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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Caitlin Crews. Todos los derechos reservados.

AMOR DE FANTASÍA, N.º 2134 - febrero 2012

Título original: The Replacement Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-465-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

LA CASA no había mejorado desde que ella la había visto por última vez. Se asomaba sobre la elegante Quinta Avenida de Nueva York, con el estilo anticuado de la época dorada. Becca Whitney estaba sentada en el amplio salón, tratando de fingir que no se daba cuenta de cómo la miraban sus dos supuestos parientes. Como si su presencia allí, como la hija ilegítima de su desheredada y menospreciada difunta hermana, contaminara el ambiente.

«Quizá sea cierto», pensó Becca. Quizá ése fuera el motivo por el que la enorme mansión parecía una cripta fría e impersonal.

El intenso silencio, que Becca se negaba a romper puesto que esa vez era a ella a quien habían llamado, se quebró de repente con el ruido de la puerta al abrirse.

«Menos mal», pensó Becca. Tuvo que mantener las manos fuertemente entrelazadas y apretar los dientes para no pronunciar las palabras que deseaba soltar. Fuera lo que fuera, aquella interrupción era bienvenida.

Hasta que levantó la vista y vio al hombre que entró en la habitación. Al verlo, reaccionó sentándose derecha en la silla.

–¿Es ésta la chica? –preguntó él, con un tono exigente.

El ambiente cambió de golpe. Ella le dio la espalda a los tíos a los que, en su momento, había decidido que no volvería a ver y se volvió hacia el hombre. Él se movía como si esperara que el mundo funcionara alrededor de él y con la seguridad que indicaba que solía ser de esa manera.

Becca separó los labios una pizca cuando sus miradas se encontraron, habían pasado veintiséis años desde que aquella gente terrible echó a su madre como si fuese basura. Tenía los ojos de color ámbar y la miró fijamente hasta hacerla pestañear. Haciendo que ella se preguntara si se había asustado.

¿Quién era él?

No era especialmente alto pero tenía presencia. Llevaba el tipo de ropa cara que todos llevaban en aquel mundo hermético de privilegio y riqueza. Era delgado, poderoso, impresionante. El jersey gris que llevaba resaltaba su torso y sus pantalones negros resaltaban sus muslos musculosos y sus caderas estrechas. Su aspecto era elegante y sencillo a la vez.

Él la miró ladeando la cabeza y Becca se percató de dos cosas. Una de ellas era que aquél era un hombre inteligente y peligroso. Y otra, que debía alejarse de él. Inmediatamente. Se le formó un nudo en el estómago y se le aceleró el corazón. Había algo en él que la asustaba.

–Entonces, te das cuenta de su parecido –dijo Bradford, el tío de Becca, con el mismo tono condescendiente que empleó para echar a Becca de aquella casa seis meses antes. Y en el mismo tono que había empleado para decirle que su hermana Emily y ella eran producto de una equivocación. Algo bochornoso. Desde luego, no de la familia Whitney.

–Es asombroso –el hombre entornó los ojos y miró a Becca con detenimiento mientras hablaba con su tío–. Pensé que exagerabas.

Becca lo miró y sintió que se le secaba la boca y le temblaban las manos. «Es pánico», pensó. Sentía pánico y era perfectamente razonable. Deseaba ponerse en pie y salir corriendo para alejarse de aquel lugar, pero no era capaz de moverse. Era su manera de mirarla. La autoridad de su mirada. El calor. Todo ello hizo que permaneciera quieta. Obediente.

–Todavía no sé por qué estoy aquí –dijo Becca, esforzándose para hablar. Se volvió para mirar a Bradford y a Helen, la reprobadora hermana de su madre–. Después de cómo me echasteis la última vez…

–Esto no tiene nada que ver con aquello –contestó su tío con impaciencia–. Esto es importante.

–También lo es la educación de mi hermana –contestó Becca. Era demasiado consciente de la presencia del otro hombre. Percibía que él se la comía con la mirada y sintió que se le encogían los pulmones.

–Por el amor de Dios, Bradford –murmuró Helen a su hermano, jugando con los anillos de su mano–. ¿En qué estás pensando? Mira a esta criatura. ¡Escúchala! ¿Quién iba a creer que era una de los nuestros?

–Tengo tanto interés en ser una de los vuestros como en regresar a Boston desnuda caminando sobre un mar de cristales rotos –contestó Becca, pero recordó que debía concentrarse en el motivo por el que había regresado allí–. Lo único que quiero de vosotros es lo que siempre he querido. Ayuda para la educación de mi hermana. Todavía no veo por qué es mucho pedir.

Gesticuló señalando las muestras de riqueza que había a su alrededor, las suaves alfombras, los cuadros que había en las paredes y las lámparas de araña que colgaban del techo. Y no quiso mencionar el hecho de que estaban en una mansión familiar que ocupaba un bloque entero en medio de la ciudad de Nueva York. Becca sabía que la familia que se negaba a hacerse cargo de ellas podría permitírselo sin siquiera notar la diferencia.

Y no era de Becca de quien debían de hacerse cargo, sino de Emily, su hermana de diecisiete años. Una chica inteligente que merecía una vida mejor de la que Becca podía ofrecerle con su salario de procuradora. Lo único que había provocado que Becca fuera a buscar a aquellas personas y se presentara ante ellos había sido la necesidad de cubrir las carencias de Emily. Únicamente el bienestar de Emily merecía que ella acudiera a reunirse con Bradford, después de que él hubiese llamado «zorra» a su madre y echado a Becca de aquella casa.

Además, Becca le había prometido a su madre en el lecho de muerte que haría todo lo posible para proteger a Emily. Cualquier cosa. ¿Y cómo podía romper su promesa después de que su madre lo hubiese dado todo por ella años atrás?

–Levántate –le ordenó el hombre.

Becca se sobresaltó al ver que él estaba demasiado cerca y se amonestó por mostrar su debilidad. De algún modo sabía que se volvería en su contra. Se volvió y vio que el mismísimo diablo estaba de pie junto a ella, mirándola de forma inquietante.

¿Cómo era posible que aquel hombre la pusiera tan nerviosa? Ni siquiera conocía su nombre.

–Yo… ¿Qué? –preguntó sobresaltada.

Desde tan cerca pudo ver que el tono aceituna de su piel y su penetrante mirada le daban un aspecto muy masculino e irresistible. Era como si sus labios seductores provocaran que ella deseara mostrar su feminidad.

–Levántate –repitió él.

Y ella se movió como si fuera un títere bajo su control. Becca se quedó horrorizada consigo misma. Era como si él la hubiera hipnotizado. Como si fuera un encantador de serpientes y ella no pudiera evitar bailar para él.

De pie, se percató de que era más alto de lo que parecía y tuvo que echar la cabeza ligeramente hacia atrás para poder mirarlo a los ojos. Al hacerlo, se le aceleró el pulso como si quisiera escapar…

–Es fascinante –murmuró él–. Date la vuelta.

Becca lo miró y él levantó un dedo y lo giró en el aire. Era una mano fuerte. No pálida y delicada como la de su tío. Era la mano de un hombre que la empleaba para trabajar. De pronto, la imagen erótica de aquella mano acariciando su piel invadió su cabeza. Becca intentó erradicarla enseguida.

–Me encantaría obedecer sus órdenes –le dijo, sorprendida por el fuerte deseo carnal que la invadía por dentro–, pero ni siquiera sé quién es o qué quiere, ni por qué se cree con el derecho de mandar a cualquiera.

En la distancia, oyó que sus tíos suspiraban y exclamaban en voz baja, pero Becca no tenía tiempo de preocuparse por ellos. Estaba cautivada por los ojos color ámbar del hombre que tenía delante.

Le parecía curioso que lo encontrara inquietante y que al mismo tiempo tuviera la sensación de que él podría darle seguridad. Incluso allí. «No creo. Este hombre es tan seguro como un cristal roto», trató de contradecir su ridícula idea.

Él no sonrió. Pero su mirada se tornó más cálida y Becca sintió que una ola de calor la invadía por dentro.

–Me llamo Theo Markou García –dijo él, con el tono de un hombre que esperaba que lo reconocieran–. Soy el director ejecutivo de Whitney Media.

Whitney Media era el gran tesoro de la familia Whitney, el motivo por el que todavía podían mantener antiguas mansiones como aquélla. Becca sabía muy poco acerca de la empresa. Excepto que debido a ella, y gracias a los periódicos, las cadenas de televisión y los estudios de cine, los Whitney poseían muchas cosas, tenían mucha influencia y se consideraban semidioses.

–Enhorabuena –dijo ella y arqueó las cejas–. Yo soy Becca, la hija bastarda de la hermana que nadie se atreve a mencionar en voz alta –se volvió y fulminó a sus tíos con la mirada–. Se llamaba Caroline, y era mejor que vosotros dos juntos.

–Sé quién eres –contestó él, acallando el sonido que sus tíos habían emitido como respuesta–. Y en cuanto a lo que quiero, no creo que sea la pregunta adecuada.

–Es la pregunta adecuada si quiere que me dé la vuelta enfrente suyo –respondió Becca con valentía–. Aunque dudo de que vaya a darme la respuesta adecuada.

–La pregunta correcta es ésta: ¿qué es lo que tú quieres y cómo puedo dártelo? –se cruzó de brazos.

Becca se fijó en cómo se movía la musculatura de su torso. Aquel hombre era un arma mortal.

–Quiero que financien la educación de mi hermana –dijo Becca, mirándolo de nuevo a los ojos y tratando de concentrarse–. No me importa si es usted el que me da el dinero, o si son ellos. Sólo sé que yo no puedo pagársela –la injusticia permitía que algunas personas como Bradford y Helen tuvieran acceso a estudiar en la universidad sin ningún problema mientras que Becca se esforzaba por ganarse el sueldo cada mes. Era una locura.

–Entonces, la otra pregunta es: ¿hasta dónde estás dispuesta a llegar para conseguir lo que quieres? –preguntó Theo mirándola fijamente.

–Emily merece lo mejor –dijo Becca–. Haré lo que tenga que hacer para asegurarme de que lo consigue.

La vida no era justa. Becca no se lamentaba de nada de lo que había tenido que hacer. Pero no estaba dispuesta a quedarse parada y ver cómo se desvanecían los sueños de Emily cuando no era necesario. Y menos cuando le había prometido a su madre que nunca permitiría que eso sucediera. No si Becca podía hacer algo para remediarlo.

–Admiro a las mujeres ambiciosas y sin piedad –dijo Theo, pero había algo en su tono de voz que a Becca no le gustaba. Al cabo de un momento, repitió el gesto con la mano para que ella girara sobre sí misma.

–Debe de ser muy agradable ser tan rico como para cambiar el coste de cuatro años de educación por un pequeño giro –dijo Becca–, pero ¿quién soy yo para discutir?

–No me importa quién seas –contestó Theo con dureza en su tono de voz.

Becca comprendió que no era un hombre con el que se pudiera bromear. Era la criatura más peligrosa con la que se había cruzado en su vida.

–Lo que me importa es tu aspecto –añadió él–. No hagas que te lo pida otra vez. Date la vuelta. Quiero verte.

Increíblemente, Becca se volvió. Notó que se le sonrojaban las mejillas y que las lágrimas inundaban su mirada, pero obedeció. El corazón le latía deprisa, a causa de la humillación y de algo más, algo que la hacía temblar a pesar de que sentía un cosquilleo en el estómago.

La última vez se había vestido como si fuera a una entrevista de trabajo, con un traje conservador y sus mejores zapatos. Después, se había odiado por haber puesto tanto esmero en el intento. Esta vez, no se habían preocupado por lo que pudieran pensar de ella. Llevaba un par de vaqueros, sus viejas botas de motorista y una vieja camiseta debajo de una sudadera con capucha. Era una ropa cómoda y además había provocado que sus refinados parientes se avergonzaran al verla entrar. Había estado contenta consigo misma, hasta ese momento.

En ese instante deseaba haberse vestido de otra manera, con algo que hubiera llamado la atención de aquel hombre y que hubiese evitado esa sonrisita en su boca sensual. «¿Y por qué deseas tal cosa?», se preguntó, confundida por la mezcla de sentimientos que la invadían por dentro. ¿Qué pasaba con ese hombre? Tambaleándose, terminó el giro y lo miró.

–¿Satisfecho? –le preguntó.

–Con la materia prima sí –dijo él, en tono cortan te.

–He leído que muchos directores ejecutivos y otro tipo de cargos importantes de la industria son sociópatas. Supongo que usted encaja en el grupo.

Él sonrió de verdad y fue algo tan inesperado y asombroso que Becca dio un paso atrás. Aquella sonrisa iluminaba su rostro, provocando que pareciera más atractivo y peligroso de lo que cualquier hombre debía ser.

–Siéntate –dijo él. Era otra orden–. Tengo una propuesta para ti.

–Nunca ha habido nada bueno detrás de esas palabras –contestó ella y colocó las manos sobre sus caderas para disimular su estado. No se sentó, a pesar de que le temblaban las piernas–. Es como los ruidos extraños en las películas de terror. No pueden terminar bien.

–Esto no es una película de terror –contestó Theo–. Es una transacción comercial sencilla y poco ortodoxa quizá. Haz lo que yo pido y tú tendrás todo lo que siempre has deseado y mucho más.

–Vayamos al grano –Becca puso una falsa sonrisa–. ¿Cuál es la trampa? Siempre hay una trampa.

Durante un instante él permaneció mirándola en silencio. Becca tuvo la sensación de que él podía leer su pensamiento y que notaba lo decidida que estaba a salvar el futuro de su hermana y lo inquieta que estaba por su cercanía.

–Hay varias trampas –dijo él–. Probablemente, muchas de ellas no te gusten, pero sospecho que aguantarás porque pensarás en el resultado final. Sobre lo que harás con el dinero que te daremos si haces lo que te pedimos. Así que las trampas no te importarán –arqueó las cejas–. Excepto una.

–¿Y cuál es? –sabía que aquel hombre podía destrozarla y que se había contenido por pura coincidencia. Necesitaría muy poco para conseguirlo. Otra sonrisa. O una caricia.

Sintió como si hubiera una llama entre ellos y como si algo oscuro y agobiante la rodeara como si fuera una cadena. Como una promesa.

Theo posó la mirada de sus ojos color ámbar sobre ella y Becca sintió que no podía respirar.

–Tendrás que obedecerme –dijo él, sin piedad y con cierta satisfacción masculina en la mirada–. Completamente.

Capítulo 2

OBEDECERLO? –preguntó Becca, asombrada–. ¿Se refiere como si fuera un animal domesticado?

–Exacto. Como un animal domesticado –contestó él, y vio como se le oscurecían sus ojos color avellana. De pronto, se sintió intrigado. «Tendrá que ponerse lentillas para conseguir el tono verde esmeralda de los ojos de Larissa», pensó, ignorando el dolor que lo invadía por dentro–. Como si fueras un perro fiel.

–Es evidente que no alcanzó su puesto gracias a las ventas –dijo ella al cabo de un instante–. Porque su tono deja mucho que desear.

Theo no podía decidir qué era lo más sorprendente, el parecido de la chica con Larissa o la atracción que sentía hacia ella. Nunca había ardido de deseo con tan sólo mirar a Larissa. La había deseado, pero no de esa manera. No con todo el cuerpo, como si lo hubiese invadido la llama del deseo y no fuera capaz de controlarse.

Y sentir esas cosas mientras Larissa no estaba a su alcance, hacía que se odiara.

Era como si Becca lo hubiera infectado, aunque su dolor debía de haberlo inmunizado. No podía imaginar cómo podría transformar a aquella criatura asilvestrada en una versión creíble de su etérea y elegante Larissa. Pero él era Theo Markou García, de descendencia chipriota y cubana. Y había hecho cosas imposibles con muchos menos recursos. El hecho de que estuviera allí era la prueba de ello.

Y como no sabía perder, lo único que podía hacer era ganar lo que quedaba, tal y como había planeado.

–¿Qué sabes sobre tu prima Larissa? –preguntó él. Observó que el rostro de Becca se ensombrecía y que ella cerraba los puños antes de meter las manos en los bolsillos de su pantalón.

–Lo que sabe todo el mundo –contestó ella, encogiéndose de hombros.

Theo sintió lástima por ella. Sabía lo que esos puños significaban. Él también había cerrado los suyos alguna vez, como muestra de orgullo, rabia y decisión. Sabía perfectamente lo que ella sentía, esa extraña muy parecida a Larissa. Deseaba no tener que pedirle algo que sabía heriría su orgullo. Pero no tenía otra opción. Había vendido su alma mucho tiempo atrás y no podía abandonar. Y menos cuando estaba a punto de conseguir su objetivo.

–Que es famosa pero sin motivo en particular –dijo Becca–. Que tiene mucho dinero y que nunca ha tenido que trabajar para ganarlo. Que su mal comportamiento nunca tiene consecuencias. Y que por algún motivo, las revistas están obsesionadas con ella y la persiguen de fiesta en fiesta fotografiando sus proezas.

–Es una Whitney –dijo Bradford desde el otro lado de la habitación–. Los Whitney tienen cierta clase…

–Para mí es como una advertencia –contestó Becca, interrumpiendo a su tío.

Theo se fijó en su mirada fulminante y recuerdos de otra época invadieron su memoria. Sus propios puños, su tono de bravuconería…

–Cada vez que me tienta pensar que ojalá mi madre se hubiese quedado aquí, sufriendo, para que yo hubiese tenido la vida más fácil, abro la revista más cercana y recuerdo que es mucho mejor ser pobre que un parásito inútil como Larissa Whitney.

Theo puso una mueca. Oyó que Helen respiraba con dificultad y se fijó en que a Bradford se le había puesto el rostro colorado. Sin embargo, Becca sólo lo miraba a él, sin temor. Casi triunfante. Theo suponía que ella había soñado durante mucho tiempo con dar ese discurso. ¿Y por qué no? Sin duda la familia Whitney la había tratado muy mal, igual que a otras personas antes que a ella. Larissa incluida. Larissa especialmente.

Pero eso no importaba. Y menos a Theo. Tampoco a Larissa, que ya estaba perdida mucho antes de que él la conociera.

–Larissa se desmayó en la puerta de una discoteca la noche del pasado viernes –dijo Theo con frialdad–. Está en coma. No hay esperanzas de que se recupere.

Becca apretó los labios y Theo se fijó en que tragaba saliva, como si de pronto se le hubiese secado la garganta. Pero no apartó la mirada. Él no pudo evitar sentir admiración por ella.

–Lo siento –dijo ella–. No pretendía ser cruel –negó con la cabeza–. No comprendo por qué estoy aquí.

–Te pareces lo suficiente a Larissa como para poder pasar por ella con un poco de ayuda –dijo Theo–. Por eso estás aquí.

No tenía sentido regodearse en su dolor ni en el pasado. Sólo debía pensar en el futuro. Le había dado a Whitney Media todo lo que tenía, y ya había llegado el momento de que se convirtiera en propietario y no continuara siendo un simple empleado. Si conseguía la participación mayoritaria de Larissa, se convertiría en la encarnación del sueño americano. De la pobreza a la fortuna, tal y como le había prometido a su madre antes de su muerte. Quizá no fuera tal y como lo había planeado, pero se parecía bastante. Incluso sin Larissa.

–¿Pasar por ella? –repitió Becca con incredulidad.

–Larissa tiene cierto número de acciones en Whitney Media –dijo Bradford desde el sofá, como si no estuviera hablando de su única hija–. Cuando Theo y ella se comprometieron…

–Pensaba que salía con un actor –dijo Becca sorprendida–. Ése que sale con todas las modelos y herederas.