FRANCISCO JAVIER NAVARRO

Así se gobernó Roma

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2017 by FRANCISCO JAVIER NAVARRO

© 2017 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Colombia, 63 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Estudio llevado a cabo en el marco del Proyecto de I+D, “Funciones y vínculos de las elites municipales de la Bética. Marco jurídico, estudio documental y recuperación contextual del patrimonio epigráfico. I” (ORDO V), Referencia: HAR2014-55857-P, del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia del Ministerio de Economía y Competitividad, cofinanciado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4793-7

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN EL GOBIERNO EN ROMA

I. La Monarquía en Roma (753-509)

1. El nacimiento de una ciudad

La fundación de Roma

La primera expansión territorial

2. La Monarquía romana

El conocimiento de la Monarquía romana

Rómulo y la fundación de la Ciudad

Cronología de los reyes de Roma

El viaje de Eneas y la leyenda de la loba

3. Las primeras instituciones

El rey: sacerdote y general

Senado y senadores

El nacimiento del populus

Las reformas de Servio Tulio

4. El ordenamiento jurídico de Roma

Familia y sociedad

La génesis del derecho

5. La religión romana arcaica

Dioses, fiestas y ritos

Los sacerdotes de la religión oficial

II. Los inicios de la República (509-264)

1. El nacimiento de un nuevo régimen

La caída de la Monarquía

Valores políticos de la aristocracia romana

2. Una época de cambios

Naturaleza del conflicto patricio-plebeyo

Las reformas del siglo V

La ley de las XII Tablas

Las leyes Licinias-Sextias

La secularización del Estado

3. La nueva potencia militar

El ejército romano

Peligros y expansión

El control de Italia

La doble ciudadanía y la hegemonía indirecta

4. Derecho y religión en la República

La codificación de las leyes

Religión y política en la República romana

III. El funcionamiento del Estado

1. El gobierno de la República

Características generales

Magistraturas con poder militar

Magistraturas civiles

2. El Senado de Roma

Competencias y composición

Procedimiento y actuación

3. La Asamblea popular

Las distintas unidades de voto

La aprobación de las propuestas

4. La administración republicana

El gobierno de Italia y de las provincias

La administración de justicia

5. El ejercicio del poder

La clase dirigente romana: nobilitas

Valores políticos y praxis de gobierno

IV. Los años de la expansión (264-133)

1. La conquista del Mediterráneo

La Primera y Segunda Guerras Púnicas

Los reinos helenísticos de Oriente

El Mediterráneo occidental: África e Hispania

2. El gobierno de Roma

Evolución institucional

La nueva clase dirigente: senadores y caballeros

El cuerpo electoral: ingenuos y libertos

3. La gestión del imperio

El modelo romano de expansión

El distanciamiento de Italia

4. El pensamiento político griego

Una ética para el gobierno del mundo

El helenismo al servicio de Roma

V. El final del régimen republicano (133-30)

1. La disolución de la República (133-30)

Crisis política y evolución institucional (133-70)

El triunfo de los personalismos (70-49)

La agonía del régimen republicano (49-30)

2. El pensamiento político de Cicerón

En defensa de la República

La humanización del Imperio romano

3. La creación de la Monarquía

Julio César y la solución a la República

Viejos problemas, nuevas soluciones

VI. El reinado de Augusto

1. Evolución histórica (30 a. C.-14 d. C.)

La institucionalización del régimen

La expansión militar

La cuestión sucesoria

2. La nueva administración imperial

Los poderes de Augusto

El gobierno de Roma y de Italia

El régimen provincial

La Asamblea popular y el Senado

3. Un imperio sin fin

Las reformas sociales

Cambios en la religión oficial

El dominio sobre la historia

VII. Evolución institucional (14-235)

1. Desarrollo histórico

La dinastía Julio-Claudia (14-68)

La dinastía Flavia (69-96)

Los emperadores del siglo II (96-192)

Una familia africana (192-235)

2. La ecúmene romana

Romanización y desarrollo urbano

La estructura social y económica del Imperio

La reflexión en torno a Roma

VIII. La práctica de gobierno (14-235)

1. La administración central

La Cancillería del emperador

El Senado y la legislación imperial

Los recursos financieros

La administración de justicia

2. La gestión del Imperio

El gobierno de Hispania

El ejército romano

La administración local

3. Bases políticas y sociales del gobierno

Los apoyos del emperador

La clase dirigente romana

Caballeros y decuriones

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA

FRANCISCO JAVIER NAVARRO

PRÓLOGO

LAS ESTRUCTURAS POLÍTICAS y jurídicas de Europa occidental se han redefinido periódicamente con relación a la Antigüedad greco-romana. Los griegos, en su búsqueda constante de la “forma ideal” en todos los órdenes de la creatividad humana, se aplicaron también en encontrar la mejor “forma política” posible. Tras ensayar diversas vías, creyeron descubrir la solución en la democracia, que sin embargo conoció una precaria existencia. No fue una democracia como hoy la entendemos, pues su ejercicio estaba reservado celosamente al selecto grupo de quienes disfrutaban la condición de ciudadanos, marginando a otros (mujeres, esclavos, extranjeros), aunque constituyeran mayoría numérica.

Tal es la consabida crítica que se hace a aquel sistema, aunque supuso un decisivo avance. Pero quizás los griegos hubieran respondido a dicha acusación, alegando que nuestras modernas democracias representativas son realmente oligarquías electivas. Nunca hubieran entendido que en un régimen democrático la capacidad de decisión política efectiva no correspondiese al conjunto de la ciudadanía, sino a lo que hoy denominamos la “clase política”, a menudo distante por sus intereses de la comunidad gobernada. Para ellos el hombre solo podía funcionar como “animal político” en un sistema a la medida de lo humano, donde todos pudieran participar directamente. Esa medida era la ciudad-estado, la polis.

Es evidente que en nuestros modernos estados tales planteamientos resultan inviables. Pero quizás estemos entendiendo actualmente algo de lo que sentían los antiguos griegos (y luego hasta cierto punto asumiría la autonomía municipal romana), cuando nuestros gobiernos impulsan fórmulas de descentralización política a nivel territorial (se habla mucho también de la “Europa de las regiones”), para dar a la ciudadanía una más amplia participación y capacidad de decisión sobre las cuestiones que les afectan de cerca.

En cualquier caso no deja de ser un descubrimiento importante en la antigua Hélade el concepto de “comunidad política” soberana, capaz de tomar sus propias decisiones, sin depender de despóticos poderes unipersonales amparados en legitimaciones divinas, por muy sabios que fuesen, como ocurría en los imperios orientales que, sustancialmente por dicha diferencia, los griegos consideraban “bárbaros”. Pese a su azarosa existencia política, tendemos a juzgar en este terreno a los griegos como más limpios que los romanos, viendo a estos como más corruptos, quizás porque los percibimos más cercanos a nosotros y los sometemos al mismo rasero. Pero mucho de lo que sabemos del abuso de poder nos lo contaron los propios romanos, así Cicerón o Plinio el Joven. Ello indica que al menos tenían un ideal de buen gobierno, y que ejercían ciertas formas de censura, algo esencial en nuestros modernos sistemas democráticos. Capacidad autocrítica que, retornando a la Antigüedad, difícilmente podríamos imaginar en un asirio, un egipcio o un persa.

Nadie duda, sobre todo después de haber leído la Política de Aristóteles, que los griegos también nos proporcionaron el lenguaje de la teoría política, que sigue hoy vigente. Pero en este terreno ha sido realmente Roma la que ha tenido más trascendencia en la praxis política moderna. Para algunos tratadistas nuestros actuales sistemas bicamerales proceden del viejo régimen de la República romana, que repartía los poderes entre un elemento monárquico, los poderosos cónsules; otro oligárquico, el Senado; y un componente popular, los tribunos de la plebe y los comicios. Sobre la teoría de los regímenes políticos ha tenido enorme influencia el análisis que en el siglo II a. C. hizo el historiador Polibio de lo que consideraba la “constitución” romana, de cuya creación, por cierto, nadie levantó jamás acta. Las nociones de separación y equilibrio de poderes, generalmente atribuidas al pensador francés Montesquieu, remontan en última instancia a la citada visión polibiana, de la que también se hace eco Cicerón, pero que hay que matizar por no ser del todo exacta.

En realidad, la Roma republicana fue siempre un baluarte aristocrático con cíclicas variantes en su fisonomía política. Pero funcionaban componentes democráticos en el sistema porque, a fin de cuentas, los magistrados debían ser elegidos en unos comicios, donde los candidatos del orden senatorial debían solicitar los votos al pueblo. Y en tal coyuntura se ponía en juego lo que es la esencia de la política, tal como nos la aportaron originalmente los romanos: el arte de convencer, de revalorizar con argumentos las ideas propias ante las del adversario. De ahí la importancia de la formación retórica para defender las propias ideas ante las del adversario, realidad que mantiene su función en los modernos debates electorales. En lo positivo y en lo negativo seguimos sustancialmente sintonizando con aquellas formas de hacer política.

Los intelectuales romanos, oradores, poetas e historiadores, han estado muy presentes en el pensamiento político europeo desde el Renacimiento y la Ilustración. El historiador Tácito fue muy popular entre los republicanos ingleses, y punto de referencia de los defensores de la nueva monarquía liberal y constitucional. También muchos líderes de la Francia revolucionaria estaban fascinados por la Roma republicana. Y Napoleón, a quien le gustaba evocar sus glorias bajo modelos estéticos “romanos” (basta ver sus monumentos en París), llevó el título muy romano de primer cónsul.

Aunque si la Inglaterra liberal y la Francia revolucionaria del siglo XVIII convirtieron a la Roma republicana en paradigma, también la patria de Virgilio proporcionaba la antítesis detestable, la perversión del sistema bajo el régimen imperial, considerado absolutista y decadente, como el “Antiguo Régimen” derribado por la Revolución. Un sistema de gobierno que legó a la historia de Europa otro modelo político, lo que ha venido a llamarse cesarismo. Toma su nombre del gran Julio César, líder liberal y popular en la palestra política de su tiempo, pero que simbolizaba la opresión y el autoritarismo para los republicanos modernos. No olvidemos que dio el golpe de gracia a la decadente y corrompida República revistiendo los poderes de dictator, dando paso a lo que a partir de Augusto fue de hecho una monarquía absoluta y, en ciertos períodos, despótica.

Hay otra cuestión histórica importante en nuestro mundo contemporáneo, donde el “modelo romano” ha sido reconocido como precedente en algunos discutidos aspectos: la expansión imperialista de Roma. Su desarrollo, pero también su caída, interesaron siempre a quienes han reflexionado sobre la Historia Universal y los hilos que la han movido. Y se ha contrastado con otras empresas coloniales emprendidas por grandes estados posteriores. Pero debemos recordar que su engrandecimiento no se limitó a incorporar territorios, con el fin de aprovechar sus recursos económicos o por razones geoestratégicas. Aquella enorme estructura política que Roma forjó en torno al Mediterráneo fue integrando sociedades de muy diversa naturaleza, pero que gradualmente asimilaron la que llamamos “cultura clásica”.

Y ello se hizo utilizando, entre otros medios, la expansión de la ciudadanía romana, para ir incorporando y equiparando pueblos muy diversos. Romano era un término con connotaciones jurídicas, y cualquiera de los súbditos del imperio podía alcanzar tal estatus, cuya difusión nunca estuvo limitada por raza, creencias religiosas o nivel económico. Fue un mecanismo de adopción acorde con la fusión dentro de la Romanitas de muy diversos componentes étnicos y legados culturales, todos los cuales llegaron a convivir en armonía. Lo que no fue óbice, y la moderna investigación lo viene valorando cada vez más, para que dicho proceso admitiera también muchas pervivencias culturales nativas reinterpretadas a la luz de la Latinidad. Pero es evidente que la idea de una ciudadanía universal, que debe mucho al concepto estoico y cristiano de fraternidad entre los hombres, ha influido notablemente en la identidad histórica de Europa. Y mucho después de que desapareciera el imperio romano de Occidente, ha seguido vigente la idea de una patria y cultura europeas compartidas.

Aunque no todo fueron luces en dicho proceso. También conoció sombras que permanecen en los libros de Historia, precisamente porque los propios historiadores romanos no las ocultaron, sino que dejaron memoria de algunos de sus capítulos más ominosos. Tal es el caso, por poner un ejemplo, de los modernos conflictos entre lenguas y culturas, que suscitan un debate en el que subyace la propia experiencia imperialista romana, en muchos aspectos integradora, pero también destruc­tora a la vez. Todo ello tenía sin duda que aflorar en un imperio que fue, no lo olvidemos, un variopinto mosaico de etnias, y que se fue forjando a partir de procesos de aculturación, en los que prevaleció la dominante cultura greco-romana, pero que también generó radicales resistencias. Son cuestiones hoy también de actualidad, que reavivan algunos importantes problemas ya suscitados en aquellos siglos.

Pero lo importante en nuestra reflexión sobre lo que Roma significó en la Historia es apreciar el decisivo legado que dejó para la construcción de la moderna Europa, sobre el cual se asienta en gran medida nuestra identidad de europeos. La aportación romana ocupa un lugar fundamental en la génesis de una Europa que aspira a la unidad, proceso complejo sin duda. Y de ella formaron parte hechos decisivos como la creación de la primera gran red de comunicaciones continental, que facilitó los intercambios comerciales y culturales en torno al eje mediterráneo, o la unificación monetaria, precedente del similar proceso acometido dentro de la Unión Europea. Por añadidura, los romanos, originalmente un pueblo de rústicos agricultores, impulsaron la primera “Europa de las ciudades”, expandieron la urbanización por todas partes, fundando colonias que funcionaron como centros políticos, económicos y culturales, o convirtiendo las antiguas comunidades indígenas en municipios gestionados bajo patrones jurídicos romanos. La toponimia de nuestro continente está plagada de evocaciones romanas, y algunas de las que hoy son grandes capitales y centros de decisión política en la moderna Europa nacieron en tiempos romanos.

Fue aquella incipiente Europa la primera que se gobernó con criterios coherentes, organizándose desde Augusto una estructura burocrática destinada a administrar, con alto nivel de especialización, todo aquel extenso universo provincial. Pero igualmente fue la primera Europa donde los mecanismos centrípetos del poder se compensaron con un alto nivel de descentralización, y el desarrollo de una alta conciencia de autonomía local, con leyes municipales que regularon la convivencia humana en ese ámbito básico de las relaciones sociales que es la ciudad. Y hablando de leyes, no podemos olvidar que la historia política de Roma va indisolublemente unida al desarrollo de la ciencia jurídica; en el Derecho, los romanos nos han dejado una de sus más valiosas herencias. Estamos hablando, no debe olvidarse, del Derecho Romano, así con mayúsculas, el único que permitió superar en la vieja Europa la profusión de los derechos consuetudinarios locales, donde abundaban los primitivismos y los abusos de los poderosos. Aunque pueda parecer paradójico, el absolutismo imperial coexistió con un sistema legal altamente desarrollado, que ha sido modelo para la posteridad.

Todas estas reflexiones comprometen muy especialmente a quienes en las facultades humanísticas enseñan e investigan sobre la Historia Antigua, y más concretamente sobre lo que significó la experiencia política de Roma, y lo que todavía hoy puede aportarnos. Por ello resultan de enorme oportunidad, y por supuesto de indudable utilidad, obras como la que ahora presentamos, que nos ofrece una visión muy completa de mil años de “política romana”, desde sus orígenes hasta el siglo III d. C. Su autor la ha estructurado con notable acierto en tres niveles expositivos. El primero nos acerca a la organización del estado en sus tres grandes etapas históricas, Monarquía, República e Imperio, explicando cuáles fueron sus respectivas bases, instituciones y su funcionamiento. El segundo nivel centra su atención en la clase dirigente que en cada momento tuvo en sus manos el gobierno, cuya composición, mentalidad e intereses fueron evolucionando al compás de los grandes momentos históricos que a Roma le tocó vivir. Ahondar en sus parámetros ideológicos, en sus intereses materiales, en sus estrategias de poder, resulta fundamental para entender por qué Roma llegó a ser lo que fue. Y el tercer plano, quizás la dimensión más sugestiva de este libro, ahonda en los fundamentos teóricos institucionales, explicando cómo se desenvolvió en ese contexto la clase dirigente; cómo funcionó “políticamente” de acuerdo a sus principios ideológicos y a sus específicos intereses; y, en definitiva, cuáles fueron las estrategias de dominio que fue adoptando en cada momento según las circunstancias históricas.

Ahí radican muchas de las claves que este libro expone, y que se nos desvelan no solamente a través del uso y abuso que de la ciencia política hicieron los romanos, y especialmente sus gobernantes, sino también analizando sus conexiones con otros importantes parámetros de la creatividad humana, como la Literatura, el Arte, el Derecho, la Religión, etc., en los que Roma nos dejó decisivas aportaciones. Y siempre teniendo en cuenta las diferentes etapas históricas por las que fue pasando, desde su nacimiento como pequeña comunidad junto al río Tíber, acosada por sus vecinos, hasta convertirse en el más grande imperio que conoció la Antigüedad. Una civilización a la que ahora debemos valorar no tanto por lo que significó en su época, sino por la perennidad que todavía hoy, y seguramente por mucho tiempo, seguirá teniendo entre nosotros, al ser una de las piezas fundamentales sobre las que se ha ido configurando nuestra cultura. Un modelo que, con trascendentales consecuencias, se ha ido proyectando desde las fronteras de Europa hasta otros lares geográficos.

No es fácil hacer comprender todos estos aspectos de la Historia de Roma si no se proyectan al lector simplemente interesado, o al más cultivado, de forma clara, bien estructurada, y con lenguaje sencillo y, por tanto, asequible. Ese es uno de los méritos, entre otros, que acredita el autor de este libro, fruto de sus muchos años dedicados al estudio de las instituciones romanas, pero también a proyectar sus densos conocimientos en la materia a través de una dilatada actividad docente. Todo lo cual le ha permitido tener un profundo conocimiento de las fuentes históricas (literarias, epigráficas, jurídicas, etc.), y de la bibliografía más actualizada.

Licenciado en Historia por la Universidad de Salamanca, y doctor en Historia Antigua por la Universidad de Navarra, donde ha desarrollado una larga y meritoria carrera como profesor de Historia Antigua, Francisco Javier Navarro se ha interesado de forma especial por las instituciones políticas y administrativas de Roma, pero también por su historia social, con particular atención a los órdenes senatorial y ecuestre, en cuyas manos recayó la gestión del Estado. Una parte muy importante de su labor investigadora se ha realizado dentro del prestigioso grupo de investigación ORDO (Oligarquías Romanas de Occidente), participando en diversos proyectos, publicaciones, congresos, etc. Y ha ido enriqueciendo su bagaje de conocimientos con provechosas estancias en universidades y centros de investigación de reconocido prestigio en Alemania, Italia, Estados Unidos, etc. A todo ello debemos añadir su labor como editor de diversos libros y como organizador de varios congresos y coloquios de Historia Antigua, ocupándose muy cuidadamente de la publicación de las correspondientes actas. Asimismo, además de sus ocho libros, es autor de numerosos artículos en importantes revistas de su especialidad tanto de España como del extranjero.

Tales acreditaciones garantizan la calidad de esta obra que ahora dedica a la teoría y práctica del gobierno en Roma, y que se caracteriza por su capacidad de síntesis, sus bien definidos objetivos, su homogeneidad, su rigor histórico, y el amplio y actualizado bagaje de conocimientos que atesora. Además, su lenguaje conciso, y la sencillez para definir los conceptos fundamentales, evitando los prolijos debates de especialistas, hacen muy cómoda la lectura, resultando instrumento de conocimiento muy asequible. Y aunque destinada al gran público, es enormemente útil también para profesores e investigadores en Historia Antigua, pues con ella el alumnado puede recibir una formación amplia y clara, pero al mismo también muy asequible, sobre su historia en general, y más concretamente sobre los fundamentos políticos y constitucionales, los principios jurídicos y los mecanismos administrativos en los que se asentó el Estado romano.

Se trata de dar respuesta a una cuestión esencial, que siempre surge cuando nos acercamos a la antigua Roma y nos hacemos ciertas preguntas: cómo llegó a forjarse aquel gran imperio; cómo los romanos supieron no solo conquistarlo, sino gobernarlo durante tanto tiempo; qué procedimientos fue adoptando su olfato político para resolver los diversos problemas planteados por la gradual integración de muy diferentes territorios, pueblos y culturas. En definitiva, sobre qué bases teóricas y soluciones prácticas se cimentó aquel sólido edificio político, que hoy sigue asombrándonos por sus múltiples y decisivos logros a lo largo de más de mil años de la Antigüedad.

JUAN FRANCISCO RODRÍGUEZ NEILA

Catedrático de Historia Antigua

Universidad de Córdoba