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Publicado por:

Nova Casa Editorial

www.novacasaeditorial.com
info@novacasaeditorial.com

© 2015, Joana Marcús Sastre
© 2017, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor
Joan Adell i Lavé

Coordinación
Tiago Casquinha

Imagen cubierta
Mike Marrotte | stock.tookapic.com

Portada
Vasco Lopes

Maquetación
Daniela Alcalá

Revisión
Mario Morenza

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

índice

Joana Marcús Sastre

Sinopsis
Recuerda: Las apariencias engañan

Capítulo 1
La propuesta

Capítulo 2
Nuevo novio

Capítulo 3
Cambio

Capítulo 4
Conocerte

Capítulo 5
Fiesta y problemas

Capítulo 6
Montaña rusa

Capítulo 7
Partido

Capítulo 8
Campeones

Capítulo 9
Peleados

Capítulo 10
Cercanos

Capítulo 11
El regalo

Capítulo 12
Descubiertos..., casi

Capítulo 13
Stacy Ross

Capítulo 14
Su casa

Capítulo 15
Pelea

Capítulo 16
Víspera

Capítulo 17
El baile

Capítulo 18
Traicionada

Capítulo 19
Otra

Capítulo 20
Llamada

Capítulo 21
Indiferencia

Capítulo 22
Plan

Capítulo 23
Celos

Capítulo 24
Reconciliación

Capítulo 25
Revelaciones

Capítulo 26
Formal

Capítulo 27
Molesto

Capítulo 28
Increíble

Capítulo 29
Castigo

Capítulo 30
Concierto

Capítulo 31
Sorpresas

Capítulo 32
Hotel

Capítulo 33
Razón

Capítulo 34
Adam

Capítulo 35
Cena

Capítulo 36
Final del curso

Epílogo

Extra 1

Extra 2

Extra 3

Extra 4

Joana Marcús Sastre

Sinopsis

Recuerda: Las apariencias engañan

Jessica Evans está enamorada profundamente de Matt Figgins desde hace unos cuatro años. Aunque, a sus ojos, Jessica no existe. Pero es comprensible, ya que Matt es de las personas más conocidas en el instituto Eastwood.

Por otro lado, Scott Danvers es un compañero del equipo de Matt, y por algunas circunstancias, necesita un favor de Jessica, por lo que le propone algo irresistible; ella fingirá ser su novia durante un mes a cambio de que él la acerque a Matt.

A pesar de que para Jessica Scott sería la última opción como amigo entre todos los hombres del mundo, acepta.

¿Saldrá bien la Irresistible Propuesta?

Capítulo 1

La propuesta

El zumbido procedente del aparato que se encontraba en mi mesita de noche hizo que abriera los ojos perezosamente, odiando el instituto por completo. Cuando mis ojos se encontraron abiertos y mis músculos estirados, bostecé y me incorporé en la cama, mirando fijamente un punto cualquiera. Mis sentidos fueron despertando lentamente a medida que pasaban los segundos y deseaba con todas mis fuerzas volver a tumbarme y dormir un rato más.

Escuché unos pasos procedentes del pasillo que conducía a mi habitación. Observé cuidadosamente la puerta cerrada con el ceño fruncido. Mamá no podía ser. Ella solía estar de mal humor por las mañanas, en caso de que se despertara, claro.

—¡Cariño! —escuché a mi madre, que gritaba con buen humor impropio en ella—. ¡Ha venido a verte Jules!

—No...

Pero era tarde, porque una pelirroja bajita y pecosa se coló en mi habitación dando tumbos con la mochila colgando del hombro. Agarré la almohada y me cubrí la cabeza con ella. En menos de diez segundos, Jules estaba sobre mí y me había arrebatado el cojín, lanzándolo al otro lado de la habitación.

—¡Vamos! ¿Qué haces sin vestirte aún? ¡Hoy es el gran día! —exclamó con una enorme sonrisa.

Puse los ojos en blanco.

—¿Por qué estás de buen humor por las mañanas?

—Vamos, dormilona —me dio un golpecito en la frente con la palma de la mano—. ¡Que hoy es el gran día!

—Voy a ducharme —gruñí.

—Así me gusta —me guiñó un ojo.

Entré en la bañera todavía adormilada y me duché rápidamente. Aún llevaba el pelo húmedo cuando me vestí con lo primero que encontré en el fondo de mi armario, que constituía, básicamente, en una masa de ropa arrugada. Me dirigí rápidamente a la diminuta cocina donde mi madre y Jules hablaban animadamente. Mamá estaba de demasiado buen humor para ser ella. Deduje que se había tomado su medicación y no había bebido nada. A ver cuánto le duraba. Y de cuánto se acordaba.

—¿Lo ves? Todavía estás medio dormida, marmota —me regañó Jules negando con la cabeza—. ¡Y hoy es el gran día!

Y dale.

—¿Te das cuenta de que me lo has dicho dieciséis veces contadas desde que empezó la semana? —protesté cogiendo zumo de naranja y vertiéndolo dentro de un vaso—. Tres solo esta mañana.

Aunque era algo pesada, a Jules la consideraba una de mis mejores amigas. Quiero decir, nos conocíamos desde que tenía memoria ya que sus padres y los míos eran bastante amigos. Lo mismo pasaba con Kia, que ya debía estar en el instituto. Ella sí tenía suerte al disponer del coche viejo de su padre, el cual había conseguido con las mejores notas del curso pasado. No como nosotras, que nos las arreglábamos caminando cada una por su lado y sacando, como ella diría, mediocres suficientes. Jules solo venía antes del instituto en las ocasiones especiales, como ese día.

—¿Por qué es el gran día? —preguntó mi madre, interviniendo curiosa en la conversación.

—Hoy se va a declarar a Matt —dijo Jules con tono meloso.

—¿Con el hijo de los Figgins? —preguntó mamá—. Creí que nunca lo haría.

—Ya somos dos.

—Eh... Sigo aquí —agité los brazos en el aire haciéndome notar.

Si odiaba algo de este pueblo, era que al ser muy pequeño todos nos conocíamos, y eso significaba que los padres también se conocían, y los abuelos, y así sucesivamente. Por si fuera poco, mi madre cuando era más joven había sido la capitana de las animadoras del instituto, lo que la convertía en la chica más interesante en la opinión de muchos, y estaba convencida de que yo iba a ser la próxima, cosa que claramente no sería. Si alguien me conocía en el instituto, era por ser de las más torpes y con menos habilidades gimnásticas que circulaban por ahí.

—¿Y qué le dirás? —inquirió Jules mientras metía los libros en mi bolsa.

—Pues..., la verdad —suspiré—. Que me gusta desde hace cuatro años, cuando Scott Danvers me rompió las gafas que llevaba de un balonazo y él me defendió.

Recordaba ese día como si fuera ayer.

Cuando empecé el instituto era de esa clase de chicas a las que cualquiera apuntaría como objetivo para molestar. Tímida, silenciosa y sonriente. Nunca me metía en problemas. Siempre llevando una estúpida cola de caballo, unos aparatos en los dientes y las gafas que me quitaron en mi tercer año de instituto, gracias a Dios.

Por eso, caí en el punto de mira del que se convertiría en mi peor pesadilla en los tres años siguientes, hasta que me quitaran las gafas y los aparatos. Scott Danvers. Chulo, engreído, desagradable... Se encargó personalmente de molestarme durante todo el tiempo que pasábamos en la misma clase, mientras que sus amigos se reían con él. La mayoría de la gente no decía nada por no meterse en problemas, pero Matt no era así. Él me defendía, siempre me dedicaba esa pequeña sonrisa tierna cuando conseguía que Scott se callara.

Y, aún así, nunca se había acercado para hablarme.

—Es muy cursi —Jules puso una mueca casi de asco.

—A veces lo cursi es efectivo —señaló mi madre.

—Pero aún así —continué—, a Matt le gusta Samantha. Así que dudo que tenga alguna posibilidad con él.

—Bueno, si no lo intentas nunca lo sabrás.

• • •

Las clases se me habían hecho eternas y aburridas. En las cuatro horas que había hecho, tres de ellas habían sido con Matt en mi aula, y no podía evitar dejar de mirarlo. Él no prestaba atención en clase casi nunca, y aún así sacaba buenas notas. Era tan perfecto...

La quinta vez que me giré unos ojos gélidos y azules me escrutaron con desagrado. Volví la vista al frente. Lo último que necesitaba era un motivo para que Scott Danvers volviera a meterse conmigo. Eso hizo que dejara de girarme y prestara la poca atención que era capaz de profesar al profesor mientras parloteaba acerca de los autores famosos del siglo XIX.

Cuando fuimos a la cafetería, noté como Kia y Jules se colgaban de mis brazos guiándome hacia la máquina de bebidas. Sabía que Matt siempre iba ahí a por un refresco, y siempre iba solo.

—Suerte —me susurraron mis amigas mientras se alejaban a su mesa, dejándome sola en la máquina de bebidas. Más sola que nunca.

Tragué saliva mientras hacía tiempo buscando en mi cartera monedas para la máquina. Se me hizo eterno mientras Matt no aparecía. No dejaba de echar miradas furtivas hacia su mesa, preguntándome si ese día se quedaría ahí sentado, sin levantarse, ¿tendría tanta mala suerte? Con lo que me había costado armarme de valor para decirle lo que sentía, lo último que quería era no tener la oportunidad de hacerlo.

Todas las posibilidades pasaban por mi cabeza rápidamente, desde un final feliz con cincuenta pequeños Matts revoloteando a mi alrededor hasta la humillación delante de todos por un rechazo inminente. Sabía las pocas posibilidades que tenía de que eso saliera bien, pero también sabía que si no lo intentaba me arrepentiría toda mi vida de ello.

Cuando me giré por decimocuarta vez para mirar su mesa, vi como soltaba una carcajada, apretando un poco el hombro de una de las chicas de la mesa, y se levantaba empezando a caminar tranquilamente en mi dirección. Saludó a unas cuantas personas con la cabeza por el camino. Tragué saliva y las manos me empezaron a temblar. Lo iba a hacer, me iba a confesar a él. No me lo podía creer. Tantos años esperando el momento adecuado, tanto tiempo, y ahora...

—¿Tienes que coger algo?

Su dulce voz llegó a mis oídos, dejándome helada.

Por un momento, lo miré roja, temblorosa y con la boca abierta como una idiota.

—¿Eh?

—De la máquina.

Miré la máquina y luego mi mano, llena de moneditas que ni siquiera sabía qué sumaban, como si intentara resolver una ecuación irresoluble.

—Pu… Puedes coger tú —tartamudeé.

Cerré los ojos con fuerza, me sentía como una tonta. ¿Qué debía pensar de mí ahora? Escuché como sacaba algo de la máquina y se disponía a alejarse cuando lo retuve carraspeando la garganta. Oh, vaya, ahora me estaba mirando fijamente, casi con curiosidad. Desvié mis ojos hacia cualquier punto, que en este caso resultó ser una mancha de óxido en la máquina.

—Esto... Yo... —empecé con un hilillo de voz.

—¿Sí? —inquirió con una sonrisa.

Oh, no, si sonreía ya era imposible decirle nada coherente.

Noté cómo la sangre subía a mi cabeza ruborizándome por completo. Las piernas me empezaron a temblar y mi corazón empezó a palpitar con fuerza. La sensación de que me estaba acobardando me llenó por completo, y supe que no sería capaz de hacerlo. Muy en el fondo, era consciente de ello.

Podía notar las miradas de media cafetería, con mis amigas incluidas, sobre mí. Era incapaz de articular ninguna palabra y notaba las piernas entumecidas, estáticas. Apreté los puños.

—Me gustó mucho el partido del sábado —susurré.

—Oh, gracias —le escuché decir mientras giraba sobre mis talones y me iba caminando lo más deprisa posible.

Me sentía como una idiota incapaz de hablar con él. Impotente. Había tenido la oportunidad de hablarle y de confesar que había estado años suspirando por él, y ahora me encontraba huyendo sin rumbo fijo. Ojalá pudiera desaparecer, o rebobinar en el tiempo hasta esa mañana y convencerme a mí misma de no hacerlo. Si tenía cualquier posibilidad con él por ínfima que fuera, la acababa de arruinar en solo unas palabras.

Abrí la puerta de emergencia y salí a la azotea desierta mientras las lágrimas empezaban a resbalar por mis mejillas silenciosamente. Me dejé caer en uno de los escalones de piedra y hundí mi rostro en mis piernas, abrazándome a mí misma.

«Cobarde». Me decía a mí misma. «Nunca volveré a tener una oportunidad así. La he desperdiciado».

Escuché unos pasos acercándose a mí y deteniéndose a mi lado. Ni siquiera levanté la vista.

—Vete, Jules —gruñí.

En lugar de irse, escuché cómo los pasos se acercaban un poco más a mí.

—No me llamo Jules, y no me iré —dijo una voz que, desde luego, no era de mi mejor amiga.

Levanté la cabeza alarmada y detecté a un chico delante de mí que, por un breve momento, no me resultó familiar entre lágrimas. Fruncí el ceño confundida al mismo tiempo en que me levantaba para quedar a su altura, aunque obviamente él seguía siendo más alto.

—¿Qué quieres, Scott? —pregunté limpiando mis lágrimas con la manga de mi sudadera al reconocerlo.

Lo que faltaba, que Scott Danvers se metiera conmigo.

Vi como se encogía de hombros y se sacaba del bolsillo de la cazadora de cuero un paquete de tabaco. Me ofreció uno y negué con la cabeza, extrañada. Se lo encendió sin mirarme.

—No se puede fumar en el instituto —enarqué una ceja.

—Técnicamente no estamos dentro del instituto, así que... —se volvió a encoger de hombros.

—¿Qué quieres? —repetí.

Él soltó el humo del cigarro y me miró con sus ojos azules inexpresivos. Se rascó ligeramente la barba incipiente y entrecerró los ojos. Su mirada gélida empezó a incomodarme a medida que pasaban los segundos de silencio interminable.

—Quiero que me hagas un favor —dijo finalmente.

—¿Y por qué debería hacerlo? —me apresuré a responder.

—Porque, a cambio, yo también te haré un favor a ti, nena —se cruzó de brazos.

«¿Nena?». Lo que me faltaba.

Fruncí el ceño. Eso era una especie de... ¿pacto? ¿Scott Danvers necesitaba un favor mío? ¿Por qué?

—Al grano —pedí entrecerrando los ojos.

Intenté ver algo en su expresión que me indicara si realmente hablaba en serio o simplemente se estaba riendo de mí. A pesar de su expresión de todomelasuda parecía que estaba hablando en serio. Aunque era difícil sostenerle la mirada durante más de un segundo sin sentirme intimidada.

—Tú, pequeña Jessica —empezó a caminar dando pequeños círculos a mi alrededor. Soltó el humo de una calada en mi nuca, cosa que me estremeció—, deseas acercarte a Matt, que, casualmente, es mi buen amigo, ¿me equivoco? —interpretó mi silencio como un «no», aunque no tenía ni idea de que Scott y Matt fueran amigos—. Y yo, por motivos que a ti ahora mismo no te importan, necesito a una chica dispuesta a hacerse pasar por mi novia durante un mes.

—¿Qué? —me sobresalté alejándome unos pasos de él.

—Si aceptas, irás conmigo a todas las fiestas, celebraciones y esas mierdas de convenciones sociales, en las que estará tu querido Matt y podrás hacer lo que quieras con él —su tono me indicó que no hablaba precisamente de jugar al ajedrez.

Asimilé lo que me estaba diciendo. Me estaba ofreciendo acercarme a Matt a cambio de fingir ser su novia durante un mes. Un solo mes para acercarme a Matt, ¿sería suficiente? No podía pedirle más tiempo, no quería interferir en su vida ni parecer desesperada.

Pero, por otro lado... ¿Soportar a Scott Danvers durante un mes entero? Acabaríamos matándonos, si no terminaba matándolo yo a él por reírse de mí por cualquier cosa que hiciera, como tenía acostumbrado hacer desde hacía ya mucho tiempo.

Aunque no tendría nunca otra oportunidad así...

—¿Nadie puede saberlo? —pregunté.

En su rostro se formó una sonrisa triunfadora; sabía que estaba ganando.

—No —negó rotundamente.

—¿Y qué le digo a mis amigas?

—Lo mismo que le dirás a mis padres.

—¿A tus padres?

Empecé a hiperventilar.

—Bueno, no tengo todo el día, ¿sí o no?

Achiné los ojos. ¿Tendría alguna oportunidad de esa forma de conocer a Matt? ¿O de acercarme tanto a él que dentro de un mes se enamorara de mí? Aunque también tener que mentir a mis amigas y a los padres de Scott, incluso a mi madre, que aunque apenas hablara conmigo seguía siendo mi madre... Yo no era de las que mentían mucho, pero si tenía la oportunidad de conocer a Matt... ¿Sería capaz de hacerlo? Nunca había hecho algo así, y quizás era una señal. No volvería a ofrecérmelo.

A la mierda.

—Acepto.

Capítulo 2

Nuevo novio

—¿Sales con Scott? —preguntaron mis dos mejores amigas a la vez, alzando la voz hasta alcanzar un chillido estruendoso.

Les chisté agitando las manos, ya que estábamos en el parque y la gente se giró para mirarnos de reojo por el escándalo que estábamos formando. Odiaba ser el centro de atención.

—Desde esta mañana —sonreí forzadamente.

Eran mis mejores amigas, y dudaba que se lo creyeran. Era muy mala mentirosa, especialmente cuando estaba nerviosa porque sabía que me pillarían con facilidad. Sin embargo, por algún motivo que no supe muy bien, se lo creyeron. Aunque me esperaba varias preguntas obvias que me harían y no sabría responder, eso sí. En mi mente ya había formulado vagas respuestas a cada una de ellas para salir del aprieto.

—Pero... —Kia me miró como si fuera la primera vez que lo hacía—. ¿A ti no te gustaba Matt?

—Sí —contribuyó Jules asintiendo con la cabeza como si tuviera un muelle en la nuca—, de hecho, esta mañana tenías que declararte a él, ¿no?

Suspiré masajeándome las sienes mientras me sentaba en el césped recién cortado de piernas cruzadas. Mis amigas me imitaron acercándose más, como si fuera a contarles un tremendo secreto. Bueno, en parte debía serlo para ellos. La única persona a la que había estado cerca de odiar en toda mi vida ahora, supuestamente, era mi novio.

—Sí, iba a hacerlo —no les mentiría en eso, era inútil—. Pero después me he dado cuenta de que a mí me gusta Scott. Lo de Matt era pasajero —nunca habría pensado decir eso. Aún así había sonado creíble.

—¿Estamos hablando del mismo Scott, Jess? —inquirió Kia.

—Te tiraba piedras de pequeña, se metía contigo y te llamaba «gafotas». ¿Cómo te puede gustar ese tío? —Jules se cruzó de brazos con gesto impaciente.

—Lo sé, pero... —¿y ahora qué tenía que decir? Mentiras. Una tras otra—. Ha cambiado, ahora es... —busqué adjetivos positivos para él a partir de nuestra conversación de esa mañana. Todos eran negativos— ...mejor.

Jules me miró mal, mientras que Kia aún estaba alucinando. Iba a ser más difícil de convencer Jules.

—No me gusta —recalcó la pelirroja.

—Si eres feliz con él... —susurró Kia poco convencida—. Pero, Jess, ¿por qué no nos dijiste que te gustaba? Te habríamos apoyado.

—Habla por ti —gruñó Jules.

Miré a mis dos mejores amigas. Eran como polos opuestos, tanto física como mentalmente; Jules era pelirroja, bajita y normalucha, a parte de extrovertida, de carácter fuerte y decidida. Kia era alta (jugaba al baloncesto), rubia y demasiado delgada para su propio gusto. Su carácter era más bien analítico y pacífico. La alumna favorita de los profesores y la amiga ideal en opinión de los padres para sus hijos. Eso era hasta que se quedaba a solas con gente de confianza, claro. Además, vivía y moría por encontrar a su príncipe azul, cosa que hacía que Jules pusiera los ojos en blanco continuamente.

—Bueno —Me irrité un poco—, sois mis amigas y deberíais apoyarme, ¿no creéis?

Ellas se miraron entre sí y me mordí el labio, suplicando para que no me descubrieran. Si lo hacían, se iría a la mierda todo lo que tenía planeado con Matt, y no permitiría que eso sucediera.

—Por supuesto que te apoyamos —sonrió Kia.

—¿Seguro? —clavé la mirada en Jules.

Ella seguía de brazos cruzados, mirándome con desconfianza. Después de todo, ella había sido la que me había soportado más veces de mal humor a causa de ese chico. Era comprensible que no me viera saliendo con él.

Aún así, su instinto de amistad floreció en ese instante y suspiró dramáticamente, negando con la cabeza.

—Si a ti te gusta, supongo que tendremos que aceptarlo... —protestó cuando nos lanzamos sobre ella riendo y chillando—. ¡Eh! ¡Soltadme de una vez!

Riendo, Kia y yo nos sentamos de nuevo. Ella se sacudió las briznas de césped de los pantalones mientras se ponía de pie y me señalaba con un dedo acusador, cosa que había aprendido de mí, ya que lo hacía cuando me enfadaba.

—Pero quiero conocerlo. Y quiero darle mi bendición.

Bueno, con esa parte tendríamos un problema.

• • •

Tragué otro trozo de carne, sentada en mi sitio de siempre. Dentro de la diminuta cocina de mi casa, en una mesa redonda, pequeñita, con dos mesas de diferente diseño. Mi madre masticaba en silencio delante de mí con la mirada clavada en un punto cualquiera. Vi que aún estaba llorando silenciosamente, igual que cuando había llegado a casa, que la había encontrado llorando histérica. Lo primero que le había preguntado era qué había pasado, aunque podía olerme la respuesta; un hombre.

Mi madre siempre tenía problemas con los hombres ya que siempre que conocía a uno, estaba convencida de que era el hombre de su vida aunque fuera un cerdo cualquiera. Lo que siempre la llevaba a acostarse con ellos y luego, a la mañana siguiente, no los encontraba o simplemente decían que algún día podrían repetir. A mi madre le daba el bajón siempre que sucedía y lo mejor era dejarla tranquila, por mucho que me costara. Me molestaba mucho que lo hiciera, ¿qué clase de madre daba ese ejemplo a su hija? Y más teniendo en cuenta que se suponía que no podía beber, ni exponerse a situaciones de ansiedad...

—¿Cómo ha ido el día? —preguntó, mirándome de repente.

La observé extrañada. Ella no solía hacerme preguntas. De hecho, apenas hablábamos si no era para discutir, ¿a qué venía ahora esa pregunta?

—Como siempre, supongo. He conocido a un chico —murmuré, consciente de que, probablemente, mañana no se acordaría de nada.

—Oh, qué bien.

Silencio de nuevo.

En eso empezó a sonar una melodía pegadiza y conocida que venía desde el pasillo. Fruncí el ceño en dirección a mi habitación, ¿quién me llamaría ahora?

—Puedes ir a cogerlo —dijo mi madre.

Me levanté y troté hasta mi cuarto. Era un número desconocido. Lo cogí con el ceño fruncido.

—¿Sí?

—Soy Scott. —soltó enseguida, sin siquiera saludar.

—Ah, eres tú.

Me senté en la cama y me miré las uñas pintadas de azul.

—¿Cómo has conseguido mi número? —pregunté.

—Eso ahora no importa. —dijo. Odiaba que me dejaran sin información—. Mañana te pasaré a buscar antes de ir a clase, tenemos que llegar juntos. En la cafetería y en las clases también ven conmigo.

—¿Qué? ¿Por qué? También tengo amigas, ¿sabes?

—Yo también los tengo, y creía que los querías conocer. Solo será un mes, nada más —él resopló tras la línea.

Suspiré. Sabía que se refería a Matt, no a los demás amigos que tenía que me importaban bien poco.

Entonces, un recuerdo me vino a la mente. Él siempre llegaba al instituto con una Harley negra y siempre la aparcaba en el mismo lugar. Lo había visto mil veces, y nunca le había prestado la más mínima atención. Quizá porque nunca creí que iba a subir a esa moto, y mucho menos con él conduciéndola delante de mí.

—Odio las motos.

—Mala suerte —y colgó.

• • •

A la mañana siguiente me vestí como de costumbre. Si Scott creía que me vestiría como las chicas con las que solía ir, que apenas llevaban ropa, la llevaba clara, mi estilo no sería jamás ese. De hecho, ni siquiera sabía cuál era mi estilo. Lo primero que encontraba en la masa de ropa arrugada del armario.

Así que ahí me encontraba, en el borde de la acera de mi edificio, contemplando la carretera vacía mientras bostezaba aburrida. Sabía que con Scott no seríamos demasiado puntuales, pero es que faltaban cinco minutos para empezar y todavía no había aparecido. No es que fuera la fan número uno del instituto, pero me gustaba ser puntual.

Cuando ya tenía la esperanza de que no llegara, el rugido feroz de un motor a unos metros de mí me alertó para que levantara la vista. Quizás no era tan feroz, pero a mí me lo pareció. Scott me miró de arriba a abajo con poco interés y me hizo un gesto con la cabeza indicando que subiera, pasándome un casco integral parecido al que llevaba puesto.

—Buenos días, Jess, ¿cómo estás? —imité su voz—. Oh, buenos días, Scott, muy bien, muchas gracias por preguntar, es muy educado por tu parte —ironicé mientras pasaba la pierna por encima de la parte trasera del vehículo.

Su respuesta fue una risa entre dientes. Era la primera vez que lo veía reír.

En cuanto estuve sentada encima me di cuenta de que estaba demasiado lejos del suelo. Una caída desde esa cosa y me convertiría en comida para pájaros. Con las manos palpé al lado de mis caderas hasta que encontré la sujeción del asiento, donde agarré con fuerza. Si yo caía, la moto caería conmigo, eso seguro.

—¿No me vas a abrazar? —preguntó burlándose de mí mientras colocaba el manillar.

—Preferiría estrangularte —le sonreí a través del retrovisor.

La verdad es que Scott no era feo. Tenía unos ojos azules pálidos que, tenía que admitir, eran bonitos. Su pelo era oscuro y solía estar despeinado, aunque de una manera que haría suspirar a cualquier chica. Sus hombros eran anchos y su cintura estrecha, y se notaba que practicaba rugby con el equipo del instituto porque tenía los músculos definidos. Si no hubiera sido un capullo...

—Yo preferiría que me abrazaras, champiñón —dijo, aún burlándose de mí.

Encontré sus ojos intimidantes a través del retrovisor y me obligué a apartar la mirada con una mueca de desagrado.

—¿Champiñón? —gruñí—. Serás...

Antes de que pudiera hablar para insultarle, ya había acelerado e íbamos directos al instituto.

Me arrepentía de no haberlo abrazado, porque estaba casi segura de que los acelerones repentinos y los frenazos bruscos que daba eran a propósito para que la próxima vez —si es que la había— no dudara en agarrarme a él.

Llegamos al instituto y vi como dejaba la moto en su habitual lugar. La sirena aún no había sonado por lo que había mucha gente en la entrada con la mirada anonadada sobre nosotros. Bueno, era de suponer que eso pasaría. Si mis amigas se habían sorprendido por el hecho de que estuviera saliendo con Scott Danvers, los demás todavía debían estar más alucinados. Bajé del vehículo y Scott me tendió la mano. Después de titubear el tiempo suficiente para que enarcara una ceja, la tomé. Estaba cálida. Entramos en el establecimiento así.

—Todos nos miran —le susurré.

—Lo sé. Son gilipollas —se encogió de hombros.

Bueno, eso no sería un problema para él, estaba claro.

—Quizás si no utilizaras esa cosa que hace tanto ruido, no llamaríamos tanto la atención.

—Esa cosa es una Harley Davidson Sportster 883, y vale más que tú, así que cuidado con lo que dices.

—Oh, ¿y también le has puesto nombre, como a un perrito?

Me miró con los ojos entrecerrados. Pero ahora no podía dejarme intimidar. Si era su novia no podía meterse conmigo, lo que equivalía a no volver a tener miedo de decir o hacer lo que quisiera. ¿Quién se metía con su novia?

Sonreí ampliamente.

—Mierda, Matt —escuché que gruñía.

Levanté la vista y, efectivamente, en un rincón del pasillo vi a Matt y a los demás amigos de Scott mirándonos fijamente con la boca abierta de par en par, como si estuviéramos cometiendo el peor de los pecados. Tragué saliva. Era la primera vez que llamaba la atención de Matt en años, porque lo de la cafetería no contaba cómo llamar la atención, sino cómo hacer el ridículo.

—Bésame —escuché que decía Scott.

—¿Eh?

Pero antes de que pudiera protestar o moverme, estaba con la espalda pegada en la taquilla, con mi pecho pegado al de Scott y él había colocado los brazos a los lados de mi cabeza, aprisionándome. Mi respiración se aceleró por el susto del momento. Con una mano, quitó mi cabello de detrás de mi oreja y lo soltó. Se inclinó poco a poco hasta que nuestras narices se rozaron, pero no se inclinó un solo centímetro más. Miré a un lado y me di cuenta de que el pelo nos ocultaba lo suficientemente para que pareciera...

—Parece que nos estamos besando —murmuré.

—Ese es el punto —me guiñó un ojo antes de separarse de mí—. Por cierto, ¿no tienes más ropa en el armario que sudaderas y vaqueros?

—¿Algún problema con mis sudaderas y mis vaqueros?

—Sí, que vas más masculina que yo.

—Eso es cosa mía.

—De eso nada, esta tarde iremos al centro comercial.

—¿Perdón?

Se reajustó la mochila en el hombro y me volvió a mirar de arriba a abajo, dejando bastante claro que no estaba de acuerdo con lo que llevaba puesto.

—No pretenderás que mi novia vaya en sudadera por la vida, ¿verdad?

Capítulo 3

Cambio

Si había algo peor que ser el centro de atención de todo el instituto, que mis amigas me hablaran con nerviosismo al estar juntas, echando miradas furtivas hacia Scott, y de que incluso los profesores me miraran cuando iba con él, era el tener que desfilar hasta la mesa del fondo de la cafetería con mi supuesto novio tirando de mí con poca delicadeza. Notaba todas las miradas clavadas en mi nuca cuando me senté, haciendo que unas diez cabezas se giraran hacia mí, guardando un silencio demasiado repentino como para que fingir que era casual.

—Esta es Jess, chicos —comentó Scott mientras echaba a un lado al chico que estaba antes sentado a mi lado y ocupaba su lugar sin siquiera mirarlo.

Noté como alguien se sentaba a mi lado al segundo siguiente y me giré. No pude evitar abrir mucho los ojos cuando vi cómo Samantha —la chica de la cual Matt, el chico de mis sueños, estaba enamorado— se había sentado a mi lado. Era tan perfecta que dolía. Una melena rubia oscura recogida en una coleta alta, una tez perfecta y dorada, unos ojos grandes y claros y una sonrisa de dientes blancos y rectos. Demasiado perfecta. Tragué saliva y una sonrisa temblorosa se puso sobre mis labios. Me imaginé lo ridícula que debía verme a su lado.

—¿Qué tal? Soy Sam —sonrió tendiéndome la mano, con la manicura también perfecta.

Alargué mi mano hasta la suya y se la estreché de manera insegura.

—Yo soy Hannah —dijo la chica que estaba delante de mí. Parecía más simpática.

—Yo soy Jess.

—Sabemos quién eres —declaró el chico que estaba sentado al lado de la tal Hannah inclinándose sobre la mesa, apoyado sobre los codos. Era de pelo castaño y ojos del mismo color, solo que llevaba una camiseta del equipo de rugby casi con el orgullo impregnado en la cara—. ¿Sabes cuánto tiempo hacía que Scott no traía una novia? Había empezado a creer que era gay y no sabía cómo decírnoslo.

—Oye —protestó Scott mirándolo con el ceño fruncido.

—Tranquilo, tío, yo te habría querido igual —declaró el castaño con una amplia sonrisa—. Además, tampoco me habría sorprendido.

—Nunca había traído una chica —añadió el que estaba sentado a su lado. Un rubio algo más bajo que los demás.

—Soy Adam, por cierto —dijo el que había hablado primero.

—Erik.

—Dos imbéciles —añadió Hannah con una sonrisa.

Sonreí ante la perspectiva de que los chicos y las chicas de esa mesa no se alejaban tanto de mí y mis amigas. Creía que no me aceptarían a la primera, pero por lo visto me equivocaba. Eran incluso simpáticos. Los nervios empezaron a disiparse a medida que pasaba el rato con ellos. Adam y Hannah fueron los que me cayeron mejor al instante, sin saber muy bien por qué. Quizá porque Hannah era la que me hablaba más y Adam no dejaba de burlarse de Scott, haciendo que este le sacara el dedo corazón, riendo. Debían ser buenos amigos.

—¿Tienes planes para esta tarde? —preguntó Sam al cabo de un rato con una amplia sonrisa.

Iba a contestar, pero vi a una chica al fondo de la mesa que me miraba con sus ojos oscuros entornados. Podía leer el odio y el rencor en su mirada. Tragué saliva. Ni siquiera estaba pestañeando.

—¿Jess?

—¿Eh?

—¿Tienes algo que hacer? —preguntó Hannah.

Iba a responder que no, pero en ese momento escuché a Scott hablar con sus amigos y me acordé de que esa tarde tenía que ir a comprar ropa con el señorito, ya que, cito textualmente, «él no podía tener una novia así vestida».

—Tengo que ir de compras con Scott —me encogí de hombros—. Dice que debería cambiar mi estilo.

—¡Pues claro que sí! —se entusiasmó Hannah dando palmaditas.

—Tienes que cambiar estas sudaderas por blusas bonitas —dijo Sam mirando mi sudadera rosa algo vieja con una mueca de desagrado—. Te favorecerá mucho.

—¡Sí, lo hará! —contribuyó Adam con un guiño de ojo.

Scott alargó el brazo hasta Adam y le dio una colleja en la nuca, haciendo que este pusiera una mueca y toda la mesa riera.

—Menos con mi chica, Fox —dijo Scott burlón pasando un brazo sobre mis hombros casi inconscientemente.

—¿Te podemos robar a Jess esta tarde? —preguntó Hannah con una sonrisa.

—Si tiene que cambiar de imagen, la aconsejaremos mejor nosotras —contribuyó Sam.

Scott se encogió de hombros y dijo:

—Claro.

—¡Me apunto! —dijo Adam levantando la mano.

—Yo también.

La última voz que sonó hizo que me quedara petrificada. Ni siquiera me había dado cuenta de su presencia en la mesa, ya que había estado ocupada con las presentaciones. Giré la cabeza hacia Matt y vi como me estaba mirando a mí curiosamente, como si fuera un experimento nuevo. Una ola de calor invadió mi cuerpo entero. Era la primera vez en toda mi vida que me miraba directamente con algo que no fuera confusión o lástima.

—Entonces, vamos todos —se entusiasmó Hannah—. Chloe no podrá venir... ¿Y tú, Abby?

Giré la cabeza en dirección a la chica a la que, visiblemente, le había caído mal y ella ladeó el rostro redondo que tenía, sin mirar a ningún punto fijo.

—Paso —dijo finalmente, mirando su comida.

Vi como Sam se giraba y ponía los ojos en blanco murmurando un «como siempre».

• • •

El motor de la Harley hizo que saliera de casa a toda prisa, despidiéndome de mi madre, quien estaba sentada en el sofá. Sus pastillas siempre la dejaban un poco aturdida. Scott estaba tecleando algo en su móvil cuando pasé la pierna por encima de la moto y me senté agarrándome al borde del asiento con fuerza.

—¿No me abrazarás, cariño? —preguntó mirándome a través del espejito.

Al parecer, esa iba a ser la broma oficial para todas las veces que subiera a la moto con él.

—Muy gracioso.

—Sí, ¿verdad? Esa es una de las muchas cualidades que tengo.

No pude evitar una sonrisa posándose en mis labios cuando arrancó la moto. Circulamos rápidamente por la carretera hasta que llegamos al centro comercial, donde todos ya nos esperaban.

• • •

Llevaba cinco bolsas en cada mano cuando Sam y Hannah me obligaron a entrar en una peluquería. Nunca había sido de las que cuidan mucho su pelo, lo cierto era que hacía mucho tiempo que no me lo cortaba y empezaba a estar demasiado largo. Cuando el peluquero vio mi corte de pelo soltó una maldición en francés y me obligó a sentarme en una de las sillas de cuero. Hannah y Sam dijeron que iban a dar una vuelta mientras arreglaba lo que el peluquero denominó «desastre capilar».

—Tienes un pelo precioso —dijo el hombre que me cortaba el pelo. Su pelo era ondulado y castaño—. No te lo estás arreglando por arreglar, ¿verdad?

Suspiré mientras veía a través del espejo como me iba cortando el pelo por la altura de los hombros.

—No —admití—. Hay un chico, bueno, dos.

—¿Dos? —soltó un silbido.

—Sí, está Matt y Scott. Llevo enamorada de Matt desde que tengo memoria porque siempre me defendía de los abusones. Como yo no era precisamente la guapa de la clase... Aunque después entramos en el instituto y todo cambió, dudo que ahora se acuerde de quién soy.

—¿Y Scott?

—Eso es diferente —murmuré, viendo como un nuevo mechón caía al suelo—. Cuando éramos pequeños siempre se metía con las gafas que llevaba y por cualquier otra chorrada. Hizo lo mismo en el instituto pero ahora me necesita para que finja ser su novia. Dice que si lo hago durante un mes me acercará a Matt. Un momento... ¿Por qué te estoy contando esto?

—Empatizo mucho —me sonrió a través del espejo—. Esto ya está.

Volví mi atención al espejo. Mi pelo castaño ondulado ya no caía hasta mediana espalda, sino que llegaba a mis hombros y apenas se notaban las ondulaciones.

No parecía la misma chica que había en esa silla. Me quedaba incluso bien.

—¡Estás preciosa! —exclamó Sam entrando en la peluquería. El peluquero, llamado Bruce, hinchó pecho, orgulloso de sí mismo—. Ha quedado mejor de lo que esperaba.

—¡Y con los pantalones y la blusa azul que te hemos comprado aún mejor! —se unió Hannah—. Verás cuando te vean los chicos, están esperando ahí fuera.

Tragué saliva.

Después de pagar a Bruce y despedirme, Sam me cogió del brazo y me guio hasta la salida del centro comercial. Hannah correteaba detrás de nosotras para seguirnos haciendo ruido con las bolsas que rebotaban a su lado.

No fue hasta que mi mirada chocó con la mesa de una cafetería donde estaban Scott, Matt y Adam sentados. Scott me daba la espalda. El primero en levantar la mirada fue Adam, que soltó un silbido de aprobación.

—Vaya, vaya —susurró Matt.

El último en girarse fue Scott, que se levantó de la silla y me observó de arriba a abajo sin ninguna expresión convincente en el rostro. Solo me miraba en silencio, como si me estuviera analizando. Me había esperado, por un breve momento, que comentara si le gustaba lo que había hecho con mi pelo, o con mi ropa, pero esa posibilidad se desvaneció al instante.

—¿Y bien?, ¿no dirás nada? —preguntó Sam irritada al ver mi expresión.

Scott frunció el ceño y levantó la mirada, como si se hubiera perdido en la conversación. Me miró a mí y me obligué a apartar la mirada. Realmente su mirada intimidaba.

—Estás... —fue bajando el volumen—. Bien.

El cumplido del siglo.

—¿Bien? ¡Menudo novio! Anda, bésala.

De repente de quedé paralizada.

—¿Eh?

—¡Sí, beso! —Hannah se puso a dar saltitos.

Como si corroborara, Adam empujó a Scott, que quedó delante de mí, plantado con incomodidad semejante a la mía. Miré de reojo a Matt que me sonreía de manera extraña. No quería besarme con otro delante de él, ¿qué iba a pensar si lo hacía?

Estaba a punto de decir que no era necesario un beso, cuando noté los labios de Scott sobre los míos.

Me quedé paralizada durante la milésima de segundo en que sus manos me cogían de las mejillas y sus labios estaban sobre los míos. Luego se separó como si no pasara nada. Había sido tan rápido que apenas me había dado cuenta de que había sucedido. Miramos a los demás casi esperando su aprobación.

—Vaya mierda de beso —dijo Adam con una mueca.

Capítulo 4

Conocerte

Iba caminando por la calle oscura sola mirando mis pies moviéndose con las pesadas botas oscuras que me compró mi tío hacía ya dos años. En una mano llevaba una bolsa con la medicación de mi madre. La otra intentaba encontrar el calor que proporcionaba el bolsillo de mi abrigo. Solo podía pensar en lo reconfortante que sería volver a casa y sentarme delante de la pequeña estufa de mi habitación.

Un fuerte golpe hizo que me detuviera justo en la entrada de un callejón. Me detuve a observar la oscuridad alumbrada por una sola farola medio fundida que apenas iluminaba más que la luz de la Luna. En el fondo del callejón había una silueta apoyada en el muro con la espalda. Vi el humo saliendo de su boca, o quizá solo era el vaho del frío. Por un momento, decidí dar la vuelta e irme antes de que me viera. Todo indicaba que acababa de golpear el contenedor con el puño, ¿y si yo era el siguiente objetivo? Pero me quedé un segundo más y me di cuenta de que conocía a ese chico.

Me acerqué a él con paso vacilante y me detuve a un metro de distancia de seguridad. Él ni siquiera levantó la mirada. Vi cómo su espalda se tensaba mientras se pasaba una mano por el pelo y soltaba una maldición.

—¿Scott? —pregunté viendo la mata de pelo oscura que solo podía pertenecerle a él.

Él levantó la vista de golpe y me llevé las manos a la boca, horrorizada. Su pómulo y su mandíbula estaban amoratados y tenía un corte en el labio que ya se había limpiado, pero desde luego era reciente, el labio todavía estaba hinchado y rojo intenso. Lo pude notar a la perfección a pesar de la oscuridad que se cernía sobre nosotros.

Mi primer impulso fue empezar a correr —¿y si se había metido en una pelea y volvían a por él?—, pero no podía dejarlo así. Y eso que sabía que, de haber sido al revés, solo habría sido una razón más para reírse de mí en los pasillos del instituto. Me dije a mí misma que yo no tenía que ser así. Después de todo, desde que habíamos empezado el curso había parado de molestarme, y desde la propuesta había cierta cordialidad entre nosotros.

Se me encogía el corazón de solo verlo ahí de pie solo después de haber recibido esos golpes. Simplemente no podía dejarlo.

Corté la distancia de seguridad que había mantenido al principio y vi cómo se tensaba mirándome fijamente con ojos vidriosos. Mi cara debía ser de completo espanto porque me temblaban hasta las manos.

—Dios mío —susurré—, ¿qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?

Pero él, en lugar de responder, giró la cabeza hacia un contenedor viejo que había a unos cuantos metros y apretó los labios. Algo en mi interior se retorció cuando me di cuenta de que estaba tratando de no llorar. O eso me pareció. Por un momento no recordé que se trataba de Scott Danvers, el chico que había estado riéndose de mí tantos años, y me entraron unas ganas intensas de abrazarlo con fuerza.

Cuando creía que no respondería, que había ido demasiado lejos, susurró algo que me dejó peor de lo que ya estaba:

—Mi padre.

Estuve unos segundos conteniendo la respiración. De alguna forma estaba confiando en mí. Y yo pensando en irme y dejarlo ahí tirado... Qué miserable era.

Me acerqué a él y alargué el brazo. Cuando toqué su cara con la punta del dedo, él se tensó completamente, pero no me apartó. Con sumo cuidado para no hacerle daño y mi corazón en un puño, giré su rostro hasta que me volvió a mirar a los ojos. Ahora esa mirada ya no intimidaba, eran dos pozos sin fondo. El azul estaba apagado. De alguna forma, eso fue peor que cuando me miraba con mala cara.

¿Cómo podía hacer un padre algo así a su hijo? ¿Cómo podía ser capaz? Me sentía impotente y aún peor que antes por no poder ayudarlo.

—No me mires así, Jessica.

Era la primera vez que me llamaba por mi nombre completo. O por mi nombre, simplemente. Sin utilizar ningún apodo estúpido.

—¿Quieres que pida un taxi para que puedas ir a casa?

—Lo último que quiero es ir a casa, la verdad.

La verdad es que había sido algo estúpido preguntar.

Asentí con la cabeza una sola vez, sin saber qué hacer.

Así que, con la sonrisa más forzada de toda mi vida, extendí la mano hacia él, como si le pidiera que me la tomara.

—¿Sabes qué es lo que más me anima en cualquier momento? —pregunté—. Un helado de la heladería del parque.

Vi como un atisbo de sonrisa cruzaba su rostro y me sentí mucho mejor.

—¿Eres consciente del frío que hace? —preguntó.

—Cambiaré la respuesta, entonces. ¿Sabes qué es lo que más me anima en cualquier momento? Hacer feliz al señor que vende helados en el parque, vamos, ¿quién compra helados con esta temperatura?

—Los locos.

—Exacto. Vamos a hacer feliz a ese hombre, y su felicidad se impregnará en nosotros, y todos seremos felices, ¿qué me dices? No es tan estúpido como suena, en serio.

Él me cogió la mano después de vacilar un segundo y empezamos a andar hacia el parque en silencio. No soltó mi mano en ningún momento. La tenía helada.

Llegamos al parque y pedimos dos helados de chocolate. El hombre pareció sinceramente feliz de tener clientes. Nos sentamos silenciosamente en el césped del parque, delante de nosotros se encontraba el lago y nos alumbraban unas cuantas farolas encendidas. Empecé a devorar mi helado. Los dientes me castañeaban por el frío de este, y podía estar segura de que los de Scott también lo hacían, pero ninguno de los dos se quejó.

—¿Verdad que reconforta? —pregunté al cabo de casi dos minutos de silencio.

Lo último que creí hacer esa noche era estar sentada en un parque, de noche, con Scott Danvers.

—La verdad es que sí —admitió con una sonrisa.

Lo había visto sonreír pocas veces.

—Deberías sonreír más a menudo —comenté mirándolo, aunque su mirada estaba perdida en el lago. Su cabeza se giró y me miró divertido.

—¿Por qué?

—Conquistarías a más chicas, te lo aseguro —¿eso lo había dicho o lo había pensado?—. Quiero decir, eso de estar siempre serio... Aleja un poco a la gente.

—A mí no me molesta que la gente se aleje, la verdad.

—Todos necesitamos sentirnos amados, Scott.

—Yo no.

—Vamos, podrías tener a la chica que quisieras si no pusieras esta cara —imité su cara, a lo que rio— todo el tiempo.

—¿Para qué? Se supone que tengo novia.

Puse los ojos en blanco riendo mientras hundía la cuchara en mi helado.

—¿No te estás preguntando qué ha pasado? —preguntó, confundido.

—La verdad es que sí, pero no quería ser entrometida... —murmuré, sin poder contenerme más tiempo—. Tus asuntos son tus asuntos y yo..., ¿qué ha pasado?

Esbozó una sonrisa por unos segundos.

—Cogí su coche. Se lo rayé en una columna y se ha vuelto loco. Bueno, ya lo estaba. Pero lo demuestra más en unas ocasiones que en otras.

Soltó una risa amarga.

—¿Desde cuándo te pasa eso? —pregunté suplicando en mi interior no estar pasándome de curiosa.

Él meditó unos segundos.

—Desde los diez años —dijo finalmente.

Irremediablemente me vino a la cabeza la imagen de Scott con diez años mientras su padre le daba una paliza. Era demasiado horrible.

—¿Qué es eso? —preguntó de repente señalando mi bolsa.

—¿Esto? La medicina de mi madre —respondí distraídamente, alejando las oscuras imágenes de mi subconsciente.

—¿Está enferma? —levantó las cejas.

—Casi nadie lo sabe —lo miré acusadoramente—. Así que tienes que prometer que no lo dirás a nadie. —Extendí el dedo meñique—. Promesa de meñique.

—¿Qué?

—Promesa de meñique —cogí su mano e intenté ignorar la sangre seca de sus nudillos. Hice que sacara el meñique y lo enredé con el mío. Él me miraba divertido y perplejo a la vez—. Promételo.

—Solo si tú prometes no contar lo mío —sentenció.