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Akal / Pensamiento crítico / 15

Prólogo de Tariq Ali

Edición de Andrew Hsiao y Audrea Lim

El libro de la disidencia

De Espartaco al lanzador de zapatos de Bagdad

Traducción de Herminia Bevia Villalba

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Diseño cubierta: RAG

Ilustración de cubierta: Santiago Jiménez Jiménez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Título original: The Verso Book of Dissent. From Spartacus to the Shoe-Thrower of Baghdad

© Verso, 2010

© Ediciones Akal, S. A., 2012 para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-3662-3

Prólogo

Elogio de la disidencia

La abeja grande vuela alto,

la abeja pequeña hace la miel.

La gente negra produce el algodón

y la gente blanca se queda el dinero.

Leadbelly

Las voces discrepantes y las rebeliones contra la autoridad existente –pagana, tribal, religiosa, civil, feudal, burguesa y comunista– forman un patrón global. Siempre han existido bajo una u otra forma. A veces se da automáticamente por sentado que los conflictos antiguos o medievales, e incluso las revoluciones inglesa, holandesa y francesa, carecían de la claridad, percepción y precisión de los conflictos del siglo XX. No siempre es el caso. Existen buenas razones para que la sublevación de los esclavos encabezada por Espartaco dejara una impronta tan profunda en la historia y fuese revivida, en especial por teóricos europeos y partidarios de las revoluciones de los siglos XIX y XX. No fue casual que los muy cultos e informados revolucionarios de comienzos del siglo XX adoptaran para su organización el nombre de Spartacusbund [Espartaquista], ni que fueran aplastados por el Estado alemán con el mismo encarnizamiento que su predecesor romano empleó contra los esclavos que habían osado liberarse.

O pensemos en la Esparta del siglo II a.C., donde se desarrolló una gigantesca fisura entre clases durante los dos siglos posteriores al conflicto del Peloponeso, cosa inusual en una ciudad-Estado acostumbrada a que todos sus ciudadanos varones desempeñaran tareas militares similares. La brecha entre ricos y pobres creció hasta tal punto que hizo inevitable una revolución desde arriba, con el respaldo del campesinado. El abismo interclasista precipitó un conjunto de reformas socio-político-económicas, que prefiguraron todas las luchas del mundo moderno y crearon una ciudad-Es­tado más políticamente avanzada que, por poner sólo un ejemplo, la Gran Bretaña de nuestros días.

Un triunvirato de tres monarcas radicales –Agis IV, Cleomenes III y Nabis– estableció una estructura para revivir el Estado sobre una nueva base: los nobles fueron exiliados en masa; la dictadura de los magistrados fue abolida; se liberó a los esclavos; se concedió el voto a todos los ciudadanos; y las tierras confiscadas a los ricos fueron repartidas entre los pobres. La república romana, amenazada por este modelo, envió sus legiones al mando de Quintus Flaminius para aplastar a Esparta. Según Livio, el gran historiador romano de la Antigüedad, Nabis respondió con gélida cólera y gran dignidad:

No demandéis que Esparta se ajuste a vuestras propias leyes e instituciones… Seleccionáis a vuestras caballería e infantería por sus recursos pecuniarios, deseáis que unos pocos disfruten de enormes riquezas y que el hombre común sea su súbdito. Nuestro legislador no quiso que el Estado estuviera en manos de unos cuantos, a quienes llamáis Senado, ni que clase alguna tuviera la supremacía en el Estado. Creía que gracias a la igualdad en fortuna y dignidad serían muchos los dispuestos a levantarse en armas por su país[1].

Si Carlos I, Luis XVI y Abdulmecid I hubieran seguido el ejemplo de los dirigentes espartanos, la historia de Europa hubiera podido ser muy distinta. Por sí mismos, estos episodios, contextualizados y descritos con detalle, podrían ocupar medio libro, pero es notoria la incapacidad de las antologías para satisfacer a todos los lectores. Está en su naturaleza.

Esta obra no es una excepción, aunque presenta una diferencia. Al contrario que sus diversos predecesores en el mundo anglófono, aquí hemos intentado abarcar todo el planeta. La selección se llevó a cabo en las sedes de Verso en Nueva York y Londres con la ayuda de autores y amigos de todos los continentes. Para hacerle justicia, habríamos necesitado varios editores en diferentes partes del mundo, además de tiempo y recursos ilimitados para elaborar una enciclopedia en tres volúmenes sobre el tema. Los problemas de logística y la escasez material convirtieron en imposible el empeño. La celeridad era esencial, porque conmemora el cuadragésimo aniversario de New Left Books / Verso, una aventura editorial que ha sobrevivido a la caída del muro de Berlín al poner en tela de juicio las supuestas verdades establecidas sobre los diversos mundos existentes en la década de los setenta, cuando fue fundada: Estados Unidos y sus satélites, la Unión Soviética y sus subordinados, con China e India entre otros países, sometidos también a enfoques críticos. Los sistemas de pensamiento único y estructuras estatales, las economías capitalistas y no capitalistas fueron analizados y puestos en tela de juicio por muchos de nuestros autores. El contraste entre la visión del socialismo defendido por Marx y la realidad de los estados poscapitalistas era demasiado marcado como para ser ignorado. Las voces disidentes de Europa del Este y China siempre han encontrado hueco en los catálogos de Verso.

Afortunadamente, el grupo de personas que fundaron New Left Books / Verso estaba, en términos generales, asociado con la New Left Review. Las afinidades intelectuales con los ensayistas de la NLR constituyeron los cimientos de New Left Books antes de su expansión y la creación de Verso como su sección de tapa blanda en 1975. Perry Anderson hacía los libros y Anthony Barnett redactó a mano el plan de negocio inicial con los movimientos en azul y rojo. Más importante, Barnett comprendió la crucial importancia de una estrategia de mercado único, conservando y recuperando derechos para el mercado estadounidense que contribuyeron a convertir a Verso en una editora transcontinental una década antes de que un buen número de ilustres editoriales siguieran nuestros pasos. El nombre «Verso» –dorso o reverso de página– fue sugerido por Francis Mulhern y ganó por los pelos la carrera desplegada por el comité editorial de NLR, desplazando a sugerencias más populares, entre las cuales se encontraban «October», «Salamander» y «Arcades». Estamos en deuda con Mulhern.

En 1970 salió al mercado el primer libro publicado por New Left Books, Europe versus America: The Contradictions of Imperialism, de Ernest Mandel, una controvertida réplica al político liberal francés Jean-Jacques Servan-Schreiber y su The American Challenge [El desafío americano, Círculo de Lectores, 1969], una petición a favor de que Europa se convirtiera en el segundón permanente de Estados Unidos y de que Francia rompiera con toda idea gaullista de independencia. A este respecto, hemos de reconocer, apenados, que Servan-Schreiber parece haber sido plenamente reivindicado por la historia. En 2010, Perry Anderson retomó el tema en su New Old World*[2], en el que ponía de manifiesto las consecuencias del atlantismo de la UE. Las elites de la Unión Europea se enfrentaban a una profunda crisis: un creciente déficit democrático interior; la adopción, económicamente desastrosa, del sistema de Wall Street; el apoyo a las guerras y políticas norteamericanas, en muchos casos contra el expreso deseo de los ciudadanos europeos.

Así pues, el contenido de esta antología no debe sorprender a los lectores habituales de Verso. Nos hemos concentrado en los disidentes y rebeldes que han intentado mover montañas, mejorar, cambiar, transformar el mundo desde los tiempos más remotos. Hay, por supuesto, formas de disensión en el seno de estructuras establecidas, cuyo objetivo es fortalecer el orden previniendo errores evidentes que pudieran llevar a la forma más extrema de la discrepancia: las revoluciones… desde abajo. Aunque la tentación era fuerte, la hemos rehuido. Tomemos, como muestra, una carta escrita (pero no enviada) por el emperador José II de Austria a su antojadiza hermana María Antonieta en su búnker de Versalles, más áspera en su tono y mucho más perceptiva que las recientes biografías pseudofeministas, que favorecen la simpatía de género pasando por alto el marco general. José conocía a su hermana bastante mejor que los miembros de su actual club de admiradores, por lo que merece ser citada con cierto detalle (un caso en que se aprovecha el prólogo para hacerle trampas a la antología).

Permitidme, mi muy querida hermana, que me dirija a vos con una franqueza que sólo justifica el afecto que os tengo y mi interés en vuestro bienestar. Por las noticias que me han llegado, empezáis a involucraros en numerosas cuestiones que no son de vuestra incumbencia y sobre las que no sabéis nada, alentada por halagos e intrigas que despiertan no sólo vuestra presunción y deseo de destacar, sino celos y malos sentimientos. Esta conducta podría ser un obstáculo para vuestra felicidad y más pronto o más tarde provocará graves problemas entre el rey y vos, lo que mermará el afecto y la estima en que os tiene y hará que perdáis el favor de la gente… ¿Por qué, querida hermana, os enredáis en arrebatar sus puestos a ministros, en despedir a uno y ofrecer el cargo a otro, en ver cómo uno de vuestros amigos gana su proceso judicial o en instaurar un nuevo y oneroso nombramiento en la corte…? ¿Os habéis preguntado alguna vez qué derecho tenéis a interferir en asuntos del gobierno francés o la monarquía? ¿Qué formación poseéis, qué conocimientos habéis adquirido para creer que vuestra opinión tiene algún valor, en particular en asuntos que requieren de tan amplia experiencia? Vos, una encantadora joven que no piensa más que en frivolidades, en vuestra toilette y vuestras diversiones; vos, que no leéis libros ni atendéis a conversaciones serias más de diez minutos al mes; que jamás os tomáis tiempo para reflexionar o dedicar un pensamiento a las consecuencias de lo que decís o hacéis… Escuchad el consejo de un amigo, abandonad todas esas intrigas, no mantengáis la menor relación con asuntos públicos… Por lo demás, leed algo, cultivad vuestra mente.

Algunos de los gobernantes más autocomplacientes y ciegos de Europa, así como sus acompañantes –Sarkozy-Bruno, Berlusconi y sus prostitutas, por ejemplo–, debieran ponderar tan sabias palabras.

De haber dispuesto de más espacio y tiempo, habríamos incluido una sección ilustrada con varias portadas de revistas satíricas, como la antigua Private Eye y las nuevas Charlie Hebdo, Le Canard Enchaine, Titanic, etc. Anteriormente, ese mismo año, durante una visita a Zagreb me había entrevistado con jóvenes disidentes, algunos de los cuales estaban involucrados en un periódico satírico del que no había oído hablar nunca, el Feral Tribune, cuyos redactores y dibujantes ponían en cuestión el angosto nacionalismo defendido por los medios controlados por el Estado, describían los crímenes de guerra cometidos por sus propios soldados o denunciaban el ultranacionalismo de Franjo Tudjman y Milosevic, que justificaban la colaboración de los ustachi con el fascismo alemán durante el primer experimento de Croacia con una democracia controlada. La corrupción, la relación Iglesia-Estado, el belicismo y la xenofobia eran sus blancos habituales. Un número de Feral Tribune, que se ha convertido en pieza de coleccionista y es imposible de encontrar, llevaba fotografías manipuladas digitalmente de Tudjman y Milosevic como amantes en la cama mientras se produce la división de Bosnia-Herzegovina.

En Sarajevo, la mayoría de los ciudadanos lamentan la división del país. Los retratos de Tito siguen estando visibles en lugares muy diversos y los periodistas, estudiantes y veteranos de guerra hablan abiertamente de corrupción a gran escala y fragilidad. En Serbia, charlé con un valeroso periodista de la B92, una emisora de radio que criticaba a su propio gobierno, así como el bombardeo por aviones de la OTAN de Belgrado y el puente de Novi Sad. La disensión seguía viva y coleando en Yugoslavia. Muchos críticos, tanto con lo ocurrido hace veinte años como con la crisis actual, empiezan a cruzar fronteras y reunirse de nuevo en ferias del libro y festivales de cine. Se habla de transformar la isla de Korkula, en Croacia, en un Yugo-espacio virtual, en el que puedan reunirse disidentes de todas las regiones una vez al año para intercambiar ideas y experiencias.

Hemos tenido que pasar por alto muchas cosas en este volumen para preservar el equilibrio geográfico e histórico. Para evitar ciertas críticas bizantinas, permítaseme explicar las razones de una de esas ausencias. ¿Hubo disidentes a comienzos de la Edad de Piedra? A pesar de la ausencia de pruebas, es probable que existieran formas primitivas de disensión (como ocurre en partes del reino animal hoy). Antes de la aparición del lenguaje, los desa­cuerdos se expresaban mediante gesticulaciones –como sigue ocurriendo en Nápoles, Lahore y otros lugares (como Sraffa indicó a Wittgenstein en Cambridge, después de que el segundo afirmara que toda proposición tiene una forma lógica; Sraffa hizo un gesto despreciativo como respuesta y preguntó: «¿Cuál es la forma lógica de esto?»)– o gruñidos o, en casos extremos, mediante la violencia, aunque probablemente con menor frecuencia que en la civilización agrícola que vino a continuación. Al contrario que en los clichés de los tebeos, no hay nada que sugiera que los primeros habitantes de la Edad de Piedra fueran patriarcales o matriarcales. Pero dado que faltaban cientos de años para la aparición de un alfabeto primitivo –e incluso el arte rupestre aún no había surgido–, no ha sido posible, lamentablemente, incluir ni una sola voz o imagen discrepante de aquellos tiempos en esta recopilación. Si algún lector demuestra nuestra ignorancia al respecto, incluiremos el eslabón perdido en una subsiguiente edición.

Andrew Hsiao y Audrea Lim (sede de Verso en Nueva York) han trabajado larga y duramente en la preparación de este volumen. A ellos y a todos los que prestaron su ayuda, gracias.

Tariq Ali, agosto de 2010

[1] Citado en P. Anderson, Pasages from Antiquity to Feudalism [Transiciones de la antigüedad al feudalismo, Madrid, Siglo XXI de España, 1990], New Left Books, 1974. Se recomienda encarecidamente esta obra por su enfoque gibbonsiano-marxista del ascenso y caída de los antiguos imperios europeos.

[2]* Perry Anderson, El Nuevo Viejo Mundo, Madrid, Akal, 2012.

Agradecimientos

Empecemos con una cita:

¿Dio las gracias Malcolm X (o Alex Haley, con cuya «colaboración» se escribió su Autobiografía) a los hermanos que le habían ayudado en su vida y su tarea? ¿Le dio las gracias Philip Roth a la madre de Portnoy? ¿Dio las gracias Emily Brontë a sus hermanas? Claro que no. Puede que en aquellos días psicológicamente ingenuos los autores no fueran conscientes de hasta qué punto las aportaciones pasivas de otros habían contribuido al desarrollo de su obra[1].

No parece que Malcolm X, que figura en el presente libro, fuese ingenuo, ni en lo psicológico ni en ningún otro aspecto. Pero quizá no sintiera la necesidad de mostrar su reconocimiento a otros que sentimos nosotros, ya que El libro de la disidencia es, en verdad, el producto de la mente de muchos. Se trata de un testimonio ante la comunidad, de alcance global, que Verso ha logrado elaborar a lo largo de sus cuarenta años de vida. El libro, que nació de una conferencia telefónica, fue mimado por prácticamente todo el mundo en Verso –y por muchos de nuestros colaboradores– a lo largo de cada fase de su rápido crecimiento.

Tariq Ali le dio forma desde su concepción y Jacob Stevens lo supervisó en las etapas finales de edición. Sebastian Budgen aportó sus asombrosos conocimientos sobre la teoría de la izquierda y el comunismo; Tom Penn contribuyó con su precisa visión de la historia humana; Tony Wood añadió su experiencia en Europa del Este; Mark Martin, Tamar Shlaim y Rowan Wilson hicieron numerosas aportaciones. Bob Bhamra presidió con paciencia un programa de trabajo imposible. Nuestros empleados en prácticas nos mantuvieron a flote: Rahel Aima; Anwyn Crawford, con su tesoro de canciones y poemas; Puya Gerami, plurilingüe; John Kwiatkowsky; Josh LeMorey; Marissa Solow; y Matt Turney, con sus dotes diplomáticas.

Los amigos aportaron perspectivas y experiencias esenciales, no sólo respecto a áreas de las que no sabíamos nada, sino también en otras sobre las que creíamos estar informados: Gilbert Achcar, con su incisiva comprensión de la izquierda de Oriente Medio; Samar Al-Bulushi, con su conocimiento del radicalismo africano; Benedict Anderson, con su vasto saber, sin paralelo, de la historia del sudeste asiático; Charles Anderson, con su afilada percepción de la historia, de abajo arriba, de Oriente Medio; Matthew Brown, con su profunda comprensión de la Latinoa­mérica del siglo XIX; Paul Buhle, con su información enciclopédica acerca de la izquierda norteamericana, que dio lugar a la Enciclopedia of the American Left –un libro de consulta indispensable– junto con Mari Jo Buhle y Dan Georgakas; Mike Davis, con sus recuerdos de lo que ha sido olvidado; Adriana Díaz Enciso, con sus útiles críticas y su respeto por la historia latinoamericana; Nel Faulker, con su extenso conocimiento de la izquierda británica; Bill Fletcher y su percepción de los movimientos sociales africanos; Greg Grandin con su amplia visión del imperialismo en Latinoamérica; Adam Hochschild y su importante recuperación de la voces rebeldes africanas; George Katsiafica, con sus aportaciones sobre el radicalismo global, en especial sobre los movimientos sociales coreanos, que no tardará en publicar un libro dedicado a Corea del Sur, Deliver Us From Evil; Naveen Kishore, con sus datos sobre India; Heonik Kwon y su comprensión de la historia coreana; Peter Kwong, con su juicioso enfoque del radicalismo chino, las reformas y la reacción; Francis Mulhern, con sus penetrantes juicios sobre la historia europea; Todd Muller, con su devoción por las historias ocultas de América; Vijay Prashad, con su apoyo al proyecto desde el principio y su asombrosa erudición en lo relativo a la historia global del radicalismo; John Saul, con sus fructíferos y críticos puntos de vista sobre los movimientos de izquierda en África; Lorna Scott-Fox y su productiva visión de la historia latinoamericana; S. Shankar y su dominio –y traducciones– de la escritura tamil; Christy Thornton y su gran perspicacia acerca de Latinoamérica; y Peter Zinoman por su preciso y profundo conocimiento de la historia vietnamita. Hay dos libros más dignos de mención: The Vintage Book of Dissent, editado por Michael Rosen y David Widgery; y The Radical Reader: A Documentary History of the American Radical Tradition, editado por Timothy Patrick McCarthy y John McMillan, la mejor obra de su tipo y que contiene extractos mucho más completos que los que hemos conseguido incluir en este libro.

Hemos contado con el respaldo de muchos otros, incluyendo a Anthony Arnove, Avita Bansee, Robert Barnett, Mamadou Bocoum, Patrick Bond, Jeff Chang, Fan Pan Chen, Lisa Chen, Jace Clayton, Joanna Dawson, Georgi Derluguian, Efraín Kristal, Max Elbaum, Mark Elvin, Sarah Fan, Ronald Fraser, Matthew Gandy, Javier Genao, Richard Gott, Eric Hazan, Christina Marie Sabio Hilo, Forrest Hylton, Esther Kaplan, Caglar Keyder, Shaun Lin, Gavan McCormack, Ying-Ying Ma, Iain Marlow, Tom Mertes, Frey Mortenssen, Tiarra Mukherjee, David Murphy, Amílcar Navarro, Jason Ng, Michael Parenti, Yoav Peled, Marcus Rediker, Moss Roberts, Dennis Rodgers, David Roediger, Ann Sandhorst, Jacob Scheier, Alisa Solomon, Kasian Tejapira, Senait Tesfai, Jeffrey Treviño, Cihan Tugal, Achin Vanaik, Jeffrey Wassernstrom, Jason Wu y Marilyn Young.

Hay dos personas que merecen una mención especial. Durante meses escarbando en bibliotecas y las muchas jornadas de investigación, Rafael Khachaturian y Blair Taylor –dos jóvenes académicos radicales a los que espera un gran futuro– desempeñaron un papel crucial en la elaboración de esta obra.

Gracias de todo corazón a todos ellos y a todos nuestro camaradas de más arriba.

Por supuesto, cualquier error, y en especial toda omisión son nuestros. Los diligentes lectores quizá perciban la falta de muchos manifiestos históricamente significativos, que hemos cercenado porque no son una lectura especialmente atrayente. Los lectores pueden ofrecer sugerencias para futuras ediciones a través de nuestra página web, ayudándonos a cubrir esas carencias.

Andrew Hsiao y Audrea Lim

[1] S. Nelson, So Many Books, So Little Time, Berkeley, 2004.