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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Meredith Webber

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

A la luz de la luna, n.º 5455 - diciembre 2016

Título original: The Temptation Test

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9047-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

MIENTRAS conducía a lo largo del estrecho camino de arena que iba desde su refugio hasta la carretera que llevaba a la ciudad, Noah Blacklock iba maldiciendo a todas las mujeres. No estaba seguro de cómo podría culpar a la conspiración universal de las mujeres que llegara tarde aquella mañana, pero estaba convencido de que tenía que ser obra de una mujer.

El poderoso motor del todoterreno rugió mientras trataba de avanzar sobre la suave arena. Ya no le quedaba mucho, solo unos pocos metros, tras tomar una curva y bajar la colina, para llegar a la carretera principal que llegaba a la ciudad.

Tomó la curva demasiado rápido. El todoterreno se deslizó hacia un lado antes de que los neumáticos pudieran agarrarse de nuevo al suelo y le permitieran recuperar el control del vehículo. Entonces, pisó el freno. La parte trasera de un Toyota se iba acercando más… y más… y…

El todoterreno se detuvo a pocos centímetros del otro vehículo. Entonces, Noah saltó de su coche, soltando coloristas exabruptos para un conductor que había sido lo suficientemente estúpido como para detenerse en una curva con tan poca visibilidad.

¡Tenía que ser una mujer, por supuesto! Y rubia… De esas de rotundas curvas, largas piernas… El prototipo de los chistes de rubias.

Estaba de pie, con el gato en una mano y una barra de metal en la otra. Entonces, miró a uno de los neumáticos de su vehículo.

Noah se tragó las palabras que le hubiera gustado gritarle, agarró el gato y la barra de metal, los colocó debajo del chasis. Se disponía a levantar el vehículo cuando se dio cuenta de que las tuercas de la rueda todavía no estaban aflojadas. Vio que había una caja de herramientas en la arena.

–Yo… –comenzó la mujer, pronunciando las palabras con voz suave.

–No hable. ¡No diga ni una sola palabra! –gruñó él, mirando al último miembro del sexo femenino que el destino había colocado en su camino para enfurecerlo y frustrarle.

–Pero…

Noah levantó una mano para interrumpir sus protestas y empezó a aflojar las tuercas de la rueda. A continuación y levantó el coche con la ayuda del gato. Tras retirar las tuercas, sacó la rueda del eje y se volvió a mirar a la mujer.

–¿Dónde tiene la rueda de repuesto?

Ella le sonrió. Entonces, Noah se dio cuenta de que era una mujer muy hermosa. Sin embargo, no permitió que aquella pequeña observación lo distrajera.

–¿Y bien?

La sonrisa se hizo más amplia, revelando un hermoso hoyuelo en la mejilla derecha. Sus ojos, más azules que el cielo de aquella tarde, sonrieron también.

–Es ese –respondió, señalando el neumático que él tenía sujeto entre las manos.

–¿Me está diciendo que no tiene una rueda de repuesto decente para poder reemplazar a esta? –rugió Noah–. Está aquí, sola, en una carretera tan aislada como esta y sin rueda de repuesto… ¡Mujeres!

Furioso, levantó las manos para expresar mejor su enojo. Entonces, el neumático se cayó hacia un lado y le golpeó la pantorrilla, haciéndole perder el equilibrio. La mano de la desconocida le agarró del brazo y evitó que cayera. Sin embargo, los sonidos que salían de la garganta de la mujer eran más gorjeos de alegría que palabras tranquilizadoras o disculpas.

–Esa es la de repuesto –consiguió decir ella, entre risas–. La que tengo en la parte trasera está pinchada. Acababa de cambiarla cuando apareció usted y, como todos los hombres, tuvo que entrometerse y comportarse como un macho típico.

–¿Por qué no me detuvo? –gritó él–. ¡Dígamelo!

Ella se encogió de hombros. El movimiento hizo que se le levantaran los pechos de un modo que hizo que Noah no supiera ya si quería matarla o tomarse su tiempo para investigar mejor aquellas protuberancias.

–¿Después de que me dijera que me callara y de que me gruñera tan ferozmente que me eché a temblar? ¿Cómo iba a hacerlo una pobre mujer indefensa, aquí en este lugar aislado? Bien, ahora, ¿va volver a ponérmela para que pueda ir a trabajar o tendré que volver a hacerlo yo misma?

Noah, que en aquel momento se estaba imaginando que aquella belleza le pedía algo muy distinto del perdón que hubiera querido momentos antes, trató de concentrarse en la situación.

–¿Ponerle qué? –musitó.

–La rueda –replicó ella–. De hecho, como acabo de practicar, incluso voy a echarle una mano yo misma.

Se inclinó, levantó el neumático y lo hizo rodar hacia el coche. Para cuando estaba a punto de ponerlo sobre el eje, Noah se dio cuenta de que debería estar haciéndolo él en vez de mirar las piernas que se mostraban bajo una falda muy corta.

–¡Permítame! –gruñó, quitándole el neumático de las manos. Juntos, colocaron la rueda–. Debe de estar perdida si está en esta carretera –añadió, mientras colocaba las tuercas, tratando de dar un poco de normalidad a aquella extraña situación.

–No, voy a alojarme a poca distancia de aquí.

–¿Dónde, exactamente? –quiso saber Noah. Lo único que había a poca distancia de allí era su casa.

–Es usted muy suspicaz, ¿verdad? –afirmó ella–. Pues en la casa de Matt Ryan, si quiere saberlo.

–¿A la casa de Ryan? Pero si se está hundiendo. ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que Matt ha decidido dejar la buena vida y empezar a vivir del modo en el que finge hacerlo en sus documentales? ¡Ya me lo imaginaba!

El sarcasmo con el que aquel hombre había hablado obligó a Jena defender a su jefe.

–¡Matt vive esos documentales! ¡Acepta esos desafíos!

–¡Sí, claro! –replicó él, soltando la presión que estaba ejerciendo sobre el gato para dejar que el vehículo volviera a caer sobre el suelo–. ¡Él y su maquilladora, su estilista… por no mencionar su equipo de apoyo de diez hombres! ¡Menudo desafío!

–En sus desafíos, viaja solo. Efectivamente, hay un equipo de filmación, pero no están con él en su vehículo y el resto de sus compañeros van por delante de él.

–Para colocar las tiendas, hacerle una cómoda cama, prepararle la comida, poner a refrescar el vino… ¡Sí, señora! ¡Eso es lo que yo llamo un verdadero desafío!

–Por supuesto que lo es –le espetó ella, al tiempo que le quitaba el gato de las manos y se dirigía al maletero para guardarlo–. Sus documentales se venden por todo el mundo y los ven millones de personas…

–Quienes acaban todos con la idea equivocada de que vivir en Australia es luchar constantemente con los cocodrilos, andar por selvas infestadas de serpientes o estar colgado precariamente de las piedras. Ese hombre prepara sus desafíos y los pone en práctica como si se tratara de un héroe.

Noah se detuvo a tomar aire y Jena, que debería haberlo interrumpido en aquel momento, se encontró admirando la amplitud de su tórax mientras se llenaba de aire. Era un hombre alto, fuerte, bien formado, de cabello oscuro y con un atractivo y curtido rostro.

–Lo que es un desafío es encontrar una cura para el cáncer –prosiguió él–. ¡Arreglar los problemas de la juventud que no tienen un lugar en el que vivir! ¡Hasta aprender a vivir en el mismo planeta que las mujeres es un desafío! Usted elige, pero creo que no hay que dejarse llevar por los programas de televisión de Matt Ryan. ¡Se trata de entretenimiento, rubia, no de un desafío!

–¡No me llame rubia! –le espetó ella, sin poder evitar fijarse en sus ojos.

Eran claros, pero, ¿grises o verdes muy claros?

–Ya me imagino lo que Matt está haciendo en su casa.

–¿Qué es lo que cree Matt está haciendo allí? Además, ¿por qué tiene Matt que estar allí?

Decidió que los ojos eran grises cuando él la miró de arriba abajo, respondiendo su pregunta con silenciosa insolencia.

Jena apretó los puños, pero se dio la vuelta antes de que pudiera ceder a la tentación que se había apoderado de él. No debía llegar tarde en su primer día de trabajo.

–Si él no está aquí, ¿quién está con usted?

El desconocido la había seguido de nuevo hasta la puerta de su coche y se la había abierto.

–¡Nadie! Estoy allí sola. Por supuesto –añadió inmediatamente, al darse cuenta de la tontería que había dicho–, van a venir unos amigos a visitarme, a quedarse conmigo.

–Por supuesto –repitió él–. No me cabe duda alguna de que hay muchas personas muriéndose por hacerle compañía en una cabaña ruinosa en medio de ninguna parte. Como diría mi abuela, yo no me chupo el dedo, rubia.

Jena estaba a punto de protestar de nuevo por el nombre cuando él se inclinó de nuevo sobre ella.

–Supongo que tiene un teléfono móvil, así que aquí tiene mi número. Aunque no puede ver mi casa desde la de Matt, está solo a unos cien metros. Si necesita algo…

Entonces, le entregó una tarjeta. Jena lo sostuvo entre los dedos, tratando de distinguir lo que había escrito en ella. Hubiera dado cualquier cosa para saber el nombre de aquel desconocido, pero no pensaba sacar las gafas de leer del bolso para poder hacerlo.

–¿Conoce el número de los servicios de emergencia? –prosiguió él, de un modo bastante paternalista–. Tal vez sería buena idea hacerse también con el de la comisaria de policía para que supieran que usted está allí. A los chicos de la ciudad les encantaría tener la oportunidad de salvar a una damisela en peligro. O incluso pasar a verla de vez en cuando.

De nuevo, la miró de arriba abajo, pero, antes de que Jena pudiera protestar, ya había cerrado la puerta del vehículo y se había marchado. Aquel gesto dejó a Jena con una extraña sensación.

Efectivamente, era también un hombre atractivo, pero Jena estaba tan acostumbrada a la compañía de hombres guapos que la belleza ya no le impresionaba. Era el interior lo que contaba, y, por lo que a ella le parecía, la furia que atesoraba aquel hombre por dentro no le confería ningún encanto.

Noah memorizó la matrícula mientras seguía al otro vehículo por el sendero. ¿En qué estaba Matt pensando para permitir que una mujer como aquella, de hecho, cualquier mujer, estuviera en aquella ruinosa cabaña sola? La casa no tenía electricidad y probablemente tampoco agua.

Se recordó que no era asunto suyo. De hecho, la actitud que había adoptado en su infancia de no mezclarse con los asuntos de Matt seguía vigente. Ya había sido demasiado malo tenerlo como ejemplo durante toda su juventud, pero, además, la madre de Noah seguía hablado de él con profunda admiración. Evidentemente, le impresionaban más las estrellas de la televisión que los médicos.

Además de todo aquello, estaba su determinación de huir de las mujeres, especialmente de las rubias, dada la desastrosa manera en la que habían formado parte de su vida últimamente. En especial, eso se aplicaba a las rubias de Matt Ryan.

A pesar de que había hecho todo lo posible por evitar a Matt durante años, le había sido imposible abstraerse a sus hazañas. Matt conseguía mejor cobertura informativa que el gobierno de la nación y, en rara ocasión, aparecía sin una rubia del brazo.

Según los periódicos sensacionalistas, no eran más que rubias sin inteligencia alguna. En realidad, cuando uno se paraba a pensarlo, dotar a una mujer como la que iba conduciendo delante de él de inteligencia además de un imponente físico, hubiera sido una exageración.

«Machista», gritó una vocecita en su interior. Recordó la interminable longitud de sus piernas y la mirada de furia que ella le había dedicado… Tal vez resultaría divertido tener a una de las rubias de Matt como vecina durante algún tiempo. ¿Acaso no le había robado Matt a Bridget Somerton cuando eran unos adolescentes?

«Ni hablar», se dijo. «Nada de mujeres. Y mucho menos rubias». Si aquel tiempo separado de Lucy no resolvía las cosas entre ellos, entonces, cuando estuviera listo para tener otra relación, escogería a una morena. Una mujer con una profesión. Tal vez una abogada o una ejecutiva. Nada de rubias con largas piernas.

 

 

Jena pasó delante de la tienda y de las tres casas que constituían el núcleo de población más cercano a la vieja cabaña de Matt y luego aceleró cuando llegó a la carretera principal. Resultaba difícil de creer que un sitio tan aislado como Lake Caratha estuviera solo a quince minutos en coche de una bulliciosa ciudad. Kareela servía como centro regional para las zonas turísticas que había a lo largo de la costa.

Era una estupidez sentirse nerviosa. Había trabajado como ayudante en proyectos similares a aquel por lo que hacerlo de nuevo no le resultaría complicado. Tal vez los nervios se debían al hombre que se acababa de encontrar. Alto, moreno y gruñón. Aquella era una perfecta descripción de él. También se podría haber dicho que era atractivo, aunque la suya no era una belleza del todo convencional.

Cuando entró en la ciudad, aminoró un poco la marcha. Miró a su lado con interés, dado que el día anterior no había podido ver mucho. Faltaba menos de un mes para la Navidad y ya se estaban colocando los adornos por todas partes. Sin embargo, cuando llegara la fecha festiva, ella ya no estaría allí. Si todo salía como había esperado, tendría garantía de que formaría parte de la nueva serie que Matt estaba planeando. Mientras tanto, tendría que triunfar con aquel trabajo del hospital y aguantar en aquella cabaña tres semanas.

Antes de girar en dirección al hospital, miró por el retrovisor y vio que el todoterreno del furioso desconocido seguía tras ella. Sin embargo, cuando volvió a mirar al empezar a subir la colina, había desaparecido.

Cuando llegó por fin al aparcamiento, del hospital, buscó una plaza y contempló el antiguo edificio. Un escalofrío le recorrió la espalda. Podría haber sido por excitación o aprensión, pero decidió no analizarlo. Era mejor pasar el tiempo arreglándose el cabello.

 

 

–¿Ha llegado ese hombre ya? –preguntó Noah, en el momento en que entró en las oficinas del hospital.

Peta Clarke, la de más antigüedad de las dos secretarias, negó con la cabeza.

–No, pero el señor Finch sí, si quiere verlo.

Noah resistió el impulso de hacer un gesto de desesperación con los ojos. Lo mejor que podía hacer era tratar de apaciguar al director gerente en vez de enfrentarse a él, pero el hombre no mostraba predisposición alguna a arriesgar, a probar nada nuevo. En realidad, era la frustración la que lo había puesto tan furioso. Primero era el retraso en instalar a los chicos en su casa, luego, la insistencia de Jeff Finch en que cualquier plan debería aprobarse primero por el Departamento de Sanidad, siguiendo el procedimiento correcto.

–Ya veo que vais vestidas con vuestras mejores ropas, aunque solo estamos en las escaramuzas preliminares –dijo Noah, con una sonrisa mirando lo elegante que iban las mujeres.

–Qué tontería, ¿verdad? –respondió Peta–. Ya nos han dicho que no van a empezar a filmar hasta dentro de una semana, pero nosotras ya hemos venido de domingo. Nos hemos reído ya bastante –añadió, con una sonrisa.

Noah sonrió, aunque dudaba que hubiera mucha diversión en las próximas semanas. Lo primero que iba a hacer era explicarle a aquel coordinador que Kareela era un hospital en funcionamiento y que no consentiría ninguna interrupción en los servicios prestados a los pacientes o una injerencia en la capacidad de los empleados para desempeñar sus funciones. Le dejaría bien claras sus condiciones.

Entró en su despacho y miró el reloj. Si aquel tipo no llegaba a tiempo, se iría a hacer sus rondas. ¡Eso le enseñaría!

En aquel momento, el teléfono empezó a sonar. Patsy, la recepcionista, le anunció que la visita que esperaba ya había llegado.

–Dígale a Peta que lo haga pasar –le ordenó, antes de sentarse en su butaca, detrás de su escritorio.

Entonces, se puso las gafas y tomó un montón de papeles. Cuando oyó que se abría la puerta, que Peta murmuraba un nombre y que la puerta volvía a cerrarse, decidió que ya estaba bien de disimular. Suspiró y levantó la cabeza, quitándose al mismo tiempo sus gafas de lectura. La imagen resultaba algo borrosa, pero se podía identificar, a pesar de que la cascada de cabello rubio iba recogida de un modo sencillo, pero elegante.

–¿Rubia? ¿Qué diablos quieres? ¿Es que vas a demandarme por lo de la rueda del coche?

Aquel comentario no pareció aturdir a su visitante en lo más mínimo. Ella dio un paso al frente y extendió la mano.

–Tal vez deberíamos habernos presentado antes. Me llamo Jena Carpenter y soy la coordinadora para Showcase Productions.

Noah extendió la mano y, sin saber cómo, consiguió que los papeles que tenía en la mano se le cayeron, formando un amplio abanico sobre el suelo.

Cuando se inclinó para recogerlos, la voz de aquella mujer le hizo incorporarse de nuevo.

–Puede llamarme Jena, señorita Carpenter o «¡eh, tú!» –añadió, mientras estrechaba la mano que flotaba inciertamente sobre el escritorio antes de soltarla de nuevo con frialdad–, pero si vuelve a llamarme «Rubia», lo demandaré por acoso en el lugar de trabajo.

La resolución con la que ella habló le dijo a Noah que había pronunciado completamente en serio aquellas palabras y apartó momentáneamente la cara.

–Supongo que esto es idea de Matt Ryan, ¿verdad? –afirmó, mirándola de nuevo a los ojos–. ¿De verdad creyó que enviándome una mujer atractiva conseguiría hacer exactamente lo que le diera la gana en mi hospital?

–¿Su hospital?

–Sí, soy el jefe de los servicios médicos y la comodidad y el bienestar general de los pacientes son mi responsabilidad y mi principal preocupación. Pensé que ya se lo había explicado todo esto a Matt.

–Bueno, volvamos a empezar, ¿le parece? –sugirió ella–. Para empezar, aunque Showcase Productions es una división de la empresa que poseen Matt y sus socios, no tiene el control día a día de la misma, ni interfiere en la producción de los programas. No ha tenido nada que ver en la elección de Kareela como lugar de filmación ni con mi nombramiento como coordinadora.

No estaba segura de que aquella última frase fuera cierta. De hecho, vio la cara de incredulidad en el rostro del médico, incluso antes de que él replicara:

–¿Y el hecho de que usted se aloje en su cabaña es pura coincidencia?

–Que yo me aloje en su casa no tiene nada que ver con esta producción –afirmó Jena. Aquello era cierto, aunque la necesidad de vivir cerca de la ciudad durante tres semanas le había proporcionado la oportunidad de demostrarle algo a Matt.

–¡Sí, claro!

–Donde yo viva no es asunto suyo, doctor Blacklock –le espetó ella–, así que, ¿le parece que nos podríamos olvidar del tema y de la vieja historia que usted tenga con Matt y que le ha puesto tan a la defensiva y hablar de la filmación? En especial, porque fue usted el que insistió en tener una persona con la que poder tratar a lo largo de la misma. Se me designó a mí porque soy la única persona en la empresa que tiene experiencia tanto en el campo de la producción como en el de la enfermería.

–¿Es usted enfermera?