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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Scarlet Wilson

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una novia para el millonario, n.º 131 - diciembre 2015

Título original: A Bride for the Runaway Groom

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7293-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Algo no iba bien.

Mejor dicho, algo iba mal, muy mal.

Todo debería ser perfecto. Su hermana se había casado el día anterior en una ceremonia preciosa y había sido un placer presenciar una boda con unos novios tan enamorados.

Sin embargo, antes de la medianoche no había podido soportar por más tiempo el jet lag, y se había ido directamente a la cama a recuperar unas horas de sueño.

Su flamante cuñado, Seb, tenía una casa espectacular. El castillo Hawksley era una edificación mezcla de estilos normando, Tudor y georgiano. La habitación que ocupaba era amplia y suntuosa, con la cama más cómoda del mundo. Al menos, lo sería si estuviera sola en ella. Oía una respiración profunda, que en ocasiones emitía una especie de silbido similar a un ronquido.

Temía moverse.

Apenas había bebido el día anterior, tan solo un par de copas de vino. Debido al jet lag debían de haberle afectado más de lo normal, aunque no tanto como para llevarse a alguien a la cama.

Había asistido sola a la boda de su hermana. No había estado ligando, ni intercambiando miradas insinuantes y, desde luego, no se había llevado a nadie a la cama. Y aunque no tenía ninguna duda de que aquella era su habitación, abrió un ojo para comprobarlo.

Sí, allí en un rincón estaba su maleta azul. La casa de Seb era tan grande que era posible que se hubiera equivocado de cuarto, pero no había sido así.

Entonces, ¿quién respiraba tan profundamente a su lado?

No quería moverse. No quería que el intruso descubriera que estaba despierta. A su espalda, sentía el hundimiento del colchón. No le apetecía darse la vuelta y encontrarse cara a cara con un desconocido.

Tenía que pensar algo.

Sigilosamente, deslizó una pierna al borde de la cama. Luego, se encogió. No llevaba ni camisón ni pijama, solo la ropa interior que se había puesto debajo del vestido de dama de honor que estaba tirado a los pies de la cama.

Se sintió ridícula con las uñas de los pies pintadas, al igual que con aquel bronceado artificial. Se sentía vulnerable y a Rose Huntingdon-Cross le fastidiaba sentirse así.

Justo entonces, el desconocido se movió. Una mano se deslizó por su cadera y fue a posarse sobre su vientre. Contuvo la respiración. A su espalda escuchó un gemido de placer, mientras el desconocido la estrechaba contra él. No soportaba la sensación de aquel cálido cuerpo anónimo junto al suyo.

Sigilosamente, se acercó al borde de la cama. Lo más parecido a un arma que tenía al alcance de la mano era un gran jarrón rosa. El corazón le latía con fuerza. ¿Cómo se atrevía alguien a meterse en su cama y sobarla?

Contuvo la respiración al sentir la suavidad de la alfombra bajo sus pies y rápidamente tomó el florero con ambas manos.

Se giró para mirar al desconocido. En otras circunstancias, aquella situación le habría resultado cómica. Pero en aquel momento, no. Estaba prácticamente desnuda y había un hombre desconocido metido en su cama. ¿Cómo se había atrevido?

¿Quién demonios era? No tenía ni idea. Claro que a la boda de un conde con la hija de una pareja de famosos había asistido mucha gente a la que nunca había visto. Sin duda alguna, debía de ser un caradura.

Si tuviera la cabeza en su sitio, recogería su ropa y saldría corriendo de aquella habitación en busca de ayuda. Pero a Rose no le gustaba que la consideraran una tímida florecilla. Por una vez, quería resolver sola sus problemas.

Rodeó la cama descalza y levantó en alto el jarrón al oír el gemido de satisfacción del desconocido. La adrenalina se le disparó. El pánico se transformó en ira y arrojó el jarrón sin pensárselo dos veces.

–¿Quién demonios te crees que eres? ¿Qué estás haciendo en mi cama? ¿Cómo te atreves a tocarme? –gritó.

El jarrón se rompió en mil pedazos. El hombre abrió los ojos y rápidamente saltó de la cama, tambaleándose con los puños en alto.

Sus grandes y brillantes ojos azules parpadearon varias veces, antes de dejar caer las manos y sacudir la cabeza.

–Violet, ¿qué estás haciendo? ¿Te has vuelto loca?

Aquel individuo gruñó y se tambaleó otra vez, antes de apoyarse en la pared y dejar una mancha de sangre en el elegante papel con el que estaba cubierta.

Rose no podía respirar. El corazón le latía desbocado y sentía que el estómago le había dado un vuelco.

–¿Como que Violet? ¡Yo no soy Violet!

Aquello no era posible. De acuerdo que Violet y ella eran gemelas idénticas. Su aspecto nunca había sido tan parecido, pero después de unos años viviendo separadas sin verse a diario, se habían reencontrado con un estilo idéntico de peinado.

Aquel atrevido pensaba que estaba en la cama con su hermana. ¿Qué clase de idiota era?

Seguía sacudiendo la cabeza. Era como si le costara enfocar la mirada.

–Claro que eres Violet.

–No, no lo soy. Y deja ya de manchar la alfombra de sangre.

Ambos bajaron la mirada a la lujosa alfombra. Había dos manchas de sangre y fragmentos del florero esparcidos a sus pies y por la cama.

El hombre tomó su camisa de una silla que había junto a la cama y se la llevó a la cabeza. Rose no había reparado hasta entonces en su ropa, tirada en el suelo al igual que su vestido blanco y amarillo de dama de honor.

Por fin fijó la mirada. Dio un paso al frente y alargó la mano hasta el hombro de Rose.

–Maldita sea. Claro que no eres Violet –dijo entornando los ojos–, no tienes la mancha del hombro.

Al rozar su piel con el dedo, Rose se apartó. Intuía que aquel desconocido no era peligroso, pero seguía enfadada porque la había confundido con su gemela y la había manoseado. ¿Qué explicación tenía aquello? Aquel hombre debía de ser una conquista más de Violet.

Violet apareció en la puerta.

–¿Qué pasa? Rose, ¿estás bien? –preguntó.

Miró a uno y a otro. El hombre, vestido con unos boxers arrugados y sujetando una camisa contra su frente. Rose, con la ropa interior de su atuendo de dama de honor. Al parecer, no reparó en los restos del jarrón.

En un gesto de desagrado, arrugó la nariz y sacudió la cabeza.

–¿Will? ¿Mi hermana? ¿No me digáis que…?

No parecía un arranque de celos, más bien de crispación. Sacudió las manos en el aire y se dio media vuelta, maldiciendo entre dientes.

–Novio a la Fuga, deja plantada a mi hermana y te mato –farfulló Violet al salir de la habitación.

Rose se sintió indefensa. Lo único que tenía a mano para cubrirse era el vestido arrugado de dama de honor.

Fuera quien fuese, no era novio de Violet a juzgar por su reacción. Pero ¿eso era mejor o peor? En cualquier caso, había sido manoseada por un perfecto desconocido.

Él se tambaleó de nuevo y se dejó caer en la silla en la que tenía la ropa, antes de mirarla enarcando una ceja.

–A ver, gemela chiflada. ¿Vas por ahí dando golpes a todo el que conoces?

–Solo a los que se meten en mi cama sin ser invitados y me meten mano.

–Pues vaya, qué afortunados –dijo él, y frunció el ceño–. ¿Te he tocado? Lo siento, estaba durmiendo. Ni siquiera recuerdo haberlo hecho.

La sangre estaba traspasando la camisa. Rose se sintió avergonzada. Quizá se había excedido al golpearlo con el jarrón y le debía una disculpa.

Avanzó hasta él y le quitó la camisa de las manos.

–A ver, déjame –dijo antes de apretarle la camisa contra la frente.

–¡Ay, cuidado!

Ella sacudió la cabeza.

–La frente tiene muchos vasos sanguíneos. Sangra con facilidad y hay que hacer presión para cortar la hemorragia.

–¿Y cómo demonios sabes eso?

–Tengo amigos cuyos hijos tienen facilidad para darse golpes con mis muebles.

Él esbozó una media sonrisa. Por primera vez reparó en lo guapo que era. Tenía los músculos abdominales definidos, y con su pelo oscuro y aquellos impresionantes ojos azules, debía de tener mucho éxito con las mujeres. Sintió un cosquilleo en la piel. Aquel hombre le resultaba familiar.

–¿De qué conoces a Violet?

–Es mi mejor amiga.

Rose contuvo la respiración. Las piezas empezaban a encajar. No conocía al mejor amigo de Violet porque llevaba unos años viviendo en Nueva York, aunque había oído hablar de él.

Apartó la mano de su frente. Acababa de comprender lo que Violet había dicho.

–¿Tú eres el Novio a la Fuga?

Estaba tan sorprendida que dejó caer el vestido.

Una gota de sangre se deslizó por su frente mientras la miraba con desagrado.

–Odio ese apodo.

El Novio a la Fuga. Con razón le resultaba familiar. Había salido en la portada de prácticamente toda la prensa del mundo. El millonario hecho a sí mismo Will Carter se había hecho famoso por haber estado a punto de casarse en tres ocasiones, ¿o habían sido cuatro? En una ocasión, incluso había llegado hasta el altar antes de darse media vuelta y salir corriendo.

La prensa lo adoraba y disfrutaba cada vez que se enamoraba y se comprometía. Will era guapo y atractivo, y en aquel momento lo tenía sentado ante ella, semidesnudo.

Intentó no fijarse en sus abdominales y en la línea de vello oscuro que tanto atraía su atención.

Apartó aquellos pensamientos al ver una gota de sangre bajando por un lado de su cara. Se inclinó para limpiársela con la camisa, a la vez que él se la secaba con la mano.

Aquel roce le produjo un cosquilleo en el brazo y los latidos de su corazón se aceleraron. Se le puso la carne de gallina.

–Siento lo de tu cabeza. Pero al despertarme y ver a un extraño en mi cama, tocándome, me asusté.

Odiaba tener que admitirlo, pero teniendo en cuenta que había propinado un golpe al mejor amigo de su hermana, le parecía que era lo correcto.

–Tienes suerte de que solo haya sido un jarrón –añadió.

–Así que tú eres Rose –dijo él mirándola fijamente.

Por su expresión, era evidente que algo se le estaba pasando por la cabeza. ¿Qué demonios le había contado Violet sobre ella?

Will miró los fragmentos que tenía a los pies y dibujó una media sonrisa en los labios. Un hoyuelo apareció en una de sus mejillas.

–Creo que no vas a ser la cuñada favorita de Seb. Calculando por lo bajo, debía de tener unos doscientos años de antigüedad.

Una desagradable sensación la invadió y se puso a la defensiva.

–¿Quién pone un jarrón de doscientos años en la habitación de invitados? Debe de estar loco.

Él se encogió de hombros.

–Es evidente que tu hermana no piensa así. Acaba de casarse con él.

Daisy, la hermana pequeña de Rose, seguía flotando en una nube. Seb parecía un hombre estupendo. Además, justo antes de la boda había anunciado que pronto serían tres. Iba a ser el primer bebé de la familia en más de veinte años. Rose estaba deseando conocer a su sobrino o sobrina, y hacía lo que podía por disimular la envidia que le producía la buena nueva de Daisy.

Frunció el ceño. ¿Cuál sería el valor de un jarrón de doscientos años?

–Vaya –dijo apartando de nuevo la camisa.

–Vaya, ¿qué?

–El corte es más profundo de lo que creía. Van a tener que darte puntos. ¿Quieres que te traiga un paquete de guisantes congelados de la cocina? –preguntó, y miró a su alrededor–. Por cierto, ¿sabes dónde está la cocina?

Él sacudió la cabeza y puso su mano sobre la de ella. Su tacto era agradable y cálido, al contrario que sus manos, que estaban frías y húmedas. No estaba alterado. Para él, era un día más en su vida. ¿Con qué frecuencia se despertaba junto a una mujer desconocida?

–De todas formas, ¿a qué estabas jugando? Si eres el mejor amigo de Violet, ¿qué demonios pretendías metiéndote en la cama con mi hermana? Es evidente por la reacción de Violet que no hay nada entre vosotros. ¿Qué estabas haciendo?

Will señaló con la cabeza hacia la maleta.

–Si voy a necesitar puntos, ¿por qué no te vistes? Vas a tener que llevarme al hospital.

No había contestado a su pregunta. ¿Acaso creía que no iba a darse cuenta? El hecho de que diera por sentado que lo llevaría al hospital, la hizo estremecerse.

De repente, se sintió abochornada por no estar vestida. Apartó la mano de debajo de la suya y se acercó a su maleta, antes de maldecir para sus adentros por mostrarle una buena perspectiva de su trasero.

Aun así, si tanta confianza tenía con Violet, entonces debía de haberla visto ligera de ropa en alguna ocasión. Miró hacia atrás. No parecía estarse fijando. ¿Se sentía aliviada o enfadada? No lo sabía. Salvo por unas cuantas pecas y manchas, y alguna que otra cicatriz, su hermana y ella eran idénticas. ¿Sería por eso por lo que no estaba mirando, porque ya lo había visto todo antes?

Sacó un vestido de la maleta y se lo puso a pesar de estar arrugado. Seguía con la misma ropa interior del día anterior, pero no quería buscar la limpia mientras él la contemplaba sentado, con unos boxers que dejaban poco a la imaginación.

–¿No tienes una novia que pueda llevarte al hospital?

–Muy gracioso, Rose –dijo frunciendo el ceño–. Trabajas como relaciones públicas, ¿verdad? Seguro que sabes que no hay que creerse todo lo que publican los periódicos.

Sus palabras estaban llenas de ironía.

–Pensaba que estabas detrás de la mayoría de esas historias para hacerlas valer según tu conveniencia.

–¿Qué te hace pensar eso?

–No lo sé. Quizá los reportajes con diez páginas de fotos en la revista Exclusive. ¿Cuántos has protagonizado hasta ahora?

–No han sido idea mía –replicó él, y apretó los dientes.

Disfrutaba fastidiándole. Se había sentido muy intimidada al despertarse en su cama con un perfecto desconocido. ¿Y si había roncado mientras dormía?

Seguía sin aclarar su amistad con su hermana. ¿Qué clase de relación tenían? La miraba furioso y la sangre seguía empapando la camisa, así que decidió darle una pequeña tregua.

–¿Qué me dices de ti? No puedes ponerte esa camisa. ¿Dónde tienes tu ropa?

–No tengo ni idea –contestó él arrugando la nariz–. Ayer llegué en el último momento. Tal vez mi bolsa de viaje esté en la habitación de Violet.

–¿En la habitación de Violet? –repitió ella con retintín.

Confiaba en que captara la indirecta y se fuera hasta allí. Pero, si lo hizo, no se movió de donde estaba.

–Sí, ¿te importaría ir y traerme algo para ponerme?

Volvía a tener aquella sonrisa en los labios. La misma que solía aparecer en la portada de las revistas o cuando pretendía seducir en las entrevistas. Era como si alguien hubiera apretado un botón y se hubiera puesto en modo encantador. Su voz y su sonrisa la envolvieron como la cálida brisa de un día de verano. Se le daba muy bien, pero no estaba dispuesta a dejarse embaucar por sus encantos.

–Lo haré, pero solo porque te va a quedar una cicatriz de por vida. No soy Violet ni tu mejor amiga ni tu compañera de cama. Una vez te lleve al hospital, no volveremos a vernos. ¿Queda claro?

Su mirada azul perdió toda su calidez.

–Más claro que el agua –respondió, y esperó a que ella llegara hasta la puerta para añadir–: Y tienes razón. No eres Violet.

 

 

No dejó de observarla hasta que salió por la puerta. Se sentía aturdido y no sabía si era por lo que había bebido la noche anterior o por la herida de la cabeza.

Sentía culpabilidad, rabia y vergüenza ajena.

Recordaba la noche anterior algo borrosa. Había llegado a la boda con el tiempo justo y no le había dado tiempo a comer nada. Estaba muy comprometido con sus labores humanitarias y procuraba no defraudar a nadie, lo que había provocado que acabara poniéndose la chaqueta y la corbata en el aparcamiento del castillo Hawksley. Había tenido que atender una llamada de negocios cuando la cena había empezado a servirse, y también se la había perdido. Después, cuando la fiesta había empezado, Violet, con su vestido de dama de honor blanco y amarillo, le había mencionado algo de quedarse en su habitación al cruzarse fugazmente con ella.

Era el mismo vestido que había visto al entrar en aquella habitación. La había encontrado profundamente dormida de espaldas a él y ni siquiera se le había pasado por la cabeza despertarla. Sabía muy bien que, si lo hubiera hecho para decirle que estaba allí, Violet lo habría asesinado con sus propias manos.

Quizá aquellas hermanas tenían más en común de lo que se había imaginado.

Era extraño. Nunca antes había pensado en Violet de una manera romántica. Habían sido buenos amigos desde el principio. Era buenos amigos, nada más ni nada menos.

Confiaba en ella, algo que era mucho más de lo que podía decir de otras personas. Eran muy claros el uno con el otro. No había flirteo ni ambigüedades entre ellos, solo risas, apoyo y mucha complicidad.

Pero con la gemela de Violet… Bueno, eso era una historia muy diferente.

Aunque el parecido entre ellas fuera impresionante, eran dos personas muy diferentes. Con razón se enfadaban cuando la gente las confundía. Y él, no podía haber metido más la pata.

Pero no era esa metedura de pata lo que lo obsesionaba. Era la mancha que no tenía en el hombro izquierdo, el roce de su piel y la visión de su trasero respingón al darse la vuelta para vestirse. Parecían haberse quedado impresos en su mente. Cada vez que cerraba los ojos, le acudía a la cabeza aquella imagen.

Se levantó y fue al cuarto de baño. Debía ponerse los pantalones, pero cada vez que se retiraba la mano de la cabeza, la sangre brotaba sin parar. Ponerse los pantalones con una sola mano era una tarea imposible.

No pudo evitar sonreír. Conocía a Violet muy bien, pero no a su hermana Rose. Era la primera vez que la veía y era evidente que lo había sorprendido.

Will no estaba acostumbrado a aquello. Las mujeres normalmente lo adoraban. Aquella era una experiencia completamente nueva para él.

Había más en Rose Huntingdon-Cross de lo que parecía a simple vista.

Incluso no le habían molestado los comentarios sobre el Novio a la Fuga. Violet le había contado que su hermana era un portento en el mundo de las relaciones públicas y que se ocupaba de toda la publicidad de la próxima gira de su padre y del concierto benéfico.

Quizá debería preocuparse de conocer mejor a Rose.

 

 

Rose recorrió el pasillo. Cada vez estaba más furiosa. ¿Quién demonios se creía aquel tipo que era?

Abrió la puerta de la habitación de su hermana.

–¿Violet? ¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué se ha metido el Novio a la Fuga en mi cama creyendo que eras tú? ¿Por qué ibas a estar con él en la cama?

Violet estaba recostada en su cama tomando un té y comiendo chocolate, mientras leía una revista. Al ver a su hermana, alzó las cejas y empezó a reírse.

–¿Te has acostado con Will?

–No, no me he acostado con Will. Me desperté y lo tenía tumbado a mi lado. ¡Me confundió contigo!

Violet se cruzó de brazos, divertida.

–No le gusta que lo llamen Novio a la Fuga.

Rose puso los ojos en blanco.

–Ya me he dado cuenta.

Violet sonrió.

–¿Will te ha metido mano?

Rose se estremeció y agitó la mano en el aire.

–Ni me lo recuerdes.

Violet se encogió de hombros y siguió bebiendo su té.

–Ha sido un error muy tonto. Yo lo habría echado al pasillo –dijo esbozando una sonrisa maliciosa–, pero pienso que todo esto puede ponerse interesante.

–¿Qué se supone que significa eso?

Rose se estaba enfadando. Ni Violet ni Will soltaban prenda sobre su relación y no entendía por qué le molestaba tanto.

–Violet, ven a recoger tu juguete. No tengo tiempo para esto. Tengo que ocuparme de un montón de cosas de la gira de papá, preparar un juego de alianzas para una pareja que se casa dentro de dos semanas y hay un novio a la fuga que necesita que le den puntos en la cabeza. ¿Por qué no eres una buena hermana y lo llevas al hospital por mí?

Violet sacudió la cabeza y se levantó de un salto de la cama.

–Olvídalo, hermanita. Tú le causaste ese corte, así que ocúpate tú de Will. Deja que te diga que es una compañía muy agradable. Por cierto –miró a Rose con aprobación–, las alianzas de boda de Daisy y Seb son las más bonitas que he visto jamás. Deberías dedicarte a eso. Estás echando a perder tu talento ocupándote de las giras de papá.

Rose suspiró y se sentó al borde de la cama. Se sentía muy orgullosa. La opinión de Violet le importaba mucho.