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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Pamela Brooks

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión en Roma, n.º 3 - septiembre 2019

Título original: The Hidden Heart of Rico Rossi

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-389-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Ella Chandler cruzó el vestíbulo del hotel y se detuvo junto al mostrador de recepción. Estaba tan contenta que creía estar soñando. Iba a conocer Roma, la Ciudad Eterna; el lugar que la había cautivado desde la infancia.

Mi scusi? –dijo en italiano–. Estoy buscando al guía turístico que…

–Sí, signora Chandler. Soy yo.

Ella se quedó atónita cuando se dio la vuelta para mirar al hombre que la había interrumpido. Más que un guía, parecía un modelo. Alto y de cabello negro, tenía unos ojos oscuros de pestañas asombrosamente largas y la boca más apetecible que había visto en toda su vida.

–Ah, hola… –acertó a decir–. Buongiorno.

El guía se acercó y le estrechó la mano. Fue un gesto inocente, pero el contacto de su piel le gustó tanto que Ella se maldijo para sus adentros. No podía reaccionar de esa forma ante un desconocido que, por otra parte, estaría acostumbrado a que las turistas inglesas cayeran rendidas a sus pies.

–Encantado de conocerla, signora Chandler –replicó–. Por cierto, me llamo Rico.

–Y yo, Ella.

–Ella…

La voz del guía sonó sensual como una caricia. Ella tuvo que recordarse que no era una adolescente, sino una mujer de veintiocho años; y que los hombres como Rico solían ser una bonita fachada sin sustancia alguna.

–¿Nos vamos? –continuó él.

–Por supuesto.

Mientras caminaban hacia la puerta, Ella lo observó con atención. El guía trabajaba para el hotel, pero no llevaba uniforme. Se había puesto una camisa blanca, por cuyo cuello abierto se veía una sombra de vello, y la había conjuntado con unos chinos de color ocre y unas zapatillas náuticas, perfectas para dar un largo paseo por la ciudad.

–¿Es la primera vez que visita Roma?

Ella le dedicó una sonrisa tensa.

–Sí.

–Y supongo que querrá visitar los lugares más importantes…

–En efecto –dijo–. Me gustaría ver el Foro, la escalinata de la Plaza de España y la Fontana de Trevi.

Bene. En tal caso, empezaremos por el Coliseo. Es lo que está más cerca del hotel y, además, las colas son relativamente cortas a esta hora.

Al salir del hotel, Ella tuvo que frenarse para no darse un pellizco. Por fin, después de tantos años de espera, había reunido el dinero necesario para viajar a la ciudad de sus sueños.

–Siempre quise venir a Roma, ¿sabe? –le confesó–. Desde que vi una fotografía del Coliseo cuando era niña… Puede que no esté entre las siete maravillas del mundo, pero para mí lo está.

Rico asintió y le empezó a contar la historia del Coliseo. Ella se fue relajando a medida que avanzaban y, cuando vio el gigantesco monumento al final de la calle, se detuvo en seco y suspiró.

–Me parece increíble que hace un segundo estuviéramos en un lugar lleno de tiendas y edificios modernos y que ahora…

Rico se encogió de hombros.

–No se deje engañar por las apariencias. Hasta los edificios modernos de esta ciudad se levantan sobre restos antiguos.

A Ella le sorprendió su tono de voz, algo desdeñoso; al parecer, estaba tan acostumbrado a vivir en Roma que no compartía su entusiasmo. Pero se concentró en la majestuosidad de las vistas y agradeció que Rico no rompiera la magia del momento con más explicaciones.

 

 

Rico miró a Ella Chandler con admiración. De piel pálida, cabello castaño claro y ojos entre azules y grises, le pareció tan bonita como un ángel de Botticelli. Sobre todo, porque se comportaba como si no fuera consciente de su belleza; y porque la suya era una belleza natural.

Pero su ángel también era un enigma; aunque había reservado la suite nupcial, había llegado sola y se había registrado como señorita Chandler, no como señora Chandler. ¿Sería posible que su viaje a Roma fuera originalmente un viaje de luna de miel? ¿La habría abandonado su prometido? ¿Habría tomado la decisión de aprovechar la reserva y viajar sola?

Rico sacudió la cabeza y se dijo que no era asunto suyo. Estaba allí para hacer un trabajo. Lo habían contratado para revisar los servicios de la cadena de hoteles Rossi y asegurarse de que estaban a la altura de las necesidades de sus clientes. Un objetivo que, en ese momento, implicaba hacer de guía, llevarla al interior del Coliseo y ofrecerle la visita que había soñado durante tantos años.

–Vaya, no esperaba ver gladiadores y emperadores por todas partes… –declaró ella con una sonrisa.

Rico se fijó en los personajes disfrazados que deambulaban por los alrededores y asintió.

–Sí, dan un toque divertido al lugar. Pero haga como si no estuvieran. Si se hace una fotografía con ellos, le sacarán hasta el último céntimo.

–Ah, ¿no forman parte de la visita al Coliseo? –preguntó, aparentemente decepcionada.

–No, trabajan por su cuenta; y pueden ser muy pesados… Aunque con usted no lo serán.

–¿Por qué?

–Porque está conmigo –respondió, sonriendo–. Y, por supuesto, estaré encantado de hacerle tantas fotografías como quiera. Forma parte de mi trabajo.

–Gracias.

Tras pagar las entradas, Rico la llevó al interior del Coliseo. Le enseñó las gradas, le contó dónde se sentaban los distintos grupos sociales y le sacó varias fotografías. Ella estaba tan contenta que terminó por contagiarle su entusiasmo. Y, de repente, el Coliseo dejó de ser un edificio que estaba harto de ver y se transformó en lo que era, un lugar verdaderamente espectacular.

Rico sintió envidia de la capacidad de Ella para asombrarse. Aunque solo tenía treinta años, había vivido mucho y había perdido la mirada limpia y apasionada de aquella mujer.

Pero ese era el menor de sus problemas. No tenía tiempo para disfrutar de la vida. Tenía un imperio que dirigir.

–Acompáñeme, signora Chandler. Le enseñaré mi vista preferida del Coliseo.

Rico la sacó del edificio y la llevó hasta el Arco de Constantino.

–Es precioso –dijo ella–. Mucho más de lo que había imaginado…

–¿Quiere que le enseñe el Foro?

–Ah, el lugar donde Marco Antonio pronunció su discurso, según Shakespeare…

Rico soltó una carcajada.

–Sí, bueno… la mitad de los guías repiten ese discurso como si fueran loros.

–¿Usted incluido?

Ella sonrió y Rico se quedó tan fascinado con los hoyuelos de sus mejillas que tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en el trabajo. Ella Chandler era un cliente. Estaba fuera de su alcance. Y en cualquier caso, no se parecía a las mujeres que le gustaban: mujeres altas, esbeltas y refinadas que conocían las normas de una relación pasajera y evitaban las exigencias emocionales.

–No –contestó–. Pero si quiere, lo puedo intentar.

–¿Podría hacerlo yo?

Él le devolvió la sonrisa.

–Por supuesto. Si me presta su cámara, grabaré el momento para que se lo pueda enseñar a sus amigos de Inglaterra.

–Se lo agradezco mucho…

–No me lo agradezca, signora Chandler. Estoy aquí para su experiencia en Roma sea lo más divertida posible.

Sus dedos se rozaron cuando Ella le dio la cámara. Fue un contacto leve, pero suficiente para que Rico se estremeciera y se quedara asombrado con la intensidad de su propia reacción. Era la primera vez que una mujer le causaba un efecto tan intenso e inmediato.

A pesar de ello, sacó fuerzas de flaqueza y grabó el discurso en vídeo. Luego, le devolvió la cámara y dijo:

–Tiene una voz preciosa.

Ella se ruborizó y él se preguntó si se ruborizaría del mismo modo al hacer el amor.

–Gracias…

Rico apartó la mirada. Ella Chandler era la mujer que más le había gustado en los tres años que llevaba como presidente de los hoteles Rossi, pero también era un cliente. Y por otra parte, no tenía tiempo para aventuras amorosas.

Mientras caminaban hacia Via Nova, ella se fijó en las flores moradas de las glicinias que crecían por todas partes y volvió a sonreír.

–¿Quiere que le haga una fotografía? –preguntó él.

–Claro…

Rico se arrepintió de haberse ofrecido. Mientras le sacaba las fotos, se imaginó besándola junto a aquellas mismas flores, en una cálida noche. Y se empezó a poner nervioso. No entendía lo que le estaba pasando.

Desesperado, le preguntó lo primero que se le pasó por la cabeza. Necesitaba reconducir la situación; hablar de algo neutral y recuperar el control de sus pensamientos, que parecían obsesionados con aquella mujer.

–¿A qué se dedica, signora Chandler?

–Soy contable.

–¿Le gusta su trabajo?

Ella se encogió de hombros.

–Bueno… es un trabajo seguro.

Rico la miró con detenimiento y pensó que, siendo contable, pasaría mucho tiempo sentada y no estaría acostumbrada a caminar. Además, no parecía de la clase de mujeres que iban al gimnasio o salían a correr. Si quería seguir con la visita turística, sería mejor que descansara un poco.

–¿Qué le parece si hacemos un descanso y vamos a comer?

–Buena idea. Estoy hambrienta…

Rico la llevó a una osteria donde se comía bien y se sentó con ella en la terraza, bajo una parra que los protegía del sol.

–Esto es fabuloso –dijo Ella–. No sabía que Roma fuera tan verde…

–¿Qué esperaba?

–No lo sé; supongo que la imaginaba como Londres, con pocos árboles y unos cuantos monumentos esparcidos por el centro. Pero Roma es tan distinta, tan especial… está llena de historia y de zonas verdes –respondió.

–Me alegra que le guste.

–Y me han encantado las glicinias del Foro…

Rico pensó que, si las glicinias le habían gustado, se volvería loca con los lilos del parque Borghese; pero estaba demasiado lejos para ir ese día.

Entonces, se le ocurrió una locura: seguir siendo el guía de Ella Chandler. A fin de cuentas, llevaba varios meses sin tomarse un día libre y no tenía nada importante que hacer; nada que no pudiera anular o retrasar. Además, sabía que Ella se iba a quedar tres noches en Roma y que no se había apuntado a ninguno de los recorridos turísticos del día siguiente.

–Permítame que le invite a comer –declaró ella de repente–. No me parece justo que malgaste su sueldo de guía con una turista.

Rico se quedó atónito. Evidentemente, Ella sabía que los guías ganaban poco y le preocupaba que la hubiera llevado a un sitio de aspecto caro. Pero él no era guía. Y no iba a permitir que lo invitara a comer.

–No se preocupe por eso. Corre a cuenta del hotel –mintió.

Mientras hablaba, Rico se acordó de que no llevaba dinero en efectivo, lo cual era un problema. Si sacaba su tarjeta de crédito, una platinum, Ella se daría cuenta de que no estaba con un simple empleado del hotel. Tendría que hablar con el camarero y pedirle que le cobrara en la barra del bar, para que no viera su tarjeta.

–¿Está seguro de eso? –preguntó, extrañada.

–Absolutamente.

–Está bien… ¿Qué me recomienda para comer?

–Eso depende de lo que le guste.

Ella sonrió.

–¿Hay algo en el menú que sea típicamente romano?

Rico echó un vistazo rápido a la carta.

–Sí, el cacio e pepe… son espagueti con queso pecorino y salsa de pimienta negra.

–Suena bien. Lo probaré.

–En ese caso, yo pediré lo mismo.

Rico llamó al camarero y le pidió los dos platos y una ensañada para acompañar. A continuación, se giró hacia ella y dijo:

–¿Prefiere vino tinto? ¿O blanco?

–Blanco, por favor. Pero solo una copa… no estoy acostumbrada a beber.

Rico sonrió y miró al camarero:

–Traiga dos copas de vino blanco y agua.

Minutos después, el camarero les llevó la bebida y una cesta con pan al romero. Ella quiso alcanzar un pedazo al mismo tiempo que él y sus dedos se volvieron a rozar.

Rico se estremeció.

Definitivamente, ninguna mujer le había afectado tanto como Ella Chandler. De haber podido, la habría tomado entre sus brazos y la habría besado.

–¿Hace mucho que trabaja para el hotel?

Rico asintió. Llevaba tres años en la presidencia de la cadena hotelera, pero había trabajado desde los catorce y había realizado casi todos los trabajos, desde limpiar habitaciones a tomar decisiones de carácter estratégico.

–Sí, bastante.

–¿Y tiene familia en Roma?

La pregunta de Ella lo dejó descolocado durante unos momentos. Sus abuelos eran lo más parecido que tenía a una familia; lo habían salvado del desastre matrimonial de sus padres, le habían dado su afecto y lo habían preparado para dirigir la cadena hotelera, a sabiendas de que su único hijo, el padre de Rico, carecía de las habilidades necesarias.

–Sí, mis abuelos viven aquí –contestó al final.

Durante los minutos siguientes, Rico se las arregló para derivar la conversación hacia terrenos menos pantanosos. Y cuanto más hablaban, más le gustaba su acompañante. Ella era especial. No se parecía nada a sus últimas novias; no era mujer de champán francés y joyas caras, sino de placeres tan sencillos como disfrutar de unos espagueti.

Después de comer, Rico decidió sacarse otro as de la manga. En lugar de llevarla al Panteón de Agripa por la parte delantera, la llevó por detrás para que se quedara atónita cuando salieran a la Piazza de la Rotonda. Y el truco tuvo éxito. Ella se quedó boquiabierta ante las enormes columnas del templo circular.

–Oh, ¡es increíble!

Rico sonrió y guardó silencio.

–¡Y fíjese en esas puertas! ¡Son enormes!

–Se supone que son las originales, pero las han restaurado tantas veces que no debe quedar mucho del material original –explicó él.

El asombro de Ella se volvió fascinación pura en el interior del edificio, cuando vio la gigantesca cúpula y el gran óculo del centro, por donde entraba la única fuente de luz.

–Es una verdadera maravilla.

Rico volvió a sonreír. Había visto el Panteón de Agripa muchas veces, y se creía inmune a su belleza; pero al igual que en el Coliseo, el entusiasmo de Ella le resultó tan contagioso que fue como si lo viera por primera vez.

Tres monedas en la fuente

–¿Ah, sí? Yo pensaba que… bueno, no importa –dijo con nerviosismo–. Olvídelo.

Rico sonrió para sus adentros. Existía una leyenda que quizás explicaba el nerviosismo de Ella Chandler: quien echaba una moneda, volvía a Roma; quien echaba dos, encontraba el amor y, quien echaba tres, se casaba.

¿Estaría buscando una aventura? ¿Estaría buscando esposo?

Fuera como fuera, no era asunto suyo. Además, él no buscaba ni el matrimonio ni el amor. Había aprendido de los errores de sus padres y solo aspiraba a relaciones cortas y divertidas, donde nadie salía mal parado.

–La fuente se construyó al final del acueducto Aqua Virgo, uno de los más antiguos de Roma –explicó él–. Según dicen, tenía el agua más dulce de la ciudad… pero no le recomiendo que eche un trago. Ni que se bañe en ella.

–¿Como Anita Ekberg en La dolce Vita? –preguntó, sonriendo.

–Sabe mucho de cine…

Ella se encogió de hombros.

–No tanto. Me lo dijo mi mejor amiga, que es profesora de inglés y cinéfila.

Rico no lo pudo evitar. La imaginó en el papel de Anita Ekberg, con el agua cayendo sobre su cuerpo y empapándola hasta convertir su camiseta en una segunda piel, absolutamente transparente.

Sorprendido por la deriva de sus pensamientos, se dijo que el único que necesitaba un buen baño era él; y de agua fría. Pero a pesar de ello, y de que la visita a la Fontana de Trevi debía poner punto final al recorrido turístico, decidió alargar la tarde y pasar un rato más con su turista inglesa.

–¿Descansamos un poco? –preguntó.

–Claro…

Rico la llevó a un cafetería cercana, donde Ella pidió un zumo de naranja y él, un expreso que se bebió de un trago.

–¿Siempre se toma el café así?

–Eso me temo. Es una de mis malas costumbres.

Ella lo miró con malicia.

–¿Puedo preguntar cuales son las otras?

–No –respondió Rico–. Pero dígame… ¿Tiene planes para esta noche?

–¿Por qué lo pregunta?

–Porque me gustaría que cenara conmigo.

–¿Cenar? –dijo, sorprendida.

–Sí, algo sencillo. Una comida típica.

Ella se quedó tan sorprendida como encantada ante el hecho de que un hombre tan interesante le estuviera pidiendo una cita. Sin embargo, estuvo a punto de salir corriendo. Aunque había superado el desastre de su relación con Michael, se sentía demasiado vulnerable como para arriesgarse otra vez.

Pero por otra parte, estaba en Roma. Y no podía negar que Rico le gustaba. Incluso era posible que una noche de diversión le devolviera parte de la seguridad que había perdido con la traición de Michael.

–Trato hecho –dijo.

–Excelente. En ese caso, te pasaré a recoger a las ocho en punto.