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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Anne Oliver

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seducida por su ex, n.º 2049 - julio 2015

Título original: The Ex Factor

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6802-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

El hombre que dormía en su cama tenía un cuerpo hecho para dar placer; un cuerpo esculpido y trabajado hasta adquirir una pecaminosa perfección. Y Melanie Sawyer no había pecado en demasiado tiempo, de modo miró su ancha espalda con ojos hambrientos. Y más abajo, donde la curva del duro trasero desaparecía bajo la sábana de color mandarina.

Le temblaban los labios y los dedos con el deseo de explorar la textura de esa piel, pero solo podía mirar, como en trance, sin moverse para no despertarlo y arruinar el momento.

Él murmuró algo en sueños y Melanie contuvo el aliento. Estaba de espaldas, de modo que no podía verle la cara, pero tenía el pelo oscuro, espeso y deliciosamente despeinado.

Una pena que no estuviera despierto. Una pena que no estuviese en la cama con él. Los amigos de Adam habían dormido allí otras veces, pero no ese. Y nunca en su cama.

Con la mirada clavada en el hombre, Melanie dejó la maleta en el suelo. ¿Estaría completamente desnudo bajo la sábana? Eso esperaba. Pensar eso hizo que el corazón le latiese más deprisa, calentando sitios que no se habían calentado en mucho tiempo. Habían pasado cinco años desde que tuvo el placer de estar en horizontal con un hombre.

¿Quién era?

Melanie giró la cabeza para mirar el salón, había una pila de dvd entre grasientos contenedores de comida china y botellas vacías de cerveza. Ese era el inconveniente de tener un compañero de piso aunque, siendo justos, había vuelto de la conferencia con un día de antelación y sin avisar a Adam.

Un gruñido hizo que volviese a mirar hacia la cama y su ocupante. Con descarado interés, Melanie apoyó un hombro en el quicio de la puerta y observó los fuertes antebrazos, los largos dedos que apretaban la almohada. El hombre se estiró con un letárgico movimiento para tumbarse de espaldas…

Melanie se quedó inmóvil.

Luke Delaney.

¡No! No podía ser. Luke era un ingeniero geólogo que estaba trabajando en algún sitio de Australia central, no en Sídney.

Cuando sus miradas se encontraron vio la misma sorpresa en sus ojos de color café. Luke se incorporó de un salto, pasándose una mano por los ojos, como si también le costase entender dónde estaba.

Su cuerpo se había hecho más firme y musculoso en los últimos cinco años, llevaba el pelo más corto y las líneas alrededor de sus ojos eran más profundas, pero su preciosa boca era la misma. Unos labios gruesos ligeramente inclinados hacia arriba, como si siempre estuviera a punto de esbozar una sonrisa.

Pero no sonreía, al contrario.

–Melanie –dijo por fin.

Esa voz reverberó en sus huesos, más profunda, más rica de lo que recordaba… y lo recordaba muy bien. Recordaba los aterciopelados susurros en su oído, su garganta, sobre sus pechos. Cómo murmuraba su nombre mientras entraba en ella.

Luke se pasó una mano por la cara.

–Cuando Adam mencionó a Melanie… demonios, lo siento. Debería haberme acostado en el sofá, pero Adam me dijo…

–¡Déjalo! –Mel levantó una mano para hacerlo callar. ¿Estaba desnudo? Esperaba que no. Una vez, mucho tiempo atrás, habría apartado la sábana para disfrutar de ese cuerpo duro y vigoroso…

Su rostro estaba marcado por el paso del tiempo, pero no era menos atractivo. Una mano grande, morena, agarró la sábana.

–No pasa nada, Mel. Estoy decente.

Eso era discutible, pensó ella, al ver el calzoncillo oscuro que no podía esconder el impresionante bulto.

Melanie se dio la vuelta, con la cara ardiendo. Al menos estaba fuera de la cama.

–Cuando estés listo…

Nerviosa, se dirigió a la cocina. Tenían que hablar de forma inevitable y necesitaba un poco de cafeína. ¿Dónde estaba Adam cuando necesitaba ayuda? La puerta de su dormitorio estaba cerrada. Melanie respiró profundamente mientras se servía un café. Los recuerdos se agolpaban en su cerebro y el secreto que había pensado enterrado volvía a la vida…

Luke siguió mirando a la puerta cuando ella desapareció.

Melanie. La recordaba como si la hubiera visto el día anterior, con un jersey de colores, una falda morada, unas botas de color beis atadas con cordones. Siempre tan vibrante. La mujer más atractiva e interesante que había conocido nunca.

Recordaba cómo había sido entre ellos: ardiente, urgente, un viaje rápido al paraíso. Siempre se había preguntado cómo reaccionaría si volviese a verla, si el antiguo deseo estaría a la altura de su recuerdo.

Ya lo sabía y saberlo no lo tranquilizaba en absoluto. Tuvo que hacer un esfuerzo para abrir los puños, luchando contra el deseo de saltar de la cama y seguir el tentador movimiento de sus caderas, la sutil fragancia de rosas y vainilla que había dejado en el aire.

Vivía con Adam Trent, por el amor de Dios. Luke contuvo el aliento. Adam le había dicho que compartía casa con una enfermera, pero no se le había ocurrido pensar que fuese aquella enfermera.

Tomó los vaqueros del suelo. Sobre la cómoda vio una foto enmarcada en la que no se había fijado por la noche. Mel y su hermana Carissa.

Por una parte quería irse y olvidar aquel encuentro. Por otra, quería quedarse y convertir la despedida de cinco años atrás en algo diferente, algo que podría haber durado.

Pero ella no quería una relación seria.

Se puso el jersey que había tirado al suelo e hizo una rápida visita al baño para lavarse la cara con agua fría, recordando que ya no era el hombre al que Mel había conocido. ¿Cómo sería ella cinco años después?

Cuando entró en el salón se quedó inmóvil al verla con una taza de café en la mano, la camisa blanca en contraste con su pelo negro, tan fresca como una rosa. Lo dejaba sin aliento. Seguía teniendo las mismas curvas concisas, delgadas.

–¿Café? –le preguntó ella.

–Sí, gracias.

Luke dio un paso adelante para tomar la taza, notando la seductora curva de sus pechos bajo el jersey.

–Bueno… –Mel se dejó caer en un viejo sofá marrón, tan lejos de él como era posible–. ¿Qué haces aquí?

–Adam es un viejo compañero de instituto. Tomamos unas copas y me ofreció que durmiera aquí porque su compañera no volvería hasta esta noche.

–Ah.

¿Había decepción o alivio en su tono? Un momento de conversación civilizada y se iría de allí.

–Siento ser un estorbo.

Ella se encogió de hombros.

–No sabía que estuvieras en Sídney –murmuró, mirando su taza.

–Porque no estamos en contacto.

Los dos se quedaron callados, los recuerdos como sombras entre ellos. Pero no tenía sentido recordar el pasado, ni hacer preguntas, ni buscar culpables.

–Has vuelto antes de lo previsto de la conferencia, ¿no?

Ella asintió con la cabeza.

–Mi compañera de habitación roncaba y no podía soportarlo más, así que a las tres de la mañana hice la maleta y volví a casa.

–Es extraño esto del destino.

Melanie esbozó una sonrisa.

–Hablas como Carissa.

–¿Cómo está, por cierto?

–Felizmente casada y embarazada.

–Me alegro –Luke hizo una pausa–. ¿Y tú?

–Soltera. Y me sigue gustando.

Entonces ¿por qué esa animosidad en su tono? Era casi como si estuviera intentando convencerse a sí misma. Luke esperaba que le preguntase y tuvo que tragarse la decepción cuando no lo hizo.

–¿Tus padres están contentos de que hayas vuelto?

En su tono había cierta amargura y eso le sorprendió porque solo había visto a su padre una vez y vivían fuera cuando salían juntos.

–Aún no lo saben. Han ido a la isla Stradbroke durante unas semanas para tomar el sol, así que estoy solo en esa enorme casa.

La casa que la madre de Melanie limpiaba dos veces a la semana. Melanie lo pensó y él lo leyó en sus ojos.

La primera vez que la vio fue en el funeral de su padre. Había charlado un rato con su hermana Carissa, pero fue Melanie quien llamó su atención. Apenas dos meses después había vuelto a verla en un cóctel en el que Melanie trabajaba como camarera. La camarera bohemia buscando emociones y nuevas experiencias. Y sí, las habían encontrado, pero la relación terminó tres meses después.

–¿Por qué decidiste ser enfermera? Si no recuerdo mal, no podías soportar la sangre.

O el vómito. Se le encogió el estómago al recordar el parque de atracciones Luna Park, en el que pasó la peor y la mejor tarde de su vida. Había pasado una eternidad desde esos días dorados de risa, alegría y amor bajo el sol.

Ella apartó la mirada para acercarse a la ventana.

–Era algo que necesitaba… necesito hacer.

Si no la conociera diría que parecía frágil, insegura.

–¿Qué pasó?

–La vida pasó –Melanie se tocó el corazón como sin darse cuenta–. Era hora de ponerse seria.

–¿Seria?

Mel nunca había querido ser seria. Luke pensó que en su última noche y apretó la taza cuando la escena pasó por su mente como si fuera una película. Había sido un idiota al pensar que podrían haber sido algo más.

–Sí, seria –repitió Melanie, irguiéndose orgullosa.

Su relación había sido tan intensa, tan ardiente y tan temporal, algo destinado a morir. Una simple aventura. ¿Qué otra cosa podía haber entre una camarera y el hijo de un millonario?

–¿Entonces estás contenta, eres feliz?

–Nunca me he sentido mejor –respondió Melanie. Y lo decía en serio. Estaba haciendo lo que más le gustaba, ayudar a niños enfermos. Eso era suficiente.

Tenía que ser suficiente.

Los dos volvieron la cabeza cuando Adam apareció en el salón despeinado y con los ojos vidriosos.

–Me había parecido escuchar voces. Ah, ya veo que os habéis presentado.

–Buenos días, Adam –Melanie miró a su compañero de piso.

–Yo ya me iba –dijo Luke, dejando la taza sobre la mesa–. Me ha alegrado volver a verte.

–Quédate a desayunar –dijo Adam–. Mel hace las mejores tortitas con sirope de arce.

Su cuerpo cubierto de sirope de arce… el recuerdo hizo que Melanie apartase la mirada.

–Seguro que sí –murmuró Luke–. Tengo que irme –se inclinó para hablarle al oído, su aliento ardiendo, los ojos brillantes–. El sexo era genial, ¿verdad?

Melanie contuvo el aliento. ¿Cómo se atrevía?

Luke miraba sus labios y casi le pareció que estaba besándola.

–Nos vemos más tarde.

Frotándose los brazos como para protegerse de la emoción, Melanie se quedó mirando la puerta hasta que oyó a Adam lanzar un silbido.

–¿Ha habido una tormenta eléctrica o qué? Casi podía ver las chispas saltando por todas partes –bromeó–. Siento haberle dicho que podía dormir aquí, pensé que volverías esta noche. Y tampoco esperaba que te enfadases tanto. ¿Estás bien?

Mel se sirvió un fortificante café.

–Estoy bien. Además, ya es tarde, el daño está hecho.

–¿Qué daño?

–Las sábanas.

–¿Las sábanas? –Adam se pasó una mano por el pelo–. Pensaba cambiarlas antes de que volvieses.

–¿Creías que no me daría cuenta?

–Pues sí, la verdad –Adam se dejó caer en el sofá–. Luke es un buen tipo, Mel. Y ha hecho una fortuna fuera, la mayoría de las mujeres pensarían que es un partidazo.

¿Fuera del país? ¿Y su trabajo en Queensland? Le gustaría preguntar, pero no podía hacerlo sin entrar en los sórdidos detalles de su aventura y no tenía ganas en ese momento. Era más fácil fingir que no lo conocía.

–¿Haciendo qué?

–Es ingeniero geólogo –respondió Adam–. Trabaja con ingenieros de caminos. Ha estado en Dubái. Por cierto, esa subasta que las chicas habéis planeado…

¿La subasta donde todo el mundo era emparejado con un miembro del otro sexo?

–¡No!

Con su mala suerte, Luke sacaría su número.

–Puede pujar, Mel. Es soltero, guapo, simpático. Además, le vendría bien un poco de compañía femenina mientras está aquí. Es un asunto benéfico y Luke tiene dinero para aburrir.

«¿Mientras está aquí?». De modo que estaba de vuelta en Sídney temporalmente. Mejor. Mel se encogió de hombros, fingiendo leer la contraportada de un dvd.

–Puede que tenga buen aspecto –murmuró. De hecho, era la fantasía de cualquier mujer– pero una mujer necesita algo más que un cuerpazo y una sonrisa sexy.

Pero al proyecto Rainbow le iría bien el dinero y el premio no la incluía a ella. Entonces, ¿por qué no le gustaba la idea? Porque no quería pensar en Luke con una de sus colegas.

–Es demasiado tarde –murmuró, frotándose los brazos, helada de repente–. Las pujas terminaron ayer.

Adam se limitó a sonreír mientras recogía las botellas y latas de la mesa.

Melanie frunció el ceño, aprensiva. Cuando Adam sonreía así y no replicaba, era porque sabía algo que ella desconocía.

Capítulo Dos

 

Esa noche Melanie no podía dormir. Probablemente porque no había sido capaz de cambiar las sábanas. Qué estúpida. Y estaba durmiendo desnuda, respirando el olor de Luke en la almohada.

¿También él se habría sentido inquieto? ¿Habría dado vueltas en la cama, recordando inconscientemente su aroma?

La sábana le rozaba las partes más sensible del su cuerpo. Suspirando, se movió hacia una zona más fresca de la cama, intentando concentrarse en el golpeteo de la lluvia contra los cristales.

Melanie suspiró, golpeando la almohada. Luke Delaney despertaba a la ninfómana que había en ella. No había estado con otro hombre desde entonces.

Solo la había querido por el sexo. Y no le avergonzaba admitir que ella estaba encantada, pero cuando hablaron de algo más serio él dejó claro que quería una familia. Melanie se sentía demasiado joven como para sentar la cabeza y quería algo más que contentarse con vivir a las afueras, tener un par de hijos y hacer el papel de esposa de un hombre rico.

Aunque Luke no se lo hubiera pedido. Ella sabía qué clase de mujeres prefería para ese papel porque lo había visto con chicas elegantes y guapísimas antes de que se fijase en ella. Mujeres de familia rica que le darían hijos refinados.

Se había dicho que daba igual, ¿por qué no disfrutar de la aventura mientras durase? Pero le dolía y mucho, lo había descubierto la última noche.

Hacía calor aquella noche, Luke se había dado la vuelta en la cama, cubierto de sudor, dejando escapar un suspiro de satisfacción.

–Ha sido…

–Sí, es verdad –lo había interrumpido ella–. Pero parece que ha terminado, ¿no?

–¿Por qué ha terminado? –le había preguntado Luke.

–No nos hemos hecho promesas. ¿No era eso lo que tú querías? Sexo sin complicaciones.

–¿Sin complicaciones? –había repetido él–. Tú eres la mujer más complicada que conozco –Luke frunció el ceño mientras se incorporaba–. ¿Qué te pasa?

Mel se incorporó también, tapándose con la sábana.

–He estado trabajando en un cóctel… tu boda va a ser el evento social del año.

Luke hizo una mueca.

–¿Te importaría decirme quién es la novia?

–Esa chica, Eleanor, de apellido aristocrático. He visto fotografías de los dos juntos.

–McDonald–Smythe –dijo Luke–. Son habladurías, Mel. No sabes cómo le gusta a la clase alta extender rumores y mentiras.

–¿Quieres hablar de mentiras? –Melanie intentó apartarse, pero él no la dejaba–. ¿Por qué había una foto de los dos en la Copa de Melbourne?

Él cerró los ojos brevemente. ¿Para inventar una excusa?

–Eso fue en noviembre. Tú y yo habíamos empezado a salir juntos una semana antes y sabías que iba a Melbourne para asistir a la Copa. Vi a mucha gente, pero no se me ocurrió hacer un inventario de nombres.

No, pero había habido otras veces en esos cortos tres meses: entrevistas, reuniones, eventos que organizaba su padre. Nunca le había pedido que lo acompañase.

–Una camarera no entra en los planes de tu familia –por fin logró soltar su mano y en esa ocasión Luke no hizo nada para recuperarla.

De hecho, apartó la mirada, como si aceptase la verdad en sus palabras.

–¿Y mis planes? –el rostro se le oscureció, las venas de su cuello destacando como cuerdas–. Resulta que me han ofrecido un puesto en Queensland y pienso aceptarlo.