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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Jessica Gilmore

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El regreso de la señora Jones, n.º 5431 - noviembre 2016

Título original:The Return of Mrs. Jones

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8984-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

–PUEDES entrar si quieres. ¿O es que ahora los de ciudad lleváis parches de cafeína para no tener que beber café?

Aquel comentario burlón sobresaltó a Lawrie Bennett, ensimismada contemplando un nuevo edificio moderno construido en el puerto. Se volvió convencida de que aquella voz era fruto de su imaginación y lo vio apoyado en una señal de madera, sonriendo con su mirada azul.

–¿Jonas?

No, no era un fantasma. El paso del tiempo se evidenciaba sutilmente. Su pelo rubio de surfero estaba más corto y tenía unas finas arrugas alrededor de los ojos, lo que le confería un halo interesante a su rostro bronceado.

Lawrie se sintió avergonzada, culpable y humillada. Merodear cerca del negocio de su exmarido como una adolescente enamorada era patético y, más aún, si era precisamente él quien la descubría.

En un intento por mantener la calma, Lawrie esbozó su mejor sonrisa, aquella que lucía en las reuniones de trabajo y fiestas de beneficencia, pero fue incapaz de evitar que sus ojos recorrieran de arriba abajo aquel cuerpo musculoso que tenía delante. Los pantalones negros de vestir y la camisa de manga corta gris eran toda una novedad frente a los vaqueros desgastados y las camisetas que solía llevar, pero su cuerpo estaba tan en forma como siempre. Seguía siendo muy guapo. Lo peor era que, a la vista de aquella sonrisa de suficiencia, se había percatado de su mirada aprobadora.

–Bueno, ¿vas a pasar? –preguntó Jonas arqueando una ceja.

¿Cómo era posible que después de tanto tiempo su voz le resultara tan familiar? Había pasado mucho tiempo desde la última vez que oyera aquel tono grave y profundo con acento de Cornualles.

–Me estaba preguntando si no me habría equivocado –dijo ella, señalando hacia el edificio de madera y vidrieras que había detrás de él–. Todo se ve diferente.

–He hecho algunos cambios. ¿Qué te parece? –preguntó él, con una nota de orgullo en su voz.

–Impresionante. ¿Derribaste el cobertizo para botes?

Echaba de menos aquel viejo y desvencijado edificio, aquel pintoresco rincón en el que había tenido su primer trabajo, su primer beso, su primer amor.

El pulso se le aceleró a la espera de su respuesta. De repente le era muy importante. Hacía nueve años que no ponía un pie en aquel pueblo de Cornualles, nueve años sin ver a aquel hombre. A pesar del tiempo transcurrido, seguía sintiendo algo por él.

–Lo hemos cambiado de ubicación. Al fin y al cabo, era el principio de todo, no podía permitir que se demoliera esa preciosidad. Por supuesto que hemos mantenido el nombre y la marca.

–¿De todo?

¿Se estaría refiriendo a ella? El paseo por las colinas y el puerto la habían hecho volver a atrás en el tiempo, trayéndole a la cabeza todos aquellos recuerdos. A la vista del edificio que tenía ante ella, Jonas hacía tiempo que se había olvidado de todo.

–Bueno, ¿vas a pasar o no? –dijo él, ignorando su pregunta y apartándose de la señal–. El café es excelente y los bizcochos aún mejores. Por supuesto que siendo una exempleada, invita la casa.

Lawrie abrió la boca para negarse. Quería decirle que el edificio no era lo único que había cambiado, que hacía años que no probaba la cafeína o el azúcar refinado, pero al ver su expresión de asombro, decidió cambiar de opinión. No iba a darle esa satisfacción.

Después de todo, tampoco había conseguido nada llevando una vida sana. Su intención durante aquel período de descanso forzoso era tener nuevas experiencias, descubrir nuevas cosas. No estaba tan mal empezar por una buena taza de café como solo Jonas sabía preparar.

–Gracias.

–Por aquí –dijo Jonas, sujetándole una de las puertas de cristal–. Por cierto, Lawrie, feliz cumpleaños.

Lawrie se quedó de piedra. Media hora antes había llegado a la triste conclusión de que era patético pasar sola el día de su trigésimo cumpleaños, especialmente estando soltera y en paro.

La guinda del pastel era encontrarse con su ex justamente ese día. Debería haber seguido su instinto y haberse quedado en casa. Pero se había obligado a salir a respirar aire fresco y hacer un poco de ejercicio. Era evidente que ambas cosas estaban sobrevaloradas.

–Ahora es cuando me das las gracias.

Se había apartado de la puerta y la estaba dirigiendo hacia una pequeña mesa que había al fondo.

–¿Disculpa?

¿De qué estaba hablando? Quizá estaba en un sueño surrealista en el que la conversación no tenía sentido.

–Sé que llevas un tiempo en el pueblo –dijo con un inesperado tono burlón–, pero volviendo al mundo real, cuando alguien te desea un feliz cumpleaños, lo normal es dar las gracias.

Por primera vez en una semana, Lawrie sintió que su carga se aligeraba.

–Gracias –dijo con exagerado énfasis–. Aunque creo que prefiero olvidar este cumpleaños en particular.

–Sí, claro, el gran tres –replicó él sonriendo–. No es para tanto una vez te acostumbras al dolor de espalda y al crujido de las rodillas.

–Espero que sea como cuando se cae un árbol en medio del bosque. Si nadie se entera, es como si no pasara.

–Yo sí sé que es tu cumpleaños.

–Al traste con mis planes.

Una sonrisa asomó a sus labios, a pesar de que su mirada era de preocupación. Lawrie no quería que se preocupara por ella.

–Ahora, no te queda otro remedio que celebrarlo. ¿Te apetece un trozo de mi bizcocho de zanahoria con cobertura de chocolate? A menos que, ahora que ejerces de londinense, prefieras uno de esos cupcakes, con mucha apariencia, pero sin sustancia.

Lawrie alzó la vista. ¿Era una metáfora?

–¿O prefieres esperar a que llegue tu prometido?

De repente, la carga volvió a caer sobre ella. Lawrie buscó las palabras adecuadas que decir.

–Hugo y yo nos hemos separado. Ha llegado el momento de volver a empezar.

–¿Otra vez?

Había toda una historia detrás de aquellas palabras. Era más de lo que Lawrie podía soportar. Había sido un error regresar, pero no tenía ningún otro sitio al que ir.

En los últimos nueve años, Lawrie no se había parado a pensar en cómo reaccionaría si se encontrara con su exmarido, pero si lo hubiera hecho nunca se habría imaginado acabar en una situación tan humillante como aquella.

Miró a su alrededor, desesperada por encontrar otro tema de conversación.

–La cafetería ha quedado muy bien.

Era un local diáfano, con un mostrador de madera al fondo. Sus paredes azules recordaban al omnipresente mar. Lo realmente impresionante eran los ventanales de techo a suelo. Todo era de muy buen gusto, pero de nuevo sintió nostalgia por el pequeño y acogedor bar que siempre había conocido.

A pesar de que todavía no había llegado el verano, la cafetería estaba muy concurrida de madres con sus hijos pequeños, grupos de amigos y los siempre presentes surferos. No había menús. Los platos del día estaban escritos en pizarras dispuestas por todo el local, junto a carteles proclamando los valores del café: local, orgánico y procedente de comercio justo.

Se sintió orgullosa. Lo había conseguido, había hecho realidad sus sueños. Mucho antes de que famosos chefs hubieran puesto de moda los productos locales, Jonas se había preocupado por la calidad de los ingredientes, provenientes de granjas de la zona, usando solo huevos ecológicos para hacer sus legendarios huevos fritos.

–Me alegro de que te guste. ¿Qué quieres tomar?

Por un segundo, Lawrie deseó sorprenderlo y pedir algo diferente para demostrarle que había cambiado en esos nueve años. Pero la tentación de volver a la comodidad del pasado era demasiado fuerte.

–Un café con leche desnatada y canela, por favor. Y si tienes tarta de zanahoria… –dijo recorriendo con la mirada el listado de dulces de una de las pizarras.

–Por supuesto que tengo.

Jonas se volvió para prepararle el pedido.

–Después de todo, es tu cumpleaños –le pareció escucharle.

 

 

Allí seguía. Jonas trató de mantener la atención en la pantalla que tenía delante, pero solo podía fijarse en la ocupante de la pequeña mesa de abajo.

La entreplanta en la que tenía su despacho estaba situada justo encima de las cocinas, tras un cristal tintado que le daba intimidad y le permitía observar lo que pasaba al otro lado. Algunos días estaba tan ocupado que olvidaba dónde estaba y se sorprendía al ver a la gente abajo. Tenía un despacho más amplio en su hotel, pero prefería estar allí donde todo había empezado.

–Jonas, ¿me estás escuchando?

–Por supuesto –mintió sobresaltado.

–¡Ni siquiera me has oído entrar! Sinceramente, Jonas, si quisiera ser ignorada, me quedaría en casa y le pediría a mi marido que limpiara.

–Lo siento, Fliss, estaba leyendo el correo electrónico.

–Ahora veo por qué –dijo Fliss asomándose por encima de su hombro–. No todos los días te ofrecen un millón de libras por permitir que alguien use tu cuenta bancaria, ¿no?

–Maldito correo basura. El filtro debería eliminarlos, no sé por qué no ha funcionado.

Ella lo miró escéptica.

–Bórralo y preocúpate de un problema serio para variar. A Suzy le han recomendado reposo absoluto durante lo que le queda de embarazo y no va a poder ocuparse del festival Wave Fest.

–¿Embarazo? –preguntó asombrado–. No tenía ni idea de que estuviera embarazada.

–Supongo que no te lo habrá contado conociendo tu opinión sobre las madres trabajadoras.

Jonas arqueó una ceja, observándola.

–No tengo opinión sobre madres trabajadoras, ni sobre padres trabajadores. Solo espero que mis empleados pongan toda su energía en lo que hacen. ¡Vaya! Solo queda un mes, es muy poco tiempo para encontrar a alguien que se ocupe. ¿No puedes encargarte tú, Fliss?

–Me parece que no –contestó aquella mujer menuda y pelirroja–. Todavía tengo mucho que hacer en la última cafetería que compraste y si finalmente compras The Laurels tendré que empezar con las obras de reforma cuanto antes. Puedo ayudarte con las relaciones públicas, al fin y al cabo soy yo quien suele llevar ese tema, pero no puedo encargarme de organizar el festival. Suzy tiene todos los detalles planeados, así que solo necesitamos a alguien que se ocupe de ponerlos en marcha.

Jonas era consciente de que Fliss tenía razón, ya tenía suficientes cosas que hacer. Empujó la silla hacia atrás y se giró con la mirada fija en el salón de abajo.

–Piensa, Fliss, ¿hay alguien capaz de hacerse cargo del festival, aunque sea alguno de los empleados temporales de verano?

Después de pensarlo unos segundos, ella sacudió la cabeza.

–No se me ocurre nadie.

–Tendremos que apechugar y contratar a alguien, aunque no es lo ideal.

Bastante le había costado encargarle el festival a Suzy. El negocio había crecido tanto que ya le era imposible organizarlo aun con la ayuda de Fliss. Le resultaba difícil imaginarse a un desconocido ocupándose de un acontecimiento tan importante, pero no había otra manera.

–Eso nos llevará al menos una semana y la agencia de contratación nos cobrará una fortuna.

–Es complicado encargárselo a alguien de fuera, pero no nos queda otra opción. Hasta que encontremos a alguien, nos ocuparemos tú y yo. Después de todo, los tres primeros los organizamos nosotros.

Fliss le dirigió una sonrisa cómplice.

–Solo Dios sabe cómo lo conseguimos. Por entonces, éramos jóvenes y optimistas, y no teníamos tantos asuntos de los que ocuparnos. Somos víctimas de nuestro propio éxito. Pero está bien, avisaré a Dave de que voy a quedarme a trabajar hasta tarde.

–Estupendo. Vete inmediatamente a casa de Suzy y revisa con ella todos los preparativos. Después dividiremos las tareas. Pensaré a ver si se me ocurre alguien a quien encargarle el asunto. Si no se me ocurre nadie, llamaré a un par de agencias.

Una sensación de satisfacción lo invadió al tomar aquella decisión. Era un jefe que se implicaba mucho, demasiado según algunos, pero le gustaba supervisar cómo se hacía todo, desde la preparación de las ensaladas hasta el origen de los productos. Después de todo, era su nombre el que estaba en la puerta.

–De acuerdo, jefe –dijo y se dio media vuelta para salir del despacho–. ¡Jonas! –exclamó deteniéndose en seco. Mira allí abajo.

–¿Por qué estás susurrando?

Sabía perfectamente qué, o más bien a quién, había visto. Arqueó una ceja, tratando de mostrar una indiferencia que no sentía. No quería darle más importancia de la necesaria a la inesperada presencia de Lawrie.

Era evidente que Fliss no pensaba lo mismo. Su mirada se había iluminado.

–Es Lawrie, Jonas. ¡Mira!

–Sé que es Lawrie, pero sigo sin entender por qué estás susurrando. No puede oírte, ¿sabes?

–Claro que lo sé –replicó en tono acusatorio–. ¿Sabías que estaba aquí y no me lo habías dicho?

–Se me había olvidado como a ti se te ha olvidado que estábamos hablando de un importante asunto de trabajo –dijo en tono frío–. ¿No tienes cosas que hacer?

–Dame cinco minutos, tengo que saludarla.

Por lo que Jonas sabía, Fliss no había hablado con Lawrie en nueve años. ¿Qué mas daba unas horas más? Su mejor y más antigua empleada, por no decir mejor amiga, estaba tan emocionada que no podía desilusionarla.

Él no era la única persona a la que Lawrie había abandonado.

–De acuerdo, cinco minutos –accedió–. Pero, Fliss, tenemos mucho que hacer.

–Lo sé. Me daré prisa, gracias.

Fliss salió a toda prisa, dirigiéndole una última mirada de agradecimiento. Apenas un minuto más tarde, estaba en la mesa de Lawrie.

Jonas observó cómo Fliss se sentaba en la mesa. Lawrie alzó la vista sorprendida y enseguida su expresión se tornó de alegría al ver a su amiga.

Cuando ambas miraron hacia el despacho, Jonas apartó la mirada, a pesar de que sabía que no podían verlo al otro lado del cristal tintado. Tenía muchas cosas que hacer como para perder el tiempo observándolas.

Sacó un informe que había encargado sobre una pequeña cadena de restaurantes de Somerset que estaba pensando adquirir y se puso a estudiarlo.

Después de diez minutos seguía en la primera página.

Volvió a mirar por la ventana. Seguían charlando. ¿De qué demonios estarían hablando tanto tiempo?

Típico en Lawrie, poniéndolo todo patas arriba sin ni siquiera pretenderlo.

Al verla fuera, con aquella inseguridad tan poco característica en ella, había aprovechado la oportunidad. Desde que se había enterado de que había vuelto para quedarse, sabía que sería inevitable que acabaran encontrándose. Trengarth era demasiado pequeño como para no toparse con alguien, pero había deseado que, cuando ocurriera, fuera a su manera. Después de todo, había sido ella la que se había marchado.

Invitarla a pasar le había parecido correcto, aunque quizá no debería haberlo hecho.

Volvió a fijarse en la pantalla del ordenador y comenzó a leer desde la primera línea. Era un puñado de sandeces.

Jonas apretó los dientes. Si Fliss se había olvidado de que tenía mucho que hacer, él no. Iba a bajar a decírselo de inmediato.

 

 

Al principio, Lawrie no había reconocido a aquella mujer menuda y pelirroja. Nueve años antes, Fliss solía llevar una melena corta rosa y un montón de piercings, y nunca se habría puesto los pantalones negros de vestir y la blusa que llevaba en aquel momento. Pero su amable sonrisa y el brillo travieso en sus ojos color avellana seguía siendo el mismo. Después de cinco minutos de charla, era como si ambas siguieran siendo aquellas camareras adolescentes, divirtiéndose después del trabajo.

–¿Has estado trabajando para Jonas todo este tiempo? –preguntó sin poder evitar disimular el tono de incredulidad–. ¿Y tu sueño de actuar?

–Resulta que soy una estupenda actriz aficionada.

Lawrie se quedó mirándola, pero no advirtió desilusión en su mirada cándida.

–También soy una buena gerente y directora de marketing, ¿quién lo habría dicho?

–Pero querías hacer tantas cosas, tenías tantos planes…

–Estoy contenta con lo que tengo. Espera a conocer a Dave. Al poco de que te fueras, vino una semana para hacer surf y ya no se marchó.

Las dos mujeres continuaron su animada charla.

–Tengo un grupo de teatro y me encanta mi trabajo. No he viajado ni he vivido en una ciudad grande, pero tengo todo lo que quiero y deseo. Soy una chica con suerte. Tu vida sí que parece emocionante. ¡Nueva York! Siempre quise vivir allí y actuar en Broadway.

Le había dado a entender que Nueva York era una realidad más que una posibilidad, pero Lawrie se había sentido obligada a salvar su orgullo.

De repente, vio una sombra acercándose a la mesa. Al levantar la mirada vio a Jonas. Estaba muy serio, con el ceño fruncido. Lawrie sintió un pellizco en el estómago y dio un rápido sorbo a su café.

–Pensé que te ibas a ver a Suzy –dijo dirigiéndose a Fliss.

–Ya me voy. Pero se me acaba de ocurrir una idea. ¿Y Lawrie?

–¿Y Lawrie, qué? –preguntó Jonas impaciente.

Lawrie apretó con fuerza la taza. Sentía que las mejillas le ardían.

Se le hacía extraño volver a estar con ellos, pero sin trabajar con ellos. Respiró hondo y se recostó en el respaldo.

–Para el Wave Fest. Espera, escucha –dijo Fliss poniéndose de pie para tomar del brazo a Jonas, que ya se estaba alejando–. Está de baja remunerada hasta después del verano.

–¿De baja por qué?

Jonas se detuvo y miró hacia la mesa. Sus ojos azules desprendían un brillo divertido.

–No puedo trabajar durante el plazo de preaviso –respondió Lawrie sintiendo que se le aceleraba el pulso bajo su mirada–. Estoy de baja remunerada hasta septiembre.

–Y tiene pensado quedarse en Cornualles todo este tiempo –añadió Fliss.