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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Kate Walker

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Venganza en La Toscana, n.º 2408 - agosto 2015

Título original: Olivero’s Outrageous Proposal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6780-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Alyse estaba a punto de renunciar a su plan y de decidir que aquella idea había sido una completa locura cuando lo vio. Se había planteado marcharse incluso antes de que empezara aquel deslumbrante baile benéfico, pero, de pronto, la multitud que la rodeaba se apartó ligeramente, formando un pasillo que llevaba directamente desde donde estaba ella hasta aquel hombre alto y moreno que se hallaba en el lado opuesto del salón.

Sé quedó sin aliento y fue consciente de que había abierto los ojos de par en par mientras apartaba un mechón de pelo rubio dorado de su frente. Aquel hombre era…

–Perfecto…

La palabra escapó involuntariamente de entre sus labios.

Aquel hombre parecía tan diferente que casi resultaba extraño. Sobresalía entre los asistentes como una especie de gran águila negra en medio de un montón de coloridos pavos reales. Pertenecían a la misma especie, pero él era completamente distinto a los demás.

Y aquella diferencia fue lo que atrajo como un irresistible imán la mirada de Alyse. Incluso la copa de champán que estaba a punto de llevarse a los labios quedó paralizada a escasos centímetros de estos.

Era un hombre deslumbrante. No había otra palabra para describirlo. Alto y fuerte, su esbelto y poderoso físico hacía que pareciera un ser peligrosamente indomable en contraste con la elegante seda de su traje y el inmaculado blanco de su camisa. En algún momento se había aflojado la corbata y se había desabrochado el botón superior de la camisa, como si necesitara más espacio para respirar en aquel abarrotado entorno. Llevaba el pelo más largo que cualquiera de los demás hombres que lo rodeaban, como la melena de un poderoso león. Tenía los pómulos ligeramente rasgados y unas largas y oscuras pestañas ocultaban el fuego de su mirada. La leve sonrisa que esbozaban sus labios resultaba mucho más desdeñosa que cálida.

Y era precisamente aquello lo que lo hacía perfecto. El suave pero evidente indicio de que, como ella, no pertenecía aquel lugar. Aunque Alyse dudaba de que lo hubieran presionado como a ella para asistir a aquel baile. Su padre había insistido en que acudiera allí aquella noche, aunque ella habría preferido quedarse en casa.

–Tienes que salir un poco después de pasarte todo el día encerrada en esa galería de arte.

–¡A mí me gusta pasar el día en la galería! –había protestado Alyse. Tal vez no fuera el trabajo al que había aspirado en el mundo del arte, pero ganaba su propio dinero y suponía una liberación cuando las exigencias de la enfermedad de su madre parecían cubrir como una nube oscura todo lo que la rodeaba.

–Pero nunca conocerás a nadie a menos que te relaciones socialmente.

Alyse sabía que con aquel «nadie» su padre se refería a Marcus Kavanaugh, el hombre que había convertido últimamente su vida en un infierno con sus atenciones no deseadas, sus insistentes visitas y su empeño en convencerla de que se casara con él. Incluso había empezado a presentarse en su pequeña galería, el único lugar en el que lograba encontrar alguna paz. Y, al parecer, su padre había decidido que aquel matrimonio sería perfecto para ella.

–Puede que sea el hijo y heredero de tu jefe, pero no es mi tipo, papá –había protestado Alyse, pero era evidente que su padre no iba a escucharla.

Finalmente, harta de la presión, había decidido acudir al baile y utilizar el acontecimiento como una forma de salir del aprieto en que se encontraba. Y allí era donde entraba en escena el desconocido al que acababa de ver.

Era evidente que aquel hombre no se sentía allí fuera de lugar, como ella. Su porte y el elegante traje que vestía encajaban a la perfección en aquel entorno, y su expresión denotaba que no le importaba nada lo que los demás pudieran pensar de él. Y aquello le confería una ventaja añadida para convertirse en la necesaria pareja que Alyse esperaba encontrar aquella noche.

«Su compañero de crimen», pensó.

Fue como si aquel pensamiento hubiera escapado de su mente hasta alcanzar al hombre que se hallaba frente a ella, porque de repente este se revolvió como si algo acabara de alertarlo. Su leonina cabeza giró y su mirada se encontró con la de Alyse

Alyse sintió de pronto que el mundo se tambaleaba a su alrededor y tuvo que apoyar una mano contra la pared que tenía a sus espaldas.

Peligro.

Aquella palabra resonó con intensidad en su cabeza, haciéndolo morderse el labio inferior con una sensación mezcla de pánico y excitación. Quería encontrar una manera de librarse de la persecución a la que la tenía sometida Marcus, y sería genial lograrlo divirtiéndose un poco de paso… al menos si la palabra «diversión» era la adecuada para describir el burbujeo que aquel hombre había despertado en su cuerpo.

En el momento en que sus miradas se habían encontrado Alyse había inclinado involuntariamente su copa y algunas gotas de champán se habían derramado sobre la seda azul de su vestido.

–Oh, no –murmuró a la vez que bajaba la mirada.

Tenía un pañuelo en el bolso, pero cuando intentó sacarlo mientras seguía sosteniendo la copa solo logró empeorar las cosas y el líquido volvió a derramarse sobre la parte alta de sus pechos, expuesta por el generoso escote de su vestido.

–Permítame.

La voz que escuchó a su lado sonó calmada, suave como la seda. Alyse apenas tuvo tiempo de reconocer que se trataba de una profunda voz masculina con un precioso acento antes de que un par de manos largas, fuertes y bronceadas, tomaran la copa y el bolso que sostenía para dejarlos en una mesita cercana. A continuación, el hombre sacó un inmaculado pañuelo de su bolsillo y lo presionó contra la mojada cintura del vestido de Alyse.

–Gra… gracias –balbuceó ella, esforzándose por recuperar la compostura. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no pudo evitar tambalearse ligeramente sobre aquellos zapatos de tacón absurdamente altos que no estaba acostumbrada a ponerse.

–Tranquila –murmuró el hombre a la vez que la tomaba de la mano para ayudarla a mantener el equilibrio.

–Gracias –repitió Alyse, que escuchó con alivio el tono firme de su propia voz. Aquello le dio valor para alzar la mirada…

Y casi perder de nuevo el equilibrio al encontrase ante los ojos más intensamente azules que había visto en su vida, profundos, claros y brillantes como el Mediterráneo iluminado por el sol del mediodía.

El hombre que hacía un momento se hallaba en el otro extremo del salón estaba a su lado, grande, oscuro e inquietante. El calor que emanaba de su cuerpo parecía envolverla, así como el aroma de su piel que, mezclado con el de una penetrante colonia, le produjo una especie de intoxicación sensual.

–Tú… –murmuró a la vez que liberaba su mano para aferrarse al fuerte brazo que tenía a su lado. Al sentir el poder de los músculos que había bajo la manga de la chaqueta, algo parecido a una llamarada recorrió todas sus terminaciones nerviosas, amenazando con hacerle perder de nuevo la compostura.

–Yo… –confirmó el hombre con una ambigua sonrisa antes de volver a ponerse en acción con el pañuelo–. Será mejor secar esto antes de que estropee el vestido –murmuró.

–Oh, sí…

¿Qué más podía decir?, se preguntó Alyse. ¿Y a quién? Tenía la sensación de habitar en una especie de burbuja privada, en un mundo propio al que apenas llegaba el murmullo de las conversaciones de los demás asistentes a la fiesta.

El hombre inclinó su orgullosa y oscura cabeza mientras se concentraba en la tarea de limpiar el vino. Estaba tan cerca que Alyse temió que pudiera escuchar los intensos latidos de su corazón mientras deslizaba el pañuelo por el escote de su vestido y cruzaba el punto en que la seda azul se encontraba con la cremosa y ruborizada piel de sus pechos.

El movimiento fue suave, casi delicado, pero Alyse lo sintió a la vez como una invasión demasiado íntima para el momento y el lugar en que se encontraban.

–Creo que con eso bastará…

Quería darse la vuelta y salir corriendo, conmocionada por cómo le estaba afectando la cercanía de aquel hombre. Pero al mismo tiempo quería más, más caricias, más cercanas…

–Ya estoy bien… gracias.

–Sí, creo que ya está –el hombre estaba tan cerca que su aliento agitó los mechones rubios que se curvaban tras la oreja de Alyse–. Así que tal vez podríamos empezar de nuevo.

El precioso acento de su voz fue acompañado de una sonrisa que se reflejó en la curva de sus labios. Pero sus ojos azules tenían una expresión más fría, más indagadora, que hizo que Alyse se sintiera como un espécimen sometido a observación bajo un microscopio.

–O, más bien, empezar –continuó él–. Me llamo Dario Olivero –dijo a la vez que ofrecía su mano a Alyse en un gesto que resultó un tanto absurdo después de la intimidad que acababan de compartir. Su voz sonó extrañamente áspera, como si se le hubiera secado repentinamente la garganta.

–Alyse Gregory… –Alyse se humedeció instintivamente los labios al sentirlos repentinamente secos y vio que el hombre bajaba su mirada azul hacia ellos. Habría podido jurar que las comisuras de su preciosa y firme boca se curvaron ligeramente en respuesta. Pensó que aquella debía ser la expresión de un tigre al ver cómo se ponía a temblar en su presencia el cervatillo que estaba a punto de devorar.

Pero incluso aquel pensamiento se esfumó de su mente cuando él tomó su mano para estrecharla. Fue como si nadie le hubiera dado nunca la mano. Al menos, nunca había experimentado nada parecido a las oleadas de calor que se expandieron desde su mano al resto de su cuerpo. Las sensaciones e imágenes que aquello generó en su mente resultaron totalmente licenciosas, indecentes en un lugar público como aquel y con alguien a quien acababa de conocer.

Nunca había experimentado nada semejante a aquello con ningún otro hombre.

Pero al menos sabía cómo se llamaba. Y ya había oído hablar de Dario Olivero, por supuesto. ¿Quién no? Sus viñedos y el vino que producía eran conocidos en todo el mundo.

–Alyse… –repitió él, y su tono transformó aquel nombre en un sonido increíblemente sensual, curvando ambas sílabas en torno a su lengua y haciendo que parecieran casi una caricia. Pero su mirada pareció contradecir la suavidad de aquel sonido. Por un instante se volvió acerada, penetrante, pero su rostro volvió a relajarse enseguida con una breve y deslumbrante sonrisa.

 

Alyse Gregory. El nombre resonó en la cabeza de Dario. De manera que aquella era lady Alyse Gregory. Le habían dicho que estaría allí, en el baile. Aquel era el único motivo por el que había soportado el aburrimiento que había presidido la tarde, aunque le había divertido observar a los demás invitados, ver sus falsas sonrisas, sus besos en el aire, sin contacto, que no significaban nada.

Tiempo atrás, él no habría podido cruzar el umbral de entrada a aquel exclusivo baile benéfico, y tampoco habría podido mezclarse con aquella gente adinerada y cargada de títulos. Si lo hubiera intentado, lo habrían echado sin contemplaciones. Por la puerta trasera, una puerta con la que estuvo muy familiarizado mientras trabajaba como recadero para las bodegas Coretti, el lugar en que tuvo su primer trabajo y que lo puso en el camino del éxito.

Tal vez habría tenido acceso como el hijo bastardo de Henry Kavanaugh si su padre lo hubiera reconocido alguna vez, por supuesto. El mero hecho de pensar aquello hizo que un amargo sabor subiera a su garganta. La esperanza que tuvo en otra época de que llegara a suceder aquello ya había desaparecido por completo de su mente. Aquella noche estaba allí. Aceptado, bienvenido por sí mismo como Dario Olivero, dueño de los viñedos más importantes de La Toscana, productor y exportador de los vinos que los ricos y poderosos querían tener a toda costa en sus mesas en acontecimientos como aquel…

Un hombre que se había labrado su propio camino y había conquistado su propia fortuna. Y, por supuesto, el dinero hablaba.

Pero no era aquel el motivo que lo había llevado allí aquella noche. Había acudido a aquella gala benéfica para conocer a una mujer… a aquella mujer.

–Hola, Alyse Gregory –necesitó hacer verdaderos esfuerzos para ocultar en su tono de voz la mezcla de satisfacción y sorpresa que estaba experimentando.

Había esperado que fuera una mujer guapa, por supuesto. Marcus no se dejaría ver en un acontecimiento como aquel con una mujer que fuera menos que una supermodelo, aunque tuviera el título que ambos Kavanaugh, padre e hijo legítimo, consideraban tan importante.

Pero Alyse Gregory no se parecía nada al tipo de mujeres con que solía salir Marcus. Ciertamente era alta, rubia y preciosa, pero además había algo diferente en ella. Algo inesperado.

Era mucho menos artificial que el tipo de palillos pintados con los que le gustaba retratarse a Marcus. Además tenía curvas; curvas reales, no de silicona, como la última modelo con la que había salido. Los breves momentos que había pasado Dario secando el vino de la cremosa piel expuesta por el escote del vestido de Alyse habían hecho que el pulso se le acelerara y que los pantalones le resultaran incómodamente tensos por debajo de la cintura. El aroma de su cuerpo, mezclado con el de un perfume delicadamente floral, lo había envuelto en una bruma de intensa sensualidad. Y cuando una solitaria gota se había deslizado entre el valle de sus pechos se le había secado por completo la garganta y había tenido que tragar saliva para poder decirle su nombre.

Y en aquellos momentos estaba a punto de hacer el tonto sujetándole la mano durante tanto tiempo.

–Disculpa…

–Hola, Dario…

Ambos hablaron al mismo tiempo y la repentina liberación de la tensión que había en el ambiente les hizo reír. Alyse dejó caer su mano a un lado mientras buscaba con la mirada el bolso que Dario había dejado en la mesa cercana.

–Gracias por haber acudido en mi ayuda.

–Ya me dirigía hacia ti antes de eso –dijo Dario, incapaz de reprimir la verdad.

–Ah ¿sí? –Alyse echó atrás su rubia cabeza y miró a Dario con el ceño ligeramente fruncido a causa del desconcierto.

–Por supuesto –la espontánea sonrisa de Dario hizo que los labios de Alyse se curvaran en respuesta–. Y lo sabías.

–Ah ¿sí? –el afilado tono de voz de Alyse reveló a Dario que iba a echarse atrás. Aquello, y el desafiante gesto con que alzó levemente la barbilla. Iba a negar el evidente chispazo que había surgido entre ellos cuando sus miradas se habían encontrado, un chispazo que le había hecho dirigirse de inmediato hacia ella antes de pararse a pensar en lo que estaba haciendo, algo totalmente atípico en él. No tenía por costumbre actuar siguiendo sus impulsos inmediatos y, sin embargo, acababa de hacerlo.

Ni siquiera tenía la excusa de que Alyse era la mujer a la que había acudido a buscar en la fiesta. Cuando había avanzado como un autómata hacia ella no tenía idea de que se trataba de Alyse Gregory. Y estaba seguro de que a ella le había sucedido lo mismo.

–Ah ¿sí? –repitió Alyse en tono retador.

Dario vio cómo volvía sus preciosos ojos verdes hacia la salida del salón. Debía estar buscando un camino de escape, y le irritó pensar que su cobardía pudiera hacerle negar la verdad.

Pero, de pronto, inesperadamente, Alyse volvió a mirarlo.

–Sí, lo sabía –contestó con una firmeza rayana en el descaro–. Y si tú no hubieras acudido a mí, lo habría hecho yo.