Cubierta

Thich Nhat Hanh

Felicidad

Prácticas esenciales
de plena consciencia

Traducción del inglés de David González Raga

Editorial Kairós

Sumario

Introducción

Prácticas cotidianas

La respiración consciente

La meditación sentada

La meditación caminando

El despertar

La campana

La meditación del teléfono

La inclinación

Los gathas

He llegado, ya estoy en casa

La toma de refugio

Los cinco entrenamientos de la atención plena

La práctica del comer

La comida atenta

Las cinco contemplaciones

La cocina

La meditación del té

Prácticas físicas

Hacer un alto y descansar

La relajación profunda

El movimiento consciente

Prácticas en relación y en comunidad

La creación y el mantenimiento de la Sangha

Volver a empezar

El acuerdo de paz

El sistema del segundo cuerpo

La meditación del abrazo

La escucha profunda y el habla bondadosa

El cuidado de la ira y de otras emociones intensas

Arrojar luz

Escribir una carta de amor

Prácticas extendidas

La soledad

El silencio

Un día de asueto

Escuchar una charla del Dharma

Compartir el Dharma

Tocar la tierra

Viajar y volver a casa

Metta/la meditación del amor

El desarme unilateral

Hablar con tu niño interior

Los catorce entrenamientos de la atención plena

La práctica con los niños

Escuchar a los más pequeños

La meditación caminando con los niños

Ayudar a los niños a gestionar la ira y otras emociones intensas

Comida en familia

Invitar a la campana

La meditación del guijarro

La habitación de respirar

Los cuatro mantras

El pastel de la nevera

La meditación de la naranja

Abrazar árboles

El día de hoy

Conclusión

Introducción

La plena consciencia [o mindfulness, o la atención plena, como, en ocasiones, se la denomina] es la energía que te ayuda a estar despierto y ser consciente del momento presente. Es una práctica que te permite conectar profundamente, instante tras instante, con la vida. Y no es necesario que te desplaces, para ello, a un lugar diferente. Puedes practicar la plena consciencia en tu habitación o cuando vas de un lado a otro. Se trata de que hagas lo mismo de siempre (como caminar, sentarte, trabajar, comer o hablar), pero consciente de lo que estás haciendo.

Si, mientras contemplas una hermosa puesta de sol con un grupo de personas, por ejemplo, te dejas atrapar por tus proyectos y preocupaciones, acabarás perdiéndote en el pasado o en el futuro y no disfrutarás, como los demás, del presente, y se te escaparán la puesta del sol y la riqueza de la experiencia.

Supongamos ahora que, en su lugar, asumes un enfoque diferente. ¿Por qué, cuando tu mente divague, no diriges la atención a la inspiración y la espiración? La práctica de la respiración profunda te trae de nuevo al presente. Cuando tu cuerpo y tu mente se unifican, puedes volver al presente para ver, contemplar y disfrutar de la escena que ante ti se despliega. Así es como, “volviendo al hogar” de tu respiración, recuperas el milagro de la puesta de sol.

Habitualmente estamos tan ocupados que nos olvidamos de quiénes somos y lo que estamos haciendo. Conozco a mucha gente que afirma olvidarse incluso de respirar. Nos acostumbramos a no mirar siquiera a las personas que amamos, de modo que solo las echamos de menos cuando ya se han ido. Y poco importa que no tengamos nada que hacer porque, al habernos desconectado de lo que sucede en nuestro interior, nos aprestamos a encender la televisión o llamar por teléfono… como si fuese posible escapar de uno mismo.

La conciencia de la respiración es la esencia de la plena consciencia, que, según el Buda, es la fuente de la felicidad y de la alegría. Pero por más que todos llevemos, en lo más profundo, la semilla de plena consciencia, nos hemos olvidado de regarla. Si aprendemos, no obstante, a tomar refugio en nuestra respiración o en nuestro caminar, volveremos a establecer contacto con esas semillas, volveremos a regarlas y a asistir, para nuestro disfrute, a su crecimiento. En lugar de contentarnos entonces con una noción abstracta de Dios, el Buda o Alá, descubrimos la posibilidad de conectar con Dios a cada respiración y a cada paso.

Pero esta práctica, por más accesible y sencilla que parezca, requiere cierto entrenamiento. Y, para ello, la práctica de detenerse resulta esencial. ¿Y cómo hacemos para detenernos? Lo hacemos a través de la inspiración, la espiración y el paso. Y nuestras prácticas fundamentales para ello son la respiración atenta y el paseo atento. Cuando las domines, podrás ejercitar la comida atenta, la bebida atenta, la cocina atenta, la conducción atenta, etcétera, etcétera, etcétera…, que te permitirán estar, en todo momento, aquí y ahora.

La práctica de plena consciencia (smriti, en sánscrito) conduce a la concentración (samadhi) que, a su debido tiempo, desemboca en la comprensión (prajña). Y la comprensión proporcionada por la meditación de la atención plena puede liberarnos del miedo, la ansiedad y la ira y permitirnos ser plenamente felices. Esto es algo que podemos practicar apelando a algo tan sencillo como una flor. Basta con sostener una flor en la mano y ser consciente de ella. La inspiración y la espiración te ayudan a mantener la conciencia. En lugar de dejarte desbordar por los pensamientos, sigue disfrutando de la belleza de la flor. Entonces es cuando la concentración se convierte en una fuente de alegría.

Si quieres disfrutar plenamente de los regalos que la vida te depara, debes ejercitar la plena consciencia instante tras instante, independientemente de que estés cepillándote los dientes, preparando el desayuno o dirigiéndote al trabajo en coche. Cada paso y cada respiración pueden convertirse, de ese modo, en una ocasión para abrir la puerta que conduce a la felicidad y la alegría. La vida está tan cargada de sufrimiento que, si careces de la suficiente felicidad acumulada, no podrás enfrentarte a la desesperación. Practica con una actitud amable y relajada, con una mente abierta y con un corazón receptivo. Practica con la intención de entender, sin dejarte engañar por las formas ni por las apariencias. La plena consciencia puede conservar tu alegría interior y ayudarte a superar los retos que la vida te depare. Y el mindfulness o la plena consciencia puede ayudarte también a establecer, en tu interior, los cimientos de la libertad, la paz y el amor.

Prácticas cotidianas

La práctica del comer

Prácticas físicas

Prácticas en relación y en comunidad

Prácticas extendidas

La práctica con los niños

La respiración consciente

Es cierto que en nuestra vida cotidiana respiramos, pero no lo es menos que solemos olvidarnos de la respiración. El fundamento de la práctica de la atención plena consiste en llevar la atención a la inspiración y la espiración, lo que se conoce como respiración consciente o atención plena a la respiración. Y, por más que se trate de algo muy sencillo, su efecto puede ser muy importante. En la vida cotidiana, nuestro cuerpo suele estar en un lugar y nuestra mente en otro. La atención a la inspiración y a la espiración restablece el contacto entre nuestra mente y nuestro cuerpo y nos permite estar súbitamente de nuevo aquí y ahora, completamente presentes.

Respirar de forma consciente es como beber un vaso de agua fría. Al inspirar, sentimos cómo el aire fresco penetra en nuestros pulmones. Y no es necesario, para ello, controlar la respiración. Basta con sentirla tal cual es, sin importar que sea larga o corta, superficial o profunda. La respiración consciente es la clave para reunificar cuerpo y mente y llevar la energía de la atención plena a cada instante de tu vida.

Independientemente de cuál sea nuestro clima interno, es decir, independientemente de cuáles sean nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras percepciones, la respiración siempre está, como el más fiel de los amigos, con nosotros. Y siempre podemos, en consecuencia, por más desbordados que nos veamos por los sentimientos, arrastrados por las emociones o atrapados en los recuerdos del pasado o las expectativas del futuro, volver a la respiración para reunificar y anclar nuestra mente.

Práctica

Siente, mientras inspiras y espiras, el flujo del aire entrando y saliendo de tus fosas nasales. Quizás, al comienzo, tu respiración no sea relajada, pero ya verás cómo, al cabo de un rato de respiración consciente, se sosiega, tranquiliza y aligera. Poco importa que estés paseando, cuidando el jardín, escribiendo en el ordenador o haciendo cualquier otra cosa porque, en cualquier momento, puedes regresar a esta fuente tranquila de la vida.

En tal caso puedes decirte:

Inspiro y sé que estoy inspirando. Espiro y sé que estoy espirando.

Quizás, al cabo de unas cuantas respiraciones, quieras abreviar esto diciendo simplemente: «Dentro, fuera». Si sigues atentamente tu inspiración y tu espiración, tu mente dejara de pensar. Tu mente tiene ahora la oportunidad de descansar. En nuestra vida cotidiana pensamos mucho. Dar a nuestra mente la oportunidad de dejar de pensar es extraordinario.

«Inspiro y sé que estoy inspirando» no es un pensamiento, sino la sencilla constatación de algo que está ocurriendo ahora, de que estás inspirando y espirando. Cuando inspiras y llevas tu atención a la inspiración, unificas tu mente y tu cuerpo. Basta con una sencilla inspiración para reunificar mente y cuerpo. Y, cuando tu mente y tu cuerpo se unifican, vuelves a estar de nuevo en el presente.

«Inspiro y sé que estoy inspirando» es otra forma de decir «Inspiro y me siento vivo». La vida, con todos sus milagros (la puesta de sol, el cielo azul y las hojas del otoño), está dentro y fuera de ti. Es muy importante volver a tu hogar en el presente para conectar con todas las dimensiones curativas, refrescantes y nutrientes de la vida que te rodea y está en tu interior. Basta con una simple sonrisa para relajar todos los músculos de tu rostro.

Inspiro y reconozco el cielo azul. Espiro y sonrío al cielo azul.

Inspiro y soy consciente de las hermosas hojas de otoño. Espiro y sonrío a las hermosas hojas de otoño.

Puedes resumir estas afirmaciones diciendo «Cielo azul» al inspirar y «Sonríe» al espirar…, y luego «Hojas de otoño» al inspirar y «Sonríe» al espirar. Este tipo de respiración te conecta con todos los milagros de la existencia. Entonces te nutres de la belleza de la vida. Te liberas de las preocupaciones y de los miedos. Permaneces en contacto con tu respiración y con tu cuerpo. Tu cuerpo es una maravilla. Tus ojos son extraordinarios. Basta con abrirlos para conectar con todo un paraíso de formas y colores. También tu oído es extraordinario. Gracias a él puedes escuchar todo tipo de sonidos, desde la música hasta el canto de los pájaros y el rumor que el viento arranca a la copa de los pinos. Cuando prestas atención a la inspiración y a la espiración, vuelves a vivir en el momento presente, en el aquí y ahora que te conecta con la vida. Y esto es precisamente lo que te pierdes cuando te quedas atrapado en el pasado o en el futuro.

Inspiro y sigo todo el camino recorrido por el aliento al inspirar. Espiro y sigo todo el camino recorrido por el aliento al espirar.

Quizás, al comienzo, sientas tu respiración forzada o extraña. Tu respiración es un resultado de tu cuerpo y de tus sentimientos. Por ello, cuando tu cuerpo está tenso o dolorido o cuando tus sentimientos son dolorosos, tu respiración se ve correlativamente afectada. Lleva toda tu atención a la respiración y respira poniendo en ello toda tu atención.

Inspiro y sé que estoy inspirando. Espiro y sé que estoy espirando.

Inspiro y sonrío a la inspiración. Espiro y sonrío a la espiración.

No fuerces nunca tu respiración. Deja, si es corta, que siga siendo corta y no pretendas, si te resulta desapacible, modificarla. No interfieras, fuerces ni trates de cambiar tu respiración. Sé simplemente consciente de ella y verás cómo, al cabo de un tiempo, su cualidad mejora naturalmente. La atención plena a la respiración identifica y abraza nuestra inspiración y nuestra espiración al igual que una madre sostiene a su hijo en brazos y lo abraza tiernamente. Te sorprenderá ver cómo bastan unos pocos minutos para que la cualidad de tu respiración mejore. Tu inspiración se profundizará, tu espiración se enlentecerá y tu respiración se tornará entonces más tranquila y armoniosa.

Inspiro y advierto que mi inspiración se ha profundizado. Espiro y advierto que mi espiración se ha enlentecido.

Cuando descubras que tu inspiración y tu espiración se han sosegado, enlentecido y profundizado, puedes ofrecer a tu cuerpo esa paz, esa tranquilidad y esa armonía. Quizás, en tu vida cotidiana, hayas descuidado o ignorado tu cuerpo, pero ahora ha llegado ya el momento de volver a casa, de reconocer la existencia de tu cuerpo, de familiarizarte con él y de hacerte amigo suyo.

Inspiro y soy consciente de mi cuerpo. Espiro y libero todas mis tensiones corporales.

Estos ejercicios respiratorios proceden del mismo Buda.1

Se trata de un ejercicio muy sencillo, tan sencillo como un juego de niños. Quizás te resulte útil, para ello, colocar una mano sobre el vientre. Advertirás que al inspirar tu estómago sube y que al espirar tu estómago baja. Sube y baja. Y este movimiento de ascenso y descenso resulta especialmente patente cuando estás acostado. Entonces eres consciente de toda la inspiración y de toda la espiración, desde el comienzo hasta el final. Respirar de este modo es un gozo. Ya no piensas en nada, ya no piensas en el pasado, en el futuro, en tus proyectos ni en tus sufrimientos. Respirar así es un placer, un recordatorio de la vida misma.

Inspiro y disfruto de la inspiración. Espiro y disfruto de la espiración.

Después de haber ofrecido a tu cuerpo esa paz y armonía y de haberle ayudado a liberarse de la tensión, puedes identificar tus sentimientos y tus emociones.

Inspiro y soy consciente de los sentimientos dolorosos que hay en mí. Espiro y sonrío a los sentimientos dolorosos que hay en mí.

Entonces hay un sentimiento doloroso, pero también una atención plena. La atención plena es como una madre que abraza amorosamente al sentimiento. La atención plena siempre es atención plena a algo. Cuando respiras atentamente, atiendes plenamente a la respiración. Cuando caminas atentamente, atiendes plenamente al hecho de caminar. Cuando bebes atentamente, atiendes plenamente al hecho de beber. Cuando estás atento a tus sentimientos, atiendes plenamente a tus sentimientos. La atención plena puede dirigirse hacia cualquier acontecimiento físico y mental, y siempre aporta reconocimiento y liberación.

Me gustaría ofrecerte ahora un poema práctico que puedes recitar de vez en cuando, mientras respiras y sonríes:

Inspiro y sé que estoy inspirando. Espiro y sé que estoy espirando.

Cuando mi inspiración se profundiza, mi espiración se enlentece.

Inspiro y aquieto mi cuerpo. Espiro y me siento a gusto.

Inspiro y sonrío, Espiro y suelto.

Vivo en el presente y sé que este es un instante extraordinario.

Este es un poema que puedes resumir en el siguiente, pronunciando una palabra o una frase a cada respiración:

Dentro, fuera. Profunda, lenta. Tranquila, relajada. Sonríe, suelta. Momento presente, momento extraordinario.

El presente es el único momento verdadero. Tu tarea más importante consiste en estar aquí y ahora y disfrutar del momento presente.

La meditación sentada

La meditación sentada es una forma de volver a casa, de prestarnos atención y de cuidar de nosotros mismos. Cada vez que nos sentamos, ya sea en la sala de estar, bajo un árbol o sobre un cojín, irradiamos serenidad, como el Buda sentado en un altar. Toda nuestra atención se dirige, en tal caso, a lo que está en nuestro interior y a lo que nos rodea. Dejamos que nuestra mente se expanda y que nuestro corazón se relaje y torne bondadoso. Basta con que nos sentemos así unos cuantos minutos para recomponernos plenamente. Sentarnos en calma, respirando y sonriendo con atención, nos ayuda a recuperar la soberanía de nosotros mismos.

La meditación sentada es muy curativa. Puede ayudarnos a estar con cualquier cosa que haya en nuestro interior, independientemente de que se trate de dolor, ira, irritación, alegría, amor o paz. En tal caso, podremos permanecer con lo que hay sin vernos arrastrados por ello. Dejamos que las cosas afloren, dejamos que permanezcan y dejamos que acaben desvaneciéndose. No tenemos necesidad alguna de empujar, reprimir ni pretender que nuestros pensamientos no están ahí. Muy al contrario, podemos observar los pensamientos e imágenes de nuestra mente con una actitud abierta y amorosa. Y aunque, en nuestro interior se desaten auténticas tormentas, permanecemos tranquilos y en paz.

Sentados y respirando, movilizamos nuestra presencia aquí y ahora y la ofrecemos a nuestra comunidad y al mundo. Ese es precisamente el objetivo de la sentada: estar aquí, completamente vivo y completamente presente.

Práctica

La meditación sentada debe ser un gozo. Siéntate de modo que puedas permanecer tranquilo y relajado toda la sentada. Sentarse no es un trabajo duro, sino una ocasión para disfrutar de tu presencia, de la presencia de tu familia, de tus compañeros de práctica, de la Tierra, del cielo y del cosmos. Y no es preciso, para ello, que realices ningún esfuerzo.

Asegúrate, si te sientas en un cojín, de que tenga el grosor adecuado. Puedes sentarte en posición de loto completo, en posición de medio loto, con las piernas simplemente cruzadas o del modo que más cómodo te resulte. Mantén la espalda erguida y las manos suavemente apoyadas en el regazo. Asegúrate, si te sientas en una silla, de apoyar las plantas de los pies en el suelo o en un cojín. Y reajusta atentamente la postura si, durante la sentada, las piernas o los pies se te duermen o empiezan a dolerte. Permanece atento a la respiración y, sin perder la concentración, cambia poco a poco de postura.

Deja que todos los músculos de tu cuerpo se relajen. No luches ni te esfuerces. Hay quienes hacen tanto esfuerzo en mantener la postura o en que su meditación sentada sea exitosa que, al cabo de un cuarto de hora, tienen todo el cuerpo dolorido. Relájate como si estuvieses sentado en la orilla del mar.

Empieza atendiendo, mientras estás sentado, a la inspiración y la espiración. Y, cuando aflore un sentimiento o un pensamiento, identifícalo y reconócelo. Son muchas las cosas que puedes aprender observando lo que, durante la meditación sentada, sucede en tu cuerpo y en tu mente. Sentarte es, por encima de todo, una ocasión de no hacer nada. No tienes que hacer absolutamente nada, solo sentarte y disfrutar de la inspiración y de la espiración.

Inspiro y sé que estoy vivo. Espiro y sonrío a la vida que hay en mí y que me rodea.

Estar vivo es un milagro. El simple hecho de estar sentado aquí, disfrutando de la inspiración y de la espiración ya es una forma de felicidad. Sentado aquí, inspirando y espirando, sabes que estás vivo. Eso es algo que merece ser celebrado. La meditación sentada es una forma de celebrar la vida aprovechando la inspiración y la espiración.

Es importante dejar que tu cuerpo se relaje por completo. No trates de convertirte en un buda. Disfruta sencillamente del hecho de estar sentado y acéptate tal cual eres. Y aun en el caso de que exista, en tu cuerpo, alguna tensión o dolor en tu corazón, acéptalos tal como son. Abraza, con la energía de la atención plena a la respiración, tu cuerpo y tu mente y date permiso para relajarte y disfrutar de la respiración.

Inspirando, he llegado. Espirando, me siento en casa.

Ya no necesitas escapar más. Tu verdadero hogar está aquí y ahora. Eres estable y libre. Esboza una sonrisa y relaja todos los músculos de tu rostro.

Necesitas cierto entrenamiento para que tu sentada sea exitosa. Estamos tan acostumbrados a hacer siempre algo –con nuestra mente y con nuestro cuerpo– que sentarnos y no hacer nada puede resultar, al comienzo, difícil. Cuando Nelson Mandela vino a Francia a visitar al presidente François Mitterrand, la prensa le preguntó lo que más le gustaba hacer, a lo que Mandela respondió: «Lo que más me gusta es sentarme y no hacer nada. Desde que salí de la prisión, he estado muy ocupado y sin tiempo para sentarme a respirar. Lo que más me gusta es sentarme y no hacer nada».

Pero ¿sabría Nelson Mandela, si contase con unos cuantos días para sentarse y no hacer nada, cómo hacerlo? Porque la gente no parece saber muy bien cómo sentarse y no hacer nada. Estamos acostumbrados a hacer siempre algo. Para sentarnos y disfrutar de la sentada, para no hacer nada y disfrutar de ello, es necesario un cierto entrenamiento. Tenemos el hábito de estar siempre haciendo algo. No sabemos estar sin hacer nada. Sentarse y no hacer nada es, pues, todo un arte, el arte de la meditación sentada.

Inspiro y me veo como una montaña. Espiro y disfruto de mi solidez.

Libera, para que tu sentada tenga éxito, toda tensión de tu cuerpo y de tus sentimientos. Acomódate en tu cuerpo sedente. Y, cuando empieces a inspirar y a espirar, disfruta de la inspiración y disfruta de la espiración. Renuncia a todo esfuerzo, disfruta de la sentada y sonríe. Tener la oportunidad de estar sencillamente sentado así es todo un privilegio. En tal caso, estás en tu propia isla. Nada puede, en ese momento, perturbarte; nadie tiene derecho, en ese momento, a formularte una pregunta, pedirte que laves los platos o que limpies el baño. Esta es una oportunidad preciosa para relajarte y ser tú mismo.