinos les iban a encantar las calabazas y las guirnaldas de coloridas hojas de otoño que colgaban alrededor de la pista de baile y del escenario donde iba a tocar la banda de música.

Mientras intentaba decidir si quería ir de Llanero Solitario o de John Wayne, Nate salió de la cuadra y cruzó el jardín del rancho hacia la casa. Apenas había recorrido unos cuantos metros cuando se detuvo en seco sobre sus pasos. Una mujer bajita de pelo rubio estaba saliendo del todoterreno gris que había aparcado cerca del garaje.

¿Cómo diablos le había encontrado? ¿Y por qué? Había evitado conscientemente mencionarle a Jessica Farrell nada sobre la compra del rancho Twin Oaks. Tenía pensado esperar a terminar las reformas para poder sorprenderla invitándola a pasar un fin de semana con él. Por supuesto, la última vez que la vio fue hacía cuatro meses y medio… cuando ella todavía le hablaba.

Pero eso a Nate no le preocupaba. Nunca había tenido ningún problema para encandilarla de nuevo y no había razón para pensar que no pudiera volver a hacerlo, aunque ella estaba decidida a poner un punto final definitivo a su intermitente relación.

Así habían sido las cosas entre ellos los últimos dos años, y cada vez que parecía que las cosas se ponían un poco serias, Nate siempre encontraba un motivo para romper la relación. Pero la última vez ella le dijo que no se molestara en volver a llamarla y que se olvidara de dónde vivía.

Por supuesto, no era la primera vez que le había dicho que no la llamara. Pasaban por algo parecido cada tres o cuatro meses. Nate le dejaba tiempo para que se calmara, luego la llamaba y la convencía para que se vieran. Tras pasar varias semanas muy a gusto con ella, sentía que volvía a profundizar más de lo que pretendía. Y ahí era cuando cortaba y salía corriendo.

Sabía que no era justo para Jessie. Era una mujer maravillosa y se merecía a alguien mejor que él. Pero en lo que a ella se refería, Nate parecía no tener opciones. Sencillamente, no podía mantenerse alejado de ella.

Pero esta era la primera vez que Jessie cortaba con él, y Nate no podía entender la razón, sobre todo después de cómo habían terminado las cosas la última vez. Cuando se despidieron varios meses atrás fue distinto a las otras ocasiones. Nate le había dicho que deberían tomarse un respiro y dejar de verse durante un tiempo. Fue entonces cuando vio en sus ojos violetas una firme determinación que no había visto nunca antes. Pero ahora estaba allí, así que no debía ser tan firme.

–Jessie, cuánto me alegro de verte –dijo acercándose a ella. Iba vestida con unos vaqueros y un suéter rosa que le quedaba grande. Pero se las arreglaba para tener un aspecto sexy. Muy sexy–. Ha pasado mucho tiempo, cariño, ¿cómo estás?

Cuando ella se dio la vuelta para mirarle no parecía contenta de verle.

–¿Tienes unos minutos? –le preguntó en tono serio–. Necesito hablar contigo.

–Claro –Nate no podía imaginar de qué querría hablar, pero en aquel momento no le importó. No iba a decírselo a ella, pero lo cierto era que la había echado de menos, había echado de menos el sonido de su suave voz y su dulce sonrisa–. ¿Por qué no entramos y nos ponemos al día?

Jessie sacudió la cabeza, agitando su larga coleta.

–No me voy a quedar mucho tiempo.

Nate le pasó el brazo por los delicados hombros y la giró hacia la casa.

–No has conducido hasta aquí desde Waco para darte la vuelta ahora –dijo mientras cruzaba con ella el patio hacia las puertas del balcón–. Le diré a la encargada de la casa que te quedas a cenar.

Cuando entraron en el salón, Jessie le sorprendió apartándose de él y mirándole.

–No te molestes, Nate. Anoche trabajé en el último turno y en cuanto hablemos necesito volver a casa y dormir un poco.

Jessie era enfermera, la había conocido cuando su hermano Sam resultó herido en un rodeo un par de años atrás.

–Puedes quedarte a dormir aquí –murmuró Nate sonriendo.

Si las miradas pudieran matar, en aquel momento sería ya hombre muerto.

–¿Tienes empleada doméstica? –preguntó ella. Al ver que Nate asentía, frunció el ceño y miró a su alrededor–. ¿Podemos hablar en algún sitio más privado?

Nate se la quedó mirando. Nunca la había visto tan decidida como parecía estar en aquel momento.

–Vayamos a mi despacho –dijo finalmente señalando hacia la puerta con arco que daba al vestíbulo–. Allí podemos hablar a solas.

Nate la llevó hasta allí y esperó a que estuvieran sentados en su despacho con la puerta cerrada.

–¿De qué quieres hablar? –le preguntó mirándola desde el otro lado del escritorio mientras Jessie tomaba asiento en una butaca de cuero frente a él.

Ella se mordisqueó el labio inferior y se miró las manos entrelazadas sobre el regazo.

–Quiero que sepas que he tardado cuatro meses en tomar la decisión de contártelo. Mi primer impulso fue no hacerlo. Pero no me pareció justo para ti.

Nate se enderezó y empezó a picarle el cuero cabelludo. No sabía de qué estaba hablando Jessie, pero tenía la impresión de que lo que le dijera podría cambiarle la vida. ¿Había conocido a otra persona? ¿Le estaba diciendo que se había comprometido con otro hombre y que no le parecía justo no decírselo? ¿O estaba hablando de otra cosa?

–¿Por qué no vas al grano y me dices lo que crees que necesito oír? –preguntó.

Ella aspiró con fuerza el aire y le sostuvo la mirada.

–Estoy embarazada de casi cinco meses.

–Estás embarazada –repitió Nate. Dirigió la mirada hacia su vientre mientras aquellas palabras calaban en él y sentía como si de pronto se hubiera quedado sin aire. El corazón le latía con fuerza y cuando se puso de pie para rodear el escritorio le temblaron las rodillas–. ¿Vas a tener un bebé?

–Eso es lo que significa estar embarazada.

–¿Cómo ha ocurrido? –preguntó antes de pararse a pensarlo.

La mirada que Jessie le dirigió dejaba claro que tenía serias dudas respecto a su nivel de inteligencia.

–Nate, si a estas alturas no te sabes lo de la semillita, no creo que lo aprendas ya nunca.

Él aspiró con fuerza el aire y sacudió la cabeza para intentar librarse del zumbido que tenía en los oídos.

–Ya sabes a qué me refiero –se frotó la base del cráneo para liberarse de la tensión–. Siempre tuvimos cuidado con la protección.

–Pudo haber un desgarro microscópico en uno de los preservativos, o tal vez otro tipo de defecto –Jessie se encogió de hombros–. Pasara lo que pasara, estoy embarazada y tú eres el padre. Pero no quiero nada de ti –se apresuró a añadir–. Gano lo suficiente para mantenernos al niño y a mí y soy perfectamente capaz de criar a un hijo sola. Pero pensé que sería justo contártelo y averiguar si querías formar parte de su vida. En caso contrario, quiero que firmes los papeles para concederme a mí todos los derechos y los dos saldremos de tu vida para siempre.

–Ni hablar –afirmó él con énfasis–. Si tengo un hijo quiero estar presente en todos los aspectos de su vida.

Jessie asintió brevemente con la cabeza y se puso de pie.

–Eso es lo único que quería saber. Le diré a mi abogado que se ponga en contacto con el tuyo. Pueden alcanzar un acuerdo de custodia compartida justo y un régimen de visitas adecuado.

–¿Adónde vas? –preguntó Nate poniéndole las manos en los hombros para detenerla–. No puedes entrar aquí sin más, decirme que vas a tener un hijo mío y luego marcharte.

–Sí que puedo –había en su tono una nota desafiante–. Si no tuviera conciencia no estaría siquiera aquí. Pero resulta que creo que un hombre tiene derecho a saber que va a tener un hijo aunque no sea de fiar. Por ahora es lo único que necesitas saber.

Una fuerte sensación de culpabilidad se apoderó de él. Teniendo en cuenta su pasado y el modo en que la había tratado durante su relación, seguramente debería agradecerle que se lo hubiera contado. Pero no podía dejar que se marchara sin decir nada más. Había cosas que Nate quería saber.

–Jessie, siento cómo han sido las cosas entre nosotros en el pasado –aseguró con sinceridad–. Asumo completamente la responsabilidad. Si pudiera volver atrás y cambiarlo, lo haría. Desgraciadamente, no puedo hacerlo. Pero es importante que a partir de ahora trabajemos juntos.

Ella se apartó.

–Ya te he dicho que no impediré que veas al niño. Los abogados…

–Sí, ya lo he entendido –la interrumpió Nate aspirando con fuerza el aire–. Mira, soy consciente de que ahora mismo no soy tu persona favorita y no te culpo. Pero hay cosas que quiero hablar contigo y otras muchas que debemos decidir.

Jessie se lo quedó mirando durante un largo instante antes de volver a hablar.

–Sé que esto ha sido todo un impacto. Yo tampoco me lo esperaba, créeme. Pero no tiene por qué ser complicado. Podemos dejar que los abogados se ocupen de solucionarlo todo.

–Cariño, yo creo que esto no puede ser más que complicado –dijo él dándose cuenta por primera vez de lo cansada que parecía. Una idea comenzó a tomar forma mientras miraba sus preciosos ojos violetas–. Estás agotada. ¿Por qué no dejamos esto por el momento?

–No te preocupes por mí –respondió ella encogiéndose de hombros–. Estaré bien en cuanto pueda volver a casa y dormir un poco.

–No me gusta la idea de que conduzcas hasta Waco con lo cansada que estás –dijo Nate–. No es seguro.

–No me pasará nada –Jessie frunció el ceño–. Además, mi bienestar no es asunto tuyo.

–Sí lo es –insistió él–. ¿Tienes que trabajar esta noche?

Ella negó con la cabeza.

–Tengo el fin de semana libre. ¿Por qué?

–Mi familia celebra esta noche una fiesta de Halloween aquí y me gustaría que estuvieras. Tengo cinco habitaciones de invitados arriba, puedes escoger la que quieras –le apartó con el dedo índice un mechón de pelo rubio que se le había escapado de la coleta y aprovechó para acariciarle la suave mejilla. El dedo le tembló con el contacto y se animó al ver que ella abría un poco más los ojos, indicando que también lo había sentido–. Eso nos dejará también tiempo para hablar y tomar algunas decisiones cuando hayas descansado.

Nate evitó mencionar que podía compartir el dormitorio principal con él. Tal vez no fuera el más listo de la clase, pero no era tan tonto como para pensar que Jessie estaría receptiva a retomar su relación en el punto donde la habían dejado hacía casi cinco meses.

Jessie trató de disimular un bostezo tras su delicada mano.

–Ya te he dicho que los abogados…

–Lo sé, pero, ¿no crees que ahorraríamos mucho tiempo y sería más fácil para todos los implicados si lo llevamos solucionado de antemano? –preguntó él.

–Nate, estoy demasiado cansada para hablar de esto ahora mismo –afirmó Jessie bostezando–. Lo único que quiero es volver a casa y meterme en la cama.

–Al menos échate una siesta antes de volver a Waco –insistió él.

Si podía convencerla para que se quedara un rato, tendría tiempo para hacerse a la idea de que iba a ser padre. En aquel momento estaba completamente entumecido. Pero necesitaba recomponerse para poder pensar. Tenía que idear un mejor argumento para que se quedara al menos a la fiesta. Ahora que sabía que estaba esperando un hijo suyo, era todavía más importante que solucionaran las cosas. Y deprisa.

–Tal vez me vendría bien una siesta corta –reconoció Jessie.

Nate le pasó una mano por el hombro sin vacilar para guiarla hacia la escalera. No iba a darle tiempo para que cambiara de opinión.

La llevó por el pasillo de arriba y abrió la puerta del dormitorio que estaba frente al suyo.

–¿Te parece bien esta habitación?

–Me marcharé en cuanto me despierte –le advirtió ella.

–Tú ahora duerme un poco –dijo Nate acompañándola a la cama. Apartó la colorida colcha y esperó a que se quitara las zapatillas deportivas y se acostara para darle un beso en la frente–. Si necesitas algo, estaré en mi despacho.

Jessie ya se había quedado dormida.

De pie al lado de la cama, Nate se quedó mirando a la única mujer a la que no había sido capaz de mantener alejada. Jessie era inteligente, divertida y dulce además de guapa. Entonces, ¿por qué no era capaz de comprometerse con ella?

Nate sabía que a su hermano de acogida, Lane Donaldson, le encantaría utilizar su título en psicología para analizar los motivos de Nate. Pero él no quería profundizar tanto en sus motivos para evitar los compromisos. Todo estaba relacionado con su pasado, y eso era algo que no podía cambiar, y tampoco quería pensar en aquella oscura etapa de su vida.

Lo único que podía hacer ahora era lo que su padre de acogida, Hank Calvert, esperaría de todos los chicos que crio. Hank les había repetido una y otra vez que cuando un hombre tomaba la decisión de acostarse con una mujer tenía que estar preparado para aceptar sus responsabilidades si la dejaba embarazada. Y eso exactamente lo que Nate tenía intención de hacer.

Su aversión al compromiso estaba a punto de sufrir un cambio espectacular. Jessie se había presentado allí para decirle que iba a ser padre y él tenía la intención de hacer lo correcto con ella y con su hijo.

En algún momento de la siguiente semana le diría adiós para siempre a su maravillosa soltería y se casaría con Jessie.

 

 

Cuando Jessie se despertó, la brillante luz del sol se asomaba por una rendija de las cortinas. Tardó un instante en darse cuenta de dónde estaba.

Tras trabajar toda la noche en una lesión cerebral en la UCI, llamó al hermano de Nate, Sam, para preguntarle dónde podía encontrarle. No le gustaba tener que implicar a Sam en su búsqueda, pero Nate se había mudado recientemente. La última vez que cortaron, Jessie borró su número de teléfono del móvil. Sam se mostró muy amable y le dio la dirección del rancho Twin Oaks. Una noticia así había que darla en persona.

Tras hacerse la revisión prenatal, condujo directamente al rancho para decirle a Nate que era el padre de su hijo. Pensándolo ahora, seguramente tendría que haber dormido un poco antes de soltarle la noticia. Pero si lo hubiera retrasado más, no estaba segura de haber sido capaz de hacerlo.

Durante los últimos meses había estado debatiéndose sobre qué hacer y todavía no estaba segura de haber tomado la decisión correcta al contarle lo del bebé. Por un lado, estaba harta de ser la marioneta de Nate. En el pasado, él la llamaba y la convencía para que retomaran la relación, y cuando todo parecía ir de maravilla entre ellos, Nate encontraba una razón para que dejaran de verse durante un tiempo. Y por otro lado, no estaba segura de que se mereciera tener la custodia compartida del bebé. ¿Qué clase de padre iba a ser, teniendo en cuenta su tendencia a aparecer y desaparecer?

La última vez que volvió a desaparecer, Jessie le dijo que no se molestara en volver a ponerse en contacto con ella. Le había roto el corazón, pero se negaba a seguir permitiendo que él controlara el curso de su relación. Poco después se enteró de que estaba embarazada. Y aunque sabía que lo justo era decirle a un hombre que iba a ser padre, su mayor preocupación era saber si Nate estaría siempre allí para el niño. Una cosa era decepcionarla a ella y otra totalmente distinta decepcionar a su hijo.

Inquieta con aquel pensamiento, apartó las sábanas y se sentó a un lado de la cama. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo agotada que estaba. Había dormido el resto del día anterior y toda la noche, y seguía completamente vestida.

Jessie hizo la cama a toda prisa y se dirigió escalera abajo. Tenía libres las dos siguientes noches y necesitaba volver a casa. Había varias cosas que resolver aquel fin de semana y todavía le quedaba una hora al volante hasta Waco.

Cuando llegó al final de la escalera suspiró al ver a Nate saliendo del despacho. Había querido evitarle.

–Buenos días, dormilona –la saludó él con alegría.

¿Por qué tenía que gustarle tanto aquel hombre? No quería fijarse en el modo en que el pelo castaño y liso le rozaba el cuello de la camisa, ni en cómo le brillaban los ojos azules cuando le sonreía. Todavía estaba enfadada con él por pensar que podía entrar y salir de su vida sin tener en cuenta el daño emocional que le causaba.

–Tendrías que haberme despertado –dijo ella fijándose en que el reloj de pared del vestíbulo indicaba que ya era mediodía.

–Estabas agotada –la sonrisa de Nate se transformó en una mueca–. Además, pensé que te gustaría estar completamente descansada para la fiesta de esta noche.

–No voy a ir a la fiesta. Ya te lo dije ayer.

Nate sacudió la cabeza y se acercó a ella.