ESPAÑA Y EUROPA:

A los veinticinco años de la Adhesión

SALVADOR FORNER MUÑOZ

Coordinador

Valencia, 2012

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Introducción
Veinticinco años de integración europea (1986-2011)

Salvador Forner Muñoz

El uno de enero de 2011 se ha cumplido el veinticinco aniversario de la pertenencia de España a la Europa Comunitaria. El cuarto de siglo trascurrido desde la entrada en vigor del Tratado de Adhesión de España a la Comunidad Europea constituye un período de nuestra reciente historia cuya comprensión resulta imposible sin atender a las claves europeas que lo han condicionado. La Europa comunitaria ha conocido también durante este período algunas de sus trasformaciones más significativas. Desde el punto de vista institucional, la evolución que, desde el Acta Única hasta el Tratado de Lisboa, ha experimentado la Unión Europea configura estos últimos veinticinco años como una etapa en la que se han superado los retos de una extraordinaria ampliación. Dicha ampliación ha constituido en sí misma una evidente prueba del éxito del proyecto unitario europeo y de su virtualidad para restañar la división entre las dos Europas surgida tras la segunda guerra. Un tercer logro, la Unión Monetaria Europea, parece también indiscutible, a pesar de las deficiencias en su diseño que la actual crisis ha dejado al descubierto.

La reflexión sobre los últimos veinticinco años de integración europea está, sin embargo, condicionada por las dificultades e incertidumbres que afectan actualmente a la Unión. Durante los últimos meses tres países pertenecientes a la Eurozona, Grecia, Irlanda y Portugal, han tenido que ser rescatados, debido al riesgo de insolvencia de su deuda o a serios problemas financieros que podían afectar a la estabilidad del euro. Dichos rescates han intensificado en las actitudes políticas de la opinión pública europea el rechazo a compartir los costes derivados de la crisis, ahondándose la percepción de inadecuados comportamientos y respuestas por parte de los dirigentes de los citados países. En las elecciones finlandesas de abril de 2011, se ha producido un extraordinario avance de dichas posiciones merced al éxito electoral del denominado Partido de los Auténticos Finlandeses, una de cuyas propuestas era el rechazo al rescate de Portugal. Se trata de posiciones que de forma simplificada y superficial podríamos denominar “antieuropeístas”. Entrando más a fondo, expresarían una tendencia creciente en los últimos tiempos, y acentuada como consecuencia de la crisis económica, de rebeldía de la opinión pública de países con presión fiscal muy alta y políticas presupuestarias más ortodoxas frente a países que mostrarían comportamientos inversos.

Dichas posiciones se han extendido con fuerza a lo largo de los últimos años por distintos países de la Unión. En Austria, dos partidos críticos hacia la integración europea han llegado a sumar, en conjunto, el 28 por 100 de los votos. Un partido de parecido signo político ha alcanzado recientemente en Hungría el 16 por 100 del apoyo electoral. En Holanda el denominado Partido de la Libertad supera el 15 por 100 de los votos, y en Francia se afianza la fuerza de un partido marcadamente nacionalista, xenófobo y antieuropeísta como el Frente Nacional. El impacto de las incertidumbres económicas derivadas de la crisis y de las políticas de ajuste no es la única causa de esa deriva antieuropeísta. También influyen en ella problemas, entre otros, como el de la inmigración ilegal masiva, percibida de forma muy negativa por amplios sectores de la opinión pública, hasta el punto de ponerse en peligro, a raíz de la masiva llegada de inmigrantes como consecuencia del conflicto libio, uno de los logros más importantes de la unificación europea: el convenio Schengen para la eliminación de los controles fronterizos.

En el caso de España no se detecta en la opinión pública, por el momento, una actitud antieuropeísta significativa. Las medidas de ajuste emprendidas desde el mes de mayo de 2010 han deteriorado la imagen de Rodríguez Zapatero y del Gobierno, contribuyendo a la derrota electoral del PSOE, pero no han provocado un rechazo a las exigencias impuestas por Europa como consecuencia de nuestra pertenencia la Unión Monetaria ni han hecho mella en el sentimiento europeísta predominante. Algunas razones históricas explican esa actitud de los españoles favorable a la integración. La adhesión de España a las Comunidades Europeas se produjo pocos años después del final de la dictadura franquista y fue percibida en su momento como el logro de una aspiración asociada a la nueva andadura democrática. En el inicio del camino comunitario España estuvo acompañada de Portugal, país con el que ha habido un cierto paralelismo en las etapas políticas vividas durante los dos últimos siglos pero con significativas diferencias en lo referente a las aspiraciones europeístas. Dichos paralelismos y diferencias son objeto de un estudio comparativo por parte de Luis Domínguez Castro, en el primer capitulo de esta obra, que permite analizar los rasgos específicos que en uno y otro país tuvo la aproximación a Europa desde fines del siglo XIX hasta el inicio de la actual etapa democrática.

Conseguida por España la incorporación a la Europa Comunitaria, el balance social y económico de los últimos veinticinco años, aunque ensombrecido por la actual crisis, arroja un saldo conjunto que en modo alguno puede considerarse negativo. Dichos años han constituido, desde el punto de vista del crecimiento económico y del aumento del nivel de vida, uno de los períodos más excepcionales de la historia española contemporánea. Con la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea se produjo la quiebra definitiva de una tradicional orientación proteccionista, y hasta autárquica, que se había iniciado con el llamado “giro proteccionista” de Cánovas en los comienzos de la Restauración. Esa nueva situación de la economía española ha obligado a adaptaciones que se han traducido en un aumento de eficiencia de nuestro sistema productivo cuyo resultado global puede considerarse positivo, lo que no excluye que se hayan producido también disfunciones y consecuencias temporalmente negativas derivadas de nuestro modelo de crecimiento y de las políticas económicas aplicadas.

Una valoración global de los efectos producidos por la integración de España en la Europa Comunitaria debe abordarse atendiendo a la superposición de procesos históricos simultáneos de carácter nacional cuyas dimensiones han condicionado también inevitablemente las consecuencias de la liberalización económica. No debe olvidarse, en primer lugar, que a lo largo de los veinticinco años de nuestra pertenencia a la Europa unida se ha producido la expansión y consolidación de un Estado de bienestar que, aunque existente con anterioridad, ha provocado durante dichos años unas magnitudes extraordinarias de gasto público. La construcción del “Estado de las Autonomías” ha tenido también repercusiones de enorme consideración en el incremento del gasto, tanto por la superposición de administraciones y competencias como por el escaso control del endeudamiento de las Comunidades Autónomas. Cabe referirse en tercer lugar al lógico empeño de los distintos Gobiernos por superar el déficit en infraestructuras que nos separaba de los países europeos más desarrollados. Los fondos europeos han contribuido considerablemente a tal efecto pero ello no ha impedido el crecimiento de la deuda durante determinados períodos como consecuencia de un exceso de inversiones, en muchos casos prescindibles, y de una expansión presupuestaria del gasto corriente para el mantenimiento de las mismas. Por último, debe tenerse en cuenta que en el proceso de liberalización e integración en el mercado europeo ha repercutido, con efectos muy diversos, la incorporación de España a la moneda única. Dicha circunstancia ha supuesto, en efecto, una intensificación del crecimiento durante la fase alcista anterior a 2007, basada en los bajos tipos de interés y en la abundancia del crédito, pero ha tenido y está teniendo consecuencias muy negativas para la recuperación de la competitividad y la superación de la actual crisis.

A pesar de los problemas actuales por los que atraviesa la economía española y de la situación crítica de algunos países de la Unión Monetaria como Grecia, es posible que la situación pueda mejorar en el futuro. No sería la primera vez que un momento de dificultad se convierte en la palanca para un salto hacia delante en el proceso integrador. El euro resulta ya una realidad irreversible para la configuración del nuevo Sistema Monetario Internacional. Como analizan Sara González y Juan Mascareñas en el capítulo de este libro dedicado a las consecuencias de la unificación monetaria europea y al futuro del euro, se hace imprescindible la consolidación del proyecto europeo hacia una realidad que supere los ámbitos actuales y abra espacios de unión política adaptados a las especificidades de la Unión. Retroceder en el logro de la Unión Monetaria sería tanto como renunciar al proyecto unitario en el que se sustenta. Pero es evidente también que las lecciones del pasado más reciente deben servir para extraer conclusiones sobre la importancia de la estabilidad macroeconómica y de las reformas estructurales para un crecimiento económico sólido y sostenido. Esa es la reflexión que propicia el capítulo de este libro a cargo de José Ramón de Espínola. La economía española puede crecer de manera sólida y sostenida mediante reformas estructurales que cambien el patrón de gasto, el modelo productivo y el comportamiento de precios y rentas y logren una dinámica con mayor estabilidad macroeconómica.

Para el diseño y aplicación de dichas reformas España no necesita inventar ni innovar nada, pues su integración en la Comunidad es el mejor marco para desarrollar, desde la experiencia europea, criterios y buenas prácticas al respecto. La evolución de la actual crisis, que se aborda en las páginas de esta obra a cargo de José T. Raga, constituye, precisamente, un excelente observatorio para detectar las debilidades del crecimiento español y las dificultades para la recuperación económica. En realidad, la crisis española en el sector real de la economía ha precedido en el tiempo a la del sector financiero. La escasa productividad de nuestra economía, que decreció desde 2002 hasta 2005, es el síntoma más evidente del peculiar carácter del crecimiento económico español y de la superposición en el tiempo de ambas crisis, la de la economía real y la financiera. Esa debilidad de nuestra economía real se ha acompañado de un gran crecimiento de los costes laborales españoles que ha llegado casi a triplicar hasta 2009 el de la Zona Euro. Las consecuencias no han sido otras que una creciente pérdida de competitividad de nuestra economía, agravada asimismo por una crónica inflación en un marco de moneda única que impide el ajuste de paridades para absorber el diferencial de precios.

La prolongación de la crisis ensombrece, evidentemente, la reflexión desde los momentos actuales sobre los veinticinco años de nuestra pertenencia a la Europa Comunitaria. Mucho más cuando, apenas cuatro años atrás, la percepción de prosperidad estaba todavía generalizada en la sociedad española. El contraste, sin embargo, ya lo hemos dicho, no ha originado un rechazo social hacia nuestra pertenencia a la Unión Europea. Como indica Pilar Folguera en el capítulo dedicado al análisis de la opinión pública española ante el proceso integrador, la sociedad española se ha mostrado favorable a las reformas estructurales que han llevado a cabo los gobiernos desde 1986 para nuestra adaptación al mercado común y a la moneda única. La ciudadanía percibe igualmente los beneficios derivados de los fondos que proceden de la Unión Europea y que han servido en estos años para mejorar la competitividad y la eficiencia de nuestra economía. Es posible, como indica Pilar Folguera, que los españoles hayan percibido hasta ahora las dificultades de la economía española como derivadas en gran medida del contexto global en el que se desarrollan las economías occidentales y sus deficiencias para competir con la economía de Estados Unidos y con su escasa capacidad de respuesta ante la creciente competitividad de las economías emergentes. Pero en los momentos actuales da también la impresión de que el descontento social originado por la crisis está erosionando sobre todo a la clase política española. Evidentemente, la “excepción española” en lo que se refiere al retardo de la recuperación económica y, especialmente a la enorme diferencia entre las tasas de paro españolas y las del resto de países europeos, acentúa el sentimiento de que la intensidad de la crisis española responde en gran parte a causas nacionales que han hecho inevitables las exigencias de ajuste impuestas por Bruselas.

La perspectiva desde la situación actual puede distorsionar por tanto la valoración conjunta de lo que han supuesto los últimos veinticinco años de historia española. Durante los mismos se han vivido situaciones dispares en cuanto a nuestro crecimiento económico y desarrollo social. Como se señala en el capítulo final de este libro, a cargo de Salvador Forner y Heidy Cristina Senante, la evolución económica de España durante el último cuarto de siglo muestra una serie de etapas en la que se han alternado momentos de crecimiento y de crisis. Tanto en unos como en otros España ha sobrepasado, para lo bueno y para lo malo, los valores medios de la Unión Europea. Aunque la situación actual nos coloca a la cabeza en el desempleo, no debe olvidarse que entre 1997 y 2006 la creación de empleo en España llegó a sobrepasar la mitad del total de empleo creado en la Unión. No deben olvidarse tampoco las consecuencias favorables durante muchos años de la recepción de fondos europeos, aunque más recientemente haya cambiado la situación como consecuencia de las sucesivas ampliaciones a países con menor renta. Mención aparte merece el saldo positivo para la agricultura española de la Política Agraria Común, por más que la misma suponga (véase el capítulo de Carlos Barciela sobre la PAC) una auténtica trasgresión de los principios de liberalización y no proteccionismo inspiradores de la integración europea, y constituya un serio obstáculo para los países menos desarrollados.

La ampliación a doce miembros que supuso la entrada en la CEE de España y Portugal coincidió con una etapa de franco optimismo europeísta. En el marco de un contexto económico favorable, con la ampliación hacia el sur se abrió una nueva etapa en la construcción de la unidad europea. El Acta Única Europea, firmada en 1986, entraba en vigor en julio de 1987 y significaba una clara apuesta de futuro para la profundización del proyecto comunitario. Pocos años después, el Tratado de Maastricht aportaba una profundización comunitaria cuyos inicios fueron coincidentes con el espectacular cambio geopolítico producido por el colapso de los regímenes comunistas de la Europa centro-oriental. La repercusión de dicho acontecimiento en el proyecto comunitario y el “retorno a Europa” de los antiguos países comunistas se analizan en el capítulo de esta obra a cargo de Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez Sánchez. Ese retorno tuvo consecuencias de hondo calado en el desarrollo institucional comunitario ya que ha obligado a sucesivas reformas que, finalmente, culminaron en la aprobación del Tratado de Lisboa. Las conexiones entre ese desarrollo institucional, las políticas europeas y la evolución política española se abordan en el capítulo a cargo de Antonio Moreno Juste, mediante el análisis de las distintas perspectivas europeas de los sucesivos gobiernos españoles.

Los últimos veinticinco años han sido también años de profundos cambios en las relaciones internacionales. Dos capítulos a cargo, respectivamente, de Juan Carlos Pereira y de Miguel Ángel Ballesteros completan al respecto el contenido de este libro colectivo. En el primero de ellos se plantea la necesidad de entender el proceso de construcción europea en el contexto internacional en el que se inscribe. La relación entre integración y Guerra Fría, las consecuencias de la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana o el final de la Guerra Fría, así como los atentados del 11-S o la guerra de Irak, constituyen expresivos ejemplos de un condicionamiento internacional sin el que no pueden entenderse las políticas y los proyectos europeos. Ese condicionamiento internacional supone también un reto para una Europa que no puede aislarse de los conflictos internacionales y de las exigencias de seguridad y de respeto a los derechos humanos. Miguel Ángel Ballesteros, Director del Instituto Español de Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa, analiza, dentro de ese contexto de compromiso internacional de la Unión, la revolución y los retos del sistema europeo de defensa.

Sirvan unas últimas líneas de esta introducción para expresar el agradecimiento a la Consellería de Educación de la Generalitat Valenciana y al Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert por la ayuda que ha hecho posible el trabajo colectivo que ahora se publica y con cuya aportación en el veinticinco aniversario de la Adhesión de España a la CEE esperamos que se contribuya al mejor conocimiento de la integración europea y del papel de España como Estado miembro de la Unión.

Capítulo I
La balsa de piedra: Portugal y España en su aproximación a Europa (1890-1977)*

Luis Domínguez Castro

En 1986, el mismo año en que Portugal y España se incorporan como miembros de pleno derecho a las Comunidades Europeas, el Nobel portugués José Saramago da a la imprenta su novela A xangada de pedra, un relato mágico que narra la navegación a la deriva de la península ibérica por el océano atlántico, tras desprenderse inopinadamente del continente europeo. Los iberianos, transubstanciación de españoles y portugueses, luego de múltiples peripecias que incluyen un acuerdo inconcluso con los Estados Unidos de América, cuando parecía que la balsa iba a encallar contra las Azores, acaban por anclarse en medio del Atlántico sur, tal vez próximos a las tierras brasileñas y argentinas, en donde habían escrito sus páginas heroicas de conquistadores ultramarinos, para comenzar un nuevo periplo y un nuevo mundo, lejos de Europa.

La novela y su publicación no fueron accidentales. Saramago, militante del partido comunista portugués (PCP), quería reflejar la posición de su grupo político contrario a la integración europea y la suya propia, defensor del iberismo como mejor futuro para los pueblos peninsulares. No obstante, el relato tiene más hondura. Portugueses y españoles hemos hecho una singladura no siempre coincidente hacia la Europa unida, a lo largo del siglo XX. Sin duda, el hecho colonial ha condicionado aproximaciones diferentes al proyecto de construcción europea y resulta el rasgo más diferenciador, aunque no el único, de las trayectorias históricas de los dos pueblos en la pasada centuria. Con todo, hubo caminos paralelos y coyunturas vividas de manera muy similar. También en nuestras relaciones con Europa. Las convergencias y las divergencias en esas relaciones son el motivo de estas páginas.

I. Imperios, fin de siècle, regeneración y europeismo

Se ha hecho lugar común hablar del corto siglo XX porque, en efecto, para las grandes potencias europeas la Gran Guerra supuso un antes y un después, pero para la península las cosas no fueron así del mismo modo. En realidad, tal vez fuese conveniente arrancar nuestro novecientos en la década final del ochocientos con los imperios coloniales como telón de fondo y Europa en el horizonte. El ultimátum inglés del 11 de enero de 1890 al gobierno portugués puso fin al mapa color de rosa (1886) y a la continuidad territorial del imperio portugués en el sur de África. El desastre de 1898 supuso la pérdida de los últimos restos del imperio español de los Austrias a manos de los EEUU. Ambos hechos demostraban que tanto España como Portugal no eran ya si no sombras de un pasado colonial que las fuerzas del presente no podían defender. Las reacciones y las consecuencias, sin embargo, no fueron las mismas.

En Portugal, la derrota diplomática ante Gran Bretaña provoca el principio del fin de la monarquía de los Bragança, al tiempo que aviva un nacionalismo1 que considera la defensa de las colonias africanas y el culto al imperio como esencia de la identidad portuguesa2. En España, la derrota militar no tendrá consecuencias políticas profundas tan de inmediato y, sobre todo, no forjará sentimientos de defensa de unas colonias que ya no existen ni tampoco hará popular la aventura africana. Nuestra intelligentsia acentuará el debate regeneracionista y, en el, Europa tendrá lugar destacado bien sea para blandirla como símbolo de progreso o para rechazarla como emblema decadente, o ambas cosas a la vez como hará Unamuno. Desde el punto de vista cultural, Portugal asiste a la emergencia del movimiento de la Renascença, en un principio amplio y acogedor de hombres de muy diversa ideología, dominado por una fuerte introspección nacionalista, preocupado por encontrar el alma portuguesa en el pasado heroico y en un cierto mesianismo sebastiano. Teixeira de Pascoaes será el principal promotor del movimiento acuñando el saudosismo como definición filosófica de la esencia portuguesa, caracterizado por su apego tradicionalista, rural, católico y contrario a los aires modernizadores que venían de Europa. En 1915, el propio Teixeira quintaesenciará todo esto en su obra A Arte de Ser Português, un verdadero código de conducta del buen patriota. Europa es sólo un referente topográfico del que, mucho antes del mágico abismo pirenaico saramagiano, han partido las naos civilizadoras de los lusiadas para adentrarse en la Mar Océana, alejándose cada día más. Portugal se reconoce orgulloso en su aislamiento de país donde el tiempo se ha detenido3.

Teixeira de Pascoaes y Unamuno compartirán bastantes sentimientos desde su primer encuentro, en 1905. El “energúmeno” Unamuno4 será el péndulo que oscile desde la apuesta europea por el progreso y la ciencia “sólo abriendo las ventanas a vientos europeos, empapándonos en el ambiente continental, teniendo fe en que no perderemos nuestra personalidad al hacerlo, europeizándonos para hacer España y chapuzándonos en pueblo, regeneraremos esta estepa moral”5 a la duda de si será mejor europeo moderno o africano antiguo —como San Agustín o Tertuliano— y la decisión final de españolizar Europa en lugar de europeizar España6, hasta llegar al anti-europeismo en Del sentimiento trágico de la vida (1912). Los valores espirituales, la intrahistoria enraizada en la lengua española y en la filosofía mística serán los referentes que pueden salvar a una Europa decadente y sin norte.

Pero la línea de pensamiento unamuniana, con ser importante, no va a ser única en España. En efecto, ya en el propio 1898, Joaquín Costa pública su obra Reconstitución y europeización de España en la que tacha de accidentes históricos la colonización americana y el protagonismo europeo de España en los siglos modernos7 y asocia en el propio título Europa y futuro de España. Siguiendo sus pasos, el “papanata” Ortega8 acierta con una definición rotunda “Europa = ciencia; todo lo demás le es común con el resto del mundo”9 antes de sentenciar que España era el problema y Europa la solución10 y convertirse en uno de los grandes europeístas de entreguerras. Esto último le llevó de reflexionar sobre Europa como solución para España a la unidad europea como realidad inexorable, pero dejando claro que Europa “no es una cosa sino un equilibrio…que consiste esencialmente en la existencia de una pluralidad”11. Una Europa que tiene en la libertad su seña de identidad singular y en la homogeneidad, en la uniformidad mediocre, el camino seguro a su decadencia.

En Portugal no encontramos una corriente tan comprometida con Europa como la inaugurada en España por Ortega. No obstante, en 1921 el sector más progresista de la Renascença funda la revista Seara Nova y reacciona frente al aislacionismo ensoñador y nacionalista, apostando por un cierto cosmopolitismo que intenta mantener a Portugal en contacto con las corrientes culturales de la Europa de la época, sin renunciar al culto imperial y a la idiosincrasia portuguesa12. En un primer tercio del siglo XX prolijo en intelectuales europeístas, Portugal no tiene participación en Pan-Europa o en los otros movimientos anteriores a la Segunda Guerra Mundial.


1 Eduardo Lourenço dirá que, en aquella coyuntura, los más europeístas y cosmopolitas se tornaron en irredentos nacionalistas, LOURENÇO, Eduardo, Europa y nosotros, Madrid, Huerga y Fierro editores, 2001, p. 127.

2 El actual himno nacional, A portuguesa, nace justo en esos momentos con unos versos muy significativos: Brade a Europa á terra inteira/ Portugal não pereceu! Conviene recordar que hasta su modificación oficial, en 1957, el estribillo rezaba Contra os Bretões, marchar, marchar.

3 Tal vez, una de las pocas excepciones en esta línea sea la de los federalistas portugueses, más concretamente Magalhães Lima quien sigue predicando por estos años el federalismo ibérico, el latino-europeo y el europeo propiamente dicho. Martins, Herminio, “O federalismo no pensamento político português”, Penélope, 18, 1998, p. 18.

4 Así adjetivado por Ortega en sus polémicas de 1909-1910. Aubert, Paul, Les espagnoles et l¨Europe (1890-1939), Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 1992.

5 Unamuno, Miguel, En torno al casticismo, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 150.

6 Unamuno, Miguel “Sobre la europeización” La España Moderna, Madrid, nº 216, diciembre 1906, pp. 64-83.

7 Aubert, Paul, Les espagnoles… p. 28.

8 Así aludido por Unamuno en la referida polémica. Vid. nota 3.

9 ORTEGA Y GASSET, José, “Asamblea para el progreso de las ciencias” en Obras Completas, Tomo I, Madrid, Revista de Occidente, 1963, p. 102.

10 ORTEGA Y GASSET, José, “La pedagogía social como programa político” Conferencia pronunciada el 12 de marzo de 1910 en “El Sitio” de Bilbao, en Obras Completas, Tomo I, Madrid, Revista de Occidente, 1963, pp. 503-521.

11 Ortega y Gasset, José, “Prólogo para franceses” en La rebelión de las masas, Madrid, Diario El País S.L., 2002, p. 18. Este prólogo aparece datado en 1937, los artículos que componen la obra habían ido apareciendo en la prensa desde 1927.

12 Puede verse la influencia de Seara Nova en el socialismo posterior y, concretamente, en Acção Socialista Portuguêsa en ALTED VIGIL, Alicia, “La oposición al salazarismo en “Ibérica” (Nueva York 1953-1974)”, España-Portugal.Estudios de Historia contemporánea (coords. DE LA TORRE, Hipólito y VICENTE, Antonio Pedro), Madrid, Editorial Complutense, 1998, p. 241.

II. La inspiración nacionalista y el alumbramiento de las dictaduras ibéricas

La fundación y consolidación del Estado Novo, en Portugal, supone una visión de Europa consagrada por el historiador del régimen, João Ameal, en su Europa e os seus fantasmas (1945) en la que clama contra esos fantasmas: la democracia liberal, el comunismo, el imperio de la máquina y del racionalismo y reivindica una Europa católica, corporativa y autoritaria como única barrera para impedir el triunfo soviético y el fin de la cultura europea13. Incluso ya antes de la guerra, en 1936, el propio Oliveira Salazar había rechazado toda veleidad de unificación europea que cuestionase los Estados-Nación afirmando que eran “fantasías de las que todo se espera al principio para comprobar después que nada resulta”14. Los intelectuales oficialistas, tanto españoles como portugueses, van a compartir una idea de Europa muy próxima, condenando su querencia por la democracia liberal y los derechos humanos y defendiendo una visión autoritaria ranciamente católica e integrista. Giménez Caballero será uno de sus mejores exponentes, ya a finales de la década de los años veinte se atribuye una España contra Europa —en realidad una novela autobiográfica titulada El fermento—, anterior a la Italia contra Europa de Malaparte que se condensa en el ejemplo de los comuneros y en la divisa Abrir España con San Francisco. Cerrar España con Santiago15. Muchos años más tarde, en 1950, elaborará una buena mixtificación entre las posiciones falangistas y las católicas en su La Europa de Estrasburgo. Visión española del problema europeo, en la que se rechaza la Europa democrática y de los derechos humanos por su querencia por lo caduco, el parlamentarismo liberal, o lo bárbaro, el bolchevismo soviético, y se presenta el ejemplo de la España franquista como modelo a seguir: vencedora del comunismo, resistente a entrar en la guerra al lado de Hitler e inspirada en los valores cristianos de la verdadera libertad.

No obstante, esta visión compartida no alcanza a ocultar diferencias notables entre las dos dictaduras con relación al futuro de Europa y de las relaciones entre sus Estados-Nación. En efecto, el salazarismo mantendrá su rechazo de soluciones supranacionales que menoscaben, siquiera mínimamente, la soberanía nacional y su defensa de una Europa basada en la civilización cristiana16 de la que Portugal era al mismo tiempo avanzada y fortín. Salazar defenderá la necesidad de algún tipo de organización internacional que defienda la civilización occidental tanto del peligro soviético como del norteamericano. Pero su ensoñación pasaba por utilizar África como alternativa para la reconstrucción económica y hegemónica de Europa que podría salvar su civilización con el apoyo mutuo entre un gran bloque ibero-americano —que incluiría las colonias africanas— y la Comunidad británica17. Los intereses de Portugal estaban en la península, en su imperio y en el Atlántico, escasamente en Europa, mucho menos en una Europa federal. Salazar recurre a lo que denomina luso-tropicalismo para justificar su postura aislacionista del “orgullosamente solos” y su nacionalismo económico autárquico18. Una opinión compartida por los políticos e intelectuales portugueses, de cualquier orientación política, que nunca mostraron gran interés por el movimiento europeo ni participaron en los diversos encuentros a favor de la unión europea realizados en la postguerra19.

Por el contrario, la España de Franco mantiene, en cierta medida, vivos los debates sobre Europa20 que se habían gestado desde la crisis finisecular y manifiesta un vivo interés en estar presente en diversos foros culturales e intelectuales, especialmente de la órbita católica. Sin duda, el Instituto de Estudios Políticos (IEP)21 y el Centro Europeo de Documentación e Información (CEDI)22 fueron los mejores instrumentos del régimen franquista para llevar a cabo esta estrategia. Así, el IEP inaugura su Seminario Permanente sobre Europa, el 9 de diciembre de 1949, contando entre sus conferenciantes con el asesor de Paul-Henri Spaak y Director del Instituto de Estudios Europeos de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, Jules-Albert Jaeger23. En los años sucesivos tendrá un gran interés por mantener relaciones con las principales instituciones académicas del continente, llegando incluso a pretender tenerlas con el Colegio de Europa de Brujas que había sido impulsado bajo la égida, entre otros, del exiliado Salvador de Madariaga.

Esta será otra de las diferencias entre los dos países. El papel de los exiliados en el proceso de construcción europea, y muy especialmente de Madariaga. En efecto, mientras que el gobierno portugués logra estar presente en las organizaciones intergubernamentales de finales de los años cuarenta y el español no, los exiliados españoles participan activamente en el Movimiento Europeo mientras que no se encuentra rastro alguno de nombres portugueses. Madariaga será presidente de la comisión cultural del Movimiento Europeo, cargo muy acorde con su idea de que la cultura y no la economía o la política habrían de ser el cemento de la unidad europea. Una cultura plural que engrandeciese a Europa desde el respecto profundo por los caracteres nacionales de cada una de sus partes con una fórmula federal original en exceso. El propio Madariaga preside la creación del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo en París, en 1949.


13 Reis Torgal, Luis, “Los “intelectuales” y el Estado Novo”, Studia Storica, Historia contemporánea, 21, 2003, p. 191.

14 Ferreira da Cunha, Norberto, “O salazarismo e a ideia de Europa” en Europa: mito y razón (coords. Barreiro Barreiro, José Luis y García Soto, Luis), Santiago, Servizo de publicacións da Universidade de Santiago, 2001, p. 41.

15 Aubert, Paul, Les espagnoles… p. 227. Prefacio de la traducción, en 1929, de L´Italie contre l´Europe de Curzio Malaparte, hecha por el propio Giménez Caballero y que el tituló En torno al casticismo de Italia de Curzio Malaparte, en homenaje a Unamuno.

16 En este sentido, Manuel Anselmo concreta, en 1946, las características de la sustancia espiritual de Europa: a) el pensamiento filosófico de Dios, b) la transfiguración, gracias al derecho, del hombre animal en persona humana, c) la arquitectura moral de la vida cimentada en la familia y la nación, d) necesidades culturales que se expresan en el arte y la ciencia y e) comprensión social de la fraternidad y la solidaridad humanas. Anselmo, Manuel, Meridianos críticos (primera serie), Lisboa, Portugalia editora, 1946, pp. 39-41.

17 Rollo, Fernanda, “Salazar e a construção europeia”, Penélope, 18, 1998, p. 67.

18 Royo, Sebastián y Christopher Manuel, Paul, “Introdução” en Portugal, Espanha e a integração europeia. Um balanço (Org. Royo, Sebastián), Lisboa, Imprensa de Ciências Sociais, 2005, pp. 32-33.

19 Calvet de Magalhães, José, “Os movimentos de integração européia no pòs-guerra e a participação nesses movimentos” en Os movimentos de cooperação e integração européia no pós.guerra e a participação de Portugal nesses movimentos (Teixeira Guerra, Rui, Calvet de Magalhães, José e Siqueira Freire, António), Lisboa, INA, Departamento de Integração Européia, 1981, p. 45.

20 Juan Carlos Pereira, acorde con la vigencia de estos debates, sintetiza las percepciones de Europa en los dirigentes y en la sociedad española, entre 1945 y 1986, en cinco: alternativa, medio, necesidad, meta y solución. Pereira Castañares, Juan Carlos, “España ante la construcción europea. De la dictadura a la integración” en España y Portugal. Veinte años de integración europea (coords. García Pérez, Rafael y Lobo-Fernandes, Luis), Santiago, Tórculo Edicións, 2007, p. 50.

21 Sesma Landrín, Nicolás, “La construcción del discurso europeísta del franquismo desde el Instituto de Estudios Políticos (1948-1956), Historia contemporánea, 30, 2005, pp. 159-177, presenta una buena reconstrucción de la labor de esta institución en ese sentido. Cabe destacar que frente a las posiciones oficialistas dominantes en las publicaciones del IEP, también afloraran en sus páginas textos de la disidencia intelectual del falanguismo hacia posturas democráticas.

22 Moreno Juste, Antonio, “El Centro Europeo de Documentación e Información. Un intento fallido de aproximación a Europa, 1952-1962” en El Régimen de Franco (1936-1975). Política y relaciones exteriores (eds. Tussel, Javier, Sueiro, Susana, Marín, José Mª, Casanova, Marina), Madrid, UNED, 1993, Tomo II, pp. 459-474. Weber, Petra María, “El CEDI: promotor del occidente cristiano y de las relaciones hispano-alemanas de los años cincuenta”, Hispania, 188, 1994, pp. 1077-1103.

23 Sesma Landrín, Nicolás, “La construcción del discurso …p. 171

III. Los gobiernos de Portugal y España y la dilatada primavera de Europa

Portugal, a diferencia de España, será miembro fundador de organizaciones europeas y atlánticas a finales de los años cuarenta. En efecto, Portugal asiste a las negociaciones de París en las que se acuerda el nacimiento de la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE), en 1948, y de la Unión Europea de Pagos (UEP), en 1950. Del mismo modo, es signatario fundador del Tratado de Washington que crea la OTAN, en 1949. Por el contrario, la España de Franco no será invitada a la Conferencia de París ni tampoco se solicitará su concurso en la defensa de la Europa Occidental. Sin duda, la neutralidad portuguesa durante la guerra, su prudente relación con las potencias fascistas y su tradicional amistad anglosajona frente a la no beligerancia española y su no disimulada querencia por el Eje, hasta la bisectriz del conflicto, ayudan a explicar esta asimetría en las relaciones exteriores de las dos dictaduras ibéricas.

Según varios historiadores portugueses, el salazarismo siguió una táctica de pragmatismo. Portugal no podía quedarse fuera de organizaciones que no cuestionaban su sistema político y eran claramente intergubernamentales24. Las tradicionalmente buenas relaciones con Gran Bretaña y la cesión del uso de la base de Lajes a los norteamericanos durante la guerra explican la presencia de Portugal en la Conferencia de París para tratar del Plan Marshall, si bien el Ministro de Asuntos Exteriores luso proclama rotundo que “Las felices condiciones internas de Portugal me permiten afirmar que mi país no necesita ayuda financiera externa”25. El propio Salazar consideraba, aún en noviembre de 1947, que el peligro de la hegemonía americana era mayor que la amenaza soviética y seguía porfiando a favor de una recuperación europea con África como despensa26. No obstante, el rápido vuelco de la situación financiera, obligó al gobierno portugués a solicitar también apoyo económico norteamericano.

Parecidos argumentos a los que permiten a Portugal estar presente en la fundación de la OECE sirven para explicar su presencia temprana en la OTAN, aunque en este caso las razones geoestratégicas de las Azores pasan a primer plano. Salazar tuvo que hacer frente a las fuertes presiones que el gobierno de Franco le hizo para que no se incorporase a la organización militar, después de haber intentando sin éxito que España recibiese también una invitación para incorporarse a la OTAN, y a las de los EEUU y Gran Bretaña preocupados porque una negativa portuguesa debilitase el nacimiento de la organización en plena guerra de propaganda27.

Coherente con esta integración en organizaciones intergubernamentales, Salazar no varía su postura en relación con las supranacionales de la pequeña Europa, ni con la puesta en marcha de la CECA y la firma del Tratado de la CED28, tampoco tras el nacimiento de la CEE29. Sólo en 1966 comenzará a aceptar, Salazar, una unidad de estructura económica de Europa, nunca política, que actuase como tercera fuerza30.

Por su parte, España, tras la declaración de Postdam y la Tripartita de marzo de 1946, contempla como la Asamblea General de la ONU aprueba su Resolución 39 (I) recomendando la exclusión del régimen franquista de la vida internacional por sus ecos fascistas. Esta resolución será la base explicativa de la ausencia de España de las organizaciones en las que si estará Portugal. Eran tiempos en que el antifascismo heredado de la guerra todavía pesaba más que el anticomunismo generado en la posguerra en el bloque occidental. La “deuda de honor” contraída con los resistentes republicanos ayuda a entender el veto francés a la presencia española en la creación de la OECE31 y el antifascismo las presiones británicas sobre EE.UU. en la misma dirección32.

Franco, por su parte, mantiene un discurso muy crítico con los gobiernos europeos durante los años del aislamiento y totalmente complaciente con el futuro de las relaciones con el continente americano33. Con los embajadores ya retornados, en diciembre de 1951, seguirá desconfiando del éxito de las comunidades que se estaban gestando porque, en su opinión, los países implicados defendían sus intereses nacionales de forma egoísta y estaban orientados por ideas socialistas34. Cuando finalmente se decida a solicitar negociaciones con la CEE, asume que España debe marchar al ritmo de Europa en el terreno económico pero conservando “sin intromisiones ni condicionamientos, su estabilidad política y su independencia nacional”35.

Por lo que hace a la integración en la OTAN, Franco y sus allegados actúan, en principio, con la convicción de que los aliados necesitan más a España que ésta a ellos y, por lo tanto, mas temprano que tarde, les llamarán36. No obstante, tal cosa no sucede y España se queda fuera mientras Portugal está dentro. La oposición de las opiniones públicas y de los gobiernos europeos, especialmente de Francia y Gran Bretaña, resultaron decisivos. En 1957, los EE.UU. comienzan una campaña para la admisión de España en la OTAN en plena sintonía con el gobierno franquista. El Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, encabezado por Salvador de Madariaga, hará publica su posición contraria apelando a los valores que la Alianza afirma defender en su preámbulo37. Finalmente, la oposición de Dinamarca y Noruega, a pesar del apoyo de todos los demás y la abstención de Canadá y Gran Bretaña, impidió la adhesión que perseguía Franco38.

Desde el punto de vista de las relaciones comerciales, Portugal no tenía en los países comunitarios a sus principales clientes a finales de la década de 1940. En efecto, en 1948, Portugal compraba el 21% de sus productos a EE.UU. y el 20,7% a Gran Bretaña —Francia y Alemania representaban unos raquíticos 0,8 y 1,9%, respectivamente, España el 0,7%—. Por lo que hace a las exportaciones, Francia tiene una cierta preeminencia con el 29,9%, pero Alemania se queda en un 1,06% y España en el 4%39. Por su parte, España, en el mismo año, tenía como principales socios comerciales en las importaciones a Argentina (32,9%), Gran Bretaña (12.15%) y Brasil (10,6%) —Francia, Portugal y Alemania representaban el 0,85, el 0,61 y el 0,02%, respectivamente—. En el capítulo de las exportaciones los socios de referencia eran Gran Bretaña (22,94%), EE.UU. (14,49%) y Francia (7,9%) —Portugal y Alemania eran el destino del 1,45 y del 1,15%, respectivamente—40. La tradición comercial atlántica portuguesa, el aislamiento español de entonces y la ruina económica de la Europa continental de la posguerra explican estas cifras y ayudan a entender la toma de posición oficial en relación con la Europa comunitaria que se iba a crear.


24 Rollo, Fernanda, “‘Salazar e a construção… p. 69. Estanqueiro Rocha, Acilio, “Portugal, da dictadura a integração. 20 anos na União Europeia” en España y Potugal. Veinte años… p. 11.

25 En efecto, la neutralidad había favorecido el incremento de reservas del Banco del Portugal, al igual que la presencia en sus arcas de oro nazi, no obstante, la política de compras y crecimiento rápido impulsada por el ministro Daniel Barbosa provocó la merma acelerada de las reservas dólar, obligando a Portugal a solicitar ayuda directa. Telo afirma que la escasa cuantía recibida por Portugal fue consecuencia de su altanera postura inicial, Telo, António José “Portugal y la integración europea (1945-1974)”, Ayer, 37, 2000, p. 295-296.

26 Rollo, Fernanda, “Salazar e a construção… p. 59.

27 Teixeira, Nuno Severiano, “Portugal e a NATO: 1949-1989”, Análise Social, 133, 1995, p. 807 y Telo, António José, “Portugal e a NATO: dos Pirinéus a Angola”, Análise Social, 134, 1995, p. 950. No faltan quienes sostienen que la exclusión de España fue un elemento central de la decisión de Salazar, al conferirle un papel en la política internacional superior al de su vecino peninsular, Medeiros Ferreira, José, “A Ratificação portuguesa do Tratado do Atlântico”, Politica Internacional, 1, 1990, pp. 155-157.

28 En una circular cursada a todas las misiones diplomáticas, refiriéndose a la posibilidad de una federación europea, Salazar expresa que “Si puedo ser interprete del sentimiento del pueblo portugués, debo afirmar…que la idea de la federación…le repugna absolutamente”, Rollo, Fernanda, “Salazar e a construção… p. 66.

29 Aunque en este caso se perciban algunos movimientos favorables en torno al Ministro de la Presidencia, Marcelo Caetano, Telo, António José, “Portugal y la integración… pp. 298-299.

30 Rollo, Fernanda, “Salazar e a construção… p. 71.

31 Crespo MacLennan, Julio, España en Europa, 1945-2000. Del ostracismo a la modernidad, Madrid, Marcial Pons, 2004, p. 28. No obstante, se insistía en que la exclusión estaba condicionada a un cambio de régimen político que permitiese homologar a España con sus vecinos europeos.

32 Portero, Florentino, “Spain, Britain and the Cold War” en Spain and the great powers in the twentieth century (eds. Balfour, Sebastián y Preston, Paul), Londres-New York, Routledge, 1999, p. 223.

33 PrestonFranco

34 Moreno Juste, Antonio, Franquismo y construcción europea, Madrid, Tecnos, 1998, p. 44. Esta desconfianza contrasta con el apoyo que el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo otorga al Plan Schumann, incluyendo datos de producción y posibles consumidores pero alertando de la imposibilidad de integrar a España mientras carezca de un gobierno libremente elegido. Vid. Déclaration du Conseil fédéral espagnol du Mouvement européen sur le plan Schuman (mai 1951), Dossiers Spéciaux, L´Espagne et la construction européenne en http://www.ena.lu (consultado el 21 de marzo de 2011).

35 Discurso ante el Consejo Nacional del Movimiento, octubre de 1961, citado por Moreno Juste, Antonio, Franquismo y construcción… p. 211. Su principal consejero, Carrero Blanco, advertirá en febrero de 1962 que el Mercado Común es “un feudo de masones, liberales y democratacristianos”. Moreno Juste, Antonio, Franquismo y construcción… p. 235.

36 Carrero Blanco redacta un memorando en el que incluso llega a poner precio a la entrada española en la OTAN: la devolución de Gibraltar, PRESTON, Paul, Franco… p. 728.

37 El manifiesto comienza diciendo “Nosotros, ciudadanos españoles privados del ejercicio de nuestra ciudadanía por una dictadura militar, llamamos la atención de la OTAN sobre el hecho de que la entrada de la España de Franco en la Organización daría al traste con su autoridad moral”. Tusell, Xavier, La oposición democrática al franquismo, Barcelona, Planeta, 1977, p. 386.

38 Viñas, Ángel, En las garras del águila. Los pactos con Estados Unidos, de Francisco Franco a Felipe González (1945-1995), Barcelona, Crítica, 2003, p. 321-322.

39 Telo, António José, “Portugal y la integración… p. 294.

40 Elaboración propia a partir de “Comercio especial de importación y exportación de mercancías por principales países de aquellas”, Anuario Estadístico de 1949. Consultado en http://www.ine.es (16 de marzo de 2011).